Nuestro Top 15 de… Led Zeppelin
Hacemos un blog. Uno de los temas fundamentales de éste es la música. La música que más predomina en nuestros artículos es el rock. Dentro del rock tenemos una especial predilección por el hard rock facturado en los años 70. Entonces diréis… ¿por qué narices nunca hemos hablado en El Cadillac Negro sobre Led Zeppelin? Pues esa es una muy buena pregunta que no tiene una respuesta demasiado concreta. Realmente no lo sabemos. A veces un blog alcanza vida propia y toma caminos a los que nunca hubieras creído que llegaría y, sin embargo, en otras ocasiones los que veías seguro que tomaría no acaban de alcanzarlos. Para subsanar esta gran deuda pendiente no podíamos utilizar un post cualquiera. A Jimmy Page, Robert Plant, John Bonham y John Paul Jones había que ofrecerles un tratamiento especial acorde a su categoría. Por ello, y aprovechando ahora que precisamente el blog cumple siete añitos de vida, hemos decidido inaugurar con ellos la traslación a la música de esos ‘top 10’ que empezamos a dedicar recientemente a cineastas como Steven Spielberg y Martin Scorsese, seleccionando canciones en lugar de películas y aumentando el número de elegidas a 15. Lo hacemos, además, en un año muy especial. Venimos de conmemorar a comienzos de enero el 50 aniversario del álbum inaugural de la banda, ese «Led Zeppelin» que asombró a propios y extraños en los primeros compases de 1969. A finales de octubre volveremos a celebrar idéntica conmemoración con «Led Zeppelin II», el disco que acabó de situar a la formación como la más grande de todas aquellas que se encargaron de endurecer el blues y el rock ‘n’ roll hasta crear el hard rock y poner las primeras bases del heavy metal. Mientras que grupos como The Rolling Stones, Aerosmith o AC/DC son intergeneracionales y su influencia directa abarca a muchas personas de muy distintas edades, Led Zeppelin son claramente la banda de una generación y, especialmente, de una década muy concreta. Al igual que The Beatles, otro grupo de existencia relativamente corta, es claramente la formación que mejor explica los años 60, los creadores de «Stairway to Heaven» son, sin duda, el grupo que mejor podemos identificar con la década de los 70. Un decenio fastuoso en cuanto a música y cine que, sin embargo, vería declinar la mayor parte de las esperanzas que se fueron sembrando durante los ‘felices 60’. Así, los Zep no se quedaron en esa labor de renovación del blues y creación del hard rock, sino que introdujeron en su música otros muchos estilos que fueron marcando dicha década, como el folk británico, la experimentación con sonidos árabes e hindúes, la renovación del country, el funk, el reggae y el pop. Después de su gran purismo musical inicial, se convirtieron en reyes de los excesos y perfecta encarnación de esos ‘dinosaurios’ mastodónticos contra los que reaccionó posteriormente el punk.
Nuestra selección de temas no tiene ‘cocina’ alguna, simplemente es la traducción directa de nuestros gustos particulares. De esta manera, comprobaréis que no ha habido tentación compensatoria y discos tan estupendos y significativos como «Houses of the Holy», «Presence» e «In Through the Out Door», ademas de «Coda», se han quedado sin representación alguna en nuestro ‘top 15’, pese a que varias de sus canciones estuvieron a punto de entrar en el filtro definitivo. No obstante, como podréis comprobar inmediatamente, nos ha quedado una lista repleta de grandes himnos, delicadezas sonoras y alguna que otra pequeña sorpresa. 15 maravillas tan buenas como cualquier otra para reivindicar a una de las formaciones que mejores momentos nos ha hecho pasar en nuestras vidas, que podréis escuchar todas seguidas en una playlist que encontraréis al final del post, debajo de nuestras elecciones. ¡Que suene ya el rock ‘n’ roll!
Por RODRIGO MARTÍN
Puede que haya quedado (sorprendentemente) lejos de los puestos de cabeza de este ‘top 15’, pero un servidor siempre ha considerado a “Black Dog” como el tema más reconocible y representativo del ‘estilo Zeppelin’. Todos y cada uno de los elementos que conforman el ADN esencial de la banda, al menos de su faceta más rockera, están contenidos en los casi 5 minutos que dura el tema de apertura de su cuarto y más celebrado álbum: esos serpenteantes riffs de guitarra (aunque el principal fuera compuesto por Jones), esa aplastante base rítmica, con sus particulares paradiñas y cambios de ritmo, ese Plant cabalgando sin pudor, henchido y pletórico, sobre una de las letras más sucias y lascivas (que ya es decir) de su discografía, ese solo de guitarra en el que Page parece poner todo su empeño en no guardarse nada… Cualquier banda que esté empezando y busque deliberadamente ser etiquetada como ‘los nuevos Zeppelin’, recreando sus tics más reconocibles sin ningún disimulo (ejem, Greta Van Fleet), debería estar obligada a tirarse horas y horas haciendo y rehaciendo una y otra vez “Black Dog” en el local de ensayo. Una vez que lo tuviera dominado, tendría la mitad del camino recorrido. La otra mitad, en la que el oficio debe dejar paso al genio, ya es la más complicada. Y ahí los Zep sí que eran, son y serán inimitables.
Por JORGE LUIS GARCÍA
Los detractores de Led Zeppelin a menudo han puesto el acento en su saqueo sistemático a los viejos pioneros del blues, sus apropiaciones, préstamos y plagios sin acreditar, pasando por alto que su particularísima interpretación de esos clásicos elevó al género a una nueva dimensión de intensidad y arrebato inéditos hasta entonces. Fijémonos en “When the Levee Breaks”. Escuchen el tema original de Kansas Joe & Memphis Minnie y luego comparen con la lectura de Led Zeppelin, que en esta ocasión sí acreditaron a Minnie como coautora, para comprobar lo que significa reinventar un género. La entrada con ese monumental sonido de batería tronante mil veces imitado y sampleado -de Beastie Boys a Massive Attack, pasando por Dr.Dre, Björk o Eminem– y la posterior incorporación de la guitarra y esa armónica asesina crean una atmósfera malsana, sofocante y motherfucker como pocas sostenida sobre un solo acorde, como un mantra infernal que anuncia la llegada del armagedón. Y pese a durar sus buenos siete minutazos, el tema nunca se hace largo gracias a los giros psicodélicos de Page con la slide, la interpretación pletórica y más contenida que de costumbre de Plant o a los envolventes efectos estereofónicos del tramo final. El blues llevado a su paroxismo. Led Zeppelin en el cruce de caminos metiéndole el miedo en el cuerpo al mismísimo diablo.
Por RODRIGO MARTÍN
Siendo uno de los tres redactores que la incluyó en su lista personal de diez canciones favoritas de Led Zeppelin, y además el que más puntos le otorgó, quizás os sorprenda si afirmo que no hay nada que convierta a priori a “The Rover” en una canción especialmente memorable. No es una de las mayores genialidades compositivas de la banda (aunque tenga algunos riffs fabulosos), ninguno de los cuatro músicos hace especial alarde de su virtuosismo (aunque estén como siempre impecables), y está muy lejos de ser una de sus canciones más influyentes, pues jamás fue tocada íntegramente en directo en ninguna gira, ni es fácil encontrar versiones realizadas por otras bandas, ni es habitual verla en listados de este tipo, ya estén firmados por fans o por prensa especializada. Y sin embargo, “The Rover” es capaz de enamorar desde la primera escucha, como fue mi caso, por motivos difícilmente explicables. Y eso casi le otorga aún más encanto. Concebida inicialmente en Bron-Yr-Aur en 1970 como un tema acústico para “Led Zeppelin III”, reconvertida en pieza eléctrica en 1972 durante las sesiones de “Houses of the Holy”, no acabó viendo la luz hasta 1975 en “Physical Graffiti”, después de que Page le añadiera ESOS arreglos de guitarra que sirvieron para que lo que ya era un buen estribillo se convirtiera en un estribillo maravilloso. Una de las ‘joyas ocultas’ de los Zep… aunque esté a plena vista.
Por JORGE LUIS GARCÍA
La primera canción del primer disco de Led Zeppelin es toda una declaración de intenciones. Suena como un púgil que busca urgentemente el K.O. directo nada más salir al cuadrilátero. No parece casual que en un álbum plagado de blues oscuro, lento y amenazante el primer aldabonazo sea una tonada casi pop, porque “Good Times Bad Times” posee la inmediatez y la luminosidad melódica que podríamos asociar a las bandas más prototípicas de los 60, como The Beatles o The Who, pero anticipa la contundencia y la pegada del hard rock de los 70 ya desde ese riff inaugural tan simple como certero como un navajazo en la noche. Y entre estrofas pegadizas y un estribillo ultracoreable, cada uno de los miembros de la banda se las apaña para dejar su tarjeta de presentación en tan solo tres minutos. Jones dibuja líneas de bajo inspiradas y virtuosas, Bonham se destapa como el más digno heredero de Keith Moon con sus síncopas bombásticas y ese pie derecho que dispara ráfagas de metralleta como si tuviera un doble bombo, Plant sube y baja tonos con arrogancia chulesca y Page despliega sus solos explosivos como si fueran botellas de champán descorchándose por la llegada de un nuevo socio al club de los nuevos dioses de la guitarra rock que en aquel momento integraban Jimi Hendrix, Eric Clapton, Jeff Beck y poco más.
Por SERGIO ALMENDROS
Tomando como base un tema folk tradicional interpretado por Joan Baez, que posteriormente se supo que era de una tal Annie Briggs, Led Zeppelin dieron forma a una composición de esas en las que uno se querría quedar a vivir, una escalofriante montaña rusa de subidas y bajadas que pasa de la delicadeza plasmada en el rasgueo de las acústicas, que se acercan por momentos a pasajes casi flamencos, a toda la rabia electrificada que eran capaces de producir Plant, Page y compañía. Tuvo que resultar demoledor en su día que este tema estuviera presente ya en su disco de debut, por lo arriesgado y complejo de su estructura, dejando claro desde el principio que su apuesta era de órdago. Realmente el contenido de la letra es una mera excusa para exudar pasión por los cuatro costados, con una batería hiriente, unas guitarras que pasan del roce al golpe y una interpretación vocal al alcance de muy pocos, y es que muy pocas veces un repetido «baby, baby, baby…» ha sonado tan desesperado. Aún puedo recordar las palabras que me vinieron a la cabeza la primera vez que escuché esta canción: «¿Qué coño ha pasado?».
Por ALBERTO LORIENTE
«Dazed and Confused» no es solo un gran tema, es la historia de la evolución de una canción en apenas dos años, muy representativa de los vertiginosos cambios que la música sufrió a finales de los 60. Comenzó siendo una tonadilla folk del cantautor Jake Holmes en 1967, que sólo abarca la tranquila parte inicial del himno que conocemos. Ese mismo año Holmes teloneó a unos The Yardbirds ya comandados por Jimmy Page y éste, ni corto ni perezoso, descubrió el potencial de la canción y desarrolló con el mítico grupo una versión mucho más extendida y cercana a la definitiva, que tocó en las giras de finales del 67 y el 68, apareciendo en el doble álbum «Yardbirds ’68». Sin embargo, «Dazed and Confused» no llegó a su culmen hasta que la flamante nueva banda de Page, Led Zeppelin, la incluyera en una ópera prima ya rebosante de adaptaciones de viejos blues. Ninguna del calado de ésta. Un comienzo tranquilo, con la voz de un magistral Robert Plant en primerísimo plano, va dejando espacio a su característico riff bluesero hasta que se llega a un segmento intermedio en el que Page crea un ambiente de tensión -antecesor directo del mítico ‘intermezzo’ de «Whole Lotta Love»- aplicando el icónico arco de violín… La calma que precede a la tormenta. Poco después arranca un furioso y orgiástico ‘crescendo’ que, junto a «Communication Breakdown», se convertiría en la gran aportación inicial de Zeppelin al nacimiento del hard rock. Incombustible clásico que sería uno de los puntales de la banda en directo, con versiones explayadísimas de hasta 30 minutos de duración.
Por JORGE LUIS GARCÍA
Aquí tenemos un perfecto ejemplo de la cacareada rapiña compositiva de los bucaneros Led Zeppelin ejecutada en beneficio de una causa mayor. El objeto expoliado, en este caso sin conceder ningún crédito de coautoría, es un oscuro blues no particularmente emocionante de Moby Grape llamado “Never”. Los Zep toman porciones de la letra y algunos elementos melódicos para construir una bestia completamente distinta. La banda en realidad no hacía nada que no se hubiera hecho antes en el blues, un género popular que se nutría de apropiaciones transmitidas de una generación a otra en una larga tradición oral. Ellos se consideraban otro eslabón de esa cadena, aunque escuchando “Since I’ve Been Loving You” cabría pensar más bien en el hacha que rompe la cadena. Grabada en vivo en una sola toma en el estudio para su tercer álbum, esta es una de las mayores obras maestras de Led Zeppelin. El blues más dramático, ardiente y catártico que servidor haya escuchado nunca, con Page echando chispas al límite de la expresividad más sublime, Plant dejándose la vida como si fuera Janis Joplin, Jonesy echando leña al fuego con el Hammond y Bonzo empujando hacia el brutal clímax desde los parches. Moby Grape deberían sentirse orgullosos de que su tema fuese el germen de semejante enormidad, aunque no pillaran ningún royalty.
Por RODRIGO MARTÍN
En el mundo del arte en general, y en el de la música en particular, no existen las verdades absolutas, sino todo lo contrario. Para mí, sin embargo, sí hay una cuestión que no admitiría discusión alguna: John Bonham ha sido y siempre será el mejor batería de la historia del rock. Nunca nadie ha tocado ni tocará como él (aunque haya creado escuela), y aún más importante, nunca nadie ha sonado ni sonará como él. Y nunca tocó ni sonó mejor que en “In My Time of Dying”, incluída en “Physical Graffiti”, el disco que mejor suena de la banda. Bonham realiza una exhibición baterística sin igual (mucho más estimulante que las de “Moby Dick”, “Four Sticks” o “Bonzo’s Montreux”), y lo hace manteniéndose en todo momento al servicio de la canción. Una canción de más de 11 minutos (la más larga en estudio del grupo) en la que el bueno de Bonzo comienza enseñando poco a poco la patita hasta que se decide a irrumpir a lo grande, adueñándose por completo de la fiesta, para acabar sonando como medio centenar de tanques arrasándolo todo a su paso. Si a esto le sumamos que Page despliega algunos de sus riff más incendiarios (con un manejo magistral del slide), Jonesy realiza un trabajo de contención sobresaliente y aún tiene espacio para el lucimiento personal, y Plant, en el momento álgido de su carrera, está soberbio cuando muestra contención y aún más cuando se desata por completo… pues el resultado es uno de las trallazos fundamentales de la historia del rock.
Por ALBERTO LORIENTE
En sus escasos once años de trayectoria a Led Zeppelin les dio tiempo a coleccionar unas cuantas obras maestras incontestables de la música, pero muchos de sus fans, pese al brillo popular de álbumes como «II» y «IV», tenemos una especial predilección por «Physical Graffitti». Aunque contenía todos los elementos característicos de su música, su disco de 1975 exhibe una fuerte personalidad propia que le hace absolutamente único. En él resalta especialmente el mayor tono de madurez y sobriedad alcanzado por el grupo y, sobre todo, un adictivo aire melancólico presente en muchos de sus temas, que optan por el medio tiempo y la extensa duración para desplegar sin prisas un riquísimo universo musical. En este sentido, «Ten Years Gone» no es excesivamente popular, pero sí absolutamente paradigmática. Impregnado de nostalgia desde su mismo título -la letra habla presuntamente de una pretérita relación amorosa de Plant- el tema es una absoluta lección compositiva de Page, plena de cambios de ritmo pero sin llegar nunca a romper del todo, manteniendo así una lúgubre tensión que rezuma elegancia y ‘savoir faire’. Desde un mágico acorde introductorio a un sencillo pero precioso riff, pasando por uno de sus solos más sutiles y desgarrados y un final de aúpa, «Ten Years Gone» encumbra a uno de los guitarristas que mejor supo siempre poner al servicio de la canción su enorme virtuosismo. Si a eso le añadimos una de las interpretaciones más sutiles y sentidas de Plant, el conjunto es una pieza maestra a reivindicar.
Por RODRIGO MARTÍN
“Thank You” fue la primera canción de Led Zeppelin que escuché en mi vida, o la primera que escuché sabiendo que AQUELLO que estaba escuchando pertenecía a una banda llamada Led Zeppelin. Antes que “Stairway to Heaven”, “Whole Lotta Love”… Yo era muy crío, así que quizás por eso asumí y se me quedó grabado en la cabeza que “Thank You” era la mejor, y la más famosa, de las canciones de la banda. Luego descubriría que no, que las tenían mejores y, sobre todo, mucho más populares. Pero algunas veces, ciertos vínculos con determinadas canciones son inquebrantables, y éste es uno de esos casos. Además, tampoco estaba tan alejado de la realidad. “Thank You” es, como poco, el segundo tema más importante de “Led Zeppelin II”, por detrás de “Whole Lotta Love”, y funciona como el reverso perfecto de ésta. Si el tema que abría el álbum era un pelotazo rockero sucio y obsceno, la encargada de cerrar la cara A era una deliciosísima y preciosa canción de amor. De hecho, “Thank You” podría y quizás debería ser considerada LA canción de amor definitiva, porque no hay mayor muestra de amor que dar las “gracias”, y porque una vez que has soltado eso de «If the sun refused to shine, I would still be loving you. When mountains crumble to the sea, there will still be you and me», ya no puedes ingeniar nada que sea capaz de superarlo.
Por SERGIO ALMENDROS
Después de varios temazos en los que puede haber sorpresas e incluso elecciones no compartidas por todo el mundo, llegamos a la crema, a los indispensables, y aparece ya en nuestra lista una de las imprescindibles de Led Zeppelin y, por ende, de la historia del rock. «Whole Lotta Love», un tema tan indiscutible como polémico, uno de los riffs más reconocidos del rock ‘n’ roll y uno de los alaridos más famosos de la música. Muchas veces hablamos de ciertas canciones como románticas, sensuales o incluso sexys; pues bien, «Whole Lotta Love» es pornografía. Aún recuerdo mis primeras escuchas de esta canción a altavoz abierto con una especie de sonrojo similar al que se produce cuando estás viendo con tus progenitores una película y aparece una escena de sexo, a pesar de que el disco era de mi propio padre. Esa especie de puente, free jam o interludio en la que los gemidos de Robert Plant se entremezclan con los sonidos del theremín fue en su día, días de aprendizaje, lo que impepinablemente más me sorprendió de esta composición. Una composición que rezuma sexo y sudor por los cuatro costados. Más tarde llegaría el tema del supuesto plagio y la obligada inclusión de Willie Dixon como compositor del tema, pero cuando esa información llegó a mis oídos, estos ya estaban rendidos a una de las canciones más importantes de la historia y de mi historia.
Por RODRIGO MARTÍN
Cuando los cuatro miembros de Led Zeppelin querían exhibir músculo, demostraban que tenían más músculo que nadie en el mundo del rock. Pero cuando se ponían en modo épico, o espiritual, o apelaban a su capacidad de evocación, ahí sí que no tenían rival alguno. Podríamos hablar largo y tendido del reconocidísimo riff de guitarra de Page, del casi igualmente fundamental patrón de batería de Bonham, de los decisivos arreglos orquestales de Jones, o de un Plant que más que cantar nos embriaga y hechiza con cada uno de sus versos… Sí, podríamos analizar la canción durante horas y horas y jamás llegaríamos a explicar qué es realmente “Kashmir”. Porque “Kashmir”, más que una canción, es un viaje. Y a “Kashmir”, más que escucharla, hay que vivirla en un estado de trance. Los cuatro miembros de la banda la amaban y la consideraban uno de sus mayores logros musicales, especialmente Plant, que llegó a calificarla como «la canción definitiva de Led Zeppelin». Quiénes somos nosotros, vulgares mortales, para llevarles la contraria.
Por SERGIO ALMENDROS
Que sea una de las pocas canciones a las que Led Zeppelin ha dado su permiso para incluir en varias películas quizás haya resultado definitivo para convertir a «Immigrant Song» en una de sus composiciones más famosas, y al grito de Robert Plant en uno de los momentos más identificables de su carrera. El tema está dedicado al explorador vikingo Leif Erikson y su percusión a paso militar la convirtió en idónea para abrir sus conciertos de 1970 a 1972. Presente en su tercer disco, el primero que tuvo un recibimiento dispar, este tema, con el que se abría el vinilo, quedaría como el más recordado de una colección que se abría por primera vez de forma total a los sonidos folk. No era el caso de «Immigrant Song», una de las composiciones en las que la banda se mostraba más compacta, sin que ninguno de los instrumentos destacara esta vez con alguno de sus numerosos y habituales alardes. Sin más estribillo que el grito de guerra antes destacado, con uno de sus riffs más sencillos y sin una melodía especialmente sobresaliente, que de ahí saliera un clásico del rock da cuenta de la calidad de una banda que no necesitaba de fuegos de artificio para deslumbrar, puntualizando además que, al margen de la maestría de cada uno de sus componentes, también funcionaban perfectamente como un bloque.
Por ALBERTO LORIENTE
¿Cómo hablar en unas pocas líneas de la canción más famosa de Led Zeppelin y uno de los grandes himnos del rock? ¿Cómo hablar de ese tema que ha sufrido un juicio por presunto plagio, de la que se denunció que tenía referencias satánicas y que sonó durante 24 horas seguidas en una radio estadounidense? Pues simplemente señalando que es una de esas canciones totales que resumen casi toda una carrera, al estilo de «Bohemian Rhapsody» de Queen, «Won’t Get Fooled Again» de The Who o «Hey Jude» de The Beatles. Su escalofriante comienzo, de un minimalismo desarmante, muestra la gran influencia a esas alturas de la carrera del grupo (el famoso cuarto disco de 1971) del folk británico. Un arpegio maravilloso de Page, la base del sutil mellotron de Jones y la mágica voz de Plant bastan para apartarnos de la vulgar vida real y adentrarnos en un territorio de belleza infinita. La intensidad va subiendo de forma casi imperceptible hasta que Page se arranca con un glorioso solo que justifica toda una trayectoria. Ya no hay vuelta atrás, Plant deja los susurros y grita con un ‘feeling’ bestial al mismo tiempo que Bonham se desata con sus característicos redobles orgásmicos. Ese ‘summum’ enloquecedor casi da fin al mito, de no ser porque regresa por un momento la intimidad para que Plant nos deje definitivamente noqueados con esa bellísima «…and she’s buying a Stairway to Heaven». Sin palabras.
Por JORGE LUIS GARCÍA
Después de tan generosa ración de blues mastodónticos y retorcidos, suites megaépicas, pepinazos hard rock y baladas de belleza exquisita, puede resultar paradójico que nuestro tema favorito de Led Zeppelin sea lo más simple que jamás hicieron. O quizás no sea tan paradójico, porque “Rock and Roll” es sencillamente la pieza más desaforada, apisonadora y carismática de su repertorio. Alguien dijo alguna vez que es “Chuck Berry puesto hasta arriba de esteroides” y no se me ocurre mejor definición para este artefacto que funciona como el más genuino tributo al rock ’n’ roll primigenio de los 50 pero también como su más poderosa traducción al formato XXL de los 70. Los Zep, acompañados por las trepidantes teclas de Ian Stewart (habitual de los Stones), tomaron tres acordes y les imprimieron toda la potencia, ferocidad, adrenalina y sudor de las que eran capaces. El resultado es una bomba nuclear capaz de revivir a un muerto que no dudaron en utilizar para abrir sus conciertos de 1972 a 1975 y reservarla en giras posteriores para los bises. Al fin y al cabo, esta es la canción de Led Zeppelin más apropiada para poner de acuerdo a todas las facciones de seguidores del rock. Incluso el punk, que tanto despreciaba la ampulosidad de los dinosaurios como Zeppelin, tenía que agachar la cabeza ante tal asalto físico de rock ’n’ roll a toda máquina.
¡Feliz cumpleaños, Cadillac! ¡Y que viva el Rock & Roll!
Buena selección…la verdad es que es difícil escoger en un grupo de este calibre…