«Transparent»: el drama generacional de los Pfefferman
(AVISO SPOILERS: El post analiza detalladamente la tercera temporada de la serie estrella de Amazon. Si aún no has disfrutado del último episodio, «Exciting and New», -lo cual es un error vital- vuelve cuando lo hayas hecho.)
Qué fortuna, por tercer año consecutivo, tener que buscar la combinación de caracteres adecuada para expresar la grandeza de un producto que, en su relativamente corta vida, ha conseguido entrar en un limbo al que van las ficciones más humanas y acertadas. Ficciones dolorosas en su contenido y en su reflejo existencial que se nos cuela en los lagrimales, que se hace hueco en ese nudo en la garganta con el que vemos cada episodio. Eso es «Transparent», en su definición más básica. Es la mella que deja en nosotros al terminar, es el silencio impuesto mientras dejamos que nos empape, el vacío tras los créditos color salmón.
Lo viene a confirmar su tercera y magnífica temporada: esta serie es, desde un punto de vista social (e individual, no queramos engañarnos), la más necesaria dentro de la parrilla actual, una serie en continuidad que aún guarda un buen puñado de lecciones que darnos con su sensibilidad especial, su introspección, su elegancia, su falta de tapujos y la complejidad de unos personajes que, por ser detestables de no pertenecer a un conjunto, no dejan de sorprendernos. Dos premios Emmy ha recibido ya Jeffrey Tambor por interpretar a uno de mis personajes favoritos del panorama presente, dos reconocimientos a una Maura que a veces habla en nombre de todos nosotros, de todas nosotras, del sexo, la identidad y la angustia vital. Y se nos antojan pocos…
Si su segundo bloque de episodios, emitido en 2015, jugaba con la idea de explorar una perpetua búsqueda de la identidad, las diez entregas de este año nos confirman, como adelantábamos, que esa identidad está en construcción continua durante nuestro ciclo vital y que sólo podemos movernos a la caza de un poco de felicidad y tratar de adaptarnos a las circunstancias. Porque en el fondo, nunca seremos conformes en nuestra individualidad aunque nos conformemos demasiado con lo que nos rodea. Esta temporada, queriendo ir un poco más lejos, vuelve a ser un relato del egoísmo más arraigado, del ombliguismo, de las consecuencias que acarrea una educación precaria (no por falta de medios, sino de afecto) a una corta edad y del dolor, sobre todo del dolor. Porque la familia Pfefferman está rota, completamente rota. No tanto como familia sino como conjunto de individuos. Están rotos, todos. Rotos por el capricho, rotos por lo que no compra el dinero y rotos porque la vida no deja que nadie escape de sus fauces y no todas las fianzas huelen a papel verde.
You’re waiting for a miracle. You’re waiting for the sea to part. Well, that’s an old miracle. So what about this? What if the miracle was you? What if you had to be your own Messiah? Then what?
«Elizah» es una apertura prodigiosa que ha conmovido a la audiencia en su condición de episodio que casi funciona de manera individual (un caso similar al «The Panic in Central Park» de este mismo año en «Girls»), una brecha en la rutina. Y lo cierto es que funciona a las mil maravillas. Este primer episodio representa el momento en que todo lo guardado dentro ha de estallar para no dejarnos marchitar con ello. Es realmente significativo. Con un monólogo de Raquel de fondo aderezado con la famosa versión de “Ne me quitte pas” de Nina Simone (que inevitablemente nos lleva a recordar una famosa escena de “The Leftovers”), Maura declarará abiertamente tener todo lo que necesita y ser infeliz. Será un mal día, uno de esos tantos malos días en los que el nido de sábanas hubiera sido una opción mejor.
Todo empieza con una llamada en el centro de asistencia telefónica para el colectivo LGTB donde nuestra protagonista lleva a cabo un voluntariado para entrar más en contacto con la realidad. Lo demás será un escenario desconocido para ella y un terreno pantanoso por el que caminar. Porque Elizah, esa chica de vida complicada y pasado conflictivo, esa joven trans de cabellos verdes que nada tienen que ver con la esperanza, pasa por una crisis que desencadenará la crisis de Maura. La preocupación por una extraña que se antoja desprotegida la llevará a zonas periféricas de la ciudad por las que jamás se ha movido dado su estatus social. Es paradójico, porque perdida en ese centro comercial donde se siente en una ratonera, sacará a la luz esa vieja costumbre de juzgar que ya hemos visto en entregas anteriores, esa presunción de que las mujeres transexuales que la rodean se dedican sin remedio a la prostitución por no pertenecer a su élite. Nos mata de tristeza ver cómo se quiebra su espíritu, pero no deja de indignarnos su puñado de prejuicios. En eso “Transparent” es brillante, en darnos cara y cruz de la misma moneda. “Elizah” es importante por las voces de dos personajes que se están viniendo abajo, entre otras razones de peso, por la carga ajena. Raquel, durante toda la temporada, vivirá asfixiada porque sus propios conflictos y su pesar no pueden ver la luz mientras dedica su tiempo a escuchar y solucionar los del resto. Del mismo modo, la Señora Pfefferman, tocará fondo después de que una desconocida descargue su depresión en apenas cinco minutos y la sume a su propia cruz.
Ese desplome de Maura traerá consigo una advertencia importante, un sobrevenir de lo que hace mucho no es un secreto: tiene que escuchar a su cuerpo. Hubo años en los que disfrazarse de manera esporádica resultó útil a la hora de calmar las ansias. Hay una infancia, también, un drama generacional reflejado en uno de esos episodios maravillosos que nos llevan al pasado y que ya son tradición en «Transparent». Un «If I Were a Bell» situado en 1958, donde un pequeño y dañado Mort es abandonado por su madre y juzgado por el resto de su familia. Pero ya no quedan disfraces donde esconderse. Cumple 70 años y cualquiera diría que todo va mejor que nunca: tiene a su lado a una mujer maravillosa que ha logrado conectar con su esencia y su familia entiende su posición y la encuentra plena de belleza en todos los sentidos.
El dolor llega en el momento de obviar que no está jugando, que no es que quiera ser una mujer, es que es una mujer y el cuerpo de Mort se ha convertido en un lastre. Un lastre del que no va a librarse porque ha esperado demasiado y reflejar su verdadera identidad de cara al exterior puede suponer jugarse la vida que aún quiere vivir. El espectador, indiscutiblemente, llegará a empatizar con el trance por el que está pasando el personaje que viene a ser el corazón de este show. Sí podría resultar digna de reproche la actitud con la que se enfrenta a su pareja desde que toma la decisión. Una actitud que la llevará a perderla, porque a veces el mismo pesar no encuentra su sitio.
Remarcable, también, el descenso de Josh a su propio infierno. Un infierno creado a partir de malas decisiones y de consecuencias. Teniendo en cuenta que nunca he logrado empatizar con el personaje, he de reconocer que el hijo de los Pfefferman ha crecido como tal. Se mueve con la apatía y el desprecio de quien ya no se interesa por lo que la vida le pueda ofrecer, algo que se agudiza, que colma ese vaso metafórico tan manido, con la muerte de Rita, con ese salto al vacío de su primer amor. Su suicidio marca un punto de inflexión en los dos hijos más jóvenes y de manera más representativa en quien un día perdió esa construcción social llamada virginidad con su cuidadora.
Es un acontecimiendo traumático porque sólo cuenta con un puñado de interrogantes, porque seguía formando parte de su vida de manera irremediable y porque por una vez tiene que comportarse como un adulto y hacer frente a su hijo para darle una noticia devastadora. Ni siquiera es capaz, en un principio, de hacer frente a esa realidad solo, dando lugar a un episodio mayúsculo, «The Open Road», en el que emprende un viaje con la maravillosa Shea. Un viaje que terminará con más soledad y lágrimas porque de nuevo vuelven a brotar los prejuicios, la egolatría y una falta de empatía y madurez que reina en la familia desde el principio de los tiempos. Un discurso importantísimo sobre todo lo que ignoramos sobre la transexualidad y lo que supone para las almas que forman parte del colectivo. Se encontrará, además, con una negativa de su hijo a formar parte de su vida cuando trata de jugar de nuevo al padre amantísimo y enrollado que busca algo en qué creer, porque ya tiene un padre real y sabe que sólo va a volver a llevarse una decepción dolorosa.
Why the fuck did you bring me here? Like a sex worker good time fun, Josh? Fuck you Josh! You needed a fucking date to go tell your son his mother killed herself? I see right through you and I’m not your fucking adventure! I’m a person! I’m not your fucking adventure! Grow up! You fucking child!
Tampoco está siendo fácil para Ali tratar de colarse en esa cueva inhóspita que es el mundo de los adultos. Recordemos que a sus treinta y tantos años, se ha dedicado la mayor parte del tiempo a ir dando tumbos mantenida por los cheques de moppa y rompiendo a la otra mitad que compone sus relaciones por capricho y por ser incapaz de ponerse en la piel de nadie. Hasta ahora. Creo poder afirmar que para el personaje esta ha sido la mejor temporada. No es tanto una cuestión de éxito como de crecimiento, algo que refleja a las mil maravillas su intento de relación estable con Leslie, una relación madura no carente de dificultades. Podemos entenderla en sus constantes dudas, por otra parte. Cuando no todo es despertar, sexo y escritura conjunta, el gran elefante en la habitación se deja ver. Porque su musa y amante, con más experiencia vital y curricular, no cesa a la hora de tratarla con condescendencia y paternalismos muy molestos. Es una relación realmente interesante, pero dada la importancia del salto al terreno laboral y universitario de Ali, ese tratamiento puede desembocar en una fuente rica en inseguridades. Unas inseguridades y unos demonios internos que la llevarán a la consulta de su dentista (su diosa negra) un par de veces para buscar las respuestas en un aliento de anestesia.
Sí que ha sido un mal año para Sarah, la mayor de las hermanas Pfefferman, que sigue haciendo gala de un inconformismo individual movido por su absoluta falta de independencia. No hay más que ver su actual situación familiar, que se dibuja como una vuelta a la estructura de ser la madre y la exesposa de alguien. Desatinada, desesperada por esa contacto sexual y violento que la mantiene a flote, busca desesperadamente algo en lo que creer, algo en lo que ocupar un tiempo que se la antoja inútil. Y no son menos tristes las circunstancias de su madre, ya que Shelly, en pleno arranque de soledad, emprendió una nueva aventura amorosa con un hombre que la hacía sentir viva pero que ha resultado ser adicto a la mentira. Una situación que se arrastra, como pudimos ver en el episodio antes mencionado, desde su infancia, cuando nos dejan intuir que fue víctima de abusos sexuales por parte de su profesor de música.
Todo esto nos lleva inevitablemente a «Exciting and New» una Season Finale que mantiene la calidad de los años anteriores y nos deja en ese estado similar al camión que nos pasa por encima. Atormentada por ser poco más que la bufona en este cuadro familiar, algo que constrasta con esa vieja costumbre suya de llamar la atención, Shelly tendrá que aprender de nuevo a brillar con luz propia, a romper esa cadena de relaciones basadas en secretos monumentales y hacer buen uso del egoísmo propio de los Pfefferman. Y es un final maravilloso, lleno de pesadumbre porque no saben dialogar, porque Sarah se da cuenta de que sus experiencias sexuales nunca van a llenar el vacío, porque Ali sólo está evitando una ruptura razonable y adulta, porque Maura tiene que aceptarse a sí misma tal y como es: trans, amante de las mujeres, de sexo masculino y de género femenino. Tal vez, cuando pase este trance terriblemente doloroso se dé cuenta de que es una mujer maravillosa y de que a sus setenta años aún tiene un camino largo de crecimiento por delante si deja de encerrarse en sí misma y de actuar con tal inseguridad.
Nos despiden con un espectáculo que viene a ser la catarsis de Shelly, una versión intimista y propia de los clubes nocturnos más refinados de «Hand in My Pocket» de Alanis Morissette en medio de ese crucero. Todo estará bien, relativamente. Es que aún no lo hemos entendido, porque de eso va la vida. Y Josh arroja por la borda las cenizas de Rita porque es hora de decir adiós y de tomar las riendas. Nada sería bonito si no conociéramos el dolor.
Como decía al inicio de este post, qué fortuna poder hablar con tanta pasión de un producto de esta talla por tercer año consecutivo, un producto que por fin está llegando a una audiencia más amplia y poniendo su granito de arena en materia de sensibilización en algo tan natural como respirar. Tenemos «Transparent» como mínimo para un año más. Ignoramos cúales son los planes de continuidad y cierre de esta historia tan humana, pero mientras tanto nosotros vamos a seguir aquí, dejando que nos cale y nos duela y celebrando sus episodios como una oda a todos los tumbos que vamos dando. Larga vida a Maura Pfefferman.
What it all comes down to
Is that everythings gonna be fine, fine, fine
I’ve got one hand in my pocket
And the other one is giving a high five
Que gran artículo y que gran serie. Transparent me llega especialmente. Me emociona, me frustra y…en definitiva, me remueve por dentro y me hace reflexionar. Estas son las series que me gustan. Para mi ha ido a mejor de temporada en temporada.
Es maravillosa. No me tocaba tanto una serie desde Six Feet Under. ¡Muchas gracias!
me encanta tu respuesta, six feet under ! grandisima serie también , Transparent es…punto y aparte