«The end of the f***ing world»: j***das cosas de críos
Realmente, si le quitamos a «The end of the f***ing world» su espectacular, irresistible y molón envoltorio (y su sangre), posiblemente lo único que quede sea la típica historia de huida y búsqueda de unos adolescentes inadaptados, unos adolescentes inadaptados además en unos escenarios más que habituales, por lo que la serie a priori no tendría demasiados alicientes para llamar nuestra atención. Pero es que no hay ninguna necesidad de prescindir de ese vistoso y tan disfrutable envoltorio (ni de la sangre). De acuerdo con que su estética tampoco es original, con que la sombra de Tarantino está presente casi en cada plano, con que el arte y el grafismo pretendidamente (o pseudo) punk no debería de ser tampoco elemento suficiente para agarrar la propuesta, con que todo esto ya lo vimos hace 25 años (dios!) en «True romance (Amor a quemarropa)» y en «Natural born killers (Asesinos natos)»; pero es que todo esto sigue molando mucho. Pero «The end of the f***ing world» tampoco es todo fachada. Que no contenga un océano de interrogantes metafísicas no significa que si se rasca un poco no se puedan encontrar ciertas preguntas con pocas o complicadas respuestas. Y por encima de todo está una pareja protagonista entrañable, con todos sus encantadores defectos y con alguna que otra virtud, con un poder de atracción indiscutible, entre ellos y de ellos con la cámara, y con una torpeza tan necesaria como comprensible.
James (Alex Lawther) no pierde tiempo en presentarse en los primeros minutos de la serie como un psicópata que está cansado de matar animales y que desea ir un paso más allá y asesinar a una persona. La declaración de intenciones tanto de James como de la serie llega de esta forma de forma inmediata, directa y descarada. No tardará demasiado en entrar en escena Alyssa (Jessica Barden) en forma de rebelde sin causa, quien ve en la inadaptación de James a su entorno una especie de alma tan gemela como complementaria y necesaria para su rebeldía. James, por su parte, fantasea con Alyssa como la víctima perfecta para saciar sus deseos de sangre (humana). La unión de intereses queda servida.
«The end of the f***ing world» se integró a principios de 2018 en el catálogo de Netflix después de haber sido estrenada poco antes en Reino Unido, tomando como base los cómics del mismo título de Charles S. Forsman, y con su paso al gigante del ‘streaming’ televisivo alcanzó una importante notoriedad. No faltaron las voces que quisieron comparar esta serie con uno de los fenómenos del año anterior, «13 reasons why», pero más allá de la edad de sus protagonistas y de algunos lugares comunes, poco más se puede relacionar entre ambos títulos. Y menos mal. Y digo que menos mal no porque esa ficción fuera mala, sino porque visto el revuelo que se montó por posibles repeticiones o imitaciones en la vida real del comportamiento de aquella Hannah Baker, si a la policía de lo correcto le hubiera dado por temer que nuestros mozuelos volvieran a imitar lo que ven en la tele, los gritos en el cielo aún no se habrían acallado. Afortunadamente, en esta ocasión ha quedado bien claro que la historia que se nos propone es ficción y que no se está empujando a nadie a perpetrar las aventuras de esta pareja.
Y es que al fin y al cabo la historia de «The end of the f***ing world» es básicamente la historia de crecimiento de dos adolescentes, de su reto para con la madurez, de su salto al vacío, de su cara a cara con unos problemas y de su lucha con un pasado que tampoco dista demasiado del crecimiento, de los problemas y del pasado de la mayoría de los adolescentes, aquí, en Estados Unidos y en China. Vale, todo se les va de las manos y ya no hay identificación posible con la trama, pero sí con sus conflictos emocionales.
Absolutamente todo está bañado de un humor negro que es lo que te gana (o espanta) desde el principio. El libreto es consciente de todo lo que toma prestado, de sus reiteración en unos temas ya más que abordados, por lo que parece no querer tomarse su drama demasiado en serio. Es cierto que a lo largo del metraje hay espacio para ciertas líneas de diálogo más profundas, casi existencialistas, en sintonía con el momento de floración que están viviendo estos dos adolescentes, pero rápidamente aparecerá algún personaje, algún gag o algún guiño que nos recuerde que tampoco tenemos que tomarnos muy en serio lo que estamos viendo, que estamos en la tele.
Formalmente, más allá de su impactante estética, de su frenético montaje y de una banda sonora de esas que te tienen con el Shazam continuamente trabajando (y que ejemplificamos con una playlist al final de este texto), es de resaltar el efectivo y más novedoso cruce de voces en off que presenta la narración, evitando además con ello dar protagonismo a ningún miembro de la pareja sobre el otro. Que las «conciencias» tanto de James como de Allysa sean las que van subrayando los acontecimientos da una especial ritmo y gracia al relato, acentuándose además las diferencias entre ellos y las diversas formas de afrontar los problemas y las situaciones (definitivamente no corrientes) a las que se tienen que ir enfrentando.
Se ha hecho mención ya en un par de ocasiones a los lugares comunes que plantea la serie como escenario, y es posible que la contextualización en ellos del inicio de la serie le de más empuje y capacidad de sorpresa. El hecho de que los protagonistas sean los típicos ‘losers’, los inadaptados que hemos visto caricaturizados en innumerables títulos americanos con el instituto de taquillas como telón de fondo le da un punto cuando nos adentramos en el drama interior de estos marginados. Esto tampoco es una novedad, pero el hecho de que la rebeldía erupcione a punta de pistola ya le otorga un extra de perturbación. Una vez fuera de esos escenarios, la ‘road-movie’ de huida que se plantea tampoco busca escapar de imágenes ya grabadas en la retina por títulos anteriores, y con ellas me refiero a las carreteras secundarias en medio de inmensos parajes, a las cafeterías de sillones de cuero rojo, a las solitarias gasolineras de carretera o a las caravanas varadas en algún punto del desierto.
A pesar de que la joven pareja protagonista acapara todos los focos, no sería justo pasar por alto a los secundarios, especialmente a esa pareja de agentes que bien merecerían más líneas de texto en una serie con otro desarrollo, ya que tanto ellas individualmente como contrastándose una con otra dibujan un goloso universo que se podría expandir muy fácilmente. Por otro lado, los progenitores aparecen más caricaturizados, si bien la irrupción en el tramo final del padre de Allyssa logra hacer que entendamos mejor la personalidad de esta.
Una advertencia si no has visto la serie aún: no vas a poder levantarte del sofá hasta que termine. Su endiablado montaje, sus capítulos de 18-22 minutos y sus continuos ‘cliffhangers’ van a hacer que tengas que devorar sus ocho episodios del tirón, y tampoco pasa nada ya que esta primera temporada tiene todas las hechuras de película (con la salvedad de los continuos picos al final de casi cada episodio), con un desarrollo propio de los títulos para la gran pantalla.
Y al final todo habla de la necesidad de quererse y aceptarse y de ser querido y aceptado. Después de todas las idas y venidas, de todos los puñetazos y sorpresas, de todas las persecuciones y disparos, después de todos los sí pero no o no pero sí, de todas las rarezas y excentricidades, las respuestas y conclusiones pueden ser todo lo complicado o sencillas que queramos ver. James y Allyssa solo quieren comprensión, aceptación y cariño, aunque para ello tengan que matarte.
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Bobo