Ni la sorpresa de «La librería» ni «Handia» salvan a los Goya de tocar fondo
Es cierto que las crónicas de los Premios Goya suelen ser casi siempre una retahíla de críticas y lamentos, a veces justificadas, aunque en otras ocasiones la bilis aparece por el mero hecho de criticar y demostrar que cuando se trata de poner negro sobre blanco nuestra opinión no se comulga con nadie (y que además mola eso de azotar a los que salen en la tele). Por aquí también hemos sido algunas veces algo críticos pero siempre hemos querido destacar todos los aspectos positivos o divertidos que hayamos ido encontrando. Sin embargo, creo que esta edición de 2018 ha resultado, sinceramente, una de las más pobres y a ratos vergonzosas que recuerdo (y uno ya peina canas). Afortunadamente, en estos tiempos 2.0 muchas veces podemos sobrellevar el tedio gracias a las redes sociales, y es que en Twitter se puede encontrar fácilmente más ingenio en algunos perfiles anónimos que en toda la nómina de guionistas que han contratado este u otros años. Precisamente uno de nuestros colaboradores, el siempre recomendable Carlos H. Vázquez, colgaba en medio de la velada la foto del cuadro de Francisco de Goya que encabeza este texto, intentando imaginar al pintor zaragozano como un vidente que ya intuía lo que se nos venía encima. Le amenacé con birlarle la idea y cumplo con la amenaza.
Después de tres años con Dani Rovira conduciendo la gala con una fortuna que fue de más a menos, harto de las furibundas críticas que recibió, especialmente por parte de los cibernautas, el testigo lo recogieron Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, y a priori lo celebramos. Somos amigos del humor de los Muchachada y pensábamos que podrían tener su puntito en este escenario. El inaugural speech que puede servir para tomar el tono a la noche patinó por todos los sitios, sin gracia, sin ritmo, sin originalidad y sin ingenio. Las posteriores intentonas tampoco lograron mejorar mucho más el nivel, rescatando para la causa muy pocas ocurrencias que no sirvieron ni mucho menos para salvar del naufragio a los presentadores, intuyéndose incluso cierta incomodidad entre las butacas en algunos momentos por los continuos chistes fallidos.
Entre premios menores y discursos honoríficos y de miembros de la Academia, se pasó el ecuador de la gala sin ningún momento para recordar, con el aburrimiento danzando a sus anchas por todos los rincones del televisor y con la reivindicación de la mujer como único elemento de color y diferenciador de anteriores ediciones (en las que los puños en alto eran casi siempre para azotar al Gobierno de turno). Así, «Handia» se fue surtiendo de todos y cada uno de los galardones en los que su nombre asomaba como nominada, perdiendo así incluso la emoción en esa complicada primera mitad de toda gala, que es cuando más se necesita de ingenio.
Después de que un buen sector de la audiencia seguramente disfrutara enormemente con la intervención de Paquita Salas, dando aún más voz al expansivo universo de ‘los Javis’, auténticos acaparadores de focos, a las dos horas llegó el primer momento verdaderamente destacable, la actuación de Marlango para presentar de forma original el premio a la mejor canción. La calmada y elegante música de la banda de Leonor Waitling seguramente no sacaría del letargo a un buen porcentaje de los espectadores, quizás a esos que carcajeaban minutos antes con Paquita Salas, pero sus versiones de las candidatas y la siempre estimulante presencia de la actriz-cantante para mí fue el punto más alto de la noche. Finalmente el premio fue para Leiva por «La llamada», y de Leiva ya hablamos por aquí en otro momento.
En cuanto a los premios, pues ya lo sabréis, apabullante victoria numérica de «Handia», que acumuló hasta 10 galardones, y no todos ellos menores, ya que también se llevó el de mejor guion original, por ejemplo, si bien finalmente, como ya ha sucedido en anteriores ocasiones (que se lo pregunte si no a J. A. Bayona), el galardón a la mejor película fue para otra cinta de más cercanía, en esta ocasión, y siendo la única sorpresa de la noche, «La librería» (puedes leer su crítica aquí), a pesar de que se pudiera intuir justo antes, cuando Isabel Coixet se hizo con el ‘cabezón’ a la mejor dirección, dejando a Aitor Arregi y Jon Garaño mascando que «Handia» se quedaría finalmente sin el premio gordo. No hubo sorpresas en los apartados a las mejores interpretaciones, con Javier Gutiérrez por «El autor» y Nathalie Poza por «No sé decir adiós» cumpliendo con los pronósticos y realizando dos de los discursos más emotivos.
No tenemos ni idea de cómo hacer que una gala de este tipo pueda funcionar, si bien volvemos a reclamar la intentona de Berto Romero como conductor de la misma (y con carta blanca). Somos conscientes del peaje que hay que pagar en una entrega de premios y de las obligadas trabas por las que hay que pasar, pero con el impresionante plantel de actores y cómicos que hay actualmente en el panorama nacional, no es una quimera esperar algo de destreza para hacer mínimamente entretenido el evento. Mientras tanto, y os aseguramos que muy a nuestro pesar ya que nos consideramos más ‘lovers’ que ‘haters’, tendremos que inundar la habitual crónica anual de los Premios Goya de palabras más feas que bonitas. Y nos jode.
A lo mejor todo pasa por poner un presentador profesional y hacer las cosas con cierta mesura y normalidad y no tratar de hacer de la gala un show de humor por narices. Que cansino esto del humor ya, parece que todo tiene que ser en ese plan. Todo tiene que ser gracioso? Hay que atiborrar el puchero de sal siempre?