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«Sing Street»: all you need is pop

12/10/2016

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«Sing Street» es una triste y bella canción pop. «Sing Street» es la misma estrofa y el mismo estribillo que has escuchado en infinidad de ocasiones. Son esos tres o cuatro acordes básicos repetidos en miles de composiciones. Pero «Sing Street» consigue emocionarte e identificarte, hacerte reír y hacerte llorar. Es cine, es música y es vida. Es la historia de un aprendizaje, de una búsqueda y de una huida. «Sing Street» es un temazo.

Al mando de esta película está John Carney, el responsable, entre otras, de la maravillosa «Once» (una de las favoritas de algunos miembros de El Cadillac, y ya recordada en estas líneas) y de la muy loable pero creo que menos emocionante «Begin again» (también tratada en su día en este enlace). Así que ya podemos imaginarnos por dónde van los tiros: historias plagadas de sentimientos alrededor de la música. Quizás esta tercera parte de la trilogía vuelve a emparentarse más con aquella primera, retomando las distancias cortas, las historias más pequeñas y humildes, pero abriendo el abanico de emociones, abarcando un mayor número de dramas (sin duda más que aquella minimalista pero apasionante historia de amor entre Glen Hansard y Markéta Irglová), que salpican todo el metraje pero sin llegar a inundarlo, sin hacerle perder esa frescura y ligereza de toda buena canción pop.

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«Sing Street» narra la historia de Conor (Ferdia Walsh-Peelo), un chaval de 15 años que en el Dublín de los años 80 ve cómo su vida empieza a tambalearse ante el traslado a una escuela ultracatólica debido a la precaria situación económica de su familia, familia que a su vez hace aguas de forma cada vez más evidente. En el nuevo colegio deberá lidiar con un autoritario director, caricaturesco en algunos pasajes, y con el acoso de sus compañeros. Pero todo cambiará cuando conozca a Raphina (Lucy Boynton), una enigmática chica aspirante a modelo por la que formará un grupo de música. Esta inocente e impulsiva decisión hará que Conor empiece a crearse un espacio en el que comenzar a madurar, a pensar, a cambiar, a ser consciente de todas las miserias que sufre y a plantearse la huida como único medio para escapar de su drama diario.

Este es a grandes rasgos el argumento de la cinta, en la que destaca de forma fundamental, como ya sucediera en las dos anteriores películas de Carney antes apuntadas, la música. No la música como banda sonora, que también, sino como elemento catalizador de sentimientos y casi como un personaje más. De esta forma, al igual que en «Once» y en «Begin again», resultan más que destacables las escenas en las que vemos el proceso compositivo de una canción, en este caso con la inocencia de unos quinceañeros que no saben muy bien por dónde tirar, y que van cambiando de estilo de forma arbitraria, según la tendencia que marquen los videoclips que empiezan a despuntar en televisión. Así, es entrañable ver la forma y la celeridad con la que mudan, tanto musical como estéticamente, pasando de Duran Duran a The Cure o a Spandau Ballet de la noche a la mañana, todo en una continua búsqueda de identidad tan propia de esa edad.

Y en esa búsqueda de la personalidad juega un papel fundamental el hermano mayor de Conor, Brendan (Jack Reinor), moldeándose una relación que poco a poco irá tomando más protagonismo hasta llegar a eclipsar la historia de amor que en un principio se presentaba como eje de la película. Son memorables las escenas, quizás lo mejor de la película, en las que el hermano mayor comienza a instruir al pequeño en la música, en el amor y en la vida («this is school», le dice mientras le va descubriendo discos).  Y resulta conmovedor el aprecio, la admiración y el respeto tan latente entre ambos, pero que, típico de hermanos, no llega a ser expresado en palabras ni gestos hasta la emotiva secuencia final. A pesar de que Conor es quien lleva el peso de la película, el personaje de Brendan se presenta igualmente rico en matices y fondo. La escena en la que al fin estalla y le cuenta a su hermano cómo era la situación en la familia cuando él nació abre la puerta a una tragedia en la que ya quedan a la vista dramas de relación y de religión, quizás uno de los principales causantes de la delicada situación de un hogar que ya ha llegado a un punto de no retorno. Es conmovedor cómo vamos descubriendo que el hermano rebelde y molón que lo tenía todo a su favor se ha convertido en un insalvable fracasado, y siendo consciente del callejón sin salida en el que ha quedado, centra todas sus esperanzas en su hermano pequeño, en ayudarle a que llegue hasta donde a él no le han dejado.

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Y es que la película resulta una pequeña joya porque, además de lo entrañable de su línea principal, de una narrativa ligera pero emotiva, de sus grandes interpretaciones y de un buen puñado de elementos más dignos de elogio, hurgando en ella encontramos una importante carga dramática y de denuncia social. Así, bajo esa capa de inocencia, vamos tropezándonos con píldoras muy críticas con la economía del país, con la política social que vivía Irlanda en esa época y por supuesto con las tradiciones católicas que imperaban de forma casi dictatorial por entonces, tradiciones que obligaron a una pareja de jóvenes amantes a casarse para poder follar aunque ni se querían, como lamenta Brendan en uno de los diálogos más duros, tradiciones que han fomentado la pedofilia entre los curas, tradiciones que intentan poner grilletes a una juventud que ante ello se rebela de la peor forma posible, o quizás de la única que pueden.

Pero sin duda, los dos ejes fundamentales de «Sing Street» son la creación y evolución del grupo de música y, por supuesto, la relación entre Conor y Raphina. Respecto a los inicios de la banda, estos representan claramente la parte más pueril y divertida de la película, pero también la menos creíble, pero permitamos ese elemento de fábula. Y es que la reunión de un grupo de, como se diría ahora, ‘frikis’, en busca de, en principio, un sonido, pero en el fondo ansiosos por encontrar una identidad y una aceptación, se me antoja demasiado precipitada y coincidente. Pero por supuesto que se acepta la licencia ya que no es esta una cinta que trate de plasmar de forma realista las aventuras y desventuras de un grupo de música, apartándose en este punto de otro de los títulos con los que encuentra bastante relación, la formidable «The Commitments». Pero el hecho de crear a Sing Street (este es el nombre del grupo) para ligar con una chica ya es definitivamente encantador («it’s all about the girl»). Esta parte de la película sirve además para rendir homenaje, o simplemente recordar, esos musicalmente efervescentes y desinhibidos años 80, en un nuevo ‘remember’ de esta época tan de moda ahora, como ha probado el pelotazo de «Stranger things», por ejemplo, con la que también se podrían encontrar algunos nexos de unión. Las canciones de «Sing Street» resplandecen con todos los clichés que adornaron los mayores éxitos de la época, repletos de sintetizadores, melodías desenfadadas y poca sutileza en los arreglos. Y acorde con ello, los videoclips con los que los chicos rudimentaria y estrafalariamente ilustran sus canciones resultan los episodios más cómicos del metraje.

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Y por otro lado, y como principal foco de atención, la historia romántica entre el cantante y la modelo. Una típica historia de amor en la que un chico de perfil bajo se enamora de una chica inalcanzable y con novio. Con el tiempo vamos descubriendo cómo el chico va abandonando esa condición para ir adquiriendo un carácter, una personalidad y hasta un estatus, a la vez que comprobamos cómo ella es un manojo de problemas e inseguridades, a años luz de la imagen de firmeza que intenta transmitir. Y mientras ella parece resignada a esa tristeza feliz que tan certeramente Brendan relaciona con The Cure, él no se conforma con las migajas. Y en ese camino ambos van creciendo, entre risas y lágrimas, a golpe de decepciones y cintas de casette, al ritmo de las canciones que Conor compone para su musa.

Haciendo acopio de pilares, la película se asienta en una típica y entrañable historia de amor, en la encantadora y divertida formación de una banda de pop y en la emocionante y cruda relación entre dos hermanos en un entorno hostil. Y estas tres bazas casan y se entrelazan de forma natural gracias una narración perfecta, sin perder el tono pero dando a cada una de ellas la carga dramática que merece. Todo esto hace de «Sing Street» una indispensable película para casi cualquier público, pero decididamente necesaria para todos aquellos melómanos amantes de la música que siempre quisieron conquistar a la más guapa del instituto al frente de una banda de rock.

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