«The Young Pope»: el éxtasis de Sorrentino
«¿Qué más hemos olvidado? Hemos olvidado masturbarnos, usar anticonceptivos, abortar, celebrar matrimonios homosexuales, permitir que los sacerdotes se amen e incluso se casen. Hemos olvidado que podemos decidir morir si detestamos vivir, hemos olvidado tener relaciones sexuales con otro propósito que no sea el de procrear sin sentirnos culpables. Divorciarnos, dejar que las monjas pronuncien la misa, tener bebés de todas las formas que ha descubierto y descubrirá la ciencia. Seré breve, hijos míos, no sólo nos hemos olvidado de jugar, sino de ser felices. Y sólo hay un camino que lleva a la felicidad. Y ese camino se llama libertad.»
Paolo Sorrentino llegó para dar la campanada. Llegó para rompernos los esquemas cuando el año iba llegando a su fin y ya estábamos pensando en los mejores productos que se habían emitido sin saber que aún no habíamos visto, quizás, el mejor de todos ellos. «The Young Pope» es una producción italiana que de momento cuenta con diez episodios impecables, firmados por quien hace dos años se iría a casa con un Óscar a la mejor película de habla no inglesa: «La gran belleza». Y parece pertinente arrodillarse, queridos lectores. Qué difícil resulta recomendarla debido a su temática y contexto y cuántas virtudes hemos de ensalzar aquí.
Partiendo de un reparto magistral que sitúa a Jude Law como principal motor, magníficamente acompañado de actores de la talla de Diane Keaton, Silvio Orlando, Javier Cámara o James Cromwell, la serie nos narra la historia de Pío XIII, un papa ficticio tan conservador que roza el obscurantismo y que sin embargo no encaja en nuestras definiciones. Porque Lenny, Pío o como si queremos llamarle Santo Padre, es más humano que papa, más Dios que humano, más protagonista que parte del vulgo y más rostro anónimo que protagonista. Es una figura y ponerlo en palabras nos lleva a un carecer de sentido alarmante, pero lo tiene, pero encaja, en sus magníficas maneras y en la construcción de un personaje mucho más que complejo.
Lenny Belardo no cree en Dios pero lo llama a gritos, conversa con él y le ordena como un dictador en la tierra sobre el cielo. El pueblo, los fieles, esperan de él un padre que no puede ser porque, huérfano de niñez, siempre será un hijo que busca a sus padres. No deja de sorprendernos y al mismo tiempo tener sentido el hecho de que en sus formas más conservadoras Pío XIII se presente no sólo como el papa más joven de la histora, sino menos ortodoxo, levantando ampollas en la Iglesa como institución. Es Sorrentino en tinta dorada y resulta casi caricaturesco.
Es una serie de presencia en su mayor parte masculina que otorga a la mujer unos roles meramente asociados al contexto y, cabe señalar, importantísimos en el desarrollo orgánico de esta historia. Belardo no está solo, si bien el recuerdo de sus padres martillea y flota como algo tan etéreo como dañino, la hermana Mary fue una suerte de madre que sin quererlo ni saberlo formó parte de su despertar sexual, del apoyo que necesitó en su crecimiento y de la educación que lo situó en tal posición privilegiada. Como ella, claro está, rondan a su lado personajes magníficos que empujan, dan coherencia y propicician, también, todas las contradicciones de esta maquinaria. No imagino esta historia, por ejemplo, sin esa suerte de némesis que ha sido el Cardenal Voiello.
De entre todas las virtudes y cualidades que caracterizan a este producto destacaría el cinismo que lo impregna todo, el uso del humor a ratos mordaz que no deja de estar presente, la crítica a la propia institución y la crítica a los propios críticos, su extraña naturaleza que se mueve entre la caricatura y lo místico, la ternura y lo violento. Sorrentino dijo pretender narrar toda esta historia como el testimonio de «un lugar de trabajo rarísimo» y cualquier espectador que se precie puede asentir desde la distancia.
«The Young Pope» nos descoloca y nos emborracha de planos perfectos, diálogos de brutal trascendencia y maravillosa blasfemia, pero sobre todo nos conmueve. Nos conmueve hasta límites que nos llevan a empatizar con personajes que nunca habríamos si quiera tratado de entender, nos lleva a indignarnos ante la hipocresía del santo reinado tanto como nos lleva a cuestionar el juicio de todo lo humano. Habla de la fé y lo terrenal, de la posición social y el derroche desmedido, de todos los vacíos que guardamos.
Poco queda que decir si no pretendemos entrar en un análisis exhaustivo preñado de spoilers. Este post es más una recomendación tan breve como directa, un llamamiento a todo aquel y toda aquella que aún no haya metido las narices en esta pila bautismal. HBO se ha encargado de traer a España un filme de diez horas que bien podría contar con una segunda entrega en años venideros. Un producto que funciona en todos los aspectos y derrocha buen hacer, que nos enreda en una banda sonora magistral. Perdónanos, Padre, porque nada de lo que hacemos nos parecerá nunca pecado.
Mi único pecado, y es enorme, es que mi conciencia nunca me acusa de nada.
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