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«Holy Motors», la vida de los otros

16/11/2012

Hace unos días tuvo lugar en Madrid el primer pase de cine a ciegas, “Oculto”, una iniciativa promocional consistente en que el espectador compra su entrada sin saber qué película va visionar. Más allá de lo imaginativo de un formato que ya se ha ensayado con éxito en Europa y que nace como consecuencia de la crisis que afecta a las salas, la propuesta pretende recuperar el romanticismo, la emoción y el suspense primigenio de enfrentarse a la pantalla grande en una era,   la de la web 3.0, que con su marea de opiniones vertidas a cascoporro en redes sociales y blogs (entre ellas, ciertamente, la de este modesto sitio) nos pone muy difícil ver una película sin una idea preconcebida o sin saber más de lo que sería conveniente. En ese sentido, no se me ocurre una cinta más apropiada que la elegida por la distribuidora Avalon para inaugurar esta empresa, “Holy motors” de Leos Carax, un filme para espectadores sin prejuicios, tan singular, críptico y demencial que dependiendo de los ojos que la miren será una sublime genialidad o una tomadura de pelo que rebasa los límites de la idiotez. Incluso puede ser las dos cosas a la vez. Supongo que a la salida de la proyección habría opiniones para todos los gustos. Si te disgusta que te obliguen a abandonar tu zona de confort, si no admites que una película pueda ser un organismo anárquico que muta de forma y tono cada diez minutos, si, en definitiva, te repugnan las marcianadas, aléjate de esta película como de la peste, no es para ti. Por el contrario, si estás hastiado de ver filmes convencionales cortados por el mismo patrón, si  quieres dejarte llevar por un torrente de sensaciones contradictorias y perturbadoras, si estás dispuesto a anteponer la fascinación bizarra de lo inexplorado a la lógica racional de lo comprensible, deberías darle una oportunidad a “Holy motors”.  Y si eres de los que está dudando, este humilde servidor te invita a arriesgarte.

Si tú, querido lector, ya estás convencido de ver esta película, te recomendaría que dejaras de leer este post y cualquier otra de las muchas críticas que habrá en la red y te enfrentes a “Holy motors” totalmente virgen y abierto de mente. Si no lo tienes claro todavía, puedes seguir leyendo. No contaremos ¿spoilers? pero inevitablemente adulteraremos la experiencia. Tras trece años de silencio (si exceptuamos la cinta compartida “Tokyo!”), el director francés  Leos Carax (“Los amantes del Pont-Neuf”) hace honor a su fama de cineasta controvertido e inclasificable con una obra que comienza con una primitiva cronofotografía del pionero Etienne Jules Marey.  Le sigue una escena en la que un tipo (el propio Carax) despierta en la habitación de un hotel y encuentra una puerta oculta en la pared que va a dar a una sala de cine llena de gente en estado catatónico mientras un perro negro avanza lentamente por el pasillo. ¿Alguien dijo Lynch? Se lo compro. A partir de ahí asistimos a un día en la vida de otro individuo deambulando con su limusina por un París reconocible pero extraño como esos sueños que no se ajustan del todo a la realidad.

El fulano, de nombre Oscar, tiene una apretada agenda que le obliga a encarnar una serie de vidas o papeles –nunca se sabe dónde está la línea que separa la ficción de la metaficción-, de modo que le vemos convertido en hombre de negocios, vieja mendiga, actor de motion capture, sátiro mefistofélico, padre de familia preocupado por su hija, asesino a sueldo, acordeonista o anciano moribundo, entre otras versiones. Si en “Cosmopolis”, de David Cronenberg (reseñada aquí) la limusina era una suerte de confesionario para perorar sobre lo divino y lo humano, aquí el vehículo funciona como camerino en el que el protagonista se prepara para el siguiente evento. Y a cada evento le corresponde un género cinematográfico y una modulación distinta. Así, con una estructura episódica, se suceden el esperpento más desquiciado y enfermizo, el drama generacional, el thriller urbano más violento, el romance fatalista, el musical, la acción de última generación, la animación por CGI o la algarabía balcánica de Kusturica en un fastuoso y frívolo jardín de las delicias regado siempre por un surrealismo impredecible y fascinante, incluso cuando se torna provocadoramente desagradable o estúpido, como cierto plano monopolizado por un falo empalmado.

Gran parte del mérito de “Holy motors” hay que adjudicárselo a su actor principal, un Denis Lavant de careto imposible que se enfrenta, como su personaje, al reto de cambiar de registro cada poco tiempo y logra salir airoso del envite. Memorable es el episodio en el que encarna a un vagabundo tuerto y estrafalario que secuestra a una imperturbable Eva Mendes, o aquel en el que se reencuentra en un edificio en ruinas con una antigua amante encarnada sorprendentemente por una melancólica Kylie Minogue. La cinta de Carax puede interpretarse como una abstracta reflexión sobre la identidad en tiempos confusos, una poliédrica meditación sobre el  inagotable poder de la imagen y la actuación para contar historias, o una elegía por un mundo artesanal y pre-tecnificado que murió en manos de este siglo XXI vertiginoso y deshumanizado. Pero también se puede prescindir de significados y conclusiones y disfrutar “Holy motors” como un viaje sensorial embriagador y desconcertante cargado de estampas inolvidables, como la secuencia en el estudio de captura de movimiento en la que dos cuerpos se desean y se aman en una danza contorsionista  de belleza infinita.

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6 comentarios leave one →
  1. JUANCAR76 permalink
    16/11/2012 18:30

    Extraordinaria critica.
    Era una película que tenia apuntada en mi agenda, pero después de leer tu reseña…me la apunto dos veces por si acaso.
    Hay una serie de directores, pocos desgraciadamente, que entienden que el cine debe provocar «algo» en el espectador. Aplausos, deserciones de la sala, abucheos, halagos, desconcierto, repulsa, amor, odio…alguna sensación al fin y al cabo. La frialdad es el peor insulto que se le puede adjudicar a una película. Insisto, no hay cosa peor que salir del cine y no comentar ni una sola escena del film que has visto. «Vale, ha estado bien…»
    Pero si te encuentras en la pantalla una propuesta radical de uno de estos genios del cine, te haya gustado o no, te quedara una buena tarde con tus amigos discutiendo acerca de lo que has visto.
    Es una pena que un autor como Leos Carax se prodigue tan poco, sea por el motivo que sea.
    Necesitamos directores como el y como Gaspar Noé para eso. Para poder pasar una buena tarde con un amigo viendo una película y hablar después durante horas de ella, tomando una cerveza en una relajada cafetería. La ultima vez que lo hice fue con «Anticristo»…

    Un abrazo Jorge

    • Jorge Luis García permalink*
      20/11/2012 1:51

      Hola Juancar76, muchísimas gracias por tu comentario. Completamente de acuerdo con lo que apuntas. Ese tipo de cineasta que provoca sensaciones en el espectador, aunque sean encontradas, es muy necesario. Muchas veces es preferible ver un «Anticristo» (película que visioné junto a los otros conductores del Cadillac provocando efectos diversos en cada uno de nosotros -yo estuve en el bando de los que la detestó-) a una peli de esas que están «bien», pero que has olvidado a los diez minutos. Un placer recibir tus aportaciones. Un abrazo.

  2. Itxia permalink
    12/12/2012 0:48

    Enhorabuena por la crítica. Yo he visto la película esta tarde y no puedo dejar de pensar en ella. De todas formas, y respecto a uno de los puntos q comentas, yo he entendido que cuando se encuentra a Kylie Minogue no está «interpretando» a nadie, sino que es él mismo. Recuerda que la ve en la otra limusina y va a buscarla. Da que pensar que cuando tiene que ser él mismo, no sabe qué hacer o decir…

    • Jorge Luis García permalink*
      13/12/2012 20:45

      Hola Itxia, muchas gracias por tu comentario. Respecto al segmento de Kylie Minogue sí es cierto que parece que Lavant en esos momentos no está interpretando a nadie, y, como bien apuntas, es sintomático que justo cuando no lleva ninguna máscara sea cuando más vacío parece. Aunque el espectador bien puede interpretarlo como un personaje más de su extensa galería. En cualquier caso, ese es uno de los mejores tramos de una película inagotable. Un saludo!

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