«Isla de perros»: Wes Anderson corona su racha triunfal
Sé que a la hora de hablar de Wes Anderson no es la tónica general, pero no, no voy a dármelas de enterado. Uno no sabe muy bien por qué, pero la verdad es que ignoré durante muchos años al cineasta texano, quizás por esa condición suya de gran pope del ‘hipsterismo’, y aún tengo importantes fallas en su trayectoria inicial. Vamos, que no soy ni mucho menos uno de esos que tanto parecen abundar hoy en día que le siguieron religiosamente desde que rodó su primer plano.
Un servidor debutó en la filmografía de Anderson con su primera película de animación, la estupenda «Fantastic Mr.Fox», y de ahí en adelante no me he podido resistir a acudir al cine con cada uno de sus siguientes estrenos. De este modo disfruté con esa preciosa oda al fulgor preadolescente que es «Moonrise Kingdom» -que ya analizara aquí en este blog- y ese divertísimo ‘cartoon’ en imagen real que resultó ser «El Gran Hotel Budapest». Una excelente racha digna del mayor de los maestros que ha sido coronada de la mejor manera por su nueva maravilla recién estrenada, «Isla de perros».
Porque éste, su segundo filme de animación, reúne todos y cada uno de los elementos característicos de la carrera de Anderson, añade alguno más y, sobre todo, logra una intensidad y regularidad durante el metraje que supera incluso a sus antecesoras. Todas ellas contenían un torrente de imaginación, originalidad, virtuosismo y humor dislocado, pero nunca habían alcanzado una cantidad semejante de aciertos por plano, haciendo de «Isla de perros» uno de las mayores fuentes de disfrute ante una pantalla grande de los últimos tiempos.
El autor de «Los Tenenbaums» siempre ha sido un cosmopolita viajero por el espacio y el tiempo, aterrizando en épocas y lugares tan dispares como la India contemporánea, el vasto océano o la Centroeuropa de principios del siglo XX. Esta vez el viaje le lleva a su adorado Japón, cuna de grandes influencias suyas como Kurosawa y Mizoguchi, para aderezar su propuesta con los elementos más reconocibles de la cultura nipona, desde el sumo a sus majestuosos templos pasando por una original banda sonora protagonizada por la percusión y a cargo de un Alexandre Desplat bastante más aventurero que en el oscarizado lirismo forzado de la reciente «La forma del agua».
Es en ese Japón distópico, situado en un futuro cercano e indeterminado y que sigue sufriendo los efectos de los desastres nucleares y sus consecuencias naturales, donde Anderson explota la gran novedad de esta nueva pieza de su colección fílmica: la crítica política. Todos creíamos que el cineasta estadounidense era un hombre inmerso en sus mundos de fantasía y que ni por asomo leía los titulares de los periódicos, pero, debe ser a resultas de la era Trump en la que estamos inmersos, hete aquí que tenemos a Anderson metido en harina social.
Sí, el tirano que sojuzga ese Japón ideado por el cineasta tiene tintes de Trump (esa animadversión manifiesta ante los ‘otros’) y de otros líderes autoritarios, pero la gran influencia de Anderson parece ser el sinpar Vladimir Putin: aquí hay oportunos envenenamientos, gestos populistas de gran rentabilidad mediática y elecciones ganadas por un margen difícilmente compatibles con una democracia normalizada. La nueva gran maniobra de Kobayashi, el émulo del citado dirigente ruso y todopoderoso alcalde de Megasaki City, es la de solucionar la crisis generada por la aparición de una enfermedad contagiosa en los perros que puede ser transmitida a los humanos (he aquí otra referencia a hechos reales) deportando a todos los canes de la ciudad a una isla cercana, conocida como la Isla de la Basura, que sirve como hediondo vertedero de la ciudad y proporciona un escenario de lo más postapocalíptico, marcándose el tanto de que el primer can expulsado es Spots, la mascota de su hijo adoptado Atari (también os suena la referencia de este nombre, ¿no?).
A resultas de este planteamiento, la película se vertebra en base a dos subtramas. La primera y principal es la que cuenta las andanzas de un grupo de los perros deportados en la isla, cuatro de ellos animales domésticos muy acomodados apabullados ante su nueva realidad y un quinto, un perro callejero acostumbrado a valerse por sí mismo en ambientes similares. Su mundo se verá aun más conmocionado por la llegada a la isla del citado Atari, un niño de 12 años que busca desesperadamente recuperar a su querida mascota, pese a la ira que despertará en su padre adoptivo. Se inicia así una expedición por tan desolado territorio en busca de Spots y sorteando los intentos de Kobayashi por recuperar a su vástago, sin que tenga ningún remilgo en cuanto a los medios a utilizar.
La segunda subtrama será la íntegramente protagonizada por humanos, que sigue los pormenores de la gestión de esa enfermedad, con Kobayashi buscando en todo momento mantener ese terrible ‘status quo’ para los cánidos pese a que los estudios de un científico, el profesor Watanabe, logren dar con la cura para ese virus y de una estudiante de intercambio se dedique a denunciar las sucias maniobras del gobierno municipal.
Ahí es nada el reto que se autoimpone Anderson: el relatar una historia en la que únicamente hablan en inglés los perros y la citada estudiante, siendo el japonés el idioma utilizado por el resto de los humanos. Pero no se asusten, el espectador queda en todo momento informado de lo que se dice gracias a un ingenioso muestrario de traducciones simultáneas que suponen otra de las muchas certeras dianas de las que se beneficia «Isla de perros».Es evidente, pues, la necesidad, más imperiosa que nunca en este caso, de huir de las versiones dobladas y apostar por la original para poder disfrutar tanto de este logrado juego metalingüístico como de un reparto de voces que tira para atrás: desde sospechosos habituales del director como Bill Murray, Anjelica Huston y Edward Norton pasando por Scarlett Johansson, Bryan Cranston, Greta Gerwig, Frances McDormandFrances McDormand, Tilda Swinton, Harvey Keitel y llegando, tras un largo etcéteta, a una Yoko Ono…’as himself!’. ¿Habrá tenido algún plantel semejante alguna otra cinta de animación? Uno se atreve a apostar que no.
La narración fluye rauda y veloz, aunque sin atropellos, por una afortunadísima amalgama de sentido de la aventura, ironía y sarcasmo a destajo, exaltación de la amistad y el libre pensamiento, acertadas gotitas de amor y algunos momentos de un humor más que negro, negrísimo. La animación ‘stop motion’ -a veces tan virtuosa, a veces tan encantadoramente cutre- ayuda a Anderson a escapar de cualquier límite y ofrecernos secuencias tan deliciosamente imaginativas como los desdoblamientos de pantalla para mostrarnos distintas perspectivas de lo narrado, el perfecto aprovechamiento épico de algo tan ‘vintage’ como los teleféricos y esa especie de recreación de un tutorial de YouTube sobre la preparación del sushi que acaba siendo mucho más malévola de lo que podíamos imaginar.
Quizás se pierda el efecto sorpresa en la segunda mitad del filme -con el director sacándose algún truco menos de la chistera- y ésta no logre igualar el estallido sensitivo de la brutal primera parte, pero, aún así, «Isla de perros» no deja de opositar con firmeza a ser -y eso es decir mucho- la mejor obra de un Anderson ya definitivamente inscrito en la cúspide de los mejores cineastas de lo que va de siglo. Esto se merece un sonoro y rotundo ¡GUAU!
Pues me parece muy bien la crítica… pero a mi me aburrió y ni de lejos me parece la mejor obra de Anderson. Un gran despliegue técnico que se traduce en una estética impactante, pero que no emociona, no llega al corazón y hace que en la segunda parte de la peli te desentiendas del destino del grupo de canes protagonistas. Muy inferior en su resultado final y en cuanto a guión que las tres mencionadas en la crítica, es un grandioso despliegue de belleza sin alma, ejercicio de estilo que el tiempo pondrá en su justo lugar.