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Asghar Farhadi: la nueva cara del cine iraní

15/03/2012

No hace mucho el cine iraní suponía un símbolo de películas que eran carne de festivales. Incluso dio origen a una alusión popular, «ir a ver una iraní» viene a querer decir, no sin cierto tono despectivo, el optar por alejarse de la «masa» que invade las multisalas de centros comerciales los fines de semana y vanagloriarse de presenciar cine de alta alcurnia. De hecho, la alusión al cine de este país asiático se suele utilizar para, en cierta manera, censurar las motivaciones de aparentar, de hacerse el intelectual, de su público. Como en toda generalización, la injusticia prevalece. Es tan cierto que la avalancha de cine iraní en festivales originada en los años noventa sirvió para dar a conocer internacionalmente a realizadores tan válidos como Abbas Kiarostami (y filmes tan bellos como «A través de los olivos») como para elevar incomprensiblemente a los altares obras apenas correctas con la procedencia como única razón. Eso sí, no se puede negar que estas películas, con una narrativa elemental que a veces daba una innegable frescura y otras veces resultaba en una ingenuidad inasumible en estos tiempos, remitían genuinamente a su nacionalidad, parecía imposible extrapolarlas a otra cultura o localización.

El nuevo milenio pareció sentar mal a este fenómeno. Exceptuando a interesantes figuras como Bahman Ghobadi («Las tortugas también vuelan», «Nadie sabe nada de gatos persas»), el cine coreano y del Sudeste Asiático había eclipsado en los festivales como «cine exótico de qualité» al iraní. Sin embargo, un director ha surgido para volver a poner a la antigua Persia en lo más alto del escalafón. Ashgar Farhadi ha logrado en apenas unos años el primer Oscar para su país y convertirse en todo un acaparador de premios en un festival de rango tan elevado como la Berlinale y, todo ello, con un nuevo enfoque, mucho más moderno y universal, que ha hecho que la frase que más se escucha tras salir de la proyección de sus películas sea «no parece iraní». En efecto, está consiguiendo derrumbar uno de los tópicos más arraigados entre los cinéfilos. Y eso tiene mucho mérito.

Farhadi logró posicionarse como una figura a seguir en el mercado internacional con su tercer trabajo, «Fireworks Wednesday» (2006), pero es con «A propósito de Elly» (2009) y la reciente «Nader y Simin, una separación», las únicas estrenadas en España, con las que ha enganchado una racha ascendente que, por ahora, parece no tener fin. Con la primera ya logró todo un Oso de Plata en Berlín al Mejor Director, mientras que con la segunda ha arrasado;con el Oso de Oro de la Berlinale, al que añadió los respectivos plantígrados de Plata para sus dos intérpretes principales, ejerciendo de telonero de los posteriores Globo de Oro y Oscar a mejor producción de habla no inglesa.

Conforman estos dos últimos filmes, cuyo parecido ha reconocido el propio cineasta, un retrato muy ajustado de los intereses de Farhadi. En ambos, el director iraní muestra su pesimismo hacia la condición humana y retrata con ahínco la inmadurez de los que ahora están en la edad adulta, haciendo especial hincapié en el que es, por ahora, el tema central de su obra: la mentira y sus funestas consecuencias. Los personajes de Farhadi se mueven atemorizados por el mundo, incapaces de amoldar su verdadera esencia a lo que la sociedad, y sus leyes tanto escritas como no escritas, les demanda. Es por esto que utilizan la mentira como un remedio balsámico de rápido efecto para poder ir saliendo de apuros, aunque no sean conscientes de estar tejiendo poco a poco unas redes malignas que van a acabar atrapándolos. No se puede olvidar su componente social, aunque tratado de un modo que en poco se parece a las tradicionales metáforas que usaba el cine iraní hasta ahora. Farhadi nunca ejerce la crítica social de manera frontal ni ésta supone el eje central de sus películas. Su estrategia es introducirla de manera sutil mediante diálogos o situaciones, sin interrumpir la trama principal pero quedado bien claro su preocupación por un entramado de leyes y costumbres que entorpecen sobremanera el desarrollo personal de sus personajes.

Sin embargo, que no piensen aquellos que no han disfrutado de las dos producciones que van a ver la misma película dos veces,  porque el tratamiento de cada una de ellas es muy diferente. «A propósito de Elly» cuenta con un argumento muy similar al del reciente éxito francés «Pequeñas mentiras sin importancia». Como en ésta, aunque de forma más profunda y centrada, se parte de las vacaciones en la playa de un grupo de amigos treintañeros en un comienzo costumbrista y alegre. Sin embargo, un suceso inesperado antes del ecuador de su metraje hace que la cinta mute rápidamente y se convierta, por un lado, en un tenso thriller, y por otro, en un portentoso análisis de unos personajes que salen muy mal parados tras sus mezquinas reacciones al acontecimiento. Farhadi lograba equilibrar perfectamente ambas vertientes y demostraba ser un cineasta claramente exportable con una cinta que, si quitáramos las pocas e inevitables referencias locales, podría haber sido firmada perfectamente por un director estadounidense, por uno de los buenos.

«Nader y Simin, una separación» recuerda más, sin embargo, al cine francés, gracias a su perfil más realista, gracias a escarbar en los pequeños acontecimientos de la vida cotidiana en busca de los orígenes de grandes tragedias. El comienzo de los trámites de separación de una pareja moderna y de clase media/alta, padres de una niña, es el pistoletazo de salida de la trama, que se vertebra tras la llegada a la casa del marido y de su padre enfermo de Alzheimer de una asistenta que, tras una discusión, perderá el hijo que espera. Tras un gran comienzo, el filme se estanca un tanto en su parte intermedia, en la que se enreda un tanto artificiosamente la trama, pero remonta justo a tiempo para una resolución portentosa, que da todo su significado a la película, especialmente con uno de los mejores planos finales que un servidor ha disfrutado en mucho tiempo. Una última y elocuente imagen que nos hace impacientarnos, esperando comprobar como Farhadi sigue cambiando la cara del cine iraní.

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5 comentarios leave one →
  1. Tamara de Lempicka permalink
    27/04/2012 20:32

    Hola Alberto,

    Aunque el post no sea reciente, sólo me paso para dejar unas palabras, porque si hay una película que no se merece en lo absoluto – por ser sin duda una de las mejores del pasado año- que su entrada se quede vacía, sin una mísera palabra de elogio, es ésta.

    En dos palabras: sencillamente magnífica. Cine sin artificios, desnudo, humano y emocional, lleno de mensajes, de gestos, de situaciones en las que las personas se posicionan y cambian, sacando lo peor y mejor de sí mismas. Al fin y al cabo, como decía Rodrigo en otro post, ‘las personas tenemos personalidades poliédricas’, y ahí está en demasiadas ocasiones nuestra miseria, pero también nuestra grandeza.

    Aunque no nos engañemos: la película parece ‘sencilla’ en su confección y puesta en escena (quizás un pelín larga), pero su trasfondo ideológico y social es de hondo calado, una sibilina y aguda revisión de determinados posicionamientos políticos, culturales y religiosos; de cómo lo dogmático invade lo social y lo cultural, y lo enrarece y lo contamina todo, abriendo brechas en ocasiones insalvables entre tradición y modernidad. Sinceramente he sentido muchas cosas al verla, y eso es lo que espero de una gran película, como es ésta.

    Admirable la valentía de Farhadi de hacer una película como ésta en su país, y por supuesto merecidos todos los premios que ha obtenido.

    Saludos para todos…

    • Alberto Loriente permalink*
      27/04/2012 23:37

      Poco que añadir a tu comentario, Tamara. Simplemente, que estoy 100% de acuerdo. Y… ¡gracias por ser la primera comentarista de este post!

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