«This is us»: brotes verdes en la familia Pearson

Los seguidores más fieles de este blog sabéis que «This is Us» es una de esas series que hemos seguido con regularidad -habiendo tanto elogiado con alguna reserva la frescura de la primera temporada aquí, como levantando acta en este otro enlace de que su apuesta por acentuar su vertiente más dramática en su segunda entrega le había perjudicado-. Pero entre estos dos artículos y la recién finalizada cuarta temporada se emitió el año pasado una tercera a la que -sí, entonamos el ‘mea culpa’- hicimos caso omiso, al caer en un terreno tan plano y parco de interés que no nos dejó ni siquiera ganas de escribir sobre ella.
Los que creíamos que la serie -pese a todo uno de los escasísimos baluartes de la ficción en la televisión generalista estadounidense- no tenía mucho más recorrido argumental nos quedamos de piedra al conocer, el pasado mayo, que la NBC renovaba a «This is Us» no solo para una cuarta temporada, sino también para una quinta y una sexta, pese al notable descenso de audiencia sufrido en la tercera. Así, huelga decir que nuestras esperanzas a la hora de comenzar el visionado de esta cuarta entrega eran prácticamente nulas…y, sin embargo, ¡oh, sorpresa!, tras finalizar los 18 capítulos de la remesa hay que admitir que, sin echar las campanas al vuelo y sin que haya sido una tanda redonda ni mucho menos, la serie ha logrado remontar el vuelo, recuperar buena parte de la intensidad que tanto se echaba en falta y superar con creces a la tercera.

(ALERTA SPOILER: A partir de este momento, desgranaremos algunos detalles importantes del argumento de la cuarta temporada; si aún no la has finalizado, lee bajo tu propia responsabilidad)
Los que hemos venido criticando la falta de ideas nuevas en «This is Us» desde la segunda temporada y la necesidad de sacudir el argumento para acabar con su rutinaria tendencia, no pudimos quejarnos del arranque de esta cuarta temporada: de pronto nos encontramos desconcertados siguiendo a tres personajes nuevos: una veterana de Irak que ha visto arruinada su vida familiar desde su vuelta, un adolescente de raza negra que tiene hacerse cargo de su hija y un músico ciego que triunfa a lo grande y se enamora. Incluso la sorpresa final en torno a este último personaje nos traslada, por primera vez en la serie, al futuro. ¿Os acordáis del súbito cambio en este sentido que experimentó «Lost» a partir de su cuarta temporada? Pues uno se mostraba esperanzado de que se siguiera ese camino y, en vez de seguir regodeándose en un pasado ya muy explotado, la narrativa comenzara a alternar presente y futuro.
Sin embargo, todo acaba siendo un espejismo. La serie vuelve por donde solía a partir del segundo episodio, con un desarrollo romo y con conflictos demasiado menores para unos personajes que, más allá de algún capítulo aislado rematado con inspiración, derivan en una preocupante escasez de interés.

Las andanzas de Kevin (Justin Hartley) en su rehabilitación, en compañía de su ‘flamante’ tío Nicky y la exmilitar Cassidy (Jennifer Morrison), dan vueltas a sí mismas sin una dirección clara, siendo ese hermano descarriado de Jack, interpretado por todo un ilustre veterano como Griffin Dunne, el que protagoniza las escenas más salvables.
El interés crece en las secuencias en las que presenciamos los difíciles primeros meses como padres de Kate (Chrissy Metz) y Toby. Evitando acertadamente la tentación de idealizar ese momento, el guión retrata una crisis matrimonial tan profunda como sutil, colocando al siempre jovial Toby en una incómoda situación al no aceptar la deficiencia visual de su hijo y pretender alejarse lo más posible del día a día de su hogar.

Por su parte, el mundo del antes siempre descollante Randall (Sterling K.Brown) continúa siendo monopolizado por su aburrida nueva faceta de concejal, con su creciente ansiedad como único arco dramático, siendo su hija adoptada Deja (un personaje que viene pidiendo a gritos mucha más extensión) la que vuelve a salvar los muebles con su difícil pero bonita historia de amor con Malik, aquel citado padre adolescente. El precioso paseo turístico-amoroso de la pareja por Philadelphia pasa por ser uno de los momentos álgidos de la primera mitad de la temporada.
Mientras, las secuencias en el pasado, que en sus primeros pasos suponían el gran aliciente de «This is Us», ya llevan tiempo siendo una pesada carga. Sin apenas entidad propia, se limitan a dar un cierto contexto a las andanzas presentes de los Pearson; además de, por supuesto, proporcionar minutos en pantalla a uno de los grandes focos de atracción de la serie: un Milo Ventimiglia cuyo Jack ya ha dado sus mejores frutos. Quizás la mejor línea argumental de esta ramificación pretérita la protagonice Kate, con ese idilio abusivo que sufre con Marc, su compañero en la tienda de discos donde trabaja.

Sinceramente, nada hacia presagiar, cuando llegó el parón de ‘mid-season’ allá por noviembre, que «This is Us» fuera a cambiar en la reanudación su signo acomodaticio y todo parecía encaminado a repetir un resultado final tan desalentador como el de la tercera temporada. Aún no sabíamos que nos quedaba por disfrutar una estupenda segunda manga.
El gran catalizador de esta mejora será una gran idea argumental: el hecho de que la madre de la prole, Rebecca (de nuevo notable Mandy Moore), comience a mostrar síntomas y, posteriormente, sea diagnosticada de un tipo de Alzheimer no solo da un agradecido protagonismo a uno de los mejores personajes de la serie, sino que aporta una dosis considerable de dramatismo y relevancia a algo tan básico en la misma esencia de «This is Us» como son los recuerdos.

‘The Big Three’, como son conocidos los tres hermanos Pearson, afrontan en otros tantos capítulos consecutivos una serie de desgraciadas circunstancias que les harán valorar mucho mejor la importancia de esos buenos momentos que casi nunca estimamos (ahora mismo, todo esto os suena mucho…¿verdad?). Mientras que Randall ve acentuado hasta límites insostenibles su permanente estado de alerta ante el mundo por la intrusión de un extraño en su hogar, Kate continúa lidiando con una difícil convivencia con Toby. Por su parte, un Kevin como siempre errático en el amor se topa con un baño de realidad cuando se ve a obligado a retomar el contacto con Sophie, su eterno amor imposible, por la muerte de la madre de ésta. La bonita historia de los dos en torno al filme «El indomable Will Hunting» supone uno de esos momentos tan tiernos como divertidos en los que «This is Us» alcanza su mejor nivel.
Estas desgracias individuales confluyen en una visita conjunta del trío de hermanos a la cabaña de verano de la familia, donde tiene lugar el mejor capítulo de toda la entrega, «The Cabin», dirigido por la firma más conocida que se ha puesto tras la cámara en la temporada, Catherine Hardwicke («Lords of Dogtown», «Crepúsculo»). La conjunción de pasado y presente se desarrolla de forma extraordinaria para dar lugar a un episodio especialmente emotivo gracias a un ingenioso ‘mcguffin’: el descubrimiento de una cápsula del tiempo que la familia dejó enterrada allí muchos años atrás.

Encaramada ya a ese gran nivel, la serie afronta su recta final enganchada a la pugna entre Randall y Kevin sobre cómo tratar la enfermedad neurológica de su madre y con un precioso repaso a las tres visitas conjuntas de la familia a Nueva York. Una reunión del clan al completo y un par de postreras grandes sorpresas echan el cierre de esta cuarta entrega, no sin que antes volvamos a gozar de uno de esos capítulos que quedarán para siempre entre los mejores de la serie: nos referimos a «After the Fire», el penúltimo, centrado en una visita de Randall a su terapeuta que acaba convirtiéndose en un espléndido cara a cara actoral entre un Sterling K.Brown estupendo como siempre y nuestra querida Pamela Adlon («Better Things», «Louie»), magnífica invitada a la fiesta, en el que se van reconstruyendo todas las vidas posibles que podría haber experimentado el hijo no natural de los Pearson desde la traumática muerte de Jack.
Esta inesperada reivindicación a sí misma que se acaba de regalar «This is Us» nos ha proporcionado a sus seguidores un importante balón de oxígeno a la hora de afrontar las dos temporadas que tenemos por delante (¿serán las dos últimas?, no me atrevo a apostar ahora mismo), pero la producción de la NBC debe tomar nota de sus errores y no volver a mirarse el ombligo, porque esos presumibles 36 capítulos que quedan conforman un territorio aún suficientemente grande para poder volver a perder el rumbo. Esperemos que la brújula siga funcionando.
