«Dos días, una noche»: La prima o el riesgo
Tengo que admitir, no sin cierto rubor, que no he seguido como debiera la trayectoria de los belgas hermanos Dardenne, pero siempre me dio la impresión de que vivían algo así como criogenizados en un apartado rincón de las cumbres de la cinematografía, eran descongelados cada dos años para ir al Festival de Cannes, cosechar críticas elogiosas, llevarse siempre algún premio gordo y vuelta al frío redil. Un cine social sin apenas impacto en la sociedad, aunque no fuera culpa necesariamente de ellos y sí seguramente de una distribución conservadora y poco ambiciosa y, especialmente, de un público poco dado a abandonar su zona de confort. Sin embargo, esta situación está cambiando en los últimos años. La preciosa ‘El niño de la bicicleta’ ya supuso un gran primer paso, pero es ahora, tras contratar a una estrella como Marion Cotillard y facturar su obra más accesible, ‘Dos días, una noche’, cuando finalmente la pareja de realizadores parece dispuesta a pasear por el mundo exterior y llegar a unas audiencias considerables.
La mayor accesibilidad dardenniana no se limita únicamente al estilo sino que llega también a la trama. De lidiar habitualmente con los excluidos de la sociedad, con los ambientes más feístas de nuestro entorno; los hermanos pasan a adentrarse en su nuevo filme en ese subgénero que podríamos llamar ‘drama laboral’, en la que estaría inscrita, por ejemplo, la española ‘Smoking Room’. A Sara (Cotillard), de baja por depresión, le comunican un viernes que ha sido despedida de su trabajo en una fábrica después de que una votación entre sus compañeros orquestada por su jefe eligiera su marcha y una prima de 1.000 euros anuales para cada uno de ellos por encima de la opción de mantenerla en plantilla y renunciar a esa prima. Instada por su colega Juliette y apoyada por su marido Manu, Sara consigue que sea celebrada una nueva votación al respecto para el lunes siguiente, con lo que tiene un fin de semana por delante para ir visitando a cada uno de sus compañeros e intentar que el próximo resultado le sea favorable.
Mostrando lo fino de su radar a la hora de diseccionar la deshumanizados tiempos que corren, los Dardenne muestran la lucha de un individuo en solitario, en oposición a grandes clásicos del cine laboral como la ejemplar ‘Recursos humanos’ de Laurent Cantet, en los que el grupo era el protagonista de las maniobras por su futuro. Al más puro estilo ‘Doce hombres sin piedad’, Sandra vaga durante todo el fin de semana en busca de las viviendas de sus compañeros, ofreciéndonos la ‘cara b’ que el cine es tan poco dado a mostrar de una ciudad belga, que perfectamente podría ser cualquier otra ciudad europea, y mostrando la incomodidad que se produce cuando alguien traspasa la férrea barrera existente entre la vida en el trabajo y la cotidiana de cada empleado, esa que trata de esconder numerosas vergüenzas. El recorrido por los distintos trabajadores es rico y variado: numerosas nacionalidades y razas, estados civiles de lo más variopinto, mayor o menor dependencia de familiares o parejas, sorpresas agradables, amargas decepciones…pero siempre un factor común: un estado de precariedad vital y permanentes necesidades en el que cualquier mínima suma de dinero es percibida como el ansiado Maná al que aferrarse. Esta es la Europa que nos han (hemos) dejado.
El planteamiento de ‘Dos días, una noche’ corre el riesgo de resultar excesivamente esquemático. Pero los Dardenne sortean con agilidad este obstáculo añadiendo puntos de interés a la trama principal. Como es habitual en su filmografía, los hermanos pegan su cámara como si fuera una lapa a su protagonista y la siguen tanto en los momentos presuntamente más importantes como en los más accesorios, retratando fielmente los variados cambios de humor que sufre Sandra en su peripecia y como afectan en su aún no superada depresión. Así, un viaje en autobús, que el 99% de los cineastas lo solucionarían con una elipsis, los autores de ‘Rosetta’ lo utilizan sabiamente para mostrarnos su quebradizo estado de ánimo. Este método solo puede funcionar si hay una actriz capaz de cargar con todo el peso de la cinta sobre sus hombros. Y la elección no pudo ser más acertada. Cottillard, lejos de ser la típica estrella que utiliza a un realizador de prestigio para elevar sus probabilidades de almacenar premios, se mete a fondo en el desvalido personaje que es Sandra, a lo que ayuda su particular físico y su rica gestualidad, no solo a través de palabras, sino sobre todo mediante miradas y formas de caminar. Ya lo sabíamos, pero ‘Dos días, una noche’ no hace más que confirmarlo: a la francesa no se le ven límites.
No teman, viejos enemigos de los realizadores belgas y de los tempos lentos, el ritmo de la cinta es absolutamente fluído, gracias a que la cinta, por debajo de todo su rico análisis social, no deja de ser un ‘trhiller’ encubierto. El suspense por la reacción de los compañeros ante cada encuentro y, especialmente, por el resultado de la votación del lunes mantienen la tensión durante todo el metraje, pero, paradójicamente, cuando se da una mayor angustia es en una secuencia absolutamente maestra que conviene no desvelar y que muestra muy acertadamente los súbitos vaivenes que nos regala la vida.
Un final perfecto, que aúna con acierto las vertientes social y psicológica de la trama, y un reparto de actores secundarios eficacísimo terminan por redondear una película que quedará para la posteridad como una de las producciones que mejor supieron retratar una devastadora crisis económica que derivó en algo todavía peor, en una devastadora crisis de valores.
Creo que fue Días de cine el programa en que vi un reportaje sobre esta película y ya entonces llamó mucho mi atención; pero es ahora, tras leer tu exquisito artículo, cuando me invaden las ganas de verla.
Un saludo. Arzu.
Si puedes, no lo dudes y ve a verla, Arzu. Muy buena película y, como digo, la más accesible de los Dardenne, que siempre han dado pereza a más de uno.
Un saludo