«The Most Lamentable Tragedy» de Titus Andronicus: el triunfal regreso de la ópera rock
En estos tiempos de música consumida en pequeñas fracciones desde plataformas digitales y dispositivos móviles mientras se hace cualquier otra cosa es definitivamente meritorio que algunos creadores sigan reivindicando el formato de álbum como concepto, como obra que adquiere todo su significado cuando se escucha de principio a fin, exigiendo la implicación de un oyente cada vez menos dispuesto a invertir su tiempo en aventuras de largo recorrido. Artistas del pop y el rock como Radiohead, Arcade Fire, Muse, Flaming Lips, Drive-By-Truckers o Sufjan Stevens han publicado en el siglo XXI discos más o menos conceptuales, que tal vez no sigan un relato concreto pero que poseen un clima unitario en el que el cuadro completo termina dándole un sentido superior a las partes por separado. Que la propuesta se rija por las añejas y olvidadas reglas de la ópera rock popularizadas por The Who en “Tommy” o “Quadrophenia”, en las que el disco entero cuenta una historia completa, ya es menos frecuente, siendo quizás Green Day el último exponente de la cultura popular en ensayarlo, si dejamos al margen los casi siempre pretenciosos esfuerzos de los grupos de metal progresivo o sinfónico. “The Most Lamentable Tragedy” de Titus Andronicus, el trabajo que nos ocupa, se inscribe en este género, pero su mérito no es solo el de recuperarlo con éxito e insuflar relevancia al formato álbum, sino más bien el de ser muy probablemente el disco de ROCK más vibrante, apasionante y apasionado que un servidor ha escuchado en 2015.
Pero vayamos por partes. ¿Titus qué…? os preguntaréis algunos con cierta reticencia, y es que esta banda de New Jersey liderada por Patrick Stickles lleva algunos años siendo objeto de culto reverenciado por una selecta aunque ruidosa parroquia de feligreses y recibiendo los parabienes de la crítica especializada, pero su trascendencia no ya en el mainstream sino incluso en el círculo de seguidores medio del rock había sido minoritaria hasta ahora. Su segundo disco, “The Monitor” (2010), puso en el mapa su punk-rock-hardcore enérgico y visceral, la voz desgarrada de Stickles, sus ambiciones conceptuales –aquella obra ya estaba basada en la Guerra de Secesión estadounidense- y su querencia por superar los límites de su género, con canciones largas que rompían las estructuras clásicas y una mayor variedad de arreglos. Escuchen “A More Perfect Union” y se hacen una idea. “Local Business”(2012), de cariz algo más clásico y directo, ayudó a consolidar la reputación del grupo pero faltaba el puñetazo en la mesa que les colocase en la Primera División. Y ese golpe lo propina ruidosamente “The Most Lamentable Tragedy”, un gigantesco CD doble de de 29 cortes y 93 minutos dividido en cinco actos que exploran el trastorno bipolar que sufre su líder. ¿Demasiado intimidante como para hincarle el diente? No debería, porque aunque la tarjeta de invitación puede parecer excesiva esto es una gran fiesta de rock’n’roll a la que están convidados el espíritu de combate de The Clash, la épica callejera más festiva de Bruce Springsteen & the E Street Band, la velocidad vitriólica de Hüsker Dü, el gancho melódico pop de los Pixies, el jolgorio tabernario de The Pogues, el orgullo obrero irish de Thin Lizzy y la chulería macarra de los Stones. Si a pesar de todo, todavía no me lo acabas de comprar, pincha el video de abajo (no hace falta que le hagas mucho caso a la bizarra performance que se marca la banda) y escucha ese extracto de 15 minutos del acto II. Si eso no te provoca un subidón inmediato no sigas leyendo. Quizás el rock no es lo tuyo.
“The Most Lamentable Tragedy” es, claro está, un trabajo que demanda una cierta predisposición por parte del oyente, pero no es un disco difícil o complicado pese a sus pretensiones y su extenso minutaje. Parte de sus 29 cortes son introducciones e interludios entre actos, y aunque algún tema sí roza los diez minutos la gran mayoría son trallazos directos, concisos, accesibles y de fuerte pegada, más que nunca en un álbum de la banda. Casi todos son tremendamente disfrutables por sí mismos, sin necesidad de ningún contexto, pero juntos dan forma al rompecabezas que es la mente de Stickles, quien nos presenta a Nuestro Héroe (él mismo), un tipo depresivo y autodestructivo, al filo de la esquizofrenia, que al encontrarse con su “alter-ego”, Lookalike, descubrirá una forma distinta de afrontar la vida, desinhibida, laxa y libre de ataduras morales. Después llegarán el descubrimiento del amor, las ensoñaciones, el crudo regreso a la realidad y la redención, en una metáfora precisa de la psicosis maníaco-depresiva que sufre su autor.
Para quien esté interesado en ahondar en el concepto del álbum, el propio Stickles se encarga de explicar pormenorizadamente las letras de las canciones en Genius, así que aquí nos ceñiremos al aspecto musical de la obra. El Acto I, “Set Aside or Miserable and Water-Buried”, se abre, tras la intro instrumental “The Angry Hour”, con los aldabonazos punk impregnados en rabia y queroseno de “No Future Part IV: No Future Triumphant” y “Stranded (On My Own)”. Es un arranque crudo y correoso, que confirma que Titus Andronicus siguen dominando el registro vehemente practicado en entregas anteriores, pero lo mejor está aún por llegar. La primera prueba de su crecimiento como banda de rock más allá de etiquetas llega con “Lonely Boy”, glam sudoroso y altanero rematado con unos vientos irresistibles que desembocan en el fulgor melódico de la verborreica y desgarrada “I Lost My Mind (+@)”, para culminar la escena inicial con el medio minuto de hardcore vertiginoso de “Look Alive”.
El segundo acto, “Beside Himself”, el más expansivo y radiante del lote, comienza con “Lookalike”, otro estruendo a toda pastilla en menos de un minuto, y prosigue con “I Lost My Mind (DJ)”, versión con sabor punk de una tonada del trágico cantautor Daniel Johnston, y “Mr.E Mann”, cuyo cautivador aliento pop parece rescatado de algún cajón de gloriosos outtakes del “The River” de Springsteen. La vibrante sección de cuerdas, dirigida por Owen Pallett, ya ha hecho su aparición a estas alturas y brilla en “Fired Up”, rock musculoso de estribillo épico y deje ochentero, e inopinadamente también lo hace en la frenética y desatada “Dimed Out”, uno de los singles del año, o directamente del siglo. “More Perfect Union” y sus majestuosos diez minutos de ritmos cambiantes y empapados en esencia de folk irlandés cierran por todo lo alto el CD 1.
El Acto III, “Down by the Seaside”, arranca con los cánticos solemnes de “Sun Salutation” para después encadenarse al riff sabatthiano de “(S)HE SAID/ (S(HE SAID” y su agresividad semi metálica a la que, no obstante, quizá le sobren algunos minutos, y entroncar con “Funny Feeling”, casi una secuela comprimida del tema anterior. La irresistible y absolutamente memorable “Fatal Flaw” supone un regreso bañado en cerveza al rock’n’roll más clásico y vacilón antes de acometer “The Other Side or a Midsummer Night’s Dream”, el cuarto acto. Vuelven los violines y el pop luminoso en “Come On, Siobhan” y el espíritu beodo de pub irlandés en su acelerada versión del “A Pair of Brown Eyes” de los Pogues. Una lectura a capella de la tradicional escocesa “Auld Lang Syne” anticipa el latigazo punk-hardcore de la fulminante “I’m Going Insane (Finish Him)”, que no es sino una revisitación de su propia “Titus Andronicus vs. The Absurd Universe (3d Round KO)”, de “Local Business”, la autorreferencia más evidente de las que está plagado el trabajo.
Llegamos al Acto V, “Decide”, de la mano de la insolencia sin refinar de “Into the Void (Filler)”, enésimo guiño a Hüsker Dü, antes de despedirnos de las guitarras airadas y la velocidad para acometer el tramo final de la obra. “No Future Part V: In Endless Dreaming”, cierra la pentalogía iniciada en su primer álbum, “The Airing of Grievances”, con una melodía desolada acompañada por un piano solitario, mientras que “Stable Boy”, la otra cara de la moneda, recupera el alma desaliñada y freak del ya citado Daniel Johnston en una balada grabada en casette con un precario acordeón.
“The Most Lamentable Tragedy” corría el riesgo de ser un mamotreto pretencioso e irregular, como la mayoría de los álbumes que superan los 70 minutos, pero Stickes y los suyos han sabido reducir el tiempo de la basura al mínimo y le han insuflado una autenticidad, un ímpetu y una intensidad a su obra maestra que permiten que una experiencia que podría resultar extenuante sea vivificante y reafirme nuestra fe en el rock. En una época en la que el género apenas produce clásicos incontestables para la posterioridad, bien porque la industria o el público masivo ya no están interesados en las guitarras, bien porque las nuevas generaciones de rockeros no alcanzan el nivel de los viejos ídolos, “The Most Lamentable Tragedy” se antoja un digno sucesor de los “Ziggy Stardust”, “Berlin”, “The Wall” o “Zen Arcade”, lo reconozcan o no en las antologías del futuro. No es moco de pavo.
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