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El cine del siglo XXI (IX): «Mystic river» y «Million Dollar Baby»

22/11/2012

Pocos cineastas despiertan hoy tanto consenso y concilian el respeto reverencial de crítica y taquilla como el octogenario Clint Eastwood. El viejo maestro ya está por encima del bien y del mal. Aunque solo fuera por sus icónicos el hombre sin nombre (aka el Rubio, aka el Manco, aka el Bueno, aka el Extraño, aka Predicador) y el inspector Harry Callahan y sus diversas variaciones, el de San Francisco ya tendría un hueco en la leyenda del cine, pero desde 1971 Eastwood  ha desarrollado una prolífica carrera como director (a un intenso ritmo de casi una película anual, a veces dos; alternando lo personal con lo alimenticio) que aunque tardó en ser valorada en su justa medida no tuvo más remedio que ser reconocida de manera unánime con el estreno en 1992 de “Sin perdón”, aquel crepuscular epitafio  del western con el que se despedía del género al que tanto debía. A partir de ese hito los estudiosos del cine se vieron forzados a reevaluar la dimensión del Eastwood director, cuya obra, áspera y dura pero inesperadamente sensible y emocionante, funciona como un espejo de la sociedad estadounidense y de sus raíces firmemente ancladas en la violencia. Al mismo tiempo, la claridad expositiva y concisión narrativa de títulos posteriores tan notables como  “Un mundo perfecto” (1993), “Los puentes de Madison” (1995) o “Medianoche en el jardín del bien y el mal” (1997) presentaban motivos de peso para que el cineasta fuese considerado uno de los últimos clásicos vivos, si no el último.

Eastwood entraba en el nuevo milenio con un currículum como director de casi 30 años que ya justificaba toda una carrera, pero probablemente ni el más optimista pensaba que, entre títulos más o menos correctos pero no especialmente memorables como “Space Cowboys” (2000) o “Más allá de la vida” (2010), todavía le quedaban en el cuerpo un buen puñado de cintas sobresalientes y al menos dos obras maestras más: “Mystic river” (2003) y “Million Dollar Baby” (2004). Podría objetarse que películas como “Cartas desde Iwo Jima” (2006) o “Gran Torino” (2008) no les van a la zaga, pero entonces este post sería más largo que la infancia de Heidi y tampoco queremos aburrir a nuestros lectores. Quedémonos, pues, con las dos películas que hicieron subir a Eastwood un peldaño más en su consideración como uno de los mayores genios cinematográficos de nuestro tiempo y que por sí mismos resumen las principales claves de su trayectoria.

Después de “Deuda de sangre”(2002), una de esas películas impecablemente rutinarias que tan bien sabe hacer, Eastwood decidió que su siguiente proyecto se basaría en una novela de Dennis Lehane y se rodaría por completo en la ciudad de Boston. En esta ocasión se limitaría a ponerse detrás de la cámara dejando todo el protagonismo a un elenco de grandísimos intérpretes, entre ellos los muy “rojeras” Sean Penn y Tim Robbins (recuérdese que el tito Clint es republicano). “Mystic river”, guionizada por Brian Helgeland, es un complejo drama policiaco de múltiples capas que describe con sobriedad y pesimismo cómo el virus de la violencia echa a perder para siempre los sueños de la inocencia. Es cine negro no, negrísimo, que enlaza dos tragedias, una sucedida en el pasado y otra en el presente, de cuya confrontación surgen los peores demonios que acucian al ser humano:  el sentimiento de culpa, la rabia, la impotencia, el fracaso. La historia arranca con un escalofriante prólogo que narra el traumático suceso que les ocurrió hace años a tres niños (Dave Boyle, Jimmy Markum y Sean Divine) en un barrio marginal de la ciudad mientras se entregaban despreocupadamente  a sus juegos infantiles en la calle. Uno de ellos fue secuestrado ante la mirada impotente de los otros por dos adultos que se hacían pasar por policías y que le retuvieron en un agujero durante días, obligándole a experimentar el terror y la humillación de ser repetidamente violado. El chico consiguió escapar pero ya nada sería igual para ninguno de ellos. Es premonitoria la escena previa al secuestro en la que los tres chavales escriben sus nombres sobre el cemento fresco de una acera y uno de ellos lo deja a la mitad, símbolo terrible de una vida truncada para siempre. Eastwood salta después elegantemente en el tiempo para mostrarnos cómo los tres protagonistas, ya adultos, han seguido caminos muy distintos en sus vidas.

Sean, el más racional y sensato de los tres, se ha convertido en un brillante policía que arrastra un matrimonio en descomposición; Jimmy, el más vehemente, es un ex gangster y ex convicto que regenta un drugstore en el mismo barrio y tiene una esposa y tres hijas a las que ama por encima de todo; Dave, el chico que entró en aquel coche, también tiene mujer y un hijo, pero es un tipo roto, acomplejado y atormentado por el recuerdo imperecedero de los lobos del pasado. Las vidas de los tres volverán a cruzarse trágicamente a consecuencia del brutal asesinato de Katie, la hija mayor de Jimmy. Las culpas enterradas bajo la alfombra y las malas conciencias arrinconadas en una esquina volverán a salir a la luz.

Eastwood no desatiende la trama policial, conducida con pulso de cirujano para conservar la intriga criminal, pero no está interesado en que su película sea un procedimental más o menos convencional, de modo que la erige en una majestuosa y precisa construcción psicológica de unos personajes golpeados por la vida, una trágica disección de su intimidad y los rincones oscuros de su alma. Aunque Kevin Bacon está incomensurable en su papel de policía y contrapunto de la historia, son Penn, como padre primero devastado por la pérdida y después sediento de venganza, y  Robbins, en la piel del trastornado sobre el que recaen las razonables sospechas de culpabilidad, quienes tiran de la madeja de “Mystic river” con sendas interpretaciones monstruosas, y en las pocas escenas en las que comparten plano el voltaje emocional alcanza niveles altísimos, sin caer nunca en el sentimentalismo barato ni en el efectismo vacuo. La muerte de su hija es para Jimmy un castigo divino por una vida llena de errores y faltas, que comenzó precisamente el día que no subió a aquel siniestro vehículo. “En mi interior sé que he contribuido a tu muerte, pero no sé cómo”, se martiriza, consciente de que el mal termina pasando factura siempre y que la fatalidad es inevitable. Dave, por su parte, sabe que sólo es un pálido reflejo del hombre que pudo haber sido. En una turbadora escena en la penumbra del hogar ante su asustada esposa, admite que murió aquel día en el que los vampiros le inocularon el mal en su propia sangre, y, en el fondo de su ser, está pidiendo a gritos que alguien termine con su maldición. Al final, todos los pecados deberán ser expiados en ese río Mystic cuyas aguas, sin embargo, no se lo llevarán todo.

Si la carga emocional de los tres personajes principales es de verdadera altura, los dos personajes femeninos terminan de redondear desde la periferia la dimensión de tragedia griega del drama. Una excelente Marcia Gay Harden da vida a Celeste, la esposa de Dave que, dominada por una comprensible incertidumbre y un miedo inasible, termina traicionando a un marido al que de repente ya no reconoce; mientras que Laura Linney ocupa un plano muy secundario como Annabeth, la esposa de Jimmy, hasta que reclama el foco de atención en un monólogo final de naturaleza moralmente discutible en el que justifica con frialdad el ojo por ojo. Una conclusión tan ambigua como valiente, complementada con la escena del desfile final, en la que una madre llama desesperada a un niño perdido que no sonríe y una pistola imaginaria reclama cuentas pendientes.

Eastwood  filma con sutileza,  lirismo e intensidad, extrayendo una suerte de respetuosa y melancólica poesía moral del dolor y el sufrimiento, y demuestra una vez más que es uno de los mejores directores de actores de la historia, sacando lo mejor de todos sus intérpretes. No fue casualidad que Sean Penn, con un trabajo perfecto que bascula entre la contención y lo volcánico, consiguiera su ansiado y merecido Oscar al actor principal (aunque fuese a costa del grandísimo Bill Murray de “Lost in translation”), ni que Robbins se llevara la estatuilla al actor de reparto por su sórdida composición, quizás la mejor de toda su carrera . “Mystic river” también estaba nominada en la edición de 2004 en las categorías de mejor película y mejor director, pero nada pudo ante la avalancha de “El señor de los anillos”, que ese año postró por fin a la Academia a sus pies con “El retorno del rey”. Eastwood tendría que esperar un año para volver a alzarse con los premios gordos en la gran noche de los Oscar. Nadie esperaba que justo después de una obra maestra de la magnitud de “Mystic river” el veterano director volviera a dar justo en el centro de la diana con su siguiente disparo, pero eso es lo que ocurrió con “Million Dollar Baby”.

Eastwood había quedado prendado del guión de Paul Haggis basado en un relato corto de F.X. Toole, antiguo boxeador, entrenador, manager y ” zurcidor”  (el tipo que “parchea” las heridas del púgil), y lo convirtió en su siguiente proyecto. Al igual que “Mystic river” no puede ser considerado únicamente como un thriller policial, “Million Dollar Baby” no es solo una película de boxeo, sino que más bien utiliza los códigos del sub-género  como pretexto para hablar de los sueños rotos, de los perdedores solitarios que buscan y defienden un lugar en el mundo, por pequeño que éste sea. También, como en las más grandes películas pugilísticas –desde “Fat City” a “Toro salvaje”, pasando por “Rocky”-, el verdadero combate es el que se libra fuera del ring. De nuevo es un potente triángulo de personajes el sustento de un relato clásico y lineal, aparentemente sencillo pero de una complejidad emocional auténticamente conmovedora y emocionante.

El cineasta, que vuelve a ponerse al frente de la cámara y que sólo volvería a actuar en una película suya en “Gran Torino”, es Frankie Dunn, un viejo cascarrabias entrenador y restañador de heridas de boxeo que trabaja con chavales en “The Hit Pit”, un destartalado gimnasio de los bajos fondos de Los Angeles. Frankie lleva a cuestas demasiadas viejas heridas y culpas no expiadas , su hija no responde a sus cartas desde hace años, y su lema, “protégete siempre”, le ha convertido en un preparador excesivamente conservador que no es capaz de ver cuándo sus boxeadores están listos para dar el gran salto. Hillary Swank da vida a Maggie Fitzgerald, una animosa y testaruda chica de orígenes humildes que llega al “Hit Pit” con la única motivación vital de llegar a convertirse boxeadora profesional, y para ello solo necesita que alguien crea en ella, puesto que no tiene nada que perder.  Bajo una fachada de alegría y entusiasmo inquebrantables, subyace el dolor profundo y la desesperación causados por una vida perra que no se merece y una familia que abiertamente la desprecia.  “Ella sabe que es basura, pero lo arriesgará todo por un sueño que solo ella puede ver”. Son palabras del tercero en discordia: Eddie Scrap –un imponente Morgan Freeman-, antiguo boxeador que echa una mano a Frank en el gimnasio  y que con sus réplicas mordaces y su serena sabiduría consigue vencer las resistencias iniciales de su viejo colega para que se ocupe de la prometedora chica y la ayude a conquistar su sueño.  Scrap es también la brújula moral de la historia y su motor narrativo a través de una gloriosa e hipnótica voz en off de resonancias “noir”, con aforismos constantes como “para ganar en el boxeo a veces hay que moverse hacia atrás” o “algunas heridas son tan profundas o próximas al hueso que no puedes detener la hemorragia, hagas lo que hagas” que van apuntalando el clima particular de la película.

Mediante una narrativa prodigiosa que fluye con la naturalidad de la lava, se despliega una honesta y entrañable historia de amor paterno-filial entre dos seres golpeados por la vida que descubren el uno en el otro una forma de encontrarse a sí mismos, recuperar aquello que perdieron y redimirse. El director californiano nos lo cuenta en voz baja, casi en un susurro, con modestia y sencillez cristalinas, sin grandilocuencias ni pomposidades enfáticas. Su puesta en escena es sencillamente magistral, puesto que pocas veces los espacios (el herrumbroso gimnasio, las modestas casas en penumbra, la cafetería de la carretera) y la iluminación, con sus contrastes, sus sombras tenebrosas  y sus contraluces expresionistas (enorme trabajo del director de fotografía, Tom Stern), han derivado en una mirada tan moral, tan definitoria de sus personajes y del relato en el que habitan.

Pero nada prepara al espectador para que esa historia de superación  personal y emocionante amistad recorrida por turbias corrientes subterráneas se torne en un determinado momento, bien avanzada la película, en un inesperado y demoledor gancho de izquierda a su mentón que inevitablemente conduce al K.O. emocional. La tragedia de lo inesperado golpea con crueldad y parte la película en dos. Un encadenado de planos y lacónicos fundidos en negro nos empujan a asomarnos a un abismo de sentimientos, frustraciones y emociones a flor de piel, y al fondo de ese vacío que no puede mirarse sin un nudo en la garganta se atisba la dolorosa decisión que tendrá que tomar Frank, la más importante de su vida, que también es el mayor acto de amor posible. Después de desvelarle a Maggie, en una escena absolutamente estremecedora, el significado de la expresión en gaélico inscrita en su bata, “Mo Cuishle”, “My Darling, my blood”, a Frankie solo le queda evaporarse como un espectro sin dejar rastro y marchar, condenado para siempre y en paz consigo mismo al mismo tiempo, a su Innesfree particular.

Eastwood, habitualmente minusvalorado como intérprete de forma un tanto injusta, firma una de sus mejores actuaciones, el tipo duro y curtido en mil batallas que bajo su ajada coraza esconde un corazón vulnerable necesitado de redención. Swank no solo acepta el reto físico de resultar convicente como boxeadora, también rubrica una arrolladora composición en la que conjuga de forma excepcional la fuerza, la determinación, la ilusión, la lealtad y la soledad que definen a su maravilloso personaje.  A Freeman se le ve en su salsa, exudando carisma y extraordinariamente cómodo, mientras que el elenco de personajes secundarios (entre los que brilla el inocente “Danger”, protagonista de otra película dentro de la película) contribuye a engrandecer la dimensión de la cinta, cuyo único lunar está en la familia de Maggie, cuyo comportamiento tan mezquino y maniqueo resulta difícilmente creíble. Incluso la música, compuesta por el propio Eastwood, es elegantemente evocadora y melancólica (muy en la línea de la partitura que Gustavo Santaolalla escribiría para “Brokeback mountain” un año después).

“Million Dollar Baby” cayó como una bomba H en los paneles de la crítica de todo el mundo y funcionó bastante bien entre el público para tratarse de un producto adulto y poco complaciente (amasó más de 100 millones de dólares solamente en EE.UU). Además, fue coronada como la gran ganadora de la edición de 2005 en los Oscar, dejando a Martin Scorsese y “El aviador” con un palmo de narices, al lograr los premios a la mejor película, mejor director, mejor actriz y mejor actor de reparto. Eastwood ya era leyenda antes de estas dos cintas, pero tanto “Mystic river” como “Million Dollar Baby” certificaron su absoluta vigencia e importancia en el cine del siglo XXI.

12 comentarios leave one →
  1. Jesus Rodriguez Morales permalink
    22/11/2012 12:32

    Has tocado uno de mis puntos debiles, el cine del maestro Eastwood. Enhorabuena.

  2. Alberto Loriente permalink*
    22/11/2012 14:17

    Perfecto análisis, compañero. Como bien dices, son sus últimas grandes obras maestras. Para mi las posteriores, incluyendo ‘Banderas de nuestros padres’ y ‘Cartas de Iwo Jima’ son notables pero inferiores. Precisamente ahora ando leyendo el libro de ‘Mystic River’ de Dennis Lehane y me estoy convenciendo de que es una de las mejores adaptaciones jamás filmadas y mira que el listón del libro es difícil de superar! ‘Million Dollar Baby’ me pareció un regalo formidable, yo tampoco esperaba que pudiera estar a ese nivel después de ‘Mystic’, pero el tío lo consiguió y demostró ser un GRANDE con todas las letras.

  3. Tamara de Lempicka permalink
    22/11/2012 15:40

    Yo, de estas dos, personalmente me quedo con «Million Dollar Baby»: una película llena de luces y de sombras, una obra maestra que desborda talento, sensibilidad y emoción.

    Cuando se estrenó, yo había perdido a un ser muy querido hacia muy poco tiempo y recuerdo que me pasé más de media película llorando a moco tendido en el cine. Ahora, cada vez que la veo, no puedo evitar recordar lo que sentí aquella vez y mis lágrimas vuelven a tener vida propia por lo que esta película es capaz de llegar a transmitir.

    Para mí el viejo Clint es un maestro artesano que ha recogido el testigo de los que antes que él supieron llenar de lirismo, grandeza y eternidad ese arte fascinante y adictivo, cada vez más maltrecho, llamado Cine. Eastwood es leyenda viva del cine, de los pocos que van quedando, y da mucha pena pensar que ya tiene una edad en la que el tiempo inevitablemente se va acabando.

    Muchas gracias, Jorge.

  4. 22/11/2012 17:48

    Muy buen análisis de dos películas que confirman que el viejo Clint es bastante mejor director que actor. Que sabe remover conciencias y tocar temas delicados con precisión de cirujano. Siendo critico y a la vez tradicional en sus planteamientos. Muy lejos de la protesta de pastel de otros cineastas y sin caer nunca en la ñoñeria ni en la lagrima fácil.

    Y si sus películas sobre la guerra con los japoneses, desgraciadamente no quedaron muy logradas. La segunda era pasable, pero la primera en mi opinión totalmente fallida. Sin ritmo y aburrida sin llegar nunca a donde quiere y el espectador lo nota y lo único que siente es indiferencia ante la historia.. Por lo menos yo senti eso. Saludos

  5. Jorge Luis García permalink*
    22/11/2012 21:55

    Muchas gracias, Jesús, Alberto, Tamara y Plared, por vuestras aportaciones. Personalmente, soy incapaz de decidir si «Mystic river» es superior a «Million Dollar Baby» o al contrario. Revisé ambas para realizar este post después de mucho tiempo sin visionarlas y su fuerza permanece intacta. Algunos herejes afirman que estas películas son poco más que telefilmes, ignorando por completo cuestiones tan poco baladí como la intención de la puesta en escena, la complejidad psicológica de los personajes, el subtexto emocional o simplemente el trabajo de los intérpretes, que están años luz por encima de esas peliculitas de sobremesa de Antena 3. En cuanto al díptico de Iwo Jima,Plared, estoy de acuerdo en que «Banderas de nuestros padres» es muy irregular, pero «Cartas desde Iwo Jima», en cambio, me parece sobresaliente. Un saludo a todos.

    • JUANCAR76 permalink
      23/11/2012 20:17

      Lo que queda claro para todos, creo, es que no se puede hablar de una, sin mencionar a la otra y es que, aunque son dos películas a priori diferentes, tienen un arraigo tan profundo en el estilo de ese gran maestro que es Eastwood, que las hace irremediablemente inseparables. Creo que la inercia en la realización que alcanzo Clint Eastwood durante la filmación de «Mistic River», le lanzo de cabeza contra el otro proyecto con una maestría realmente inalcanzable para cualquier otro director.
      Para mi el triangulo perfecto lo formarían con «Los puentes de Madison», una película que veo casi una vez al mes con mi mujer, y con la que siempre rompemos a llorar como dos críos. La imagen de Clint en la lluvia, visto a través del cristal de la furgoneta de ella es una imagen antológica, insuperable, arrebatadora…
      Y de verdad, ese cachondeo de abuelos por el espacio, también esta de puta madre ¿eh?. Me encanta.
      Como siempre, «nos has dao con tó lo gordo Jorge».

      Un saludo a todos.

      • JUANCAR76 permalink
        23/11/2012 20:22

        Se me ha olvidado hacer hincapié en algo que has mencionado ya, y que es verdad que hay que remarcar:
        TOM STERN ES UN GENIO.
        Ahí queda.
        Saludos otra vez.

  6. Mara Blush permalink
    23/11/2012 20:55

    Me encanta su forma de dirigir. Todos sus personajes rezuman humanidad, realidad y verdad. No es moralizante pero si ético. Siempre saben que hay un camino recto, del que se separan o vuelven sin moralinas superfluas. Mystic River es maravillosa, aunque te deje echa polvo, como Million Dollar baby, parecen documentales de hasta dónde puede llegar el ser humano. Aunque su cine sea irregular, Banderas de nuestros padres, me parece muy lenta, es superior a la media, por lo que sus trabajos son siempre más que esperados.

  7. Jorge Luis García permalink*
    27/11/2012 1:37

    Hola, Juancar76 y Mara Blush, muchas gracias por dejar aquí vuestras opiniones. Al igual que Juancar, yo también tengo «Los puentes de Madison» en un altar. Siempre lloro como una niña pequeña en la escena del semáforo. De hecho, creo que hay muy pocos momentos en la historia del cine que me provoquen ese tipo de emoción. Como dice Mara, las mejores obras de este hombre supuran humanidad, realidad y verdad. Llegan muy dentro. Ojalá aún le quede en el cuerpo otra obra maestra como éstas. Un saludo!

  8. 27/11/2012 15:39

    Bah! A mi «Gran Torino» me fascina. Mucho más que cualquier otra de Eastwood .
    En fin, es un grande, no cabe duda.

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