«Run»: (no tan) extraños en un tren

Habrá que ‘culpar’ a Richard Linklater de haber dejado prácticamente finiquitado ese subgénero del drama romántico que es el de ‘breve encuentro’ (por aquella obra fundacional del gran David Lean). Poco o nada se puede aportar ya a esas crónicas sobre el flechazo entre dos personas en un espacio y tiempo muy limitados y que les lleva a replantearse toda su existencia de lo que ya mostró el cineasta estadounidense en esa portentosa trilogía que conformaron «Antes del amanecer», «Antes del atardecer» y «Antes del anochecer».
Aún así, hay todavía insensatos que intentan poner su pica en Flandes en tan infranqueable territorio. La última en sumarse a tan difícil empresa ha sido la actriz y guionista británica Vicky Jones, famosa amiga y socia -dirigió la obra de teatro que antecedió la creación de la soberbia «Fleabag»- de la gran figura actual del universo seriéfilo, Phoebe Waller-Bridge. Jones ha sido la encargada de crear para HBO «Run», una miniserie de siete capítulos de media hora de duración cada uno, en la que Waller-Bridge colabora ejerciendo de productora ejecutiva y actuando en un secundario pero atractivo personaje.

El punto de partida de «Run» es tan sugestivo como, admitámoslo, algo forzado. Una pareja que compartió un apasionado noviazgo universitario se prometió al partir peras que si uno de los dos escribía al otro un mensaje telefónico que incluyera como única palabra ‘RUN’ y el otro respondía con el mismo vocablo, la acción subsiguiente de ambos sería dejar en suspenso sus respectivas vidas inmediatamente y encontrarse en la emblemática Grand Central Terminal neoyorquina para cruzar juntos EE.UU en tren hasta Los Angeles. Y eso es lo que definitivamente ocurre transcurridos 17 largos años desde esa promesa.
«Run» se asocia directamente con «Antes del atardecer» (aquí puedes leer el completo análisis que le dedicamos en su día) en cuanto a que refleja el mismo segmento de edad en sus personajes: esos treinta y tantos o cuarenta años en los que ya se ha establecido una forma de vida e, incluso, una familia. Un momento clave por cuanto ya se tiene una perspectiva suficiente de lo conseguido pero con tiempo suficiente aún por delante para valorar el dar un volantazo si la experiencia no ha resultado satisfactoria.

La principal diferencia de la serie de Jones con la trilogía fílmica de Linklater es el tono. «Run» también toca la turbulencia existencial que sufre la pareja, pero lo hace de una forma mucho más jovial, desinhibida e incluso cómica que su ilustre precedente. Esta visión más relajada de un mismo tema se deja traslucir en la elección de la pareja protagonista. Pasamos de los estupendos, guapos y cultos Ethan Hawke y Julie Delpy a unos bastante más terrenales -aunque no por ello peores- intérpretes: la estupenda Merritt Wever («Nurse Jackie», «Godless») y el siempre infalible en el terreno tragicómico Domhnall Gleeson. La química entre ambos constituye, sin duda, una de las grandes bazas de «Run».
El gran arranque de la producción sabe aprovechar de manera óptima las grandes posibilidades de la premisa inicial. Así, entramos en un divertido juego de descubrimiento mutuo entre dos personas que llevan tanto tiempo sin verse, en el que se irán desvelando muy poco a poco tanto la situación actual de ambos como los motivos que les han lanzado a reencontrarse y las expectativas que cada uno de ellos tiene ante este ‘kit-kat’ en su existencia, provocando no pocos equívocos bien graduados por un guión con correctas dosis de ritmo y gracia.

Si hay que elegir un capítulo clave en «Run» -para lo bueno y lo malo- ese sería el tercero, explícitamente titulado «Fuck». Aquí bajamos junto a los protagonistas del plácido viaje en tren que habíamos disfrutado hasta ese momento para realizar una sustanciosa escala en Chicago. Si, por un lado, asistimos con emoción al pico más alto de la relación entre Ruby (Wever) y Billy (Gleeson), con ambos convencidos de romper con sus respectivas vidas y continuarlas juntos; por el otro, entra en escena la misteriosa Fiona (Archie Panjabi), que dará un vuelco definitivo a la serie.
¿Puede una producción de apenas tres horas y media de duración ser acusada de dispersión genérica? Puede parecer paradójico, pero, sí, es posible, sobre todo cuando lo hace de una forma tan abrupta y anticlimática como lo hace «Run». La mencionada aparición de Fiona -un personaje clave para entender el pasado y presente de Billy- enfría súbitamente la esencia de comedia existencial de la serie para convertirla, sin solución de continuidad, en un thriller tan vulgar como desangelado.

«Run» parece tener mayor capacidad de mutación que cualquier virus conocido y, ya adentrados en su circo de tres pistas, para su tercio final vuelve a adoptar una nueva forma. En este caso, la influencia llega directamente de los virtuosos hermanos Coen (lean aquí nuestro particular ranking de sus mejores películas), tanto en su versión más negra y descarnada (la de aquella primeriza «Sangre fácil») como en la más irónica de su monumental «Fargo». No faltan así ni la violencia más paródica, ni los personajes más inesperados -esa peculiar taxidermista que interpreta Waller-Bridge-, ni siquiera una patosa y pueblerina agente de la ley que parece un homenaje directo a Frances McDormand.
«Run» retoma parte de su inicial brío en sus emocionantes instantes finales, con lo que logra equilibrar postreramente el balance entre sus virtudes y defectos, dejando a su término una sensación agridulce. Agria porque queda lejos de las esperanzas que genera por su arranque y su lujoso plantel de creadores y actores; dulce porque acaba siendo un entretenimiento tan inane como bastante digno. El disfrute variará, indefectiblemente, de las expectativas con las que cada uno la afronte. Tuya es la decisión.
