«¿Qué te juegas?»: El amor en los tiempos de Tinder

La comedia romántica es un género casi endémico en la historia del cine. Siempre ha estado ahí, desde los albores del Séptimo Arte, pero lo cierto es que en la actualidad está muy lejos del fulgor que gozó allá por finales de los años 90 y principios del nuevo siglo. Y me atrevo a apuntar que la razón principal es la falta de actualización del género a los nuevos tiempos. Apenas hay excepciones que, como «La gran enfermedad del amor» o la ya veterana «(500) Días juntos», hayan sabido aportarle aire fresco, mientras que sigue predominando, incluso entre el cine español, el exceso de respeto a los cánones clásicos, ya algo caducos habida cuenta de la revolución que hemos experimentado en nuestras vidas en los últimos años.
Por eso se esperaba con interés la llegada a nuestras pantallas de «¿Qué te juegas?», la ópera prima de Inés de León, cortometrajista de prestigio y colaboradora en ese universo en constante crecimiento que es el de «Paquita Salas». Uno esperaba al menos una obra que resituara a la comedia romántica en nuestro contexto actual, de forma similar a lo que hizo en los años 90 Álvaro Fernández Armero en aquellos filmes protagonizados por Coque Malla como «Todo es mentira» o «Nada en la nevera».

El algo enrevesado argumento de esta nueva cinta narra la pugna de dos hermanos propietarios de una naviera para aplicar sus muy diferentes visiones en la gestión de la empresa. Roberto (Javier Rey) es un ‘bon vivant’ de manual que quiere imponer sus visionarias ideas mientras que Daniela (Amaia Salamanca) es su exacta antítesis, una joven calculadora, concienzuda y absolutamente volcada en su trabajo que es la que está al frente del día a día de la compañía y pretende dar continuidad con los métodos que ya ha ido aplicando, lejos de arriesgadas ocurrencias.
El ardid de Roberto para imponer su visión empresarial es la de encontrar a alguien que enamore a Daniela con el objetivo de que ésta baje sus defensas y se desentienda todo lo posible de la gestión de la naviera. Tras muchos vericuetos, la elegida acaba siendo Isabel (Leticia Dolera), una monologuista en apuros económicos que acepta el encargo bien remunerado de Roberto. Sin embargo, el plan tiene un claro punto débil: los sentimientos que éste empieza a tener con la deslenguada humorista. Ahí es nada, un triángulo amoroso en el que un hombre y una mujer compiten por otra dama en un plano de total igualdad y que el guión sabe tratar con absoluta normalidad. Corrijanme ustedes, pero no creo que haber visto nada parecido en el cine español y, esto sí, supone una novedad verdaderamente refrescante que conviene elogiar, al igual que un buen pulso narrativo que hace el visionado razonablemente entretenido.

Otro punto a favor del filme es la solidez de sus actrices protagonistas. Dolera está al gran nivel que se le espera, llena de gracia y frescura, pero la gran sorpresa la da Salamanca, algo desaparecida en los últimos años, al que uno no recuerda haber visto tan bien en un rol cómico. La intérprete devora un personaje tan jugoso como el de Daniela y se recoloca como una opción muy plausible para volver a encabezar repartos en el cine español. Algo menos convincente resulta Rey, uno de los rostros de moda gracias a su Sito Miñanco de la modélica serie «Fariña», en un papel de galán en el que se muestra algo irregular y en el que echamos de falta el carisma arrollador que demanda su personaje.
El extraño estado actual del amor, en el que Tinder ha acabado arrinconando a las barras de bar (esos ‘vertederos de amor’ a los que cantaban El Último de la Fila), y en el que muchas personas prefieren mantener una relación virtual a través de internet y ahorrarse el ‘molesto’ trámite del contacto directo con su amante, es diseccionado brillantemente en los, a veces, desternillantes monólogos sobre la materia de Isabel.

Sin embargo, es una pena que «¿Qué te juegas?» abandone ahí su vena subversiva. Ese novedoso discurso de los monólogos no se ratifica en las situaciones ni en los diálogos de los personajes, dentro de un guión que prefiere deslizarse por el aspecto más convencional y respetuoso con los cánones del género, incidiendo en los lugares comunes que tantas y tantas veces hemos presenciado anteriormente en mil y una películas.
El filme no acaba de funcionar tampoco en un aspecto fundamental en el género: el de los actores secundarios. Únicamente el ubicuo Brays Efe y el más que generoso cameo de Santiago Segura aportan algo de chispa al conjunto, mientras que el resto quedan muy desdibujados y provocan, cuanto menos, la indiferencia. Peor aún es el caso de ese intento de ‘robaescenas’ que es ese chamán amazónico casi omnipresente, que no aporta nada e incluso desvía demasiado la atención.

El declinar del filme se acentúa en su último tramo, especialmente en un final demasiado desangelado y descorazonadamente conservador, que acaba por desintegrar cualquier esperanza de significar un reflejo del signo de los tiempos. Queda pues una digna y moderadamente divertida muestra del género, que no dejará de gustar a unos cuantos, pero cuyo interés queda demasiado circunscrito a los habituales del género. Para los demás….otra vez será.
