«Un lugar tranquilo 2»: más ruido, menos eco

Iluso de mí, uno andaba tan contento allá a mediados del marzo de 2020 por haber confirmado su asistencia para el pase de prensa de «Un lugar tranquilo 2», la secuela de una de las películas que más le habían sorprendido en los últimos tiempos. Pero pocos días antes de esa anhelada proyección…el mundo cambió para siempre. La retahíla de nuevas fechas de estreno del filme y sus sucesivas cancelaciones se desarrollaron al compás de una sociedad que iba alternando momentos de tibia esperanza con nuevas y brutales decaídas. Pero, al fin, un día de comienzos de junio de 2021, el que esto escribe se sentaba en una sala de cine, bien provisto de mascarilla y gel hidroalcohólico para disfrutar, 15 meses después, de una producción que había visto recompensada su paciencia con la hazaña de conseguir el mejor estreno en cines estadounidenses desde el inicio de la pandemia y haber marcado la definitiva vuelta del cine comercial a la gran pantalla. «Un lugar tranquilo 2» ya se ha convertido, mucho más que en una película, en todo un símbolo. Como nos enseña el argumento de sus dos entregas, incluso en el más devastado de los mundos siempre existe, por mucho que cueste encontrarla, una brizna de esperanza.
Trasladándonos ya a terrenos mundanamente cinematográficos, John Krasinski afrontaba con esta secuela un reto de enormes proporciones: ofrecer una continuación digna de una primera parte que había logrado la cuadratura del círculo. Porque «Un lugar tranquilo» representó el sueño de todo productor. Dentro de un terreno tan trillado como el de las invasiones extraterrestres, el filme de Krasinski logró una reinvención del subgénero sin forzar la postura, simplemente mediante una brillante idea (la amenaza de unos aliens letales pero ciegos, que cazan gracias a su agudísimo sentido del oído), una perfecta ejecución (una cuidadísima puesta en escena, un ingenioso uso del sonido, una dirección sobria pero certera que propició algunas de las mejores secuencias de puro terror del cine reciente) y, sobre todo, de un guion con alma que ofrecía una profunda disección del verdadero significado de lo que supone ser una familia. El resultado fue un merecido triunfo tanto a nivel comercial como crítico, contentando tanto al espectador más casual como al menos tendente a dejarse seducir por el género del terror.

El hecho de dar continuidad a una historia tan perfectamente cerrada y bien atada como fue la primera hubiera amilanado a cualquiera, pero la estrella de «The Office» lo ha afrontado con su habitual naturalidad. Retomamos a la familia Abbott -la madre ahora viuda, su inteligente hija sorda, su impulsivo hijo y ese bebé que tantos malos ratos nos hizo pasar- justo en el punto que la dejamos, prosiguiendo su camino de supervivencia tras dejar atrás el sacrificio del marido y progenitor, transitando en silencio por un desolado mundo sin que tengan idea alguna de lo que se van a encontrar a continuación. Un desafortunado suceso propiciará su encuentro con Emmett (Cillian Murphy), un antiguo amigo de la familia, que les dará refugio en una fundición abandonada, nuevo enclave principal de la trama.
El detallista, austero y efectivo Krasinski vuelve a mostrarse como uno de los directores de mayor crecimiento de los últimos tiempos, el reparto comandado por Emily Blunt, Murphy y esa absoluta revelación que sigue siendo Millicent Simmonds sigue rayando a gran altura y la factura técnica continúa brillando, ahora incluso más que en la primera parte. Fruto de todas estas virtudes, volvemos a vibrar y a pasarlo realmente mal con las andanzas de la familia intentando evitar ser pasto de los implacables extraterrestres…pero se ha diluido por completo el factor sorpresa, que tan fundamental resultó en el impacto de la entrega inaugural. Ese mismo mundo postapocalíptico que el filme nos presenta lo hemos visto millones de veces, ya sabemos que habrá un imprevisto que provocará un grito o el crujido de una rama y la consiguiente llegada de un alien hambriento, que el inconsciente bebé comenzará a llorar cuando menos oportuno sea o que la inteligencia y la utilización del lenguaje de signos de la adolescente Regan seguirá siendo fundamental.

Consciente de esta sensible limitación, la película apuesta por expandir su universo, abandonar su zona de confort e irse a conocer mundo. Primero, a través de un prólogo que narra el comienzo de la invasión y en el que recuperamos fugazmente al Krasinski actor. Después de una forma más fehaciente, a través de la búsqueda que emprenden Emmett y Regan de una posible colonia de supervivientes. En estos fragmentos, «Un lugar tranquilo 2» abandona sus formas sutiles e íntimas, se colectiviza y se entrega, merced a un palpable aumento presupuestario, a las formas de pura acción de los ‘blockbusters’ más convencionales, algo comparable a lo que supuso pasar del «Alien» de Ridley Scott a la continuación que pergeñó James Cameron. Con esta pequeña metamorfosis, la ya franquicia gana tanto en variedad y nuevos alicientes como lo que pierde en orgullo identitario.
La trama pasa a desdoblarse en tres ramas argumentales cuya contraproducente alternancia provoca un déficit de intensidad en la parte final del metraje que, sin embargo, se ve compensado por la brillante idea de guion que las termina por conectar convincentemente, dejando un postrero poso de satisfacción a la hora de hacer balance de una continuación tan eficaz y vibrante como perezosa a la hora de buscar nuevos temas, nuevas reflexiones, nuevas formas de implicar emocionalmente al espectador.

Según van surgiendo rumores y confirmaciones sobre el futuro de la franquicia (que si una posible serie televisiva, que si un ‘spin off’ cinematográfico dirigido por Jeff Nichols, que si una tercera parte que continúe la trama principal…) vamos comprendiendo la gran diferencia entre «Un lugar tranquilo» y la continuación que ahora se estrena. Mientras que la primera se basaba en el romántico concepto de una brillante idea de unos guionistas perfectamente llevada a cabo, la mera razón de ser de la segunda es la de servir de perfecto puente para seguir exprimiendo una rentable veta de oro. Y miren que somos raros, pero aún seguimos prefiriendo un cine pergeñado en la oscura habitación de un destartalado motel que el que se idea desde la mesa de caoba de una lujosa sala de juntas.
