«La forma del agua»: el mismo cuento de siempre (en remojo)
Históricamente los Oscars y el género fantástico no se han llevado bien. Desde que en 1982 la maravillosa y eterna “E.T., el extraterrestre” de Steven Spielberg hincara la rodilla ante aquel mamotreto hoy olvidado hasta por los que la votaron que era el “Gandhi” de Richard Attenborough, quedó meridianamente claro que la Academia era reacia a tolerar que el escapismo mágico sin coartada realista, a todas luces un ‘arte menor’ según su anquilosado criterio, recibiera un premio destinado a productos más serios e “importantes”. A estas ‘peliculitas’ para las masas se les podía reconocer sus méritos artísticos de vez en cuando en forma de galardones técnicos que siempre son bienvenidos, pero los gordos -película y director- iban a estarles permanentemente vedados. Cierto es que en una ocasión, en 2003, la Academia se permitió abrir el puño, y lo hizo con la mano bien abierta, cubriendo de récord de estatuillas doradas a “El Señor de los Anillos: El retorno del Rey”, quizás más por vergüenza torera que por otra cosa, pero desde entonces cualquier propuesta fantástica ha tenido las de perder a la hora de la verdad, por muchas nominaciones que la arropasen. Pienso en la extraordinaria “El curioso caso de Benjamin Button” de David Fincher, dolorosamente ninguneada en favor de aquella efectista “Slumdog Millionaire”, o incluso en la sonora (y más justificada) derrota de “Avatar” frente a “En Tierra Hostil”. Podríamos hacer una excepción, apurando los límites genéricos, con el premio para Ang Lee por “La vida de Pi”, cinta más de aventuras que de fantasía, pero la verdad es que está comúnmente aceptado que una nominación a mejor película o mejor director ya sería suficiente recompensa para una cinta de corte puramente fantástico. Por eso la sorpresa de la presente edición no es tanto que “La forma del agua” de Guillermo del Toro exhiba el mayor número de candidaturas (13) como que tenga muy serias opciones de llevarse un premio mayor, sobre todo el de mejor dirección.
Y es una buena noticia que la cinta que nos ocupa (junto con alguna otra un tanto alejada de los estándares habituales de la Academia como “Déjame salir”) vaya a tener auténtico protagonismo en la gran noche de Hollywood. Es muy saludable que empiece a normalizarse la presencia del fantástico en el escaparate de los grandes premios, más allá de los FX visuales y sonoros o la dirección artística, aunque la fiesta sería completa si “La forma del agua” fuese una película que realmente aportara algo novedoso en su género, si no se tratara de la enésima revisión del mismo cuento que ya hemos presenciado infinidad de veces sólo que presentado con una caligrafía muy hermosa y exquisita. Y sí, puede que esta sea el filme más equilibrado de Del Toro, el más perfecto desde un punto de vista formal y el más digerible para todo tipo de públicos, pero en muchos sentidos también es el más rutinario y previsible que haya firmado nunca. Todo está donde el espectador supone que debe estar, todo llega cuando y como debe, perfectamente medido, empaquetado y servido, pero sin apenas espacio para el arrebato, el riesgo, la osadía, lo inesperado, el verdadero asombro. “La forma del agua” puede ser disfrutable, claro que sí, pero de una cinta que se ha llevado el León de Oro en Venecia, ha entusiasmado de forma casi unánime a la crítica y ha salido a hombros de la temporada de premios, con dos Globos de Oro y la bendición de los Sindicatos de Productores y Directores incluida, un servidor esperaba una Obra Mayúscula del cine fantástico. Aunque bien pensado, si hubiese sido esa película visionaria y audaz que yo imaginaba, probablemente no habría recibido tantos parabienes de una industria que se sigue revelando muy acomodada en la repetición de viejas fórmulas y esquemas trillados.
Quizás no sea lo más adecuado acercarse a una película como ésta con el hype demasiado subido y las expectativas por las nubes. Del Toro es uno de esos directores de los que uno espera que en cualquier momento suelte una masterpiece, básicamente porque ya entregó una -o al menos se acercó mucho- con “El laberinto del Fauno”, pero la tozuda realidad es que su cine habitualmente me gusta pero casi nunca llega a entusiasmarme. Y eso que el orondo mexicano es la clase de tipo por la que servidor siente una inevitable simpatía. Le oigo hablar con esa pasión incontenible por el cine y ese frikismo indisimulable de niño grande, veo cómo se curra hasta el más mínimo detalle técnico y estético de sus proyectos, y a mí particularmente me tiene ganado. Pero luego caigo en la cuenta de que ni “La cumbre escarlata”, ni sus Hellboy, ni “Pacific Rim”, ni “El espinazo del diablo”, por citar algunas, han dejado especial huella en mi memoria. Solo la del fauno. Y eso, en un cineasta que trabaja una imaginería, un estilo y unos géneros con los que en teoría debería identificarme plenamente, me provoca unos sentimientos ambivalentes que “La forma del agua” no hace sino reafirmar.
Y eso que el primer tramo promete. De forma similar a como ya hiciera en “El laberinto del Fauno”, Del Toro abre (y cerrará después, en una estructura circular) con una voz en off y una ensoñadora secuencia acuática que nos animan a dejarnos llevar por el aliento de cuento de hadas del relato. Y éste viene protagonizado por Elisa, una chica solitaria y corriente, que pasaría inadvertida en cualquier parte incluso aunque no fuese muda. Vive una vida solitaria y corriente en el Baltimore de los felices 60 que transcurre entre su trabajo como limpiadora en unas instalaciones gubernamentales aparentemente secretas, visitas al apartamento de su maduro y culto vecino homosexual para disfrutar juntos de musicales clásicos, y desahogos onanistas perfectamente cronometrados en la bañera de su piso. Esta rutina está deliciosamente coreografiada por la cámara de Del Toro -siempre en permanente movimiento, por mínimo que sea-, servida en una paleta de colores dominada por el verde y el azul y narrada en un tono de fábula un tanto naif -apuntalado por la preciosa banda sonora de Alexandre Desplat– que a más de uno recordará al de “Amélie” de Jean-Pierre Jeunet en su búsqueda de los pequeños pedacitos de magia que se esconden detrás de lo cotidiano, aunque sin el derroche de ideas visuales por plano de aquella. Será en ese laboratorio de reminiscencias steampunk donde la vida de Elisa cambiará radicalmente al encontrarse con el extraordinario ser anfibio de aspecto humanoide (imposible no remitirse a la mítica criatura de la laguna negra de “La mujer y el monstruo” de Jack Arnold, referente ineludible desde entonces para casi cualquier hombre-monstruo acuático), que está apresado por un mad doctor de buen fondo que quiere aprender todo lo posible del bicho y un malévolo agente gubernamental que parece vivir únicamente para atormentarle.
Cuando esa humilde chica de la limpieza y la criatura de apariencia amenazante establecen un vínculo especial, el déjà vu (pasado por agua) se desparrama por la pantalla hasta su misma conclusión (y ahí pueden citar todas las consabidas referencias a películas con relación interespecífica habidas en el fantástico, desde “King Kong” a la ya mencionada “E.T.”, pasando por “La bella y la bestia”, “Starman” o “Liberad a Willy”), sin que Del Toro, que ciertamente nunca pierde el ritmo, se salga ni un solo momento del guión previsto. Pero la verdadera contrariedad no es que la historia esté ya archivista, sino que no resulta verosímil. Y no me refiero al mero hecho “zoofílico”, sino a que Del Toro, en su condición de guionista, no nos ofrece las herramientas necesarias para que nos creamos el aspecto romántico de la historia. Es verdad que en los cuentos de hadas el amor surgía espontáneamente, porque sí, porque tocaba, pero creerse que alguien puede pasar de la lógica lástima y empatía hacia un ser maltratado al amor más arrebatado e irracional en un abrir y cerrar de ojos, sin ninguna construcción previa, es una píldora difícil de tragar, incluso aunque de ello surjan dos escenas visualmente maravillosas, la del baño inundado y la del musical onírico en blanco y negro. Si “La forma del agua” no llega a descarrilar por ese flanco, se debe a la entrega absoluta de Sally Hawkins, magnífica en todo momento. Ella sostiene el invento con una sensibilidad desarmante que, inspirada, dicen, por los grandes clásicos del cine mudo, no necesita de palabras para expresar todo lo que siente su personaje. Lo de Doug Jones, que va camino de convertirse en el Andy Serkis de Del Toro, parece más bien un triunfo casi exclusivo del equipo técnico que una actuación realmente aplaudible.
Del Toro entrelaza la historia de amor con unas tramas que buscan añadir subtexto, aunque sea de trazo muy elemental y simplista. Así, el archivillano encarnado por Michael Shannon, un tipo que siempre te va a responder a las mil maravillas en el rol de medio zumbado fundamentalista por muy maniqueo que sea, le sirve para deslizar una crítica nada sutil al racismo y clasismo de la América blanca de los 60, tan idílica y perfecta en la superficie como oscuramente insatisfecha en su interior, que tantos paralelismos puede tener con la actualidad. A esa bienintencionada diatriba contra la homofobia y el odio racial también contribuyen los personajes de Octavia Spencer como prototípica confidente verborreica y el de Richard Jenkins como frustrado pero leal compañero de la protagonista. Esos elementos se complementan con una intriga de espías en un entorno de Guerra Fría protagonizada por un Michael Stuhlbarg siempre convincente (y omnipresente en la presente edición de los Oscar) que refuerza el tono pulp del relato aunque argumentalmente no aporte nada esencial. El cineasta mexicano ha subrayado en entrevistas promocionales que su película es una denuncia de la intolerancia imperante, del miedo al otro, al diferente, del fanatismo intransigente e ignorante, lo cual está muy bien y es muy oportuno pero no deja de ser el mismo mensaje subyacente en casi cualquier película con criatura desdichada desde el “El doctor Frankenstein” de James Whale en 1931.
Para colmo, varias voces se han apresurado a señalar los más que evidentes parecidos entre “La forma del agua” y el cortometraje realizado por unos estudiantes holandeses titulado “The Space Between Us”. Juzguen por ustedes mismos pero es imposible ignorar la incómodas similitudes, por mucho que la pieza en cuestión sea de 2015 y Del Toro empezara a darle vueltas a su largometraje en el ya lejano 2011. Sinceramente, no creo que haya habido ningún plagio consciente, pero el caso sí es otra prueba más de la escasa originalidad de una película que, aunque transpira amor por el cine por sus cuatro costados y es magnífica en todos sus apartados artísticos, queda lejos de ser la obra maestra que nos habían vendido. Consiga o no el Oscar que le consagraría en las grandes ligas, nos toca seguir esperando al Del Toro más valiente y audaz.
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Magnifica critica. Totalmente de acuerdo. Una película que se ve bien pero que no emociona. Lo mejor la prota. Vaticino 7 u 8 oscars en los apartados técnicos y ninguno de los grandes.
Pues al final sí se ha llevado los dos premios gordos. Me alegro por Del Toro y por el reconocimiento que supone al género fantástico, pero me reafirmo en todo lo dicho más arriba. Un saludo.
Un crítica excelente, razonada y equilibrada. Da gusto leer algo así. Además, refleja exactamente lo que pensé yo al ver la película. Guillermo del Toro es un director una gran imaginación visual, pero en mi opinión sus guiones siempre flojean. Lo que plantea es siempre es mucho más interesante que lo que te acaba dando al final. En la «La forma del agua» vuelve a pasar y no desarrolla bien los personajes más allá de arquetipos, se queda en lo esquemático y, en realidad, no cuenta nada. Yo también me alegro por él, pero Hollywood no le debía este Oscar, ni mucho menos. A Paul Thomas Anderson (o a Nolan), sí.
Pues muchas gracias por tu comentario, Buckley. Coincido contigo en que la Academia no le debía nada a Del Toro, así que deduzco que este Oscar no se lo han dado para saldar viejas cuentas pendientes. Mientras, PTA y Nolan siguen acumulando agravios pese a que sus respectivos trabajos de este año presentaban una excelente oportunidad para resarcirles. Ha sido curioso ver cómo todos los premios y estamentos de la industria se han plegado a la corriente principal sin que nadie se cuestionara si realmente lo de Del Toro era tan superior a lo de los demás. Tanta unanimidad siempre me parece sospechosa. Hay que resignarse a que PTA es un tipo demasiado especial para Hollywood. No parecen entender ni su cine ni su genialidad. Y Nolan lleva el camino del joven Spielberg, al que humillaron varias veces antes de rendirse a él con Schindler, a pesar de que era el que llenaba las arcas de la industria. Ojalá algún día la Academia pague sus deudas con ellos (y con Fincher, otro que tal) porque a mí me sigue dando coraje ver cómo el Oscar adorna la estantería de tipos como Hazanavicius, Hopper o Boyle mientras estos tres son sistemáticamente ninguneados. Un saludo.
Fantástica crítica y prácticamente coincido en casi todo menos en la colleja a Ghandi :D pero vamos ha sido un placer leerte.
Pues muchas gracias, Antiloo. Alguna colleja de vez en cuando hay que pegar, aunque no venga muy a cuento. :-) Un saludo!