«El sueño de Ellis»: la quimera de la Tierra Prometida
Pese a la brevedad de su obra (sólo cinco películas en 20 años), el neoyorquino James Gray es para muchos críticos uno de los últimos guardianes de las esencias del clasicismo norteamericano, digno heredero de las tragedias familiares y criminales de Francis Ford Coppola, y uno de los cineastas estadounidenses más mimados por el Festival de Cannes, donde ha competido en la selección oficial con sus cuatro últimas cintas. Quizás sea ese nadar a contracorriente en el panorama actual, a medio camino entre el cine de autor y el mainstream, lo que le ha valido un estatus de culto y un reconocimiento que yo no acabo de compartir. De hecho, la trilogía formada por “Cuestión de sangre” (1994), “La otra cara del crimen” (2000) y “La noche es nuestra” (2007), aún siendo muy estimable, quedaba muy lejos de las grandes obras de Coppola, Scorsese o Eastwood, verdaderos referentes de Gray en la búsqueda de esa épica callejera a la que aspira, y sólo en la excepcional “Two Lovers” (2010), en la que abandonaba el thriller para entregarse al drama romántico con resultados superlativos, he visto al cineasta mayor que proclaman sus seguidores. Gray tiene pinta de aplicado alumno que se ha aprendido de memoria las enseñanzas de sus maestros, lo cual ya es suficiente para reconocerle como un buen cineasta, pero aún le falta la personalidad propia, la grandeza, la genialidad que te permite abrir nuevos caminos de, por ejemplo, un Paul Thomas Anderson, para poder ser considerado uno de los grandes de nuestro tiempo.
“El sueño de Ellis”, la nueva película de Gray (nueva por decir algo, porque llega a las carteleras españolas con un retraso considerable, como ya pasó en su momento con “Two Lovers”), fue recibida con muy poco entusiasmo en Cannes 2013, una tibieza con la que en esta ocasión no puedo estar muy de acuerdo porque, aunque no supone ese salto de calidad que demandaba más arriba y, desde luego, se queda varios peldaños por debajo de su anterior filme, corrobora las virtudes de Gray en un territorio alejado de su zona de confort, abrazando el melodrama clásico de Hollywood ya sin la agradecida coartada del género negro, pero sin dejarse por el camino sus señas de identidad, especialmente su obsesión por los lazos de sangre, la culpa y los remordimientos.
La historia se ambienta en la Nueva York de los años 20, en la época de la Ley Seca, cuando oleadas de inmigrantes europeos llegaban a Ellis Island huyendo del horror de la Gran Guerra en busca de una Tierra Prometida que para muchos, la mayoría, terminaba siendo poco más que una quimera inalcanzable. A esa frontera entre el viejo y el nuevo mundo llegan la joven polaca Ewa Cybulska y su hermana Magda, enferma de tuberculosis y a la que rápidamente ponen en cuarentena. La desamparada Ewa tendrá que confiar en el granuja Bruno Weiss, un tipo que se presenta como un amable caballero pero que en realidad dirige un prostíbulo disfrazado de mugriento espectáculo teatral, para evitar la deportación, sobrevivir en tierra hostil y tratar de rescatar a su hermana. Y al igual que Ewa deposita su fe en Bruno, Gray se aferra a la fuerza y la pureza de la narración decimonónica de Dickens o Dostoyevski para construir un sórdido relato sobre la gran mentira del Sueño Americano en el vientre del Lower East Side neoyorquino, capturado en evocadores tonos sepia por el director de fotografía Darius Khondji, en un soberbio trabajo de cámara (especialmente en los interiores) y de diseño de producción que recuerda a “El Padrino. Parte II”, “Érase una vez en América” o la más reciente “Boardwalk Empire”.
Como en todo buen melodrama que se precie de serlo, Gray secuestra la atención del espectador desde el primer momento, asumiendo el punto de vista de su desdichada heroína, una superviviente que se mueve entre la desesperación y la fe, que vivirá todo tipo de experiencias degradantes y humillantes (muy al estilo de las mártires de Lars Von Trier) pero que también demostrará carácter para jugar con las cartas que le ha repartido la vida. Marion Cotillard extrae de la desventurada Ewa puñados de verdad en otra de sus excelentes interpretaciones, sustentada en unas miradas reveladoras que llegan allá donde no pueden las palabras. No hay en “El sueño de Ellis” un concepto coral, porque todos los personajes que aparecerán en la historia (prostitutas, proxenetas, policías corruptos, vividores) quedan definidos por su relación con la protagonista y no tienen vida en pantalla más allá del tiempo que comparten con ella. Todos ellos parecen existir solo para que la historia de Ewa avance. Sin embargo, sí logra sobresalir en este cerrado planteamiento el Bruno de Joaquin Phoenix, una criatura mezquina, desgraciada y colérica, cegado por un deseo no correspondido, y al que el intérprete imprime su característica vehemencia emocional, ese registro al borde de la sobreactuación, como un volcán a punto de estallar, en el que parece encontrarse como pez en el agua pese a no ser el único que maneja, como bien demostró en la inolvidable “Her”. En comparación, el encantador y embaucador Orlando de Jeremy Renner, el tercer vértice del triángulo, se queda en un estereotipo simplista y mucho menos interesante.
Gray despliega su gran talento como director de actores para tapar las debilidades de un guión (escrito por él mismo junto a Ric Menello) al que por momentos le cuesta entrar en ebullición y al que le falta una pizca de intensidad. El cineasta apuesta por una narrativa contenida y atmosférica que no busca forzar la emotividad por la vía fácil, y eso siempre es de agradecer, pero en algunas fases se echa de menos algún arrebato eléctrico que rompa la linealidad tonal de la historia. Es en instantes como el primer estallido de Phoenix, en la dolorosa intimidad de la secuencia del confesionario o en todo el soberbio tramo final donde Gray pisa el acelerador y alcanza ese nivel superior en el que algunos esperamos que se instale definitivamente para terminar de reconocerle como uno de los nuestros.
Ya tengo ganas de verla! Gracias por esta magnífica introducción, espero que me guste tanto o más a tí!