«Push the sky away», de Nick Cave & the Bad Seeds: la semilla del diablo
Leonard Cohen, Bob Dylan, Neil Young, Tom Waits, Lou Reed… casi siempre recurrimos a estos nombres cuando nos preguntamos por clásicos atemporales que aún continúan en activo y en un buenísimo estado de forma, pero, tal vez porque pertenece a una generación posterior, o porque carece del status de “icono cultural” o porque el “mainstream” nunca ha terminado de aceptarle pese a mirarle de reojo con respeto, a veces nos olvidamos imperdonablemente de que Nick Cave también pertenece a ese panteón exclusivo de los artistas que más y mejor han hablado de los Grandes Temas (Dios, amor, sexo, violencia) y que aunque no volvieran a grabar nada decente durante el resto de su carrera ya son incuestionables.
Además, el australiano puede presumir, siempre al frente de sus Bad Seeds, de una carrera mucho más regular que la de otras leyendas, en la que apenas ha habido margen para el paso en falso o para un disco decididamente mediocre. Cave lleva construyendo desde los años 80 un personaje maldito, el artista luciferino envuelto en un hálito romántico y decadente, que ha cristalizado en altas cotas de expresividad y potencia emocional tanto en su faceta eléctrica más visceral y telúrica como en la intimidad desnuda al calor de un piano de su vertiente más “crooner”. El autor de “The mercy seat” nunca se ha sentido muy cómodo quedándose demasiado tiempo en un mismo sitio, y por eso cuando el excesivo “Abbatoir Blues/ The Lyre of Orpheus” (2004) se antojaba como el retrato definitivo y definitorio del Cave de madurez, se descolgó autoinyectándose una dosis del elixir de la eterna juventud con el proyecto Grinderman, en el que el rock volvía a ser primario, febril y peligroso como las dentelladas de un doberman. Y mucha de la chulería macarra de esa banda divertimento permaneció en su regreso con los Bad Seeds en el fantástico “Dig Lazarus Dig” (2008), pero cuando esperábamos que el flamante “Push the sky away” mantuviera, cinco años después, la apuesta estilística y sonora de su predecesor, nos encontramos con un nuevo (y estimulante) golpe de timón.
Y es que “Push the sky away” renuncia a ser un nuevo vehículo de rock abrasivo para los obsesiones de Nick Cave, pero tampoco es en rigor un retorno al territorio de la balada desnuda y fantasmagórica de, por ejemplo, “The Boatman’s call” (1997), sino que explora nuevas formas de seguir estrujando el caudal expresivo de The Bad Seeds, esta vez a través de un sonido introspectivo, despojado y minimalista, pero al mismo tiempo hipnótico, penetrante y arrebatador, en el que mucho ha tenido que ver su actual mano derecha, el carismático Warren Ellis, verdadero director musical de la banda tras la marcha de Mick Harvey. Grabado en La Fabrique, una lujosa mansión del sur de Francia, el decimoquinto álbum de estudio de Nick Cave & The Bad Seeds vuelve a estar producido por Nick Launay (que ha estado tras los controles en todos los discos de Cave desde “Nocturama” (2003)) y, digámoslo ya, para un servidor se encuentra entre lo mejor que ha registrado el también novelista, guionista y autor de bandas sonoras. Pese a que no se trata de un disco complicado, “Push the sky away” demanda ser escuchado del tirón (sus asequibles 43 minutos facilitan la tarea), con atención y varias veces para revelar todos sus secretos y manifestar su compleja y cautivadora naturaleza.
“We No who U R” -el single de presentación- y “Wide lovely eyes” abren el trabajo en un tono intimista pero también majestuoso y panorámico, de escueta belleza crepuscular que recuerda poderosamente a Leonard Cohen, y no solo por el acompañamiento de voces femeninas. Es una apertura magnífica pero “Push the sky away” no empieza a adoptar su verdadera personalidad hasta “Water’s edge”, que junto a “We real cool” son las dos vigas maestras que sostienen esta edificación sonora pese a que en principio no lo parezcan. En ellas se percibe una tensión sorda y sostenida siempre a punto de estallar, creada por un oscuro loop de bajo crepitante, unas ominosas cuerdas de belleza siniestra y un piano que gotea inquietantes notas impresionistas como un grifo mal cerrado mientras que Cave mastica, tritura y escupe versos con sabor a desolación.
Sin embargo, los dos “highlights” más evidentes del álbum son “Jubilee Street” y “Higgs Boson Blues”, dos piezas enormes que se cuecen a fuego lento poco a poco, prescindiendo de estribillos, hasta desbordarse en sendos clímax de épica mayestática, la primera mediante un opulento manto de cuerdas disparadas hacia el cielo, y la segunda a través del rugido de unas guitarras apocalípticas y una percusión desatada que dan la réplica a un Cave absolutamente pletórico, chapoteando en pelotas en el barro del blues de la caverna junto a Robert Johnson, el diablo y Hannah Montana. “Mermaids” incide en la veta reposada y nocturna del inicio del disco, mientras que en la desapasionada “Finishing Jubilee Street” el compositor australiano recita sobre un entramado instrumental seco y áspero, ligeramente experimental. La obra se cierra con el tema homónimo, una especie de canción de cuna onírica y delicada conducida por un lúgubre órgano Rhodes.
Resulta paradójico que un disco tan intuitivo y apasionante sea fruto de ese método de trabajo tan poco cool que el cincuentón Cave lleva a rajatabla desde hace muchos años -desde que dejó atrás la vida salvaje y las adicciones que arrastraba-, consistente en encerrarse en su estudio de Brighton diariamente de nueve a ocho de la tarde y buscar inspiración en los artículos de la wikipedia, los falsos mitos que circulan por internet o en las jóvenes estudiantes a las que observa a través de la ventana. Mientras le sigan saliendo cosas como “Push the sky away”, Cave puede seguir comportándose como un oficinista todo el tiempo que quiera.
Me encantó tu crítica, la comparto y me la llevo como guía Campsa para viajar con Cave. Buenísimo el final, sea o no un oficinista, a veces las aventuras más locas están dentro y no fuera.
Muchas gracias por tu comentario, Virgigolopez. Me alegro mucho de que te haya gustado tanto la crítica, aunque lo verdaderamente importante es el viaje, no la guía Campsa. Un saludo!
Buenas, Jorge. Ya tengo este artefacto bien escuchado y, gracias a tu gran crítica, no me ha sorprendido demasiado un disco que sin tu aportación sí me habría hecho arquear las cejas. ¡Qué grande es alguien que pasa con tanta naturalidad y sin merma, es más con aumento, de calidad de los guitarrazos desquiciados de Grinderman a este pausado, profundo y penetrante ‘Push the Sky Away’. Poco más que decir a tus palabras, coincidir en que ‘Jubilee Street’ y ‘Higgs Bosson Blues’ son los ‘higlights’ indiscutibles, aunque yo, por lo que sea, me he enganchado totalmente a ‘Mermaids’, que se ha convertido en mi favorita (y tampoco hago ningún asco al tema título). En fin, que tenemos que congraciarnos de estar viviendo a tiempo real una de las trayectorias más grandes del rock contemporáneo. ¡Disftutémoslo cuanto podamos!
Hola Big Man, pues celebro que la crítica te haya sido de provecho a la hora de acercarte al disco, y también me alegro de que volvamos a coincidir, una vez más, en que estamos ante una obra capital de 2013. Es una pena pero no hay noticias de que vayan a venir a tocar a Madrid porque habría sido una cita obligada. Un saludo, compañero.
Hola Alberto,
Aún estoy con la fiebre del día después: ayer estuve escuchando a los monstruos en Barcelona en el Primavera Sound. Sólo quería compartir contigo que estoy totalmente enganchada a ‘Mermaids’ y me sorprende que nadie haga ningún comentario sobre esta canción, ayer, ni siquiera pude escucharla en vivo…
No ha sido hasta este martes, cuando he tenido la oportunidad de ver a Nick Cave & the Bad Seeds en Paris, cuando el nuevo album ha cobrado todo su sentido. En principio y tras los dos últimos discos Push the Sky Away me dejó bastante fría, una obra demasiado contenida, introspectiva. Y es ahora cuando descubro su grandeza. Efectivamente este disco requiere mucha más atención de la que parece demandar de primeras. We real cool me dejó clavada en el sitio. Gracias por tu crítica.