
Como ya se ha dicho en infinidad de ocasiones, la carrera de Nirvana cumplió a rajatabla con cada uno de los preceptos de la mítica frase de James Dean de «vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver». Tres discos de estudio (directos y recopilatorios al margen) le bastaron a la banda de Seattle para asaltar las cabezas de toda una generación y, lo que es más sorprendente, de generaciones posteriores, quedando ya para siempre el nombre de Nirvana grabado a fuego como una de las bandas más importantes e icónicas del rock. Lógicamente, para llegar a este nivel de leyenda entran en juego muchos más aspectos además de su música, y es ahí donde emerge la figura de Kurt Cobain, quien hizo suyo el mantra arriba señalado, siendo su tormentoso ritmo de vida el que marcó el ritmo (y final) de la trayectoria de Nirvana. Aquel 5 de abril de 1994 se apagó la luz de Cobain y con él la de Nirvana, pero se encendió la de un nuevo mito. La historia de Nirvana, por breve y archiconocida, se puede plasmar en pocas líneas: uno de los muchos grupos que en Seattle estaban fraguando eso del grunge, tras un primer disco de escaso reconocimiento, se topó con el instantáneo éxito mundial a raíz del vídeo de «Smell like teen spirit». Con una sola canción, Nirvana se convirtió de la noche a la mañana en el referente de toda una generación, en un fulgurante ascenso paralelo al aumento de los
problemas que se acumulaban en torno a Kurt Cobain. La llama se mantuvo con su tercer disco («In Utero»), aunque el nivel de ventas (concretamente, la mitad) no se acercó al logrado con «Nevermind». Y pocos meses después, la tragedia. La posterior publicación del «MTV Unplugged in New York» supuso un epílogo tan bello como desconcertante, ya que el grupo que había llevado la actitud más dinamitante y punk a las habitaciones de la juventud mundial se despidió a través de la ultracomercial MTV, sentados en unos taburetes y rodeados de acústicas y chelos. Este caprichoso guiño del destino dibujó más interrogantes acerca de lo que podría haber sido Nirvana a largo plazo y sobre su devenir artístico, acerca de un futuro quizás sin la mitología de un suicidio a los 27 pero tal vez con una evolución con la que también ganarse el cielo. Siendo poco menos que una fantasía elucrubrar con qué hubiera sido, nos quedamos con lo que realmente fue, haciendo un repaso por los cinco discos que forjaron la leyenda de Nirvana: el de los comienzos («Bleach», 1989), el mítico («Nevermind», 1991), el de las rarezas («Incesticide», 1992), el de la quiebra interior («In Utero», 1993) y el de la despedida («MTV Unplugged in New York», 1994).
«Bleach» (1989), por Alberto Loriente

«Bleach» siempre quedará para la historia como ese ‘debut ruidoso’ previo a la apertura de la caja de las esencias de Nirvana con un disco tan legendario como «Nevermind». Pero si es posible dejar aparte el posterior fulgor de la carrera de la banda de Cobain, Novoselic y Grohl, «Bleach» es un disco que merece muchísimo la pena y que se defiende por sí solo. Inmerso aún en el arquetípico sonido Seattle pre-1991, Jack Endino lograba homologar con su oscura y guarra, pero también precisa producción, al bisoño grupo (con Chad Channing aún a la batería) con formaciones ya míticas de la ciudad o alrededores como Tad, Mudhoney o Melvins. Curiosamente, la canción más célebre de «Bleach» es la menos representativa del disco:
«About a Girl» es una maravillosa rareza pop claramente influida por los primeros Beatles a la que le han dado un irresistible baño de sucia electricidad, muy definitoria de lo que acabará siendo el sonido Nirvana. Por su parte,
«Negative Creep», el otro gran puntal del álbum, es su perfecta némesis: rabia extrema, locura a lo Melvins rozando el trash y con Cobain desarmándonos con su desesperada voz. Entre medias, aunque más cerca de la segunda, encontramos una serie de temazos que, partiendo de riffs gordos y áridos, siempre acaban dejando algún fragmento melódico para el recuerdo:
«School»,
«Floyd the Barber», la fiera
«Scoff», la más psicodélica
«Love Buzz» (versión de Shocking Blue) o esa primitiva
«Downer» que se añadió en las sucesivas reediciones del disco. «Bleach», el cimiento imprescindible de una carrera mítica.
«Nevermind» (1991), por Jorge Luis García

Si hubiera que elegir un solo disco que representara, simbolizara o resumiera los años 90 sería éste. Así de gigantesca es la sombra que proyecta ese icónico bebé bajo el agua. Probablemente estemos ante el último álbum de rock que tuvo un impacto real en la industria hasta el punto de, literalmente, transformarla. Su importancia histórica, casi 30 años después de su publicación, es incuestionable, pero ya en el momento en el que
«Smells Like Teen Spirit» aterrizó en la MTV se percibía claramente la llegada de un nuevo orden que iba a arrasar con los códigos artísticos, estéticos y vitales de la década anterior. «Nevermind» funcionó como el ariete que derribó la muralla que separaba el
underground del
mainstream y permitió que el rock alternativo en general y el grunge en particular se adueñara de las radiofórmulas. Lo cierto es que muchas bandas venían picando piedra en los sótanos de la industria, pero Nirvana tuvieron la suerte o el don de llegar en el momento oportuno con las armas adecuadas. La leyenda cuenta que «Nevermind» conectó inmediatamente con la ansiedad y la angustia
teenager de la denominada generación X, y hay mucho de verdad en ello, pero, por supuesto, no era obligatorio ser un adolescente deprimido y asqueado con la vida para que el disco te llegase. Al final se trataba de las malditas canciones. Esas que grupos más rupturistas y arriesgados como Sonic Youth no tenían. Kurt Cobain disponía de un talento innato para aunar ruido y melodía y lo derramó en un disco que, es verdad, no inventó nada musicalmente, pero que supo actualizar la agresividad grasienta del punk y fundirla con la contundencia del hard rock de los 70, preservando en la mezcla la accesibilidad del pop. Los temas más recordados del disco (el imperecedero himno generacional «Teen Spirit»,
«Lithium»,
«In Bloom»,
«Come As You Are») son aquellos que llevaron la fórmula Loud-Quiet-Loud de los Pixies a su máxima expresión, pero «Nevermind» también era los aldabonazos iracundos de
«Breed»,
«Territorial Pissings» o
«Stay Away»; los ganchos melódicos irresistibles de
«Drain You» y
«On a Plain»; o la calma desnuda, casi aterradora, de
«Polly» y la funeraria
«Something in the Way». La producción de Butch Vig y las mezclas de Andy Wallace aligeraron la aspereza del sonido previo de Nirvana consiguiendo una especie de furia radiable que sin duda fue otra de las claves del éxito masivo. Éxito y fama inesperados que Cobain nunca supo digerir, atormentado por la forma en que su airado escupitajo contra el
establishment terminó siendo asimilado por el mismo y convertido en tendencia.
«Incesticide» (1992), por Alberto Loriente

Cuesta desligar un artefacto como «Incesticide» de lo que realmente es: una mera operación comercial de Geffen para seguir rentabilizando el filón Nirvana en las Navidades de 1992, justo en la mitad del trayecto que separan el sismo causado por «Nevermind» y la publicación en 1993 de «In Utero». Sin embargo, basta darle una escucha para concluir que es una bendición que este compendio de descartes, caras B y versiones diseminadas por diversos EP’s y colaboraciones saliera a la luz junto a algunos temas realmente inéditos. Una de las grandes virtudes de «Incesticide» es trazar una línea muy útil para observar la evolución experimentada por los de Seattle en el comienzo de su carrera. Aquí tenemos ejemplares muestras de su faceta más primitiva como esa excelente
«Downer», ya comentada en el apartado de «Bleach»; la tremenda sugerencia de
«Big Long Now» -algo así como unos Black Sabbath primarios en ‘down tempo’- y el desgarro de
«Stain». Por contraste, los temas más cercanos a la órbita «Nevermind» muestran un progresivo abandono de los riffs gruesos a lo Melvins para adecuarse más a los territorios de pop-punk retorcido de Pixies y así podemos disfrutar de balazos como
«Aneurysm» (su muestra más cercana al punk circa 1977), la fuerza de
«Dive», la variedad de tonos de
«Sliver» y el alegato feminista de
«Been a Son», mientras que la frescura punk-pop de las versiones de The Vaselines
«Molly’s Lips» y
«Son of a Gun» redondean un disco finalmente indispensable para cualquier seguidor de la banda -y del rock-.
«In utero» (1993), por Irene B. Trenas

Puede que «Nevermind» haya pasado a la posteridad como la gran obra de Nirvana, como un nido de himnos y grandes éxitos, como uno de los discos de más famosos y valorados de la historia de la música, pero llevado a un terreno personal, «In Utero» es para mí el mejor de la banda. No sólo quedó como un testamento, como una crónica de una historia truncada y de un camino a medio hacer, este álbum es una muestra de las elecciones sonoras que la formación habría tomado en el futuro de no haber existido, fuera de tiempo, la muerte de Kurt Cobain. Pero existió, se produjo, esa gran vigilia de los noventa llena de cuerdas metálicas y lirios. Después de haber exprimido su propio grunge, la formación quiso ir en pos de sonidos menos limpios labrando una carretera a una ciudad distinta. No obstante, tras la falta de convicción hacia la producción de Steve Alvini y con la introducción de Scott Litt en la historia, el tercer álbum acabaría por no poder negar su condición de hermano de «Nevermind». Cuatro sencillos verían la luz con esta lección de anatomía por bandera:
«Heart-shaped Box»,
«Rape Me» y
«Pennyroyal Tea», con su protesta de riffs, y
«All Apologies», que con el trascurso del tiempo ha llegado a convertirse en la atmósfera de una revelación. Sin embargo, otros cortes del disco que no llegaron a ser himnos para el gran público merecen ser destacados. Hay una cierta ambición psicodélica en el aire en
«Serve the Servants», siempre mantendré que
«Frances Farmer Will Have Her Revenge on Seattle» y
«Very Ape» son de los mejores temas de este LP,
«Dumb» es en sí misma un estado de ánimo y
«Milk It», rozando el post-hardcore, no puede ser ignorada. Hubo mucho de lo que hablar. Depresiones, protestas, dolores e hijos. Se habría seguido hablando de todo ello de no llegar el silencio.
«MTV Unplugged in New York» (1994), por Sergio Almendros

Después de meterse en los dormitorios de los adolescentes de medio mundo, Nirvana se coló también en los coches y en los salones de sus padres con el póstumo disco en acústico que otorgó una nueva dimensión al grupo. A pesar de haber sido grabado y emitido en televisión meses antes del suicidio de Kurt Cobain, el disco como tal (y en aquella época tenían mucha importancia los discos) no vio la luz hasta noviembre de 1994, más de medio año después de la muerte de Cobain. Sin embargo, este periodo de tiempo no evitó que «MTV Unplugged in New York» (disco analizado más en profundidad en
este artículo) tuviera todas las trazas de álbum póstumo. Aunque distaba un universo de lo que hasta entonces había sido Nirvana, el sonido relajado y adornado de cuerdas y un repertorio oscuro e incómodo para los seguidores poco habituales hicieron de este disco/concierto, además de una especie de funeral
on stage de Cobain, una despedida entre interrogantes, y subrayo lo de los interrogantes ya que a día de hoy no podemos tener claro si el giro que la banda mostró en este álbum era algo puntual o una pista de por dónde hubiera ido su carrera. Está claro que un acústico es un acústico, pero también es cierto hay muchas formas de acometerlo, y la forma en la que lo encaró Nirvana no era la habitual para un grupo de guitarras, encontrando al fin acomodo esa parte melódica del grupo que siempre se había intuido tras el ruido y la rabia. Precisamente fue Cobain quien más hizo suya esta transformación y a quien se le intuye más satisfecho con las sonoridades que estrenaba Nirvana, con el portento de Dave Grohl tras la batería encorsetado y casi engrilletado. Dos son los elementos que hicieron de «MTV Unplugged in New York» un disco tan peculiar como exitoso (y quién sabe si siendo lo segundo consecuencia de lo primero), los nuevos arreglos del grupo y el cancionero elegido para la ocasión. Es evidente que hay ciertos temas que podrían parecer inevitables y allí estuvieron, esos temas que ya en su versión original eran más relajados (
«Polly»,
«Something in the Way»,
«All Apologies»…), pero la sorpresa llegaba al dar de lado a casi todos sus grandes éxitos, a excepción de
«Come As You Are», siendo sustituidos por un puñado de versiones casi todas desconocidas. Y de entre todas, personalmente me quedo con la que cerraba el disco, ese
«Where Did You Sleep Last Night» que con sus últimas estrofas a grito por primera vez, su alarido final de lamento y esa mirada fija en ningún lado ponían un desgarrador punto final a la carrera (y a la vida) de Kurt Cobain.
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