Saltar al contenido

Oasis: no miréis atrás con rencor

21/02/2018

Les propongo un juego muy sencillo. Piensen en bandas míticas del mundo del rock cuyo comeback coparía grandes titulares en los medios y desataría todo tipo de histerias a la hora de conseguir una entrada. ¿Led Zeppelin? ¿Pink Floyd? ¿The Smiths? ¿Dire Straits?… Bien, ahora elijan por cuál de esos hipotéticos retornos apostarían una considerable suma de dinero a que efectivamente se producirá, tarde o temprano. Si han elegido Oasis tienen premio. Y no importa que no hayan transcurrido ni siquiera diez años desde su disolución oficial, o que las diferencias entre Liam y Noel Gallagher sean tan irreconciliables como siempre, o que ambos disfruten actualmente de sendas exitosas carreras en solitario que harían completamente innecesario un regreso al redil. Por mucho que digan o hagan, tengan por seguro que cuando el cheque tenga los suficientes ceros y el momento sea propicio, esa reunión será un hecho. Ni siquiera será necesario que solucionen sus problemas, cosa que, por otra parte, sí parece más improbable. Y, claro, cuando se junten de nuevo lo petarán. De hecho, la sensación que hemos tenido a lo largo de los años es que si de Liam dependiera, esa reunión ya se habría producido, y que es Noel quien se hace de rogar. Aunque también es cierto que a cada arranque de sinceridad conciliadora de Liam (“la gente sigue olvidando que nuestro chico y yo no hablamos, y eso es lo más triste de todo, sin importar quién tiene la razón y quién no. Antes de que Oasis se reúna, él y yo tenemos que volver a ser amigos y hermanos. No se trata sobre dinero”) le ha seguido uno de sus típicos exabruptos (“Noel y Bono son los más grandes gilipollas de la música. Son ellos dos en este momento quienes se me han metido debajo de la piel. Simplemente pueden jugar al ping pong de ida y vuelta”). De modo que es hasta comprensible que Noel no quiera saber nada de los vaivenes emocionales de su ilustre hermano pequeño (“necesita ver a un psiquiatra. Creo que no está bien”), que proclame estar muy feliz lejos de su órbita (no hecho de menos a Liam ni un jodido nanosegundo”) y que insista en que no cambiará de opinión ni por todo el oro del mundo (Vale, lo haríais por el dinero. ¿Pero si ya tuvierais el dinero? Que le den”). ¿Lo ven ustedes muy difícil? Torres más altas han caído. Repito, apuesten por ese regreso porque se producirá, no ahora pero dentro de unos años, y aunque solo sea una gira de pocas fechas en tierras británicas.

¿Pero es Oasis realmente una de esas bandas legendarias a la altura de Led Zeppelin o Pink Floyd? ¿Estamos hablando de ese nivel? Bueno, quizás eso sean palabras mayores, pero lo que sí que es incuestionable es que Oasis fueron una de las últimas bandas de guitarras que disfrutaron del éxito masivo a nivel global. Quizás el último gran grupo del rock de masas antes del advenimiento de la era de Internet, que democratizó de tal forma a artistas, géneros y el modo de consumirlos que ya nada nunca fue realmente igual. Y si nos ceñimos exclusivamente al Reino Unido, Oasis allí son una institución prácticamente a la altura de The Beatles o Queen. Amados y reverenciados por el vulgo como si de un equipo de la Premier se tratase. Tal vez porque a mediados de aquellos añorados años 90 dominados por el nihilismo y la pesadumbre grunge del otro lado del Atlántico ellos recuperaron la bandera de la Union Jack y el orgullo working class para conectar con una juventud necesitada de unos héroes a pie de calle con los que poder identificarse. Eso, una actitud arrolladora y un puñado de canciones inmortales, de esas que empiezan siendo generacionales y terminan grabadas en piedra en la memoria colectiva, bastaron para dominar el mundo, al menos por un instante. Cuando su estrella empezó a declinar fue más fácil hacer sangre y pasarle factura a los Gallagher por su prepotencia. Siempre fueron vilipendiados por la prensa más “cool” y moderna, acusados de ser vulgares copistas al carboncillo del legado del rock británico, saqueadores de guante blanco con mucha caradura o inmovilistas con la originalidad del asa de un cubo. Pero aunque todo eso fuese verdad, nadie puede rebatir que en su mejor momento, en ese pico creativo que va de 1994 a 1997, escribieron una de las páginas más memorables de la música popular.

Quiero la cabeza cercenada de Phil Collins en mi nevera antes de que termine la década o habré fracasado (NOEL)

En 1994, el año del fallecimiento de Kurt Cobain, el planeta rock aún gira alrededor de la escena de Seattle y el ya mentado movimiento grunge. La industria del Reino Unido, huérfana durante años de un aspirante real a la corona que dejaron vacante The Smiths y que sólo por un breve momento sostuvieron The Stone Roses antes de quedar perdida en la anarquía de las raves, el house y el tecno, busca una alternativa al dominio estadounidense y la encuentra en el denominado brit-pop, poco más que una etiqueta en la que englobar a un puñado de bandas que solo tienen en común su oposición a la rudeza agria y desencantada de Nirvana, Pearl Jam o Soundgarden. Así, ese año se publican tres discos capitales para el devenir de la escena británica: “Parklife” de Blur, “Dog Man Star” de Suede y “Definitely Maybe” de Oasis. El primero, perfecto pop costumbrista y burbujeante; el segundo, perfecto pop melodramático y majestuoso; y el tercero, el que hoy nos interesa, perfecto rock básico y vitamínico como hacía tiempo que no se veía en la Pérfida Albión. De los tres, sólo este último es un debut, pero vaya debut.

Surgidos de la Manchester proletaria a principios de los 90, no empezarían a despuntar hasta que Noel Gallagher ingresa en la banda como guitarrista y en poco tiempo les demuestra que es el único con el talento necesario para componer. Alan McGee, el jefazo de Creation, les descubre en un bolo y sin pensárselo dos veces les ofrece un contrato discográfico. Liam asume sin protestar que su hermano se encargará de la dirección musical mientras que él se dedicará “a molar”. Y cada uno hace su trabajo a la perfección, porque si Noel se descuelga con una ristra de piezas rotundas e inspiradas que combinan el olfato melódico de The Beatles con la explosión de energía de The Who, Liam es capaz de cantarlas con la urgencia pletórica y altanera de John Lennon y la ferocidad de Johnny Rotten. Desde el principio queda claro que Paul “Bonehead” Arthurs (guitarra), Paul “Guigsy” McGuigan (bajo) y Tony McCarroll (batería) son meros comparsas de los Gallagher, dos bravucones engreídos, irreverentes y algo cazurros, pero sinceramente convencidos de estar en la banda más grande del mundo. Pondrán todo su empeño en comportarse como tal, mimetizando todos los excesos que comporta ser una rock star: escándalos y peleas multitudinarias, habitaciones de hotel destrozadas, groupies, titulares altivos y arrogantes para tabloides ávidos de sensaciones fuertes, actuaciones caóticas, litros de alcohol y drogas por doquier. Cualquier otra cosa habría sido traicionar lo que consideran una buena reputación. A veces habrá alguna discrepancia entre ellos sobre dónde está el límite de lo que es actitud rock’n’roll. Por ejemplo, el impulsivo Liam se jacta de haber sido detenidos por la policía a bordo de un ferry con destino a Amsterdam y deportados a casa por liarse a mamporros con un nutrido grupo de hinchas del Chelsea, mientras que Noel, en el fondo algo más disciplinado, considera que ese tipo de comportamiento es sólo hooliganismo barato. No tienen reparos en airear sus trapos sucios en público y tan evidente es que ese particular vínculo de amor-odio resulta uno de los grandes atractivos de la banda como que, en última instancia, será lo que termine reventándola.

Odio a mi jodido hermano; por eso llegaremos a ser el grupo más grande del planeta, porque odio a ese cabrón y espero partirle un día la cabeza. Con una jodida Rickenbacker. Y él podrá hacerme lo mismo (LIAM)

Soy el cerebro de la banda. Liam es el idiota. Y los otros tres son los otros tres (NOEL)

“El primer disco era mejor” es uno de los grandes tópicos de la historia de la música, pero es que en el caso de Oasis definitivamente el primer disco es el mejor. Han pasado casi 25 años y aún tengo la convicción de que si se publicara ahora por primera vez, tal cual, sin tocarle ni añadirle nada, le daría un buen revolcón al panorama del rock actual. “Definitely Maybe” tiene el descaro, la chulería y la frescura de la juventud sin domesticar. Un disco que arranca con ese “Rock’n’Roll Star” directo y al grano, con unas guitarras que abrasan y un cantante que parece dirigirse directamente hacia ti blandiendo un bate de cricket, sabes que no te va a decepcionar. Los temazos se suceden uno tras otro sin respiro, con esa muralla eléctrica de sonido tan primitivo y saturado (cortesía de la mezcla de Owen Morris, quien logra trasladar el sonido de directo del grupo al estudio tras varias intentonas fallidas) sobre la que escalan las adictivas melodías de Noel. Esta ópera prima es un muestrario del mejor rock british de los 60 y los 70. Beatles, Stones, Kinks, Marc Bolan, Small Faces, Sex Pistols y The Jam resuenan sobre once temas que, cierto, no inventan nada ni lo pretenden, pero que aguantarán mucho mejor el paso del tiempo que muchos otros productos que en su momento parecieron el colmo de la modernidad porque poseen el gen de la atemporalidad. “Live forever” es una joya para los anales, quizás el primer gran himno del pop-rock británico de los 90; “Supersonic”, sus riffs y sus rimas imposibles -“I’m feeling supersonic/ give me gin and tonic. I know a girl called Elsa/ she’s into Alka Seltzer”- entran a empujones en tu cabeza para no querer salir de ahí; “Cigarettes and Alcohol” puede empezar saqueando a T-Rex, sí, pero ¿a quién le importa un carajo si luego nos sirve en bandeja un rocanrol tan rufián y avasallador? “Columbia” se adueña del ritmo hipnótico del sonido Madchester y lo hermana con The Jesus and Mary Chain; “Bring It On Down” suena a garage-punk de garito mugriento y “Slide Away” es sencillamente una catedral de melodías imbatibles que ni siquiera necesitan publicar como single.

 

“Definitely Maybe” se convertiría en el álbum de debut más rápidamente vendido en la historia del Reino Unido (tendrán que pasar doce años para ser superado por el primer disco de los Arctic Monkeys) y llegaría a despachar 8 millones de copias en todo el mundo. Incluso les permite abrir brecha en el mercado norteamericano (terreno vedado durante mucho tiempo para las bandas de rock británicas), aunque la gira que emprenden nada más publicarse el disco por ese país casi les lleva al desastre. Oasis están convencidos de que tienen lo que hace falta para conquistar al público USA y triunfar ahí donde tantos otros han fracasado, pero en un concierto en el Whiskey A Go Go de Los Ángeles el grupo comparece puesto hasta las cejas de metanfetamina en medio de un caos sonoro formidable que provoca que Liam acabe atizándole en la cabeza a Noel con su pandereta y abandonando el escenario antes del final. La primera espantada de tantas que protagonizaría con los años. El guitarrista, harto de la falta de profesionalidad de sus compinches, abandona la banda y desaparece durante dos semanas… para volver después como si no hubiera pasado nada y con varios temas nuevos bajo el brazo. El primero de muchos amagos de deserción definitiva. Pero antes de que concluya 1994, la banda reafirma su momento dulce con la edición del single “Whatever”, extraordinaria canción no incluida en el álbum que se escora más hacia un majestuoso y áereo pop orquestal que Alan McGee no duda en calificar como el “Hey Jude” de los 90.

No me sacaría el carnet de conducir porque vería a los imbéciles de Blur en sus bicis, y no me resistiría a atropellarles (NOEL)

Lejos de seguir el camino de sus admirados Stone Roses, quienes tras su arrollador debut dejaron pasar cinco años en estado de parálisis, Oasis no se toman ningún descanso y afrontan 1995 como si fuera el segundo round en su batalla por dominar el mundo. En abril publican “Some Might Say”, un contagioso número rock deudor de Marc Bolan que les proporciona su primer número uno en la lista de singles del Reino Unido y que supone la última grabación del batería Tony McCarroll, a quien Noel no ve capacitado para tocar el nuevo material que tiene en cartera, siendo sustituido por Alan White. Con el brit-pop en plena efervescencia – ese año salen discos fantásticos de Pulp, Elastica, Supergrass, The Boo Radleys o The Verve-, la prensa musical británica aprovecha un altercado verbal entre bastidores en la gala de los Brit Awards entre los miembros de Oasis y los de Blur para alentar una ‘guerra de bandas’ al viejo estilo de Beatles vs Rolling Stones, enfrentando a los dos gallos más grandes del corral. Norte contra Sur. Proletariado contra clase media acomodada. Rock contra pop. Hay que escoger bando y no valen las medias tintas. El asunto alcanza unas proporciones absurdas, llegando incluso a las portadas de los medios generalistas. Tampoco hay que hacer mucho para avivar la rivalidad. Los Gallagher entran al trapo con ganas y echan más leña al fuego siempre que tienen ocasión, mientras que Damon Albarn y cía en un principio parecen tomárselo como un juego publicitario… hasta que un desafortunado Noel rebasa la línea del buen gusto deseándoles que pillen el SIDA y se mueran. El punto álgido de este pulso sin precedentes es la célebre disputa por el número uno con sus respectivos nuevos singles, “Country House” y “Roll With It”, publicados al unísono el 14 de agosto. Blur gana esa batalla, pero termina perdiendo la guerra por goleada porque su cuarto álbum, “The Great Scape”, quedará irremediablemente empequeñecido ante el brutal impacto de “(What’s the Story) Morning Glory?”, el segundo álbum de los mancunianos.

Soy una estrella del rock y hago lo que me da la puta gana (NOEL)

Estamos Lennon, Elvis y yo (LIAM)

Antes proclamábamos que el debut nos parece su mejor y más redondo trabajo, pero es “Morning Glory” el que les abre las puertas del panteón de las grandes bandas, el disco que será recordado por siempre como su mayor clásico, el más popular, el que desata definitivamente la ‘Oasismania’ en todo el planeta y uno de los más emblemáticos de los años 90, su propio “Sgt. Pepper’s”. No es para menos porque sí, es un excelente álbum de una banda en estado de gracia. Más pulido en su sonido, menos crudo y lacerante que “Definitely Maybe”, aunque también más variado y susceptible de conectar con un público más mayoritario. En definitiva, menos rock y más pop. Tampoco es que le falten aldabonazos eléctricos, como la atronadora “Hello” o el tremebundo tema título, pero ahora hay más espacio para medios tiempos y baladas (la hermosa e infravalorada “Cast No Shadow”) e incluso una pieza tan ambiciosa, épica y psicodélica como la memorable “Champagne Supernova”. Con todo, los dos temas que elevan el disco al estatus de obra atemporal son “Wonderwall” y “Don’t Look Back in Anger”. El primero, una canción de amor de melodía maravillosa y poso acústico pero vestida con la finura que aporta un violoncello mágico y el estiloso shuffle de la batería de White. Se convierte en un clásico de la música popular casi de manera instantánea, el que les lleva al éxito masivo a nivel mundial, incluido, por fin, Estados Unidos. El segundo, un himno gigantesco, en el que absolutamente todo -las estrofas, los puentes, los estribillos, el punteo de guitarra- posee una resonancia emocional apabullante e imperecedera. Es también el único tema no interpretado por Liam, el que demuestra que -oh, sorpresa!- Noel también puede cantar. En realidad no es la primera vez que lo hace, puesto que en varias caras B es él quien ha adoptado la voz solista. Sin embargo, es consciente de que no puede compararse en ese aspecto con su hermano, cuyo registro -limitado pero enérgico y absolutamente carismático-, actitud y puesta en escena -siempre impertérrito ante el micrófono, piernas flexionadas, brazos cruzados a la espalda, mirada desafiante a la audiencia- le convierten en el frontman definitivo para una banda como Oasis. No obstante, a partir de ahora, y obligado también por las ausencias esporádicas de Liam motivadas por los problemas de una garganta llevada peligrosamente al límite, o simplemente porque no le da la gana cantar, Noel acaparará más protagonismo en los conciertos y se atreverá con sets acústicos de generosa duración.

 

Por supuesto, las acusaciones de copiones tampoco tardan en aparecer (inaugurando un pasatiempo muy recurrente en años venideros: adivina a quién le ha robado Noel Gallagher en su nueva canción) porque el estribillo de “Hello, Hello I’m Back Again” de Gary Glitter aparece tal cual en “Hello”, “She’s electric” termina como el “With A Little Help From My Friends” de los Beatles y “Don’t Look Back in Anger” empieza como el “Imagine” de Lennon. Noel se limita a encogerse de hombros: “Nuestros ídolos saquearon el blues y ahora nos toca a nosotros robar a nuestros ídolos”. En realidad no se puede hablar de plagio, sino de préstamos bien integrados y “homenajes” más o menos descarados que no empañan el talento como compositor de Noel, un tipo al que en esta época se le caen las canciones de las manos y al que no le importa dejar en las caras B de los singles auténticas joyas por las que casi todas las bandas del brit pop habrían matado. “Morning Glory?” podría haber sido incluso mejor de lo que es si hubiera incluido temas como “Acquiesce”, “The Masterplan” o “Talk Tonight”, que, curiosamente, sí integrarían de modo habitual su repertorio de directo.

 

El segundo disco de Oasis llegaría a despachar 22 millones de copias a nivel mundial y se alzaría como el álbum más vendido de los 90 en el mercado británico (el quinto de todos los tiempos), convirtiéndoles en tan solo dos años y medio frenéticos en la banda más grande del planeta. Ebrios de gloria, dinero y popularidad, y aún más fanfarrones de lo que ya eran por naturaleza, se permiten ridiculizar al bueno de Michael Hutchence en la gala de los Brit (¿Por qué viejas glorias como este tío entregan premios a un grupo de futuro como nosotros?), carcajearse del feudo con Blur (“¿De qué guerra habláis? No hay punto de comparación, ni siquiera jugamos en la misma división”) e intimidar a cualquiera que no esté dispuesto a reconocer que son los mejores del mundo mundial. La historia de ascensión y auge de los Gallagher culminaría con los multitudinarios conciertos de Knebworth en agosto de 1996 ante 250.000 espectadores (y se estima que 2,5 millones de personas intentaron conseguir entradas). “Bonehead” reconocería mucho tiempo después en el muy recomendable documental “Supersonic”, de Matt Whitecross, que ese habría sido el momento ideal para desaparecer en una nube de humo porque era imposible llegar más alto. Y sí, si lo hubieran dejado ahí el mito de Oasis habría sido perfecto e inmaculado, demasiado teniendo por medio a unos tipos como los Gallagher, que se ven a sí mismos como unos gladiadores que han de seguir adelante hasta que las ruedas se rompan. “Si consigues besar el cielo, hazle un puto chupetón”.

“Be Here Now” es el sonido de unos músicos ciegos de cocaína esperando a que se calle el cantante para poder meter su riff (NOEL)

Estamos en 1997. Aún no se ha apagado el eco del éxito de “Morning Glory” y Oasis vuelven al estudio de grabación con una gran presión sobre sus hombros, la de la prensa (generalista, especializada y amarillista) que sobrevuela todos sus movimientos, la de su discográfica y la propia industria musical que aguardan ávidas más madera, y la que se imponen ellos mismos, que ni siquiera se plantean la posibilidad de tomarse un justificado año sabático y alejarse por un tiempo del ruido y de los focos. Montañas de cocaína sobre la mesa de mezclas, peleas cada vez más constantes entre unos Gallagher que apenas coinciden en las sesiones, y una certeza: el nuevo disco tiene que sonar más grande, más alto, más épico, más TODO. Como resultado, “Be Here Now”, el álbum más esperado y anticipado del año, tiene el aspecto de un grandilocuente y chillón mamut que ahoga a su aparatoso paso gran parte de la frescura que les hizo grandes. Con el tiempo la leyenda le otorgaría el honor de ser el disco que mató al britpop, pero en el momento de su publicación los medios le dispensan una acogida muy favorable. Y es que, pese a toda su pomposidad y abigarramiento, aún es un buen disco. Tiene canciones destacables entre sus surcos, pero también varios problemas. Para empezar, la producción es a todas luces exagerada. A Noel y Owen Morris simplemente se les va de las manos. Comprimen de tal manera el sonido (iniciando la nefasta loudness war en la industria del disco, consistente en aumentar progresivamente el volumen a costa de empobrecer el rango dinámico) que por momentos resulta molesto de escuchar. Está bien que incluyan arreglos de cuerda por doquier, pero es que además meten pistas y más pistas de guitarras por todas partes, de manera indiscriminada, sin más intención que la de crear una bola sonora que aplasta los matices y, de paso, al oyente. Por si fuera poco, es ridículamente largo. Son solo doce temas, pero dura 70 interminables minutos porque muchos de ellos se alargan hasta la extenuación, mareando la perdiz a pesar de su simplicidad estructural. No hay aquí ningún “Paranoid Android” (publicado este mismo año en el “OK Computer” de Radiohead, ese sí quizás el disco que acaba con el britpop, ¿o fue el disco homónimo de Blur?) que justifique semejantes minutajes.

 

“D’ You Know What I Mean?”, el primer sencillo, es el mejor ejemplo del exceso que recorre el álbum. Sonidos de helicópteros, muros eléctricos desmesuradamente enmarañados, un estribillo tan rimbombante como realmente plomizo y casi 8 minutazos que la hacen más pesada que una vaca en brazos. “Stand By Me” es una muestra de melodía fantástica con aroma de clásico que se va hasta los 6 minutos a base de repetirse cuando habría quedado perfecta en 4. “All Around the World” quiere ser desesperadamente un himno más grande que cualquiera de los Beatles, pero, en su fatuo delirio de cuerdas, vientos y la-la-las, no se da cuenta de que no lo conseguirá necesariamente a base de remachar el estribillo cincuenta veces. Pero sí, también hay vigorosas piezas de rock enérgico que no habrían desentonado en sus trabajos anteriores (“I Hope, I Think, I Know”, “Be Here Now”), interesantes aproximaciones a sonoridades más americanas (“Fade In-Out”) y una emotiva balada marca de la casa (“Don’t Go Away”).

El disco llega a las tiendas como un terremoto, despachando 420.000 copias en el Reino Unido el día que se pone a la venta y alcanzando el millón en un par de semanas, pero el fenómeno se desinfla más rápidamente de lo esperado y al final se queda lejos de las cifras “Morning Glory”, tanto en el mercado doméstico como a nivel internacional. Con todo, un álbum que despacha más de 8 millones de copias en todo el mundo jamás se puede considerar un fracaso, pero sí es cierto que algo se rompe en el idilio entre el público masivo y los Gallagher a partir de aquí. Con toda su criticable desmesura, “Be Here Now” es quizás la última obra importante de Oasis, por mucho que Noel renegara en el futuro de él e incluso no incluyera ninguna cita en el recopilatorio “Stop the Clocks” (2006), y, desde luego, funciona perfectamente como fiel reflejo de la autoindulgencia mesiánica de una banda a punto de ser devorada por su propia grandeza. Poco más de un año después, Oasis lanzan “The Masterplan”, una colección de canciones desperdigadas a lo largo de los años en las caras B de los singles que, irónicamente, es superior a cualquier de los discos que lanzarán en los años venideros, una clara evidencia de que la historia de la banda desde este este momento será mucho menos interesante (también para quien esto escribe, que se irá desentendiendo progresivamente de las peripecias de la banda, así que me permitirán ustedes ir abreviando). No habrá un desplome estruendoso pero sí una lenta e inexorable decadencia no exenta de algún repunte de lucidez. Siempre mantendrán una sólida base de fans que les permitirá alcanzar el número uno sistemáticamente con cada nuevo álbum y seguirán abasteciendo al mundo de grandes titulares porque no se pueden callar ni debajo del agua, pero nunca volverán a disfrutar de las cotas de relevancia ni del momentum creativo de sus años dorados.

Somos la mejor banda del mundo y lo seremos hasta que yo lo diga (LIAM)

Entre 1995 y 1996 vendimos más discos y agotamos las entradas en maś conciertos que nadie. Entonces fuimos los mejores; pero ¿qué coño importa? Tampoco ha salido nadie que pueda superarnos (NOEL)

“Standing on the Shoulder of Giants” (2000) marca un punto de inflexión en la trayectoria de Oasis. Ni existe el hype desmedido que había con el álbum anterior ni la banda es ya la misma, puesto que durante su grabación abandonan el barco “Bonehead” y “Guigsy” sin mayores explicaciones y serán reemplazados por el guitarrista Gem Archer y el bajista Andy Bell. Incluso Noel dice llevar un par de temporadas limpio de drogas. También parecen haber aprendido de los errores de “Be Here Now” y apuestan por una producción más limpia a cargo de Spike Stent, un minutaje más controlado y una dirección más psicódelica, con margen para cierta experimentación y tímidos coqueteos con la electrónica, algo que, para sus estándares, supone todo un atrevimiento. El problema es que el nuevo material es, por lo general, mucho menos inspirado. Por primera vez se percibe más relleno del deseable, un molesto superávit de composiciones desechables. “Go Let It Out” es un primer single decepcionante si se compara con sus viejos hitos pero termina siendo de lo más accesible y enérgico de un lote en el que también destacan la enorme “Gas Panic” -el único instante en el que las novedosas capas sonoras acompañan a una composición de genuino sabor épico-, “Where Dit It All Go Wrong”, tonada cantada por Noel con reminiscencias del Neil Young eléctrico, o el potente instrumental inicial “Fuckin in the Bushes”. Pero también conviven medianías como el poco soportable segundo single “Who Feels Love” -una mala parodia de los Beatles más espirituales-, la muy pastelosa e inane “Little James” -primera y olvidable contribución de Liam como compositor- o la tediosa “Roll It Over”, en la que parece regresar la cansina grandilocuencia de su antecesor.

 

Probablemente consciente de que no se trata de ninguna obra maestra, Noel admite en las entrevistas promocionales que quizás no se le puedan sacar muchos singles, pero se atreve a pronosticar que en cinco años será el favorito de los fans, y también el suyo. Nada más lejos de la realidad. No solo resulta el álbum menos vendido de la banda, sino que con el tiempo él mismo también lo repudiaría, asegurando que en esta época “no tenía ninguna razón o deseo de hacer música”, y dando así la razón a posteriori a todos esos periodistas, que esta vez sí, lo reciben con el cuchillo en la boca, e incluso a Robbie Williams, quien les manda una corona de flores con sus condolencias por haber hecho “un disco tan malo”. Por otra parte, la relación entre los hermanísimos tampoco es que haya mejorado en estos tiempos. De hecho, va a peor, porque durante la gira el guitarrista llega a abandonar la banda tras partirle la boca a Liam por haber puesto éste en entredicho que su hija mayor, Anäis, fuese realmente suya. Así, durante un tramo del tour europeo el pequeño de los Gallagher queda como único líder y director musical de la banda (!), aunque Noel es todavía incapaz de mandarlo todo realmente al carajo y termina volviendo al redil semanas después para los conciertos finales en el Reino Unido.

En el fondo, lo que me impulsa a seguir adelante es pensar en mi madre y en Liam. Si el grupo se acabara, mi hermanito no podría hacer otra cosa con su vida. Y mi madre no me lo perdonaría jamás (NOEL)

Con los nuevos miembros ya mejor integrados, Noel decide ‘democratizar’ la banda y permitir que los demás empiecen a colar sus composiciones en “Heathen Chemistry” (2002), no se sabe si con las mismas intenciones que John Fogerty cuando obligó a sus compinches de Creedence Clearwater Revival a aportar temas en “Mardi Gras” para dejar en evidencia lo mediocres que eran en comparación con los suyos. De ser así, fracasa porque su nuevo material no es especialmente memorable ni claramente superior al que entregan sus colegas. En pleno revival del garage-rock comandado por bandas como The Strokes o The White Stripes, el nuevo disco de Oasis pretende ser más sencillo y directo que las anteriores entregas, una especie de ‘back to the basics’ que no llega a definirse. “The Hindu Times” sí apunta con su adictivo riff y la ardorosa interpretación de Liam hacia el fulgor de los viejos tiempos, pero el grueso del álbum bascula entre lo resultón, lo rutinario y lo irrelevante. Incluso en uno de los tradicionales puntos fuertes de Noel como compositor, las baladas, se detecta cierto tufo genérico y comercialoide, especialmente en “Stop Crying Your Heart Out”. Inopinadamente, una de las sorpresas más agradables la ofrece el propio Liam, autor de tres temas, uno de los cuales quizás sea el mejor del lote: la humilde y pequeñita “Songbird”, que con su encantadora y pegadiza melodía country-folk le insufla una bocanada de aire fresco al sonido canon de la banda.

 

Aunque “Heathen Chemistry” es mejor recibido por el público que su predecesor y vende casi 4 millones en todo el mundo, el disco tenderá a ser valorado como el peor de su discografía, su punto más bajo. Principalmente porque a partir de aquí se percibe una cierta mejoría. “Don’t Believe the Truth” (2005) no es musicalmente muy diferente a sus álbumes anteriores y desde luego está lejos de sus tiempos supersónicos, pero les presenta en un mejor estado de forma, revigorizados y con flamante nuevo batería, Zack Starkey, el hjjo de Ringo Starr. Aunque sólo “The Importance of Being Idle”, una sugerente pieza de Noel en el más puro estilo Kinks, podría integrar el panteón de clásicos de la banda, el nivel medio de las canciones es algo más alto. El rocoso medio tiempo “Turn Up the Sun” firmado por Andy Bell es un potente arranque, el primer single “Lyla” no mata pero es efectivo en su combinación de Stones y Faces, “Mucky Fingers” supone un disfrutable tributo a la Velvet Underground, y los cortes breves y directos que trae Liam (“Love Like a Bomb”, “The Meaning of Soul”) no son la octava maravilla pero aportan un saludable dinamismo y concisión. El disco se desinfla un tanto en el tramo final pero se convierte en su mayor éxito desde “Be Here Now” (más de 7 millones de copias) y les devuelve parte de su antigua notoriedad.

 

“Dig Out Your Soul” (2008) les confirma en esa línea de banda clásica y superviviente, firmemente anclada en sus códigos revisionistas del rock de los 60 y 70, pero permitiéndose añadir algún color nuevo a la fórmula. Es quizás su esfuerzo más certero y vivaz de la década de los dosmiles, aunque solo sea por incluir temas tan rotundos como el inicial “Bag It Up”, el single incandescente “The Shock of The Lightning”, la machacona “Waiting for the Rapture” o la poderosamente rítmica “Falling Down”. Como ya le ocurría a su antecesor, el álbum empieza mejor que acaba, y medianías como “To Be Where There’s Life”, de Archer, o “The Nature of Reality”, de Bell, terminan lastrando un tanto el resultado final. Con todo, no parece el trabajo de una banda a punto de disolverse y sí el de una que aún lucha con dignidad por mantenerse vigente en una era que ya no le corresponde. Por eso nadie sospecha que la correspondiente gira vaya a ser, ahora sí, la última. Finalmente las tensiones entre los Gallagher llegan a su punto culminante cuando Liam, en medio de un brote psicótico, rompe la guitarra de Noel después de blandirla contra él como si fuera un hacha en el backstage del festival Rock-en Seine de París en agosto de 2009 y el hermano mayor decide que hasta aquí hemos llegado. “No podía seguir trabajando ni un día más con Liam”, anuncia Noel en el comunicado en el que se desvincula de su grupo, un paso con el que había amagado muchas veces pero que en esta ocasión es definitivo. Oasis deja oficialmente de existir. Aunque, a decir verdad, lo sorprendente es que hayan aguantado hasta aquí.

Con el cadáver de la banda aún fresco, Liam resuelve que le importa una mierda lo que haga su hermano y que él sigue adelante. Tiene la suficiente inteligencia como para saber que Oasis no es Oasis sin uno de los Gallagher, así que rebautiza a la banda (en la que siguen Archer, Bell y el nuevo batería Chris Sharrock) como Beady Eye, pero sólo con las ganas y la actitud no basta y se pega un buen batacazo con dos discos tan soporíferos como “Different Gear, Still Speeding” (2011) y “Be” (2013). Por su parte, Noel se limita a observar cómo su hermano se estrella con “la mejor banda tributo del mundo” y después pone en marcha su propio proyecto, Noel Gallagher’s High Flying Birds, en el que practica un pop-rock melancólico un tanto alejado del perfil rockista de Oasis con el que obtiene un considerable éxito, sobre todo en el Reino Unido. El hermano mayor resulta ganador por abrumadora diferencia en la batalla post-Oasis, pero el pequeño no se rendirá tan fácilmente.

A todos los fans de Noel Gallagher, yo puedo y podré cantar cualquier canción que escriba mejor que él, aunque me dieran un golpe en los testículos con una paloma de madera (LIAM)

Febrero de 2018. Liam, con 45 años, acaba de recibir el Godlike Genius Award (“premio a la genialidad divina”…) por parte de la revista New Musical Express y luce exultante. La gira de presentación de su debut como solista, “As You Were” (2017), es todo un éxito (con paradas en Madrid y Barcelona los días 23 y 24) y las estupendas ventas del disco le han demostrado que la gente no se había olvidado de él. Además, el álbum, contra todo pronóstico, es bueno. Es tan retro como cabía esperar, pero a la vez posee un sonido fresco y moderno sobre el que se sostiene un conjunto de canciones bien apañadas. Temas como “Wall of Glass”, “Bold”, “Paper Crown”, “You Better Run” o “For What It’s Worth” recuperan al mejor Liam, el que se muestra desafiante en los números más rock y conmovedor en los medios tiempos y baladas. Si no hubiera funcionado, si la audiencia le hubiese dado la espalda, no habría tenido más remedio que ponerse a los pies de Noel, pero ahora se siente fuerte, con la sensación de haber cambiado la dinámica, y se considera aún más legitimado para seguir echándole mierda en Twitter (su nuevo hobby favorito) o ante cualquier micrófono que le pongan delante de la boca, en una actitud que raya la manía persecutoria aunque en realidad todo forme parte del gran circo de Liam. Por su parte, el ya cincuentón Noel, que también está de gira, hace oídos sordos. Si le escuece que “Who Built the Moon?” (2017) -su tercer disco disco bajo la marca High Flying Birds- no haya vendido tanto como los dos anteriores -el hómonimo de 2011 y “Chasing Yesterday” de 2015- y que también haya quedado muy detrás del de Liam, nadie lo sabe. Quizás le basta con el buen recibimiento crítico dispensado a un valiente trabajo en el que se ha atrevido a ir más lejos a nivel sónico, probando texturas novedosas y explorando estilos que le alejan cada vez más de la vieja banda. Y hay que reconocer que la irresistible “Holy Mountain”, “It’s a Beautiful Word” o “She Taught Me How to Fly” son muy buenos temas. Lo último que se sabe es que ya está componiendo nuevo material apoyado en el bajo y que el resultado, dice él, suena como si The Police y The Cure estuvieran en la misma banda. Ninguno de los dos parecen tener entre sus proyectos de futuro volver a encontrarse, pero ninguno de los dos renuncia a trufar generosamente sus conciertos con las viejas canciones de Oasis, aunque solo coincidan en “Wonderwall”. Saben perfectamente que son las que encienden a la audiencia. Pero también saben, aunque no lo quieran reconocer, que falta alguien al lado. Por eso, por los fans, por la nostalgia que de todos se apodera, por el dinero (claro que sí, más montañas de dinero, Noel), por la gloriosa sensación de volver a estar una vez más en la banda más grande del mundo, o simplemente por darle una alegría a su madre, algún día volverán. Y será jodidamente bíblico.

4 comentarios leave one →
  1. hueylewis permalink
    01/03/2018 10:19

    Puede ser que el dinero los vuelva a reunir tal como ha sucedido recientemente con Guns’N’Roses. Y ojalá estemos en capacidad de verles en vivo cuando suceda porque sería algo único.

    Sin embargo las probabilidades son bajas, en parte porque Noel está decidido a pasar página respecto a Oasis, en parte porque en lo personal lo llevan fatal y principalmente porque no les hace falta dinero.

    • Jorge Luis García permalink*
      01/03/2018 18:37

      Tu dale tiempo al tiempo. Un saludo.

  2. hueylewis permalink
    02/03/2018 16:53

    Con quien sería mejor, conGem Archer o con Bonehead ?

    • Jorge Luis García permalink*
      04/03/2018 19:47

      Puestos a tirar de nostalgia, diría que lo más efectivo sería contar con Bonehead, Guigsy y White.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.