«Transparent»: transformarse es sobrevivir
(AVISO SPOILERS: Hoy hablamos de la cuarta temporada de «Transparent». Si aún no has visto «House Call», el último episodio emitido, vuelve más tarde.)
Esta es la cuarta vez que me dispongo a hablar de una serie que, a estas alturas debe haber quedado patente, es la niña de mis ojos en lo que a productos actuales o no finalizados se refiere. «Transparent», la historia de Maura pero no sólo de Maura. El testimonio de los Pfefferman, una familia que sabe que la metamorfosis es el mejor antídoto para no morir. Una familia «disfuncional» que para sorpresa de nadie funciona mejor que todas las que no han sabido asimilarse como conjunto de individuos reales, nacidos del vientre de una madre y no creados en cadena en una fábrica. Un desastre maravilloso.
Este año Jill Solloway nos ha regalado un viaje. Un viaje en el sentido literal pero sobre todo en el sentido más espiritual. Descubrimientos y redescubrimientos. Un seguir buscando la identidad de manera incansable que viene a ser la piedra angular de esta serie. Esta puede haber sido su mejor temporada hasta la fecha, una temporada preciosa donde se han magnificado todas sus ya notables virtudes: su elegancia y su belleza y al mismo tiempo su carencia de tabúes, su naturalidad, su introspección, lo conmovedor de sus planos y lo honesto de sus historias, su capacidad terapéutica, su manera de ponernos tristes y sacarnos un poquito de la mierda al mismo tiempo, sus personajes tan cuidados (y cuánto están creciendo), tan susceptibles de ser odiados y amados un segundo después.
La pasada temporada nos despedimos de una Maura que admitía que esa transformación física que tanto anhelaba no iba a llevarse a término y que no por ello dejaba de ser una mujer transexual, un paso adelante importantísimo en una etapa en la que, por miedo a escuchar a su cuerpo, vimos su salud mental deteriorarse, incapaz de encontrar algo de felicidad y equilibrio. En una temporada como la que acaba de emitirse, tan intensa como siempre en sus aspectos más humanos pero con matices bastante más positivos y cargados de aquella misma aceptación, nos encontramos con una mujer renovada y que se abraza a sí misma. Una mujer que ha vuelto a dar clase, que ha alcanzado un nivel de comprensión muy diferente, que sale con un hombre por primera vez en sus setenta años porque la hace feliz y la hace sentir quien es, la desea sin reparos ni condiciones. Y aún así está a punto de embarcarse en una experiencia de las que marcan antes y un después, ese viaje a Israel junto a Ali (que, por cierto, es el personaje que más ha florecido esta temporada).
Es toda una revelación. Encontrar a un padre al que daba por muerto y cargar con el dilema de querer saber mientras se sacude de los hombros el dolor de un abandono. Enterarse de que no estaba sola, de que, tal y como la audiencia sabe desde la segunda temporada de «Transparent», Gittel era una mujer transexual. Se pregunta. Se cuestiona años pasados y episodios de los que marcan, cómo habría sido todo de saber, de no tener que huir ni esconderse, de saberse maravillosa y no un hombre aberrante como todos la concebían. Y esa mujer que siempre ha sido la mira desde otro tiempo, enfrenta su propio rostro en un desierto, nos cuenta con lágrimas en los ojos que quería salir de ahí. Cada escena en que un joven Mort ha sido Maura ha superado en belleza a la anterior. Baila al ritmo de «Everything’s Alright», llora a su hija menor recién nacida, mira de frente a un psicólogo que no la entiende. Hay una reconciliación con su propio ser, con su propia feminidad, con todos los errores que un día cometió. Ve en Moshe un hombre al que quiere conocer pero se decepciona cuanto más lo hace y acaba por darse cuenta de que un día fue una madre de mierda pero al menos se quedó. Que su familia puede parecer un desastre pero están juntos y juntos se transforman. A estas alturas Maura no necesita un padre, pero le ha sido terapéutico conocer sus raíces y ese comienzo en que Bryna, su hermana, llora a un hombre que un día se largó nos lo remueve todo.
No menos apasionante ha sido el recorrido de Ali esta temporada, movido entre la magia y el dolor, un despertar tan cargado de realismo como de espiritualidad. El personaje ha ido creciendo desde el comienzo de la serie y ha sufrido una de las evoluciones más notables, pero nunca había brillado tanto como lo ha hecho en estas últimas entregas, con su diosa negra cuando todo es arrasado, con su despabilarse ante otras realidades y contextos, ofreciéndonos por fin un contrapunto al conflicto entre Israel y Palestina, sabiéndose privilegiada por fin en ciertos aspectos. Porque todo es binario. Hombres, mujeres. Todo es blanco o negro y eso colisiona con su verdadera identidad, mientras mira a su moppa fascinada porque es la única que puede llegar a entenderla. No se siente cómoda en el cuerpo de una mujer pero no es trans como Maura, se asfixia en etiquetas y opresiones, se enciende en la injusticia. Nos ha regalado momentazos, desde ese final en el muro hasta una de las escenas de (no) sexo que tan maravillosamente bien maneja esta serie. Quiere vivencias, quiere verdades, quiere huir y ser al mismo tiempo. Un ellos, el garçon de Leslie, la fémina que se revela.
Y si un tema candente faltaba por tratar a estas alturas en «Transparent», ese era el poliamor. Hasta hoy. Porque Sarah, tan caprichosa, tan acomodada e inconformista en cuanto a su vida personal se refiere, tan convencida de que su vida (ex)matrimonial puede funcionar, creyéndose de un día para otro una gurú de la educación parental con ese «kids on top», nos ha regalado un arco argumental interesantísimo. El personaje de Lila y ese desate sexual del que la mayor de los hermanos Pfefferman suele hacer gala han casado de maravilla. Sigue siendo curioso que llegue a resultar tan insoportable en sus defectos más notables y al mismo tiempo logre ganarnos.
En lo personal, no tengo la misma suerte con Josh, que siendo un personaje bien dibujado desde el principio, más adicto al amor que al sexo, no consigue hacerme empatizar con él el tiempo necesario. Y lo cierto es que nos ha regalado momentos tremendamente relevantes esta temporada, su dolor por la pérdida de Rita y la persecución del recuerdo de ésta llevan a que se cuestione el pasado, dando lugar a un discurso importantísimo. Aunque he de reconocer que esa escena en la que sostiene a su madre en el Mar Muerto es de una belleza insoportable, tan relevante después de esa explosión interpretativa de Judy Light en «Desert Eagle». Cuánto ha brillado también Shelly en estos episodios, tan sola y tan incomprendida como de costumbre, tratando de llamar la atención como lo haría la niña que dejó de ser después de aquella agresión sexual.
Este producto sigue siendo único a su manera, celebrando la vida y nuestras diferencias, dando una patada a lo preconcebido. Tan natural, una naturalidad que se plasma tan bien en sus desnudos que no buscan los planos más estéticos, sino reales. Fue muy notable, por ejemplo, esa vuelta al pasado de la magnífica Davina y esa escena suya en la cama. No hay tapujos, hay cosas bellísimas que ver, kilos de más, arrugas, cuerpos de mujeres con pene, sudor. Estamos de celebración porque tendremos como mínimo otra temporada y esta se despide celebrando que a veces las cosas pueden ir medianamente bien yendo como el culo. Que no hay paz absoluta pero es muy bonito estar rodeado de gente que se acepta y te acepta. Que no importa que nos equivoquemos, que no hay decisiones tardías. Seguiremos dando paso a los créditos color rosa.
Precioso artículo. La verdad que he leído bastantes críticas que quizá no son negativas, pero que sitúan esta temporada por debajo de las anteriores. A mi me ha parecido casi que la mejor, por lo menos la más sólida en cuanto a tramas. Fantástica.