Loquillo y «La nave de los locos»: Rock’n’roll actitud
Todo dios conoce a Loquillo en este país. A todo el mundo le mola echar un vistazo a los explosivos y polémicos titulares que suele dejar en sus entrevistas promocionales o en sus chats en medios digitales hablando del Gobierno, de Catalunya, de ‘Operación Triunfo’, de los “indies”, de la SGAE o de lo que se tercie, pero muchos menos son los que prestan atención su música. Para una gran mayoría, el Loco es aquel entrañable rockero de los años 80 que hace mucho tiempo que no suena en la radio y que a base de declaraciones divertidamente provocativas que a veces ponen el dedo en la llaga y una actitud calculadamente prepotente y chulesca ha conseguido mantener de algún modo su presencia mediática. Un icono del pasado, como Miguel Ríos o Ramoncín, al que se atiende más por lo que en algún momento significó que por lo que pueda ofrecer actualmente. Pero para una fiel minoría José María Sanz es, más allá de sus contradicciones, fantasmadas y verdades como puños, uno de los grandes personajes del rock’n’roll patrio, no solo del pasado sino del presente. Un artista que ha sabido reinventarse una y otra vez, arriesgando, volviendo al redil y arriesgando de nuevo hasta convertirse en una de las figuras más insobornables, inquietas e independientes del panorama actual, amén de uno de los frontmen definitivos de la historia del rock en español, con un carisma, actitud y presencia que para sí quisieran muchos artistas, nacionales o extranjeros, que parecen salir al escenario pidiendo perdón por existir.
Pocos, muy pocos músicos en este país pueden presumir de un repertorio como el del gigante de Clot. Porque al contrario que casi todas las viejas glorias ochenteras españolas, el Loco es mucho más que los imbatibles hits que perpetró en aquella época dorada de la música patria codo con codo con Sabino Méndez. Asistir a un concierto suyo, ya sea gratuito o de pago (durante mucho tiempo yo solo vi al Loco en fiestas populares de barrio sin soltar un duro, y hasta me vanagloriaba de ello) es siempre una celebración festiva del poder popular y curativo del rock’n’roll. Temas míticos como “Cadillac solitario”, “Ritmo de garaje”, “La mataré”, “El rompeolas”, “Rock suave” o “Rock & roll star” pertenecen a la memoria colectiva de toda una generación, y por sí solos son capaces de poner cualquier recinto patas arriba. Pero lo sorprendente es que piezas más recientes de su repertorio que nunca sonaron en los 40 Principales (“Feo, fuerte y formal”, “Las chicas del Roxy”, “Rock’n roll actitud”, “El hijo de nadie”, “Memorias de jóvenes airados”, “Cruzando el paraíso”) funcionan igual de bien y demuestran que pocos o ningún contemporáneo suyo ha sabido madurar y envejecer con tanta clase como Loquillo.
Cuando el Loco, después de muchas idas y venidas, abandonó definitivamente a los Trogloditas hace seis años tras ejercer de teloneros de los Rolling Stones en el Vicente Calderón (bueno, a Loquillo le gusta presumir de que tocaron CON los Stones, y también con los Who), emprendió una nueva etapa bajo la dirección musical de Jaime Stinus que cristalizó en el fantástico “Balmoral” (2008), un disco de autor nutrido de canciones de sus fieles mosqueteros (Gabriel Sopeña, Luis Alberto de Cuenca, Carlos Segarra, Igor Paskual, Jaime Urrutia e incluso Sabino Méndez) que redefinía el personaje creado por José María Sanz adaptándolo definitivamente a su edad y a los tiempos con credibilidad, elegancia, sabiduría y madurez bien entendida. “Balmoral” fusionaba admirablemente la faceta rockera del barcelonés con la del crooner que cantaba poesía y jazz en trabajos nunca suficientemente ponderados como “La vida por delante”, “Con elegancia” o “Mujeres en pie de guerra”, abriendo así un nuevo camino artístico que tuvo continuidad, tras un nuevo recopilatorio y gira de éxitos, en “Su nombre era el de todas las mujeres” (2011) , disco en el que Sopeña adaptaba poemas un tanto políticamente incorrectos de De Cuenca y Stinus diseñaba una arquitectura sonora similar al de su predecesor, aunque con resultados menos imponentes. Tras la correspondiente gira por teatros y recintos íntimos (documentada en el directo “En Madrid”, de este mismo año), Loquillo anunció que su siguiente paso sería un proyecto de rock de garaje junto a Méndez, con el que había limado asperezas en los últimos tiempos –primero invitándole a tocar junto a él y luego requiriendo sus servicios como autor-, y así llegamos al flamante “La nave de los locos”.
El esperado reencuentro entre Loquillo y su compositor más celebrado, máximo responsable de la época más brillante de Los Trogloditas, no es ese disco crudo y áspero que algunos imaginamos cuando el cantante empezó a hablar de él, ni tampoco un nostálgico revival ochentero en el que unos cincuentones juegan a volver a tener veinte años, sino un paso más en esa etapa adulta y personal de la que antes hablábamos. Tampoco es, en rigor, un regreso de Loquillo al rock’n’roll, tal y como se ha publicitado desde diversos frentes, porque eso implicaría admitir que alguna vez abandonó ese lugar, y nada más lejos de la realidad. No, “La nave de los locos” es un trabajo intenso y poderoso, evocador pero conectado a la realidad de su tiempo, enérgico y desafiante pero también reflexivo y melancólico, en definitiva, el mejor disco que puede entregar el Loco en 2012, con varias canciones dignas de figurar con letras de oro en el panteón de clásicos del artista.
Arropado por la producción limpia y refinada pero contundente de Stinus, el verdadero cerebro detrás de la renovación de Loquillo de los últimos tiempos, y apoyado por la potente banda que le acompaña (con algún cambio nunca explicado, como el de la bajista Laura Gómez) desde “Balmoral”, José María Sanz ha recopilado diez composiciones de Sabino, no todas nuevas, ya que algunas ya fueron grabadas por el propio letrista y otras acumulaban polvo en algún cajón, registradas a toda prisa –asegura que le bastaron diez días para cumplir con la parte vocal- con algún que otro roce entre productor y compositor. El resultado de la operación es uno de los discos más redondos y concisos del Loco y se puede dividir, al modo de los viejos vinilos, en dos caras, una en la que predominan los temas más directos y vigorosos, y otra más introspectiva y nostálgica.
La obra arranca con mucha fuerza con “La nave de los locos”, revisión de “Sin novedad en el paraíso”, perteneciente a aquel disco que grabó Sabino con Los Montaña, “El día que murió Mastroniani”, en la que la suciedad punkarra del original se reconduce en un himno de rock rotundo e inapelable que incita a ser coreado a todo pulmón. Pese a estar compuesta en los 90, la letra es plenamente vigente y aspira, con su tono reivindicativo, a capturar el latido de la calle en estos tiempos mediocres que vivimos. Lo mismo sucede en “Contento”, a la que le falta un estribillo más inspirado para llevar el peso de ser el primer single del disco. Tal vez no resulten del todo creíbles las imágenes del videoclip –ver a estas alturas a Loquillo con camisa sin mangas, rodeado de una pintoresca fauna proletaria y cajas de botellines, no cuela del todo-, pero líneas como “Y en la calle la lucha sigue siendo igual, tan cotidiana y tan sucia, pero llega a emocionar, huelo a pelea en el bar” siguen siendo efectivas cuando las canta el Loco con actitud de combate a pie de trinchera.
En esta primera parte del álbum sobresale, y de qué manera, “El mundo necesita hombres objeto”, una de las mejores canciones de Loquillo en lustros, en la que se rescata la magia del mejor Sabino de Trogloditas a base de guitarras feroces y afiladas (el riff está involuntariamente robado del “Sixteen saltines” de Jack White, al que dudo mucho que conozca el Loco), contundencia rítmica y un estribillo absolutamente memorable. A su lado, la beligerancia urbana y mala leche de “Muñecas rusas” -revisitación de «Barrios viejos», un descarte de «Balmoral»- se queda pequeña. El disco cambia de tercio con “Paseo solo”, un medio tiempo marcado por el simple y bello fraseo de guitarra de Stinus y la sugerente interpretación en tono grave del de Clot de un texto con connotaciones sexuales -“clavarte en la penumbra de rodillas, de pie, en cualquier sitio, caer como un corsario en tu garganta y robar tu olor”-, y continúa por senderos más oscuros con “Mi bella ayudante en mallas”, un fotograma “noir” en movimiento adornado por guitarras de sabor fronterizo que supone una prolongación del universo desasosegante de “La tempestad”, tema de “Su nombre era el de todas las mujeres”.
“De vez en cuando y para siempre” es otra de las destacadas de “La nave de los locos”, quizás la que mejor logra sintonizar el espíritu de los ochenta con la etapa de madurez del Loco, gracias a su excepcional melodía, abiertamente nostálgica, y a las guitarras espaciales sobre las que se desliza. La musculosa “Planeta rock”, también rescatada del disco de Sabino y los Montaña, recupera la épica rockera del Loquillo de los últimos tiempos, el de “Memoria de jóvenes airados” por ejemplo, y exhibe otro estribillo para el recuerdo, mientras que “Luna sobre Montjuic”, escrita ¡en 1985!, es una emocionante joya de intensidad desgarrada que podría pasar por un remake del “Cadillac solitario” en el que la desesperación juvenil del original deja paso a la sabiduría y la serenidad que da el paso de los años. El disco se cierra con “Canción de despedida” (excluida, vaya usted a saber por qué, de la edición en vinilo), relajada y un poco golfa tonada de sabor romántico en colaboración con ¡sorpresa! Mikel Erentxun (que, tras cantar también con Bunbury en La Riviera hace unos meses, podría estar opositando a entrar en ese particular Travelling Willburys hispano que forman el Loco, Andrés Calamaro, Jaime Urrutia y el ex Héroes del Silencio).
Definitivamente, “La nave de los locos” es un trabajo magnífico que demuestra una vez más la inteligencia de Loquillo, siempre hábil para rodearse de los compañeros de viaje adecuados y aprovechar su talento, no solo en beneficio suyo y de su mítico personaje, sino del propio rock, que queda dignificado en ejercicios de veteranía e impecable clasicismo como el que nos ocupa. Todo un ejemplo de actitud rock’n’roll del que muchos deberían tomar nota. En este blog apenas reseñamos discos españoles por diversas razones que quizás no vengan al caso, pero me atrevería a decir que en 2012 pocas obras patrias podrían hacerle sombra a la última creación del Loco y compañía.
Enorme jorge.poco más que decir, lo has dicho ya todo. Sólo una cosa, habrá que ir al concert, no?
Hola Sergio, por supuesto que habrá que ir. Tengo entendido que la gira empezará a finales de enero, así que estaremos atentos. Un fuerte abrazo!