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«El regalo»: un presente con cargo al pasado

04/04/2016

«Tú has olvidado el pasado, pero el pasado no te olvida». Esta sentencia lanzada por «el malo» (o no) es la base sobre la que se sustenta «El regalo», una película que, si bien en su tramo inicial nos remonta a los típicos thrillers de los 90 con extraños personajes que amenazan la idílica convivencia de familias aparentemente normales (recuérdense «La mano que mece la cuna», «Mujer blanca soltera busca…» o «De repente, un extraño»), con el paso del metraje se va convirtiendo en algo más, dejando de un lado los esperados giros de guión que logran que te replantees todo lo visto hasta entonces para ahondar en la psicología y los pasados de los personajes, eso sí, dejando para el final un sorprendente desenlace, no de esos que acabamos de comentar que hacen que nada de lo que creías fuera cierto, pero sí lo suficientemente espectacular y coherente como para cerrar la cinta por todo lo alto. Tampoco el factor sorpresa es la baza principal de «El regalo», ya que los descubrimientos que se van revelando están más o menos cantados desde el principio, no creo por culpa de un inocente guión, sino más bien con esa intención, no basándose así toda la fuerza del filme en conseguir epatar al público, un recurso efectivo aunque fácil. De esta forma, el film se presenta como un poco innovador ejercicio de estilo que en la concreción, la contención y el buen hacer tanto de sus protagonistas como de su director-guionista tiene sus ejes diferenciales sobre los convencionales títulos que inundan las cadenas de televisión generalistas los fines de semana a eso de las cuatro de la tarde.

Dirigida por Joel Edgerton, que en su ópera prima se reserva además la mejor interpretación de la película, con los más reconocibles Jason Bateman y Rebecca Hall completando el triángulo que vertebra toda la historia, «El regalo» consiguió un gran recibimiento en el Festival de Sitges, que precisamente otorgó a Edgerton el galardón al mejor actor. En Estados Unidos, la película logró 11 millones de dólares en su primer fin de semana y después multiplicó por cuatro su taquilla, lo que la marca como claro ejemplo de película que va ganando adeptos y fama gracias al boca-oreja, lo que a su vez demuestra las cualidades del film: grandes dosis de intriga, una narración precisa que no cae en efectismos y que te tiene las casi dos horas pegado a la butaca y un gran final que te hace salir de la sala predispuesto a recomendarla.

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(ALERTA SPOILERS: A partir de este momento se van a destapar más abiertamente aspectos de la trama, por lo que si aún no has visto la película te recomiendo que te guardes estas líneas y regreses a ellas una vez visionada, ya que a buen seguro tendrás ganas de leer sobre ella).

Entrando en harina, la presentación de un típico matrimonio en apariencia idílico se ve rápidamente interrumpida por la entrada en escena de un viejo conocido de la infancia (de él), y gracias a los pequeños gestos, algunos de ellos con el recurrente recurso de sugerirse justo cuando termina la acción y la atención de la otra parte ya ha desaparecido, no tardamos en empezar a intuir que no todo es lo que parece. Y es que la tiranía de la importancia de la apariencia es uno de los aspectos que denuncia el film, poniendo en este disparadero a Simon, el personaje muy correctamente interpretado por Jason Bateman, un tipo que sustenta su vida en el éxito profesional y que termina revelándose como el verdedero «malo» de la historia, un personaje que, ya desde la infancia, no duda en reafirmar su rol de dominante a costa de ir dejando cadáveres en la cuneta (esta vez de forma metafórica). Junto a él, una abnegada esposa, Robyn, también con una muy ajustada interpretación de Rebecca Hall, una mujer que no ha dudado (o sí) en dejar de un lado su carrera profesional para que los focos del éxito puedan recaer en su pareja, una mujer que busca formar una familia para intentar tapar el resto de frustraciones vitales de las que se ha ido impregnando, y una mujer que se convertirá en el eje de las tensiones, en el detonante de la venganza y en la víctima colateral de un pasado ajeno a ella.

Pero sin duda el personaje más interesante de la terna es Gordon, caracterizado con maestría por Joel Edgerton, un hombre apocado, en la antítesis del exitoso Simon, preso de un pasado que le ha marcado en cada uno de los episodios de su vida, y que de repente encuentra ante sí la oportunidad de la redención y, sobre todo, de la venganza, una víctima que sigue sufriendo décadas después los efectos de una terrible adolescencia y que, pese al nuevo objetivo que ha comenzado a marcarse con el reencuentro con Simon, sigue padeciendo un irreversible complejo que quizás ni con su horrible vendetta pueda quitarse de encima.

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Como decíamos, «El regalo» no es un deshecho de originalidad, pero sin embargo sí que consigue sobrevivir a un género tan manoseado como el thriller psicológico gracias sobre todo a un gran guión, en el que, salvo un par de sustos claramente prescindibles, no permite caer en el juego fácil del engaño al espectador. Es cierto que los protagonistas finalmente no son como aparentaban en un primer apunte, pero casi desde sus primeros planos ya vamos siendo testigos de esa falsedad, una mentira que no es del director, sino que es obra de los propios personajes, en un caso por la necesidad de aparentar, haciendo de ello su ‘leit motiv’, en otro caso casi sin saberlo por el hecho de mantenerse al lado de su pareja y mantener un status, y en otro como parte de una venganza.

De esta forma, se podría esquematizar la cinta en dos triángulos, el que forman los tres protagonistas y el que dibujan los tres ejes de la historia: el pasado, la mentira y la venganza. Comenzábamos el texto recordando las palabras de Gordon, unas amenazantes «tú has olvidado el pasado, pero el pasado no te olvida», y este es uno de los cimientos de «El regalo», cómo unos hechos olvidados para algunos que pueden haber afectado de forma definitiva para otros regresan cual boomerang cuando menos te lo esperas, haciendo añicos la torre de cristal que se había cimentado a base de mentiras y engaños. Así, es el «vértice» de Robyn el que va desenmascarando a su marido conforme la represalia de Gordon va tomando forma, descubriendo ante sí a una persona irreconocible para ella. Aunque este no será el mayor de los castigos para ella.

El tramo final de la cinta eleva la tensión al resolverse el terrorífico desquite de Gordon. Me ha parecido captar la creencia más o menos generalizada de que se trata de un final abierto y de que es el espectador quien debe sacar sus propias conclusiones. Para mí la duda quedará únicamente en las nuevas víctimas, una terrible incertidumbre que ya indudablemente es más que suficiente castigo. En este caso es Gordon el que tira de mentira (creo que es significativo el plano final quitándose el cabestrillo del brazo), devolviendo el golpe al embuste de Simon años atrás para tambalear unas vidas que tampoco volverán a ser ya nunca las mismas.

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