«The Crown» sigue reinando
Parece mentira que, apenas poco más de un año después de que saliera a la luz pública, ya estemos entonando cantos de despedida en «The Crown». No, no se asusten, no es que la serie no vaya a continuar -por fortuna la obra de Peter Morgan parece tener una laaarga vida por delante- , pero sí que, tras la conclusión de la segunda temporada, una parte significativa de los que nos enamoró de ella se va a ir para siempre; esto es, los tres magníficos protagonistas que ya se han hecho parte imprescindible de la serie y de la televisión mundial: Claire Foy, Matt Smith y Vanessa Kirby.
El futuro de «The Crown» no tiene porqué ser peor o mejor, sino inevitablemente diferente. Y es natural y preferible que una serie que presume de ser tan verista opte por cambiar el plantel de actores según pasan los años que añadirles una ridícula capa de maquillaje para aparentar una mayor edad, pero, claro, uno ve las altas cotas que ha alcanzado esta segunda temporada y lo absolutamente inmersos que están los intérpretes en sus respectivos papeles que es lógico estar sometido al cierto vértigo que siempre produce un cambio inminente.
Pero aquí no hemos venido a lamentarnos y menos cuando «The Crown» ha demostrado ser una de las series verdaderamente grandes con las que contamos actualmente y nos ha regalado una nueva entrega modélica, con todo lo que una segunda temporada debería ofrecer. Si en la primera -como apuntamos en su correspondiente post– , la producción de Netflix tuvo que pagar el inevitable peaje de la presentación de personajes y contexto histórico -lo que restó en los primeros capítulos algo del empuje que lograría tener en el tramo final- , ahora la obra de Morgan llega con todos los deberes hechos y puede pasar de inmediato a la acción. Es por ello que modifica su apuesta y, en vez de ofrecer un relato cronológico de los aconteceres de la Corona, se dedique, por el contrario, a centrar cada capítulo o grupo de capítulos en un aspecto concreto, lo que le convierte a la serie en una suerte de sucesión de diversas ‘minipelículas’ hilvanadas mediante una ligera línea cronológica.
La entrega comienza situada en 1957, lo que defrauda nuestras expectativas sobre un argumento centrado en exclusiva en los excitantes años 60 británicos, ya que la acción sólo llegará hasta 1964. Pocas más quejas se pueden poner desde que la inicial acalorada discusión entre la Reina y su marido Philip -verdadera estrella de la temporada- antes de reencontrarse en Lisboa dé lugar a un largo ‘flashback’ desarrollado a lo largo de los tres primeros capítulos -todos ellos dirigidos por el muy eficiente Philip Martin– que conforman una sólida unidad argumental dedicada a la crisis de pareja más delicada del matrimonio real. Mientras el ‘statu quo’ político británico de la posguerra inicia su resquebrajamiento debido a la crisis originada por la nacionalización egipcia del Canal de Suez y la desafortunada respuesta militar británica, la estrategia para salvar el matrimonio real consistente en alejar a Philip mediante una larga gira por la Commonwealth se antoja absolutamente errónea. El hastío del esposo de la reina tras su primera década como casado se manifiesta tanto en un romance descubierto por su esposa con una bailarina rusa como en un viaje oficial convertido en una maratoniana juerga compartida con su secretario personal, un diletante Michael Parker interpretado por nuestro querido Daniel Ings, en lo que es una traslación casi literal a los años 50 de su tronchante papel en «Lovesick». El guión de Morgan exhibe un exquisito manejo del ‘tempo’ y propicia un sostenido ‘crescendo’ que culmina en el excelente tercer episodio, en la que Philip obtiene una pequeña victoria menor a costa de su definitiva claudicación como simple acompañamiento de su poderosa mujer.
Ya en la primera temporada, la princesa Margaret, un torbellino de carisma que contrastaba con la monocorde sobriedad de Isabel, se erigía como el tercer lado del triángulo protagonista. En esta segunda, vuelve a ser -aupada por la excelente interpretación de Vanessa Kirby- uno de los grandes atractivos de «The Crown». A ella se le dedica un díptico de capítulos -el cuarto y el séptimo- que vuelven a conformar una indisoluble unidad. Margaret continúa inmersa en un torbellino de emociones y celos hacia su hermana tras sus frustrados planes de boda con Peter Townsend, fruto de la cual accede a una disparatada petición de matrimonio con un juerguista amigo que en nada busca su felicidad. Tras la previsible decepción, cae rendida a los encantos del seductor fotógrafo Antony Armstrong Jones (interpretado por un Matthew Goode cada vez más encasillado en su papel de dandy), en lo que supone la primera incursión de la serie en los renovadores aires que los primeros ‘beats’ irán asentando en la conservadora sociedad británica. Convertido en un apasionante melodrama (no muy lejos del desgarro sentimental de Douglas Sirk o, uno de sus discípulos más aventajados, nuestro Pedro Almodóvar), ese cuarto capítulo va creciendo y creciendo hasta desembocar en un montaje final absolutamente maestro que contrasta con afilada precisión la emoción desatada de la vida de Margaret con la atonía absoluta que rige la de su hermana. Una cima indiscutible de la temporada que no podrá ser igualada por el aun así muy buen séptimo capítulo, que atestigua los peligros de que el orgullo gobierne nuestros actos, lección ejemplificada con esa forzada boda entre Margaret y Armstrong Jones, tan destinada a un fracaso que duele.
A partir de su segunda mitad, «The Crown» se introduce en una serie de capítulos prácticamente autoconclusivos dedicados a mostrar diferentes conflictos que, abordados por la Reina, devienen en una serie de lecciones aprendidas y configuran ese tremendo instinto de supervivencia que ha permitido llegar a la Corona británica hasta nuestros días pese a haber sido zarandeada en múltiples ocasiones. Los dos que firma en la dirección Philippa Lowthorpe resultan atractivas curiosidades. El quinto, «Marionettes», retrata con vigor el surgimiento de los primeros signos de disensión en los medios británicos hacia la labor de Isabel a través de las críticas emitidas por parte de un pequeño periódico que llegan a oídos masivos. La resolución de la crisis, sabiendo adoptar pequeñas modificaciones en el funcionamiento de la monarquía, refleja que la verdadera Dama de Hierro se llama Isabel. El sexto, «»Vergangenheit», se convierte en una entretenida trama de espionaje de indudable interés histórico que supone el definitivo desenmascaramiento del dimisionario Rey Eduardo, que pese a haber generado nuestra simpatía con sus decisivas apariciones en la primera temporada, se nos revela como un monstruo capaz de todo, incluso de ocultar oscuros pactos con la Alemania nazi.
El mas prestigioso de la nómina de realizadores de la serie, Stephen Daldry, toma el mando en los capítulos octavo y noveno, lo que parece una vuelta a los platos fuertes de la temporada tras ese ligero ‘impass’. Sin embargo, esta vez Daldry da la de arena, con los que seguramente sean los episodios más prescindibles de la entrega. No dramaticemos, cada uno de ellos continúa gozando de las virtudes de los guiones precisos e incisivos de Morgan, logran mantener el interés y acaban siendo muy correctos, pero viendo las cotas que sabemos que ·The Crown» puede alcanzar, adolecen de una mayor intensidad y responden perfectamente al calificativo de ‘menores’. La esperadísima y anunciada aparición del matrimonio Kennedy (estelar la presencia de Michael C.Hall como JFK) en «Dear Mrs.Kennedy» es más interesante por contribuir a que surja una pequeña crisis existencial en la Reina -además de un morrocotudo ataque de celos ante el éxito social de Jackie Kennedy.- que por lo que ofrece la icónica pareja. que defrauda las expectativas pese a las oscuras sugerencias que ofrece la trama. Mientras, el penúltimo capítulo de la temporada, «Paterfamilias», además de indagar en el pasado más oscuro de Philip, parece tener la única motivación de presentar en sociedad al que será uno de sus grandes protagonistas futuros: el Príncipe Carlos. Habiendo aparecido anteriormente en breves brochazos, el primogénito del matrimonio real se nos presenta como un desdichado heredero de la Corona, inmerso en una timidez casi enfermiza y permanentemente despreciado por un padre que le achaca su falta de testosterona. La historia de su ingreso en el duro colegio Gordonstoun es reveladora en cuanto al comportamiento futuro del heredero, pero, desgraciadamente, vuelve a causar cierta apatía en el espectador.
Menos mal que en estos momentos acude rauda la ‘season finale’ para restablecer nuestra confianza en la serie. La trama vuelve a dar el protagonismo a la relación de la pareja real y nuestro interés lo agradece muchísimo. Ambientado durante el estallido del ‘caso Profumo’ en 1963, la narración del escándalo y el misterio sobre la posible implicación en él de Philip se entrecruza perfectamente con la nueva crisis surgida en el matrimonio en un capítulo que galopa furioso y apasionante -pleno de sugerencias- hacia un final tan esclarecedor como perfecto.
De este modo, «Mistery Man», una de las cumbres de la temporada y de toda la serie, hace olvidar ese pequeño bajón y logra equiparar esta segunda entrega con la primera en términos de calidad, manteniendo a «The Crown» en una posición envidiable en el panorama televisivo actual. Concluida esta etapa inicial, la producción de Netflix comenzará una nueva era en su tercera temporada, con Olivia Colman como la Reina y Helena Bonham Carter en el papel Margaret, desconociéndose por el momento el que será el sustituto de Smith en el rol de Philip. Con una trama que abarcará el periodo comprendido entre 1964 y 1976 y que albergará el debut en la serie de personajes tan esperados como Camilla Parker Bowles y Lady Di, «The Crown» se ha ganado plenamente el derecho de que la sigamos acompañando eternamente. Así de buena es.