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Rick Rubin: Un productor y sus obras (maestras)

27/11/2018

Desde que el Cadillac es Cadillac, hemos tratado en nuestro apartado musical casi todos los palos de este mágico arte, desde bandas a solistas, desde vocalistas a guitarristas y teclistas, desde pequeños conciertos a grandes festivales, pero nunca, nunca hemos hablado de unos sujetos tan normalmente olvidados como fundamentales para que gocéis con vuestros discos favoritos en casa: los productores. Cumpliendo una labor alejada de los focos ,son muchas veces más importantes que las grandes estrellas que todos amáis a la hora de dar con el sonido adecuado y la dirección correcta para que esas composiciones que llevan los músicos al estudio salgan de él mostrando su mejor cara. Nos ha costado más de seis años, pero hoy toca hacer acto de contricción y traer a nuestra portada a un representante de tan insigne gremio. Y si teníamos que estrenarnos con un productor, resultó obvio que el elegido sólo podía ser uno: el único e inimitable Rick Rubin.

Puede que haya mejores productores e incluso más exitosos o más innovadores, pero lo que es seguro que no ha habido ninguno más emblemático en los últimos 40 años que nuestro protagonista. Todos los adictos a la música podemos enumerar un gran número de míticos maestros de los mandos, desde los primeros tiempos de la música popular hasta la actualidad, pero la gran mayoría quedan circunscritos a un estilo determinado o, a lo sumo, dos. Lo realmente asombroso de Rubin no es que haya contribuido a un extenso elenco de obras maestras, sino la transversalidad de éstas: nadie, absolutamente nadie, pude presumir de ser un nombre esencial en la historia de estilos tan variados como el hip hop, el country, el rock americano, el rock alternativo, el hard rock, el heavy metal o el thrash, a lo que hay que añadir aportaciones relevantes en otros géneros y su participación en bombazos comerciales como el ’21’ de Adele, los dos ‘Oral Fixation’ de Shakira y o el ‘FutureSex/LoveSounds’ de Justin Timberlake.

El barbudo genio ha quedado encuadrado en los últimos años -merced a su exitoso trabajo con Johnny Cash– como un recuperador de leyendas y un experto en aportar un sonido seco, austero y orgánico, pero, si examinamos su carrera en profundidad, el denominador común más notable en su discografía es el de saber sacar el 100% de sus respectivos clientes y tener una capacidad casi sobrenatural para conocer el sonido con el que van a poder sacar a relucir mejor sus cualidades. No todos son elogios; un hombre tan importante en la industria tiene que tener a la fuerza enemigos y éstos le reprochan desde su dudosa ética con sus tratos en su compañía American Recordings como una implicación nula en varios de sus proyectos, además de ser uno de los promotores de la extrema compresión del rango dinámico de la música actual. ¿Qué sería un genio sin sus sombras?

Para celebrar y homenajear tan vasta carrera, hemos decidido seleccionar 15 de sus obras indispensables y las que mejor explican su trayectoria. Hacer un ránking entre discos tan emblemáticos como los que siguen nos parecía algo tan gratuito como inmerecido, por lo que el orden es estrictamente cronológico, en aras a contribuir a un mejor entendimiento de la obra de Rubin. Asimismo, para enfatizar la variedad de sus propuestas, únicamente hemos incluido un disco por artista… o corríamos el riesgo de que Cash, Tom Petty o Danzig monopolizaran la lista. Por último, bajo estas líneas encontraréis álbumes en los que el neoyorquino ha tenido una aportación esencial, descartando así aquellas obras a las que contribuyó bien como productor ejecutivo, bien como mezclador y también dejando fuera aquellas en las que el nombre de Rubin es solo uno de los muchos que figuran en los créditos de producción -como sucede en muchas de sus aportaciones al hip hop de los últimos años- . Ahora sí, dejamos tanta advertencia a un lado y pasamos a sumergirnos en lo que importa de verdad: un productor y sus obras (maestras).

SLAYER «REIGN IN BLOOD» (1986)

En un momento decisivo de su carrera, justo cuando con sus dos primeros álbumes se habían convertido en puntas de lanza, junto a colosos como Metallica, Megadeth o Anthrax, de ese revolucionario estilo musical llamado thrash metal, Slayer tomaron la decisión más arriesgada de su carrera: confiar el que había de ser su disco de confirmación a un joven productor que hasta ahora solo había trabajado en un estilo tan alejado a priori del metal como era el hip hop. Sin embargo, pocas decisiones han sido tan acertadas en la historia del género. Rubin añadió claridad y profundidad a un material asesino y se obró la magia: «Reign in Blood» es unanimamente reconocido como uno de las mejores obras de la historia del metal -para muchos la número 1- y también una de las más influyentes, siendo piedra filosofal de estilos aún más extremos como el death metal o el grindcore. Slayer tuvieron relativa piedad de nuestras meninges y solo grabaron 29 minutos de música…¡pero qué 29 minutos! Dos monumentales himnos abren y concluyen el disco: «Angel of Death» y «Raining Blood», respectivamente, enmarcando la brutal concatenación de ocho temas breves y furiosos como «Piece by Piece», «Necrophobic» o «Altar of Sacrifice». Ni que decir tiene que los fabricantes de Paracetamol encontraron un filón en los oyentes que se sometían una y otra vez a esta gozosa tortura. Rubin ha acompañado gran parte de la posterior trayectoria de la banda, que, manteniendo una regularidad pasmosa, nos ha seguido brindado discazo tras discazo hasta la actualidad, destacando obras maestras como «South of Heaven» o «Seasons in the Abyss».

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BEASTIE BOYS «LICENSED TO ILL» (1986)

Pocas veces se habrá podido asistir a una explosión creativa de tales dimensiones. «Licensed to Ill», el histórico debut de Beastie Boys, fue publicado en noviembre de 1986, apenas un mes después del «Reign in Blood» de Slayer…y sí, habéis acertado, el joven Rubin estuvo trabajando a la vez en dos de los discos más importantes de los años 80, dos discos, para más inri, que sentaron  las bases de dos géneros, De ahí la colaboración del guitarrista de los ‘trashers’ Kerry King en el álbum de los neoyorquinos. Pero vayamos al grano, porque «Licensed to Ill», sin duda, lo merece. El productor californiano consiguió con esta obra perfeccionar hasta niveles siderales la improbable fusión entre rap y rock en la que ya había trabajado con el demasiado olvidado LL Cool J en «Radio» y, al alimón con Russell Simmons, en el histórico «Raising Hell» de Run DMC, teniendo el enorme mérito de hacer que los ‘blanquitos’ también la supieran meter en un género tan eminentemente afroamericano como el hip hop. La faceta más reconocible del álbum es la que mezcla rimas con guitarras afiladas en himnos del calibre de la punk «Fight for your Right», «No Sleep till Brooklyn», «Slow and Low» o «Time to Get Ill», pero también poseían una frescura y una calidad pasmosas temas mas puramente hiphoperos como «Rhymin & Stealin'», la curiosa mezcla de himnos de Foghat y War que desembocan en «Slow Ride», «Hold it Now, Hit it» y «Brass Monkey». Un disco que justifica toda una carrera.

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THE CULT «ELECTRIC» (1987)

Una de las grandes reconversiones que ha hecho Rubin en su carrera fue, sin duda, la de The Cult. Los ingleses llegaban a 1986 lanzados por la popularidad que obtuvo su anterior y excelente «Love» y dispuestos ya a comerse el mundo dando el salto a la División de Honor. Sin embargo, una primera tentativa con gran parte de los temas que conformarían el ‘track list’ final y que iba a llamarse «Peace» se quedó ya por el camino una vez grabado porque no satisfizo las ambiciones del grupo. The Cult decidieron arriesgar y dar una oportunidad a ese productor que ya empezaba a estar en boca de todos pese a su inexperiencia con el rock más clásico y la elección no pudo ser más acertada. Como ya sucedió con otros grupos coetáneos de las Islas Británicas (U2, Depeche Mode), The Cult también cayeron rendidos por las raíces americanas del rock, algo que supo captar a la perfección Rubin, que suprimió toda reminiscencia gótica de su sonido, lo desnudó hasta el esqueleto y dio el protagonismo absoluto a la guitarra de Billy Duffy, que reinaba junto a la mesiánica voz de Ian Astbury en un repertorio que se dedicaba con fruición a homenajear al rock’n’roll más clásico, el de The Rolling Stones o AC/DC. Composiciones magistrales como «Wild Flower», «Lil’Devil», «Aphrodisiac Jacket», «Love Removal Machine» o la versión del clásico de Steppenwolf «Born to be Wild» hubieran sobrevivido a cualquier tratamiento, pero está claro que el que les proporcionó Rubin resultó ideal, convirtiendo a The Cult en una máquina de rockear que daría aún mejores resultados en el pluscuamperfecto «Sonic Temple».

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MASTERS OF REALITY «MASTERS OF REALITY» (1989)

Uno de los poquísimos estilos de los que Rubin se ha mantenido extrañamente al margen ha sido el ‘stoner’, si exceptuamos sus colaboraciones con los seminales Trouble y con los ‘padres honoríficos’ del invento: Black Sabbath. Sin embargo, su alargada sombra llegó hasta los prolegómenos del movimiento. No se puede considerar a Masters of Reality, al menos en éste su debut, un grupo ‘stoner’, pero lo cierto es que su líder, Chris Goss, es, sin duda, uno de sus grandes padrinos, con su fundamental aportación en la producción de discos básicos como los de Kyuss y en su primera obra ya hay ciertas atmósferas y riffs que prefiguraban al género desértico por excelencia.. No estamos hablando de ningún éxito de ventas pero, en su día, «Masters of Reality», también conocido como «The Blue Garden» en reediciones posteriores, fue todo un soplo de aire fresco en una escena rock dominada aún por la laca y la licra. Huyendo de cualquier moda imperante, Goss configuró junto a Rubin un variado muestrario de excelentes canciones que, desde su inevitable aroma a aquel blues rock que dinamitó el final de los años 60 -con gozosos recuerdos a Cream en «Gettin’ High»-, también se apuntaba a los enormes y contundentes riffs de «Candy Song», «Domino» y «Kill the King», las atmósferas divagatorias de «The Blue Garden», la elegancia de la delicada «The Magical Spell» o los aires fronterizos de «John Brown» y «The Eyes of Texas». Todo junto conformaba uno de los discos de culto por excelencia de la historia del rock.

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DANZIG «II-LUCIFUGE» (1990)

Por lo que fuera, no alcanzó en España la popularidad que sí logro en otros lares, pero una de las grandes noticias que nos deparó el rock entre finales de los 80 y el primer lustro de los 90 fue la afortunadisima asociación entre Rubin y Glenn Danzig -el mítico cantante de los Misfits y líder de los góticos Samhain– en forma de Danzig, un proyecto ganador completado por una banda tan eficaz como Eerie Von al bajo, John Christ a la guitarra y Chuck Biscuits a la batería. Juntos pergeñaron un cuarteto de álbumes inolvidables que hicieron historia con un hard rock oscuro y profundo que añadía irresistibles toques de blues primigenio y rock and roll clásico, un sonido único y muy acorde con los gustos de aquellos años que vendría a ser algo así como si miembros de Black Sabbath y Alice in Chains hubieran formado un proyecto conjunto con Nick Cave. Podría haber elegido cualquiera de las citadas entregas -todas tienen un similar alto nivel- , pero me he decantado por «II-Lucifuge» por aunar tanto el fulgor de los comienzos, a remolque de aquel excelente debut encabezado por el himno «Mother»  , como la consolidación plena de ese particular sonido. Así, las paradigmáticas «Long Way Back from Hell», «Snakes of Christ» o «Girl» se aliaban en perfecta mezcolanza con el blues más puro de «I’m the One», los tintes country que proporciona la slide guitar de «777» y la emoción a flor de piel contenida en dos obras maestras en forma de medio tiempo como son «Her Black Wings» y «Blood and Tears». Después del cuarto disco y una vez salidos Rubin y el resto del grupo de la ecuación, Danzig ha continuado su trayectoria con resultados desiguales, pero nunca ha logrado acercarse al nivel del que fue ese lustro de absoluta gracia. Siempre nos quedarán los recuerdos.

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RED HOT CHILI PEPPERS «BLOOD, SUGAR, SEX, MAGIK» (1991)

Si hay un grupo al que Rubin le cambió la vida, ese es, sin duda, Red Hot Chili Peppers. Allá por 1991 los angelinos eran ya una leyenda del ‘undeground’ estadounidense, con una muy sólida discografía teñida de funk rock y con George Clinton como principal influencia. Apenas dos años antes, habían dado un paso adelante en el excelente «Mother’s Milk», con un mayor acercamiento el rock, y buscaban dar otro más de la mano de nuestro productor favorito. No obstante, éste era consciente de que tamaña conjunción de musicazos aún no había exprimido del todo su tremendo potencial y encerró a sus cuatro componentes en una mansión dicen que embrujada para que exploraran toda su creatividad. Y el resultado no fue un paso adelante, sino un histórico triple salto mortal, una de las obras maestras absolutas de la década de los 90. ‘Blood, Sugar, Sex, Magik» seguía teniendo funk en abundancia -ahí están perlas como «If you Have to Ask» o el tema título– , pero el sonido de la banda se vio expandido exponecialmente hasta el límite de sus posibilidades. Nunca habían sonado tan convincentemente rockeros como en trallazos del calibre de «Suck my Kiss», «The Righteous & the Wicked» o «The Greeting Song», ni tan estremecedoramente íntimos como en los excelentes medios tiempos «Breaking the Girl» y «I Could Have Lied». Todo ello coronado por dos absolutos himnos del rock como «Give it Away» y «Under the Bridge» y esa portentosa maravilla que es «Sir Psycho Sexy». Muchos objetan a Rubin su condescendencia con la banda en su imparable declive artístico -que no comercial- desde el comienzo del nuevo siglo y seguramente tengan razón, pero Rubin siempre podrá esgrimir el comodín de «Blood, Sugar, Sex Magik» para taparles la boca con orgullo.

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MICK JAGGER «WANDERING SPIRIT» (1993)

Cualquier seguidor medio del rock sabe que la trayectoria de Mick Jagger en solitario es, cuando menos, discreta. Su constante obsesión por encajar con cada lanzamiento en la época en que se inscribe le ha hecho sumergirse en demasiadas ocasiones en aventuras sonoras en las que o bien no acaba de manejarse del todo o bien su voz no es la más adecuada para brillar. De hecho, muchos ven ganador a su eterno compañero Keith Richards en su particular duelo fuera de los Rolling Stones. Y uno llegaría a estar de acuerdo con esta afirmación si Jagger no contase en el zurrón con una excepción de verdadero paso: este «Wandering Spirit» que coprodujo con el protagonista de este post. Y es que, donde en otras de sus obras casi todo suena forzado, en «Wandering Spirit» todo fluye con una naturalidad pasmosa. Y no es que Jagger se quedara en lo fácil y optara por quedarse en el rock’n’roll más stoniano. De eso hay buenas muestras en la inicial «Wired all Night», en «Put me in the Trash» y en «Mother of a Man» -todas ellas excelentes- , pero el disco supone toda una panorámica de los gustos musicales más arraigados en el legendario cantante. La música negra es la estrella del disco, ya sea tanto en temas originales como versiones, en bailables números funkies como «Sweet Thing», «Use me» y «Think» como en sensuales oasis de soul como «Out of Focus» y «I’ve Been Lonely for so long», sin olvidarnos del blues rock de «Wandering Spirit».  En su faceta más suave y baladística, Jagger no desentona para nada y nos ofrece cinco muestras incontestables de su maestría en estas lides, desde la emocionante «Don’t Tear me Up» hasta el folk irlandés de «Handsome Molly» pasando por ese clavicordio tan 60’s de «Angel in my Heart».  Rubin logró cohesionar todas estas vertientes en un disco plenamente coherente e increíblemente fresco que no solo era la mejor muestra de Jagger en solitario, sino probablemente lo mejor, junto a «Voodoo Lounge», que haya firmado cualquier Stone en los últimos 25 años.

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TOM PETTY «WILDFLOWERS» (1994)

Dicen que los que no arriesgan, no ganan. Y esta máxima se puede aplicar perfectamente a la decisión que tomó el recordado Tom Petty allá por 1994. Por aquel entonces, el genio de Florida había quedado rehabilitado en el máximo estrellato gracias al gran éxito de dos discazos consecutivos como «Full Moon Fever», en solitario, y «Into the Great Wide Open», con los Heartbreakers, ambos producidos bajo la batuta de Jeff Lynne y su sofisticada y colorista muralla de sonido pop. La opción razonable hubiera seguido continuar por esa senda, pero un Petty cuyo matrimonio ya hacía aguas y sumido en la adicción a las drogas, decidió dar un viraje completo y publicar en solitario su disco más íntimo y personal.  El elegido para elaborar su «Nebraska» particular no fue otro que Rubin, que ese mismo año estaba haciendo una operación similar con Johnny Cash. El productor volvió a aplicar un enfoque austero, aunque mucho menos del utilizado con la leyenda del country, y desarrolló un amplio espacio sonoro en el que la voz de Petty se entremezclaba con las sutiles aportaciones de una gran variedad de instrumentos y se coronaba con un tratamiento de los arreglos sublime. En ese colchón descansaban plácidamente maravillas acústicas como «You Don’t Know How it Feels», «It’s Good to be King», «To Find a Friend» o «Crawling Back to you», convenientemente aligeradas por exultantes trallazos de puro rock americano («You Wreck Me», «Honey Bee», «Cabin Down Below») y esa maravilla pop que es «A Higher Place», la más cercana al pasado Lynne. «Wildflowers» resultó ser una obra maestra de nuevo exitosa que completó, junto a los también soberbios «She’s the One» y «Echo», ya con los Heartbreakers, una trilogía exultante con Rubin, decisiva para poder considerar los noventa como la mejor década del autor de «American Girl».

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AC/DC «BALLBREAKER» (1995)

Rubin era ya a mediados de los años 90 todo un ‘pope’ de la industria, pero todo hombre poderoso tiene un sueño por cumplir. En el caso de nuestro protagonista, su ‘Rosebud’ particular era trabajar con AC/DC, de los que era fan irredento. La oportunidad llegó en 1993, cuando produjo ‘Big Gun’, el tema inédito que incluyeron los australianos en la banda sonora original de ‘El último gran héroe’, y se amplió cuando fue reclamado para trabajar en su siguiente disco de estudio, «Ballbreaker». El encargo no acabó todo lo bien que hubieran querido las dos partes, puesto que Malcolm Young criticó la tradicional ‘desatención’ de Rubin, quien estaba produciendo al mismo tiempo el ‘One Hot Minute’ de Red Hot Chili Peppers. Sin embargo, el fruto artístico de la colaboración no pudo ser más exitoso. Con unos AC/DC de nuevo en la cumbre tras sus traspiés de mediados de los ochenta y el aliciente del regreso de Phil Rudd en la batería, el productor californiano supo situar el poderoso sonido de Angus y compañía en el justo punto medio entre el barroquismo heavymetalero de su anterior «The Razor’s Edge» y la espartana desnudez de su posterior «Stiff Upper Lip’, lo que fue reforzado con un afortunado conjunto de composiciones que apenas daban pie al relleno que sí han padecido los últimos álbumes del grupo. AC/DC recorrían con acierto todo su espectro musical, desde el adictivo inicio de «Hard as Rock» hasta muestras palmarias del sonido tradicional de la formación como «Cover you in Oil» y «Hail Caesar», la épica de «The Furor» y «Burnin’ Alive», el sentimiento blues de «Boogie Man», el boogie cachondo de «Caught with your Pants Down», el acento pop de «Whiskey on the Rocks» y, como guinda final, esa bestialidad que era el soberbio tema que daba título al disco. Todo ello conforma, en la humilde opinión del aquí firmante, la mejor entrega de la banda desde el eterno «Back in Black». Nuevo triunfo de AC/DC, nuevo éxito de Rubin.

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SYSTEM OF A DOWN «TOXICITY» (2001)

Seguramente Rubin no sea el primer productor que nos venga a la cabeza cuando hablamos de ‘nu metal’, los de Ross Robinson o Terry Date siempre serán nombres más relacionados con este estilo que dominó el panorama musical más duro entre finales de los 90 y principios del nuevo siglo. Y, sin embargo, nuestro protagonista tuvo un protagonismo innegable en su éxito. No solo trabajó en el notable ‘Vol.3: The Subliminal Verses» de Slipknot y en el ‘The War  of Art’ de los hoy muy olvidados American Head Charge, amén de su ristra de discos con Linkin Park, sino que su contribución más sobresaliente la llevó a cabo con el que seguramente sea el mejor grupo -con permiso de Korn y Deftones- que nos deparó aquel estilo: System of a Down. Productor de todos sus discos , puede que la labor de Rubin fuera incluso más sofisticada en el tándem formado por «Mezmerize» e «Hypnotize», ambos de 2005, pero el álbum en el que mejor se amalgaman grandes composiciones, virtuoso sonido y sólidas interpretaciones es, sin duda, la obra maestra de la banda: «Toxicity». El trepidante comienzo, con bombazos como «Prison Song» o «Jet Pilot», parece remitir a la avalancha sónica de su homónimo disco de debut, en el que tanto recordaban a unos Slayer viajando hacia el futuro. Sin embargo, es a partir del tema insignia de la formación -la bombástica «Chop Suey»- cuando «Toxicity» toma altura y demuestra el vertiginoso crecimiento de estos hijos de inmigrantes armenios. El metal más trepidante sigue en liza, pero es enriquecido en perfecta armonía con un inteligente uso de la melodía, tintes perfectamente integrados del folk de sus ancestros y la actitud excéntrica y juguetona de unos Mr.Bungle. ¿El resultado? Una segunda parte de disco fantástica con canciones tan virtuosas como los clásicos «Toxicity» y «Aerials», la atmosférica «ATWA» y la contundente «Science». Obra mayor para abrir el siglo.

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JOHNNY CASH «AMERICAN IV:THE MAN COMES AROUND» (2002) 

Puede haber grabado numerosas obras maestras con los más diversos artistas, pero, sin duda, el pasaporte a la leyenda eterna se la dio a Rubin su empeño en sacar al mito Johnny Cash de un abismo de depresión y apatía y ponerle a grabar sin parar con el objetivo de volver a impulsar, aún más, su candidatura al Olimpo del country. Podrían estar ocupando estas líneas cualquiera de los numerosos volúmenes de la serie «American Recordings» en que se materializó esta alianza -especialmente los dos primeros, esas obras maestras llamadas «American Recordings» (1994) y «Unchained» (1996)-, pero nos hemos decantado por la cuarta entrega por dos razones fundamentales, aparte de su monumental calidad: por ser el disco más popular de toda la serie y por ser el último editado en vida de su autor. El enorme prestigio adquirido por «Hurt», la mejor versión posible de esa joya de Nine Inch Nails, brillante videoclip de Mark Romanek mediante, bien podría opacar el resto de un disco en el que Rubin volvió a crear un virtuoso colchón de sonido tan austero como cálido y rebosante de cercana humanidad. Y no sería justo, porque es perfecto el equilibrio entre el gran número de versiones populares (tremendamente emocionantes el «Bridge over Troubled Water» de Simon & Garfunkel y el «Desperado» de The Eagles; plenamente efectivas las de «I Hung My Head» de Sting y «Personal Jesus» de Depeche Mode) y los temas propios de Cash, entre los que destaca ese apabullante «The Man Comes Around» inicial. Musicazos como Benmont Tench, John Frusciante, Don Henley, Mike Campbell, Fiona Apple, Joey Waronker o Billy Preston aportan, desde un discreto segundo plano, valiosísimos matices para configurar una obra maestra para la historia, cuya despedida, en forma de «We’ll Meet Again» es inevitable que te ponga un duradero nudo en la garganta, habida cuenta de los acontecimientos posteriores.

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THE MARS VOLTA «DE-LOUSED IN THE COMATORIUM» (2003)

Todo es cuestión de perspectiva. En un primer momento, cuando de la desgraciada separación de unos At the Drive-In en su mejor momento salieron dos formaciones tan distintas como los ortodoxos pero respetables Sparta de Jim Ward y los mucho más expansivos The Mars Volta de Cedric Bixler-Zavala y Omar Rodríguez-López, teníamos claro que Rubin, al hacerse cargo de la producción del debut de estos últimos, había efectuado una operación similar a la que hizo en el ya comentado «Blood Sugar Sex Magik» de los Red Hot Chili Peppers -de los que aquí participan Flea y John Frusciante-. Esa exuberante y excitante combinación de prog, psicodelia, ritmos latinos y hardcore suponía un crecimiento tan grande respecto a la banda madre que hacía pensar en una influencia externa decisiva. Sin embargo, esta teoría se vino abajo cuando los posteriores lanzamientos del proyecto, ya sin nuestro protagonista, se tornaron aún mucho más complejos, intrincados y ricos en estilos musicales. Muy al contrario, lo que en realidad hizo Rubin fue sujetar todo lo que pudo las ansias experimentales del genial dúo para no sobrepasar los límites aceptables del mercado rock convencional. Esa tensión creativa derivó en una de las primeras grandes obras maestras del siglo XXI y en una apoteósica sucesión de parajes musicales -más que de canciones propiamente dichas- como «Inertiatic ESP», «Roulette Dares (The Haunt of)», «Eriatarka» o «Televators».

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METALLICA «DEATH MAGNETIC» (2008)

En 2018 Metallica vuelve a ser la banda reverenciada y casi impoluta que ya era en los años 80 y principios de los 90. Pero cabe recordar que no hace tanto, en la primera década del siglo, los de San Francisco eran un grupo prácticamente roto, emparedado entre sus caóticas relaciones internas y la decepción que supusieron sus últimos álbumes. Y en esta recuperación ha tenido mucho que ver el protagonista de este artículo. En aras de resucitar tras el fiasco que supuso «St. Anger», Metallica jugaron sobre seguro y apostaron por Rubin para regresar al carril correcto. Y no cabe duda de que acertaron. El californiano optó por la sensatez, alejar al grupo del tóxico universo en el que se habían adentrado y centrarse en la música. Dejó fuera de la ecuación cualquier complicación y, simplemente, puso a los autores de «Master of Puppets» a hacer lo que mejor saben: componer y tocar grandes canciones. Combinando la fiereza thrash de sus inicios, recuperando afortunadamente los solos de guitarra y, en una concesión a los nuevos tiempos, apostando por los largos desarrollos puestos en valor por grupos como Avenged Sevenfold, Metallica lograron volver a ser reconocibles y perfectamente válidos en el siglo XXI. No es que «Death Magnetic» sea una obra maestra, pero los seguidores de los ‘cuatro jinetes’ volvimos a gozar de lo lindo con ese encomiable trío inicial que conforman «That Was Just Your Life», «The End of the Line» y «Broken, Beat & Scarred» -mejorando a ese correcto single de presentación que era «The Day That Never Comes»- y la demoledora conclusión en forma de «My Apocalypse», haciéndonos olvidar esa absurda insistencia de prolongar ‘ad infinitum’ la saga del tema «The Unforgiven». Nueva misión cumplida para Rubin.

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THE AVETT BROTHERS «I AND LOVE AND YOU» (2009)

Entre tanta producción de nombres ilustres, el gusto de Rubin por descubrir o apoyar grupos emergentes no se ha detenido a lo largo de los años. Si en el pasado fueron los infravalorados Paloalto, System of a Down o The (International) Noise Conspiracy, su última revelación relevante fue la de los hoy básicos The Avett Brothers. Enamorado de la frescura mostrada por el cuarteto a la hora de mezclar todas las variantes del folk estadounidense en un sonido eminentemente acústico mostrado en discazos como «Emotionalism», nuestro protagonista se empeñó en llevar sus excelencias al gran público en una época especialmente proclive, dado el exitazo de una banda afín, aunque inferior, como Mumford & Sons. Rodeados ya de todo tipo de lujos en la producción y la colaboración de leyendas como Lenny Castro o Benmont Tench, The Avett Brothers dieron a luz su obra más madura hasta esa fecha: «I and Love and You». Muchos de sus fans pretéritos criticaron la excesiva solemnidad de sus nuevos temas, algo que su sosegado inicio -pese a joyitas como su tema título o «And it Spreads»– no dejaba de apuntar. Sin embargo, ello se puede achacar a la secuencia de temas elegidos, puesto que en la segunda mitad del álbum ya nos encontramos con esas composiciones adictivas de alegría desbordante tan características suyas como «Kick Drum Heart», «Tin Man» o «Slight Figure of Speech», a la vez que nos deleitamos con maravillas como «Laundry Room» o ese imponente final que es «Incomplete and Insecure». Haciendo balance, nos encontramos con una obra que se mantiene a la -gran- altura de sus predecesores y el comienzo de una historia de amor con Rubin que sigue dando apetecibles frutos hasta la actualidad.

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BLACK SABBATH «13» (2013)

Muchas veces el trabajo duro no parece tener recompensa, pero, de repente, surge alguna oportunidad que te dice que sí, que finalmente ha merecido la pena el esfuerzo. Algo parecido debió pensar Rubin cuando recibió el encargo de producir el disco de despedida de toda una institución musical: Black Sabbath, siendo además el primer disco  con Ozzy Osbourne desde 1978. Todo un regalo caído del cielo para un gran fan como él pero no exento de responsabilidad. Es cierto que en este proyecto no era necesario innovar ni buscar nuevas sonoridades, nadie lo reclamaba, pero sí estar a la altura del tremendo legado de los británicos, algo nada fácil. Una vez más, Rubin optó por la línea recta y desdeñó las curvas: la producción respetaría todos los ‘tics’ clásicos de la banda, con ese irresistible sonido oscuro y brumoso, pero estaría convenientemente actualizado para dejar claro que el disco es de 2013 y no una mera exhibición retro. Con la decepción de la incomparecencia del batería original, Bill Ward, subsanada decentemente con el sustituto Brad Wilk (Rage Against the Machine, Audioslave), viejo conocido del productor, el grupo se lanzó a un lucido autohomenaje que repasa con gracia casi todas las vertientes del grupo, beneficiando su faceta más ‘doom’, con imponentes medio tiempos como las iniciales «End of the Beginning» y «God is Dead?», «Damaged Soul» y «Dear Father» y solo patinando con ese tibio remedo de «Planet Caravan» que es «Zeitgeist». Coincidiremos en que no estamos ante un nuevo «Paranoid» o «Vol.4», pero también lo haremos en que los inventores del heavy metal tuvieron un adiós mucho más que digno, además de lograr un éxito de ventas sin precedentes en la formación. Aquí podéis leer la crítica que publicamos en su día, obra de mi compañero Rodrigo.

Si una vez leído este repaso a una pequeña selección de la obra de Rubin queréis conocer más de la trayectoria del mítico productor, nada mejor que darle al ‘play’ en la ‘playlist’ que os ofrecemos debajo de estas líneas y embarcaros en un exhaustivo muestrario con gran parte de los discos y canciones que han tenido la suerte de contar con nuestro protagonista en los controles. Desde Adele a Linkin Park, pasando por un largo etcétera compuesto, entre otros, por Neil Diamond, ZZ Top, Weezer, Justin Timberlake, The Smashing Pumpkins, Rage Against the Machine o Jakob Dylan. ¡Que ustedes lo disfruten!·

5 comentarios leave one →
  1. Matias permalink
    28/11/2018 20:43

    Antes que nada quiero agradecerte por tan extenso post, Rick Rubin sin duda esta en el olimpo de la música. Todavía no hice a tiempo de leer la nota completa pero me permito corregirte, el subgenero del heavy metal que mencionas es thrash y no trash.
    Espero no haberte molestado, muchas gracias.

    • Alberto Loriente permalink*
      29/11/2018 11:39

      Hola, Matías,
      Mil gracias por la corrección, se me fue al pairo una de las ‘h’s’, tienes toda la razón. Espero que puedas leer todo el artículo y no dudes en opinar lo que te parezca.
      Y, por supuesto, ninguna molestia, mas bién al contrario.
      Un saludo

  2. Willywatermelon permalink
    10/03/2020 14:35

    Muy buen atículo la verdad. No tenía constancia de que Rubin hubiera producido el «Big Gun» de ACDC y creo que perfilas muy bien todos los palos que ha tocado cómo productor. De hecho me he metido en tu blog porque voy a escribir un articulo en un blog todavía inexistente sobre «Krush Groove», la película que narra el origen de Def Jam con Rubin y Russell y quería empaparme un poco más sobre Rubin. Enhorabuena

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