«El Amanecer del Planeta de los Simios»: de monos y hombres
Tradicionalmente el verano es la época del año preferida por las majors para asaltar las carteleras con sus superproducciones más fastuosas, valiéndose de que el espectador busca abstraerse durante un par de horas de los rigores de la canícula al abrigo del aire acondicionado (en ocasiones criminal) de las multisalas. Pero curiosamente en este 2014 los grandes estudios han preferido ir desperdigando sus mejores cartas en ese periodo de tiempo que va desde el cierre de la temporada de premios que marca la entrega de los Oscar hasta la llegada de junio, de modo que hemos alcanzado los días más calurosos del año con pocos motivos para abandonarnos a los placeres onanistas del blockbuster, no digo ya del «inteligente», sino incluso del más ruidosamente vacuo (no desesperen, en agosto habrá una nueva ración de los insufribles Transformers).
Así pues, la llegada a la cartelera de «El Amanecer del Planeta de los Simios» -secuela de una precuela, en esas estamos- aparecía marcada en rojo en el calendario de más de uno, máxime cuando venía respaldada por un aluvión de excelentes críticas desde el otro lado del Atlántico. Ya saben, que si «una verdadera obra maestra», que si «te dejará boquiabierto», que si «la mejor película del verano»… bla, bla, bla. Uno ya tiende a desconfiar del hype exagerado, pero las buenas sensaciones que dejó hace tres años «El Origen del Planeta de los Simios» animaban a volver a encontrarse con César y sus secuaces. Y sí, puede que la octava película de la emblemática franquicia que inició en 1968 la icónica cinta de Franklin J. Schaffer sea, efectivamente, el mejor blockbuster del verano, aunque con la competencia que tiene o va a tener eso no sea decir mucho, pero queda lejos de ser una «obra maestra», expresión de la que se abusa con excesiva facilidad en estos tiempos. Tampoco vamos a ponernos exquisitos, porque «El Amanecer del Planeta de los Simios», es lo que uno esperaría encontrarse, dado su estimable precedente y abstrayéndonos de triunfalistas campañas publicitarias; un producto de evasión por encima de la media, que no insulta a la inteligencia del espectador, que se disfruta mientras dura y se olvida poco después. Para perdurar en la memoria y en el tiempo se necesita, me parece, algo más; no digamos ya para llegar a obra maestra. De hecho, en realidad no creo que ni siquiera supere a su antecesora.
La cinta de Matt Reeves -director de la ingeniosa «Monstruoso» (2008) y de ese remake de «Déjame entrar» (2010) que siempre me he resistido a visionar porque no veo ninguna manera de mejorar el original- tiene numerosos aciertos; el primero de ellos, ser capaz de esquivar la reiteración oportunista de la fórmula de «El origen» -una efectiva muestra de ciencia ficción lúcida y emocional- para adentrarse en terrenos más propios del cine de aventuras clásico o incluso del western, aprovechando que la Tierra ha sido devastada por el letal virus liberado diez años atrás y la humanidad ha quedado reducida a pequeños grupos de supervivientes inmunes. El segundo gran acierto es conceder todo el protagonismo de la función a los simios. Reeves sabe que ellos son su baza ganadora y se recrea en sus costumbres, rutinas, ritos y jerarquías en 15 minutos iniciales hipnóticos, sin diálogo, de sabor antropológico y olor primitivo. Cine de altos vuelos. Es impresionante cómo la tecnología sigue avanzando a pasos agigantados en la verosimilitud de las creaciones digitales. Weta se supera a sí misma con estos monos tan expresivos, tan humanos que prácticamente dejan en evidencia a los intérpretes de carne y hueso. Pocas veces veremos unos FX tan al servicio de la historia. Mejorándola, de hecho. No seré yo quien reste méritos a Andy Serkis, que probablemente ha hecho más que nadie por el auge de la motion capture, pero si muchos están pidiendo que se le reconozca con el Oscar por su creación de César, ¿por qué no habría de premiarse también a Toby Kebell, que sirve de molde a un Koba tan estremecedor o más que el propio César? De hecho, yo sigo prefiriendo al César de «El origen», que experimentaba un arco evolutivo completo muy bien trazado, a este gran líder enfrentado a difíciles decisiones pero de una sola pieza.
Cuando aparecen los humanos y se instala el clima prebélico entre especies que luchan por la supervivencia, primero soterradamente y después a pecho descubierto, los simios siguen siendo el motor anímico de la historia, pero ésta ya se vuelve más previsible y esquemática. Todo se ve venir a la legua, y todo llega como debe, bien armado pero sin ningún atisbo de sorpresa. Y sin embargo sigue habiendo momentos valiosos en los que se apuntan reflexiones –de trazo grueso, sin demasiadas sutilezas, que esto no es cine de autor- sobre el miedo al Otro, la incomprensión y los rencores irreconciliables que han movido siempre a las distintas civilizaciones, que al fin y al cabo son las que conforman el conflicto emocional sobre el que se sustenta la película.
El peaje de apostar tan fuerte por los simios es dejar reducido al elenco de personajes humanos casi a mero atrezzo, pues poco o nada sabemos de esa colonia de supervivientes anónimos. Jason Clarke, Keri Russell, Gary Oldman y el resto del elenco lidian con unos personajes desdibujados, o simplemente a medio dibujar, cuando no directamente estúpidos, que sólo sirven como herramienta para el avance de la historia y con los que resulta difícil empatizar. Incluso la cuidada escenografía del bosque que habitan los primates, con su fotografía pétrea y su atmósfera neblinosa, contrasta con la poco imaginativa puesta en escena de los dominios humanos, plagados de clichés post-apocalípticos muy trillados ya en el cine (la última vez en la reciente y tibia “Transcendence”).
Hay un momento en el que “El Amanecer” abraza ya sin reparos su condición de blockbuster e, inevitablemente, deja de ser tan estimulante como en su desarrollo previo. Pero todavía en el tramo más palomitero Reeves se resiste a entregarse sin condiciones al exceso del ruido digital contemporáneo y mantiene el pulso narrativo, dejando apuntes aquí y allá de potencia visual –la secuencia desde la torreta del tanque- o de inusual intimidad –César en su viejo desván- que contribuyen, ya decimos, a que la película se instale en la parte media-alta de la liga de las superproducciones.
En definitiva, “El amanecer” funciona porque sus simios la hacen funcionar muy por encima de su elemental guión (firmado por Rick Jaffa y Amanda Silver –que ya escribieron el de la entrega anterior-, más Mark Bomback), pero un servidor no tiene muy claro si el nivel se mantendrá en un tercer capítulo (se supone que el último) en el que quizás ya no habría demasiada materia para desarrollar sin caer en la repetición de ideas y conceptos. Pero eso ya llegará en el verano de 2016. Mientras tanto, si buscan refugio de la calorina sin sentir que han tirado su dinero, esta es una buena opción. Mucho mejor que el zoo.
¡Qué razón tienes! El término obra maestra lo emplea la gente con excesiva alegría. Vamos, a cualquier peliculilla que no te tome por un idiota integral le calzan la etiqueta, y tampoco es eso.
Coincidimos en lo esencial: imponente principio, digno desarrollo, destellos magníficos, concesiones irritantes, progresivo esquematismo.
En algo me permito lanzarte una reflexión: Creo que los humanos de la película carecen de fuste porque van camino de convertirse en la raza inferior y dominada. Aunque ellos aún no lo sepan, los simios, en el guión y en el planeta, ya se han convertido en los amos.
http://fernandomaranon.blogspot.com.es/2014/08/el-amanecer-del-planeta-de-los-simios.html
Buen apunte, Marañón, aunque precisamente no hubiera estado de más que hubieran profundizado un poco más en ese cambio de roles entre simios y humanos. Un saludo y gracias por tu comentario.