«Reyes de la noche»: furia en las ondas

Pocas fuentes de inspiración tan prometedoras han surgido en los últimos años como la de «Reyes de la noche»: la consistente en la furibunda lucha mantenida en los últimos años 80 y los 90 entre las dos grandes figuras mediáticas de los programas deportivos nocturnos: José María García y José Ramón de la Morena. Más que nada porque, más allá del atractivo congénito de los dos personajes, esta pugna podía alcanzar cotas mucho más ambiciosas: un retrato de la escena mediática nacional de aquellos años, el enfrentamiento entre las sempiternas dos Españas, el permanente conflicto entre lo viejo y lo nuevo….y un largo etcétera. La premisa podía haber dado para un excelente documental (ya fuera en forma de largometraje o serie) o para ficciones de muy distinto cariz. Podría haber deparado un retrato íntimo de los dos contendientes o bien una ambiciosa panorámica de la sociedad española de la época o incluso una vitriólica farsa humorística. Lo malo es que la producción de Movistar+ quiere hacer un poco de todo lo señalado anteriormente, quedándose, sin embargo, en un romo término medio.
Adolfo Valor y Cristóbal Garrido, creadores de la serie, han decidido abordar el relato por medio de la comedia dramática, ofreciendo un tono desenfadado, ligero y muy accesible a todo tipo de públicos (no en vano dirige la mayoría de los capítulos Carlos Therón, último rey de la comedia comercial española), pero nunca decididamente cómico, con el objeto de poder introducir, como contraste, elementos realmente dramáticos sin que el edificio acabe colapsando.

«Reyes de la noche» exhibe todo su potencial en su gran episodio piloto, que fluye vertiginoso entre la euforia desatada de Paco el Cóndor y su equipo tras una nueva exitosa temporada, un sorpresivo cambio de emisora y la traición de su mano derecha, el joven Jota Montes, que aceptará la casi imposible tarea de sustituir a su antiguo jefe. Excelente ambientación, un gran reparto, un guión con chispa…todo hace augurar que los restantes capítulos se van a hacer muy, muy cortos.
Pero demasiado pronto empiezan a aparecer grietas en el edificio y la más grande es la producida por la conflictiva relación que mantiene la serie con la realidad histórica. Mientras que, por una parte, el argumento parece querer basarse en tan legendario duelo pero alejándose prudentemente de los hechos históricos (el Jota Montes de Miki Esparbé apenas tiene que ver con De la Morena y muchos otros personajes no parecen tener un reflejo obvio en la realidad), resulta que El Cóndor de Javier Gutiérrez es un claro ‘impersonator’ de García y uno de sus periodistas remite directamente (y jocosamente) a Pipi Estrada. A su vez, hay un ex seleccionador y colaborador de Montes -interpretado por el últimamente ubicuo Carlos Blanco– que parece un velado homenaje a Luis Aragonés. Y ya, para rizar el rizo, surgen, sin justificación convincente, distintas referencias reales, destacando entre todas ellas la aparición ‘estelar’ de un desafortunado (por demasiado paródico) Jesús Gil. Todo este batiburrillo echa de menos un equilibrio que le dé coherencia y que, sobre todo, no despiste ni aturda al espectador. Desde tiempos inmemoriales se ha introducido personajes en reales en tramas ficticias, no es ése el problema, sino que no exista una coherencia interna que lo justifique suficientemente.

Al mismo tiempo, se hace palpable una gran irregularidad tanto entre sus distintos episodios como entre las diferentes tramas que vertebran la serie. Nada aporta la prescindible concesión al romance que representa la relación de Montes con Marga Laforet (trasunto de las diferentes presentadoras de los programas de confesiones de la madrugada) y duele especialmente lo desaprovechada que luce una gran actriz como es Itsaso Arana. Ese querer meterlo todo en un envase tan pequeño como es el de «Reyes de la noche» hace que la interesante trama (la más dramática de todas) que relata las duras vicisitudes familiares de El Cóndor acabe estando un tanto solapada.
No obstante, hay momentos en los que la serie sí sabe combinar con acierto la recreación de la enrarecida atmósfera de la época con el necesario vigor narrativo. Ahí está la patética historia de un pobre árbitro corrupto, que sugiere tantas suspicacias sin aludir a ninguna en concreto, y, sobre todo, ese bien resuelto conflicto con los controladores aéreos, que trasparenta con fuerza y elegancia las estrechas conexiones entre estos astros mediáticos y el Poder, así con mayúscula.

Los escasos 6 episodios de 30 minutos dejan esta primera entrega de «Reyes de la noche» como un mero esbozo de lo que puede estar por llegar, habiendo apenas rascado un mero prolegómeno de todo lo que la historia real llegó a dar y que se supone que la serie va a aprovechar a su favor para ir ganando contundencia e interés. Ante esta parquedad de metraje, la profusión de personajes provoca que apenas se pueda profundizar en cada uno de ellos, dejando algo desamparado a un gran reparto que, sin duda, tiene que lograr mayores oportunidades de brillar en sucesivas temporadas. De momento, aparte de la labor del siempre confiable Gutiérrez, uno se queda con un Alberto San Juan, que en sus últimos roles está apostando por mostrar una vis cómica que le va como anillo al dedo.
«Reyes de la noche» se recompone un tanto en su episodio final que deja la historia en un momento realmente álgido desde el que partir. Ahora es tiempo de realizar ajustes, reducir tramas para quedarse con las realmente importantes, insuflar unas buenas dosis de energía y, sobre todo, saber realmente lo que se quiere contar, sin desvíos innecesarios. Si lo consigue, la producción de Movistar+ está aún a tiempo de no ser recordada por esta dubitativa primera temporada y poder llegar a ser un nuevo emblema de la ficción nacional. Todos esperamos que así sea.
