R.E.M. y «Automatic for the people»: la soledad del corredor de fondo
Ha pasado poco más de un año desde la despedida de R.E.M., una de las bandas más populares y emblemáticas del rock alternativo estadounidense, y, ahora que el guitarrista Peter Buck acaba de publicar su recomendable primer disco en solitario (solo en vinilo, pero para eso tenemos la ADSL) y que se cumplen 20 años de la obra maestra “Automatic for the people” (1992), sin que haya aparecido en el mercado ninguna de esas megaediciones “deluxe” conmemorativas tan molonas, me parece buen momento para reivindicar a un grupo y un disco que significaron tanto para muchos de los que éramos adolescentes en los 90. Al contrario que muchos otros compañeros generacionales, mi pasión por R.E.M. nunca se desinfló con el paso de los años y llegó hasta el final, hasta el último aliento. Asistí sin ninguna compañía al concierto de Las Ventas en 2008 de la gira de “Accelerate”, en un momento en el que ya nadie de mi entorno estaba dispuesto a pagar 50 napos por verles, y apuré cada escucha de “Collapse into now” con el presentimiento de que esa iba a ser la última vez que se cumpliera un ritual que, a razón de una vez cada dos o tres años, duraba ya casi dos décadas. Cuando lanzaron el comunicado en el que anunciaban que hasta aquí habíamos llegado, sentí tristeza pero también alivio porque habían sabido parar a tiempo, antes de no tener nada más que decir, evitándonos la sensación de que hubiesen terminado pisoteando su legado. Además, la disolución se producía sin malos rollos, con un apretón de manos y un “buena suerte”. Atrás quedaba una trayectoria coherente y apasionante, sin apenas mácula, una aventura sonora plagada de genialidades e instantes mágicos que seguramente el paso del tiempo no hará sino revalorizar.
La primera etapa del grupo de Athens (Georgia) formado por el vocalista Michael Stipe, el guitarrista Peter Buck, el bajista Mike Mills y el batería Bill Berry, aquella que comienza con el EP “Chronic town” en 1982 y culmina en “Document” (1987), es una de las piedras fundacionales del denominado NRA (Nuevo Rock Americano) que sacudió el panorama musical estadounidense desde el “underground” de las emisoras universitarias para terminar conquistando las listas de Billboard y las radiofórmulas. La música de R.E.M bebía tanto del rock marginal de The Velvet Underground o Patti Smith, como del folk-rock de The Byrds o el post-punk de Talking Heads, pero la suma de influencias daba como resultado un sonido tan novedoso como enigmático. “Murmur” (1983) es la obra esencial de este primer periodo y el hechizo brotaba en el aire cada vez que uno presionaba el “play”. Aquellos arpegios de Buck en conjunción con la voz inasible de Stipe y los coros celestiales de Mills olían a paja mojada y madera fresca en temas como “Talk about the passion”, “Shaking through” o “Pilgrimage”.
Tras el continuista pero igualmente fascinante “Reckoning” (1984) y el oscuro y un tanto incomprendido “Fables of the reconstruction” (1985), el cuarteto ganaba en pegada y contundencia rockera con el sobresaliente “Lifes rich pageant” (1986), en cuyos surcos habitaba la absolutamente perfecta “Fall on me”, y explotaba comercialmente con el ya mencionado “Document”, que incluía dos de las joyas de la corona, “The one I love”, su primer hit en listas, y “It’s the end of the world as we know it (and I feel fine)”, al tiempo que se incrementaba su conciencia político-social. El éxito llamaba a las puertas y la banda abandonaba el sello IRS para fichar por una multinacional, Warner, lo que levantó muchas suspicacias entre sus seguidores más antiguos, que se temían lo peor. La respuesta fue “Green” (1988), obra en la que sonaban más pegadizos sin perder sus señas de identidad (“Stand”, “Pop song 89”) y en la que ya se vislumbra su futuro más inmediato (la sublime “World leader pretend”). El disco fue platino en EE.UU, donde ya gozaban de un estatus de Primera División, aunque en España aún no nos enterábamos de nada, a excepción de los gurús de las revistas especializadas que, por supuesto, yo no consultaba todavía en tan tierna edad.
Corría el año 1991 cuando una hipnótica melodía melancólica dominada por un riff de mandolina que llegaba acompañada por un videoclip de imaginería religiosa sacudió a todo el mundo (y esta vez también a España, y de qué manera). Era “Losing my religion” y aquel verano no había garito ni fiesta en la que no sonara a todas horas. Era también la confirmación de que el virus de lo alternativo por fin había anidado en la MTV (solo unos meses después llegaría el “Smells like teen spirit” de Nirvana para desatar definitivamente la enfermedad). Eran también otros tiempos en los que el rock y el pop menos evidente tenían un hueco en las ondas y en los programas musicales de TV de este país. Los más jóvenes probablemente ni siquiera sepan de qué demonios estoy hablando, pero seguramente estén de acuerdo en que un tema como “Losing my religion” dificilmente sería un éxito hoy en día. A todo esto, la canción era excelsa, imprescindible en cualquier antología de lo mejor de los 90 que se precie. La “R.E.M.anía” se prolongó con el instantáneo éxito de la contagiosa “Shiny happy people” (y el mítico “qué buenas son las galletas Fontaneda” que cantábamos en los bares…). Ambos temas pertenecían a “Out of time”, todo un best seller de su tiempo y además un discarral, en el que convivían las melodías embriagadoras de “Near wild heaven” o “Texarkana” con la gravedad desoladora de “Country feedback” o “Low”. Definitivamente R.E.M se habían convertido en un fenómeno internacional, al nivel de los mismísimos U2, los discos se vendían a espuertas y la industria les agasajaba con premios Grammy y MTV; además eran todo un ejemplo de integridad e independencia.
Y así llegamos al momento que nos interesa. Ese instante en el que después de hacerse asquerosamente rica y famosa una banda tiene que preguntarse “¿…y ahora qué?”. Muchos artistas, prisioneros del éxito, se ven incapaces de responder a esa cuestión, dejan que pasen los años y cuando regresan ya no interesan a nadie. Otros reaccionan publicando de inmediato lo primero que se les pasa por la cabeza, que suele ser un refrito de lo anterior, con la intención de aprovechar la inercia y, aunque a veces pueda colar, lo normal es que se den cuenta de que los 15 minutos de Warhol ya han expirado. Y hay otros que deciden seguir su propio camino, el del corredor de fondo, ignorando presiones y expectativas, incluso si eso significa darle un soberano corte de mangas a la industria. Eso es lo que hicieron R.E.M. con “Automatic for the people”. Lo asombroso es que un disco tan amargo y oscuro, sin pretensiones comerciales ni apenas concesiones a la galería, no solo fue un gran éxito, sino que se convirtió en su cima artística y popular. Una de esas extrañas ocasiones en las que el poder de una música sensible y emocionante, pero también incómoda y a priori poco accesible para el gran público, conecta de una manera insólita con el espíritu de su tiempo y trasciende barreras para convertirse en un hito generacional.
Decía Bono, el cantante de U2, que “Automatic for the people” es “el disco de country más grande jamás hecho”, y aunque la expresión no pueda tomarse al pie de la letra seguramente se refería al sonido rural y emocional de unas canciones pegadas al espíritu de la tierra que conectan directamente con toda una tradición en la que la muerte, la pérdida, la soledad y el implacable paso del tiempo han sido siempre temas recurrentes. Aunque inicialmente R.E.M querían hacer un disco más rockero tras el remanso acústico de “Out of time”, lo que finalmente parieron fueron doce temas de raíz folk cocidos a fuego lento, estremecedores y apasionantes, despojados de efectismos, que abren la puerta a un universo hermético y ambiguo en el que se palpa la desesperación pero que en última instancia dejan un resquicio para la esperanza. La recia producción de Scott Litt junto a los miembros de la banda y los magistrales arreglos orquestales de John Paul Jones (sí, el bajista de Led Zeppelin) en varios temas redondean un repertorio que fluye con precisión absoluta y en el que el todo es superior a la suma de las partes, siendo algunas de estas partes de lo mejor que grabó nunca el grupo.
“Automatic for the people”, cuyo título toma prestado el lema de un restaurante de Athens, comienza el viaje con “Drive”, el single de presentación del disco y toda una declaración de intenciones. Trágica, majestuosa, intensa y sin estribillo. Unos arpegios acústicos que acompañan a una melodía taciturna y oscura, casi siniestra, la voz grave y cargada de reverb de Stipe declamando versos enigmáticos (“Hey kids, rock’n’roll, nobody tells you where to go, baby”), la guitarra eléctrica que surge de la nada como un nubarrón anunciando tormenta y los violines, violas y cellos añadiendo drama y belleza épica. No se me ocurre un anti-single más glorioso, pero funcionó, supongo que ante las caras de incredulidad de los acojonados mandamases de Warner. “Try not to breathe”, con sus plácidas acústicas y breves pinceladas eléctricas, es más luminosa desde el punto de vista musical, aunque líricamente desalentadora (“I will try not to breathe, this decision is mine. I have lived a full life and these are the eyes that I want you to remember”), y hace de puente hacia uno de los momentos más radiantes de la obra, “The sidewinder sleeps tonite”, una diáfana tonada pop envuelta en unos violines arrebatadores, lo más parecido a “Out of time” en todo el disco. Por cierto, cómo Stipe consigue cantar en el estribillo las palabras “call me when you try to wake her up” sigue siendo todo un misterio.
El siguiente tema es uno de los grandes hitos de la historia de la banda y su balada más amada. “Everybody hurts” todavía sigue emocionando como el primer día, con esa sencillez tan perfecta que simplemente parece imposible. Pocas veces una melodía tan triste y hermosa, mecida por unos arpegios de guitarra y piano tan elementales, ha resultado tan conmovedoramente inspiradora y reconfortante (con esas cuerdas finales que suben y suben hasta el infinito y más allá). Y pocas veces Stipe ha cantado mejor y con más claridad (él, que tantas veces resulta ambiguo en su interpretación) una letra que es ante todo un mensaje de amistad y de resistencia ante la adversidad, un poderoso bálsamo contra la maldita depresión. (“Everybody hurts sometimes, so hold on, hold on”). Es también la canción que me unirá forever and ever con una persona muy especial, pero esa es otra historia. “New Orleans Instrumental nº 1”, breve pasaje instrumental minimalista que quizás sea el único momento prescindible del disco, da paso a “Swetness follows”, otra sobrecogedora pieza lenta melancólica y desgarrada que, armada sobre un órgano mortuorio y una guitarra crudamente distorsionada, evoca desiertos grises y cielos plomizos.
Un bello riff acústico que recuerda al de aquella “So.Central Rain” introduce “Monty got a raw deal”, tema vagamente inspirado en el actor Montgomery Cliff, de letra incomprensible y rítmica robusta que acelera el tempo de la obra para desembocar en “Ignoreland”, el corte más rockero y furioso del lote, con Stipe desenmascarando a toda velocidad el auténtico rostro del sueño americano y escupiendo diatribas a diestro y siniestro (“Capital collateral. Brooding duplicitous, wicked and able, media-ready,Heartless, and labeled. Super US citizen, super achiever,Mega ultra power dosing. RelaxDefense, defense, defense, defense. Yeah, yeah, yeah. Ignoreland”) entre guitarras coléricas y una harmónica encrespada.
“Star me kitten” transforma dramáticamente el tono con su atmósfera etérea y una melodía flotante, susurrada como si Sinatra se encontrara con Lucy en el cielo con diamantes, que se evapora en las orillas cristalinas de esa maravilla absoluta que es “Man on the moon”, homenaje a uno de los ídolos de adolescencia de Stipe, el cómico Andy Kaufmann. A través de sus surrealistas versos desfilan Mott the Hoople, Moisés, Newton, Darwin, el Monopoly y Elvis (genial esa línea engolada a propósito por Stipe cantando como si fuera «el Rey», “Hey, baby. Are we losing touch?” para estallar en un memorable y prodigioso estribillo que cualquier banda mataría por haber firmado y en el que resplandecen como nunca las portentosas armonías de Mike Mills. Como curiosidad, Stipe confesó que uno de sus objetivos al escribir el tema era calzar en una canción tantos “Yeahs” como Kurt Cobain en las de Nirvana. Desde “Man on the moon” hasta el final el disco no baja ya de la excelencia, porque “Nightswimming” es una de las canciones más hermosas y desarmantes de la banda. El bellísimo motivo de piano descendente que conduce la pieza y los arreglos orquestales que la arropan, elegantes y delicados, son canela fina. Y “Find the river” echa el cierre abrazado al Neil Young pastoral de “After the gold rush” y a un estribillo catártico y redentor que permite concluir el viaje con un destello de esperanza y el corazón purificado.
La lección magistral de clasicismo y creatividad insobornable impartida por R.E.M. en esta obra fue recibida con alborozo por la crítica, consciente desde el principio de que se encontraba ante una obra destinada a marcar época, y por el público, en plena efervescencia del movimiento “grunge”. “Automatic for the people” logró cuatro discos de platino en EE.UU y seis en el Reino Unido y sus ventas estimadas ascienden a los 18 millones de unidades despachadas en todo el mundo. Se extrajeron seis singles (“Drive”, “Man on the moon”, “The sidewinder sleeps tonite”, “Everybody hurts”, “Nightswimming” y “Find the river”) y figura en prácticamente todas las listas de los mejores discos de los 90 de los medios especializados. R.E.M no defendieron el álbum en directo y, fieles a su espíritu inquieto, viraron bruscamente de dirección en su siguiente obra, “Monster” (1994), en la que aparcaron mandolinas y violines y recuperaron guitarras abrasivas y crujientes, tal y como en un principio pensaban hacer en 1992. Una maniobra que en esta ocasión fue recibida con división de opiniones y que, a la postre y pese a sus buenas ventas, marcó el principio del declive popular del grupo en su propio país. R.E.M. perderían con el tiempo su status masivo, pero seguirían publicando obras apasionantes y canciones excelsas (también cuando quedaron reducidos a trío tras la marcha de Berry). Jamás volvieron a capturar la magia de “Automatic for the people”, una de esas hitos irrepetibles que garantizan la entrada en la leyenda, pero cuya gigantesca sombra siempre marca, para bien o para mal, la trayectoria posterior de una banda.
EL mejor disco de REM junto a Reckoning
Para mi ‘Automatic for the People’ supuso un punto y aparte, un islote apartado, una maravillosa excepción a la discografía de REM y el álbum por el que definitivamente empecé a escuchar a la banda. Esos ambientes lúgubres, húmedos, nocturnos, esos tremendos arreglos de John Paul Jones, esa forma de cantar de Stipe y, sobre todo, ¡esas canciones! Increíble desde el principio al final, nunca mejor dicho, puesto que ‘Find the River’ es, seguramente, mi canción preferida de REM y el disco, también es mi predilecto del grupo con diferencia. Pero tampoco hay que ser injustos, después de ‘Automatic…’, REM tuvieron una discografía bastante potable, sobre todo con esos muy interesantes aunque algo irregulares ‘New Adventures on Hi-Fi’ y ‘Up’. Sí, definitivamente, siempre me gustaron los discos ‘raros’ de REM. Espectacular repaso, Jorge. Para acabar, una anécdota. Mucho antes de que tuviera ‘Automatic…’ en mi estantería, descubrí el disco al poco de salir cuando fue puesto entero en la megafonía de un autobús en la que volvía con mi clase de 8º de EGB de una excursión. Mira que no es un álbum fácil, pues ahí nos tenías ahí a un buen puñado de chavales con ganas de juerga absolutamente en silencio embelesados con el disco. Siempre recordaré ese viaje de vuelta cuando pinche el disco por enésima vez.
Gracias, Sergio y Alberto, por vuestros comentarios.
Preciosa la anécdota que cuentas, Albert. No me imagino en estos tiempos a treinta chavales de 13 años embelesados con «Automatic for the people» en el autobús de vuelta a casa tras una excursión. Sería una estampa hilarante. Respecto a la discografía de REM post-Automatic, mi fanatismo me impide ver algún disco suyo flojo (salvo quizás «Around the sun»). Concretamente «Up» me parece maravilloso, solamente un peldaño por debajo de «Automatic». Un saludo.
Yo tb tengo mis batallitas que contar ehhhh
Recuerdo el boom de Losing my religion y Shiny happy people que lo ponían en la discoteca y todo el personal bailandolas. Gente ignorante musicalmente hablando, allí danzando al son de REM.
De repente, sacaron de single Drive, acompañado de un video to guapo, un concierto y ellos flotando arrastrados por la gente, pero la canción era lenta. Rapidamente me di cuenta de que este era el disco de REM. No mucho antes habia adquirido el Out of Time en LP y tambien tenia el Reckoning que compre en el discoplay por 195 pesetas jajaja
Sacaron Man on the Moon con el notas ataviado con su gorro vaquero, ya no sonaban en la disco. REM se había convertido en un grupo que hacía y tocaba Música e interpretaba grandes temas, y así canción trás cancion me pasaba días oyendo el vinilo que aun conservo.
Muchas gracias srglvrz por contarnos tus batallitas al son de R.E.M. Tu comentario me ha hecho recordar el discoplay, y sobre todo el boletín informativo aquel que tenían, el Bid, creo que se llamaba. La de portadas que recorté de ahí para mis TDK de 60… Un saludo.
Gracias a BID, logre hacerme por esa época con toda la discografía de Michael Nyman, que no era nada fácil en esos tiempos jejeje…
Un abrazo
Hola Juancar, pues yo creo que no llegué a pedir ningún disco a través del Bid, pero me estudiaba cada boletín como si fuera un libro de texto y luego ya iba a las tiendas con la lección aprendida. Un abrazo.
Señor García,
Gracias por la travesía de tarde de viernes por el ‘Automatic…’. Qué mejor que un rato de buena música para empezar el tiempo libre del finde.
¿Para cuándo un ‘Las 20 mejores de REM’ en ‘El Cadillac’?
El Olonés
Tremendos tus comentarios e impresiones del disco, los comparto al 100%. Para mí, éste disco es de aquellos que no puedes dejar de escuchar, por más años que pasen. Siempre hay un momento para ahondar más en alguna de sus canciones, y emocionarte de nuevo.
Cierto es que hay otros grandísimos temas en la discografía de R.E.M. que son pequeñas obras maestras («Begin the begin», «Bang and blame», «World leader pretend», «E-bow the letter», etc.), pero éste LP es absolutamente una joya en su conjunto.
Como mejores temas del disco, yo escogería «Drive», «Everybody hurts», «Sweetness follows» y «Find the river». «Gallina de piel», como dría Johan…
Gracias por el review.