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«Call Me by Your Name»: de melocotón

19/02/2018

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Existen pocas cosas más poderosas en el universo que nuestras emociones y ningún arte las imita como el cine, convirtiéndose éste en un reflejo existencial de lo que, en ocasiones, nunca existió, pero forma parte de nosotros. El año se va adentrando en sus profundidades, pasito a pasito, y con él todos los estrenos que esperamos con ganas y se agolpan en listas que disminuyen muy lentamente entre las apretadas líneas de nuestra agenda. El comienzo del año cinéfilo, con sus premios y sus expectativas, con la poesía de filmes como el que hoy me roba un ratito por puro derecho.

Bajo la dirección de Luca Guadagnino, «Call Me by Your Name» necesita, a estas alturas, muy pocas presentaciones. Pero las merece todas, así como sus aspiraciones a Oscar, si se les concede alguna importancia real. Esta adaptación cinematográfica de la novela homónima es un sueño veraniego que Shakespeare habría imaginado con animales y dioses, pero que en el guión de James Ivory apela a lo más humano, y ahí es donde nos seduce.

Hay historias que ocurren sólo para que sepamos que pueden ocurrir, que ocurren a medias o que sólo estallan dentro de nosotros. Hay relatos, como este, que no son para almas impacientes, que se cuecen a fuego lento y viven en un espejo que, lejos de mostrar una realidad paralela de conejos parlantes, funcionan como una ventana al transcurrir lento de los días. Esta es la historia de Elio (interpretado por Timothée Chalamet de manera exquisita) y Oliver, de los veranos vividos en los años ochenta, del romance más puro en la Italia rural. Una historia que huele a la resina de los árboles en temperaturas cálidas, al sudor nocturno contra las sábanas, al aire templado que mueve los frutales. Que luce como el rubor de las mejillas cuando llega la excitación sexual, como los colores de un retrato vivo, como los cuerpos desnudos.

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«Call Me by Your Name» es una historia de amor pero no se queda en las capas más superficiales, ni en los adornos, ni lucha por contenerse. Llega sin prisa como el fruto de un intercambio cultural y se convierte en un discurso sobre el vivirlo todo, sobre el sentir, sobre dejarse ser y no esconderse, sobre el sentido que otorga a las vivencias una fecha de caducidad. Un discurso sobre cuando el amor se convierte en algo presente, en querer tocarse mucho, en arder con el recuerdo, en necesitar la cercanía del otro y que parezca que el mundo sigue girando a pesar de las erecciones y las lágrimas, los orgasmos y el miedo.

Es una película que se siente tan orgánica y tan pura, que invita tanto a la contemplación y al mismo tiempo se siente tan impregnada de sensualidad. Tan bella, tan pulida como el torso de mármol que invita a tocar. Es tan grandiosa la química entre los dos actores como lo es el resultado de escenificar el deseo y convertir el metraje en algo delicioso, como un melocotón. Suave pero no escurridizo, tierno, mojado, digno de morder. Y no quiero seguir perdiéndome en esta breve oda que llega tarde, pero tenéis que disfrutar de ella lo antes posible.

cmbyn

To feel nothing so as not to feel anything. What a waste. Right now, there’s sorrow, pain. Don’t kill it, and with it the joy you’ve felt.

3 comentarios leave one →
  1. yuyovilla permalink
    23/02/2018 0:27

    Sigo sin entender está sicosis colectiva que se ha generado sobre esta película. Una peli a la que le sobran 40 minutos, alguno de los protagonistas y muchos paseos en bici p’arriba y p’abajo. Algunas escenas provocan directamente vergüenza ajena: la madre preguntando por su libro de Herodóto en italiano y, como no lo encuentran, coge otro ejemplar en alemán y se lo lee a la ensimismada familia. Pretenciosa, larga y aburrida.

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