Vuela alto, «Lady Bird»
«Una joven dirige la mejor película del año», decían algunos titulares de prensa a comienzos de este 2018. Pero ni Greta Gerwig (guionista, actriz y directora) es una joven anónima y desconocida a la que le ha salido bien un proyecto de instituto, ni «Lady Bird» ha de ser el mejor filme del año para ser tratado con el respeto merecido ni para justificar todas sus nominaciones. Al fin y al cabo, los premios están llenos de directores cuyos nombres son una aparición fija hagan lo que hagan, por mediocre que sea. Estamos, en este caso, ante uno de los focos que más ha llamado mi atención en los últimos meses debido a mi pasión por este género en auge y cada vez tratado con mayor destreza en el cine que es el coming of age.
Algunas de nuestras entregas favoritas del pasado año, sin ir más lejos, estarían ubicadas dentro de ese grupo de retratos de personajes (femeninos, en este caso) en pleno crecimiento. En el ámbito nacional, «Verónica», de Paco Plaza, supuso un distinguido retrato social, familiar, y, sobre todo, personal. Un aporte magnífico al género de terror como también lo fuera «Crudo», de Julia Ducournau, tan extrapolable a todo. Incluso a finales de este marzo próximo tendremos la suerte de contar con el estreno de «Thelma», otra imprescindible que se mueve en los terrenos del horror fantástico y de la que hablaremos en el Cadillac.
«Lady Bird» no cuenta con elementos sobrenaturales como detonante de una madurez y una salida al mundo, sino con un contexto normal y corriente, un día a día vulgar y una familia que, como todas las familias, pelea por mantenerse a flote. No hay monstruos externos ni sombras de ceniza porque son otros los demonios que acechan al personaje. Demonios muy de todos y todas. Sus diecisiete años, su sensación de ahogo en el mundo, su deseo sexual, sus decepciones, sus amistades de plástico poniendo en peligro las verdaderas, sus mentiras, su identidad propiamente otorgada, la inminencia del paso a la universidad, los problemas económicos.
Lady Bird, a quien da vida la mágica interpretación de Saoirse Ronan, y comida hasta los huesos por un interés artístico, vivirá su último año de instituto en un centro religioso para evitar las vicisitudes de la escuela pública que su madre magnifica y aumenta día tras día, marcando esto buena parte del contexto de una comedia dramática que a Gerwig le ha quedado de maravilla. Y le ha quedado de maravilla, no por ser la obra maestra que la crítica vende de manera, reitero, innecesaria, sino porque esa Christine que quiere destacar y ser el pájaro al que la jaula no deja respirar es mucho más real de lo que ciertos sectores del público perciben.
No sé cuántas lectoras han sido chicas al borde de los dieciocho en el mismo escenario temporal del film, pero en qué espejo al pasado llega a convertirse en determinados momentos. Las diferencias educacionales con respecto a compañeros o familiares varones y las exigencias distintas, el comecocos de las buenas maneras, el espectáculo dantesco en el que llegan a convertirse tus relaciones y el instante en que te das cuenta, tras una primera relación sexual, de que efectivamente el chorro de la ducha es más interesante y se ha preocupado más por tu bienestar. ¿Y qué hay de esa relación conflictiva con una madre que se desvive por tirar de todo haciendo más turnos de trabajo que horas tiene el día? Las dudas, el atracón de queso y galletas porque estás cansada de que tu peso sea un tema del que hablar de manera recurrente. La amistad en sus momentos más bajos. Los ideales imposibles.
Son múltiples las virtudes de esta opera primera en solitario de Greta Gerwig, que compone un relato cuya emotividad resulta poco obvia pero traspasa. Esa fotografía colorista con el foco en el personaje como resalte frente a la uniformidad del mundo, la vitalidad del relato, las interpretaciones y lo tragicómico de la vida cuando es vida sin más y nos damos cuenta. La construcción de una mujer en potencia que sabe lo que quiere y lo que no, con su verborrea y sus ganas de plantar cara. Porque me llamo Lady Bird y me lo puse yo. La masturbación no es cosa de chicos. Tengo derecho a ser un desastre. El aborto no existe para que me lo desmonten en una charla desinformada de cinco minutos y la vida es una lista de espera. Y qué bien. Y qué hacemos.
¿Y si esta es mi mejor versión?