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«Soul»: la chispa adecuada

15/01/2021

No sé si lo recordaréis, igual sí. Resulta que el año pasado nos confinaron. Dos meses. Sin poder salir salvo caso de necesidad justificada, bajo techito, cara a cara con nuestros fantasmas. ¿Os vienen flashes? ¿hacéis memoria? Y a ver si os acordáis de esto: internet se llenó de artículos con un millón de consejos sobre cómo podíamos ser personas productivas durante esos días. ¡Escribe por fin esa novela, amplía tu formación, aprovecha para preparte y ser el número uno nacional de halterofilia! Porque todo en la vida es eso: ser productivo, no perder un segundo de tiempo, llenar todos los espacios. ¿No hemos venido aquí a eso? Dicho sea de paso, a mí todos esos artículos no me resultaron lo suficientemente persuasivos, porque pasé dos meses haciendo yoga, leyendo, cocinando comida rica (y comiéndomela, madre mía, la báscula) y escuchando podcasts. No, no puedo añadir nada de eso a mi currículum, y he pensado mucho en ello últimamente. En que no me importa, concretamente.

Os preguntaréis, lectores y lectoras del Cadillac, a qué viene toda esta perorata sobre no aprovechar el tiempo para alcanzar la cima (¡trabaja, llega a lo más alto!). Prometo que tiene sentido. Es que he llegado tarde a «Soul», la última de Pixar. Sí, sí, ya sé. Debería haberla visto el mismo día en que Disney + la estrenó y haberle dado su correspondiente nota en todas las webs posibles, además de opinar de ella en las redes con todos los hashtags. Mea culpa. Pero ha llegado cuando tenía que llegar, como todo en este planeta loco, y ha venido a decirme un montón de cosas importantísimas que, en honor a la verdad, necesitaba mucho oír.

A la dirección de Pete Docter (que ha estado al volante de las entregas más viscerales y emocionales de la productora, como «Del revés» o «Up»), «Soul» trata de dar respuesta a algunas de las preguntas que más nos hemos ido repitiendo a lo largo de nuestra existencia: ¿qué nos hace ser nosotros? ¿qué configura aquello que nos hace ser felices? ¿qué hemos venido a hacer aquí? De nuevo una inmersión en las aguas de la Pixar más trascendental y metafísica, quizá la inmersión más honda de las que hayan acontecido hasta hoy. Es por eso que casi todas las críticas relativamente negativas que he ido leyendo se centran en la poca accesibilidad de la cinta para el público más pequeño y en las ínfulas que, supuestamente, le sobran a ésta.

Puedo ver las razones. Decididamente la película sobre la que hablamos hoy es, quizá, la menos infantil de los estudios de animación. Sin embargo, no estoy de acuerdo con que estas películas se hayan vuelto de repente algo increíblemente sesudo con pretensiones, cuando todo empezó con juguetes parlantes, como he leído por las redes (ay, las redes). Las capas de estas producciones siempre han sido infinitas y han expuesto y retratado temas muy relevantes. «Toy Story» no va de juguetes que hablan, va de las implicaciones de crecer. Igual que «Del revés» nos habla de la gestión emocional, «Coco» de la pérdida y el recuerdo, «Up» del duelo o «Monstruos S.A.» de la eficiencia energética y la sostenibilidad. Por favor, que Pixar nunca nos ha ofrecido contenido inocuo. Es cierto que a su último estreno pueden faltarle algunas capas más básicas, pero no ha pecado, en ningún momento, de ser algo que no era.

Siendo directa, «Soul» me parece una de las obras más preciosas que han visto la luz bajo la firma y el taco de billetes del estudio. O, al menos, he congeniado y empatizado con ella de manera muy especial, quizá por razones que tienen que ver con la sarta de quejas que vomitaba al principio. Por fin, POR FIN, una película de animación de las trascendentes viene a decirnos que no tenemos que tener una vida llena de metas inalcanzables, que no nacemos con ese gran propósito del que todo el mundo habla, ¡que a veces no se tienen sueños enormes que cumplir para sentirnos plenamente realizados! Que a veces la vida es sólo eso (que no es poco): vivir. Es eso que ocurre cuando mantienes una conversación con tu barbero, eso que sientes cuando tus papilas gustativas captan alimentos deliciosos, son los paseos cuando ya se ha ido la luz del día o sentarse en el transporte público a pensar en que cada una de las personas que comparten el vehículo contigo tiene su propia historia.

El protagonista de esta narrativa tiene un gran sueño hecho de las teclas de un piano y el olor a viejo de los escenarios pisados por muchos artistas con ganas, pero resulta que no, que ha sido muy difícil, muy bonito, y se lo ha ganado. Pero, al final, su chispa está compuesta por las cosas que ha ido encontrando sin buscar, como el apoyo de su madre, los besos de las señoras que lo ven como un hijo o esa alumna que ha descubierto que la música es su vida. Termina ganando la rutina en la que nunca creyó querer estar. Es tan, tan, tan, tan valioso y tan importante hablar de esto… Porque no pasa nada, a veces no queremos escalar el Everest, ni vivir un amor de película, simplemente estar tranquilitos y disfrutar de todas las cosas pequeñitas que nos llenan el alma, y es completamente válido y legítimo.

Lo han vuelto a hacer, regalarnos un cuento envuelto en los ruidos de las calles de Nueva York, con el calorcito del jazz y personajes maravillosos, con representación y el placer de nuestros sentidos captando lo que captamos absolutamente todos los días. El naranja de las hojas en otoño, lo áspero de un jersey usado de lana, lo salado del pepperoni de un trozo de pizza. Ojalá a 22 le vaya muy bien en la vida y Joe siga inspirando a muchos preadolescentes. Qué, si no.

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