“El Hombre de Acero”: Las ventajas (y desventajas) de ser un marginado
«Será un marginado», vaticina una afligida Lara mientras acuna aún en sus brazos a su hijo recién nacido, sólo unos instantes antes de dejarle acostado sobre la cápsula que habrá de lanzarle a través de millones y millones de kilómetros desde su mundo de origen, Krypton, hacia su planeta de adopción, la Tierra. Y éste es, en definitiva, el mayor hallazgo que encontramos en la espectacular, intensa y, por momentos, excesivamente ruidosa “El Hombre de Acero”, la representación de nuestro héroe como un ser extraño en tierra extraña, perdido, desubicado y obligado a ocultar su naturaleza para no ser temido y odiado. Un Dios que tiene miedo de ser repudiado y devorado por los mismos que podrían dedicarle devoción y admiración eterna. Un poderoso símbolo sobre el que se sustenta el aparatoso armazón de una película que, no obstante, está muy cerca de saltar por los aires cuando, precisamente, perdemos esa idea de vista, sumidos en medio de una tormenta que dista mucho de ser perfecta. Pero, por suerte, la semilla ya está plantada, al final los aciertos acaban superando a los desatinos y el resultado final es el inicio esperanzador de una prometedora saga. Porque eso es lo que es, por mucho que sus responsables intenten ahora disimular y nos vengan con el cuento ese de «no, hemos hecho una película y ya está, aunque claro, si funciona bien en taquilla…».
Ésta era sólo una de las posibles formas, y quizás no la más adecuada, en que podíamos comenzar a analizar la enésima película de superhéroes que llega a nuestras pantallas (que por otra parte no es cualquiera). Cintas que algunos nos empeñamos en examinar y diseccionar como si se tratasen de la Gran Novela Americana de nuestro siglo, mientras que para otros nunca deberían dejar de ser vistas más que como simples vehículos palomiteros, entretenimiento puro y duro sin más función que la de hacerle pasar al espectador un par de horas amenas en una sala de cine. Quién tiene razón, es lo de menos. Nosotros, para mal o para bien, pertenecemos a la primera estirpe. No podemos evitarlo. Nos tomamos estas cosas demasiado en serio. Y nos damos cuenta de que no lo tenían nada fácil el director Zack Snyder, Christopher Nolan como productor y coautor de la historia (y verdadero alma máter del proyecto), y David S. Goyer como responsable de la versión final del guión, para sacar adelante su reinvención del que es, sin duda, el superhéroe más popular de todos los tiempos. Coincidiendo, además, con el año en que se conmemora su 75 aniversario. Porque, como señalaba mi compañero Jorge en su espléndido y delicioso post ‘El “Superman” de Richard Donner: el arte de volar’, la versión protagonizada por Christopher Reeve en 1978 es un icono grabado a fuego para siempre en la memoria colectiva de varias generaciones, y eso la convierte de alguna forma en imbatible e insuperable, sí, pero sobre todo en inimitable. Como él bien apunta, eso fue lo que no supo entender, y así le fue, Bryan Singer en la desangelada “Superman Returns” (2006). Pero Snyder, Nolan y compañía sí han sabido verlo, y “El Hombre de Acero” toma suficiente distancia con lo que Donner nos planteara hace ya 35 años, aunque esto, paradójicamente, acabe jugando en algunos momentos en su contra.
Así, mirando permanentemente de reojo al Superman de Reeve, la sensación es que la cinta no puede alzar el vuelo con plenas libertades, esclava en cierta manera de su afán por desmarcarse de lo ya visto anteriormente. Obligada a contar la historia que todos conocemos sin provocar además bostezos ni movimientos incómodos en las butacas, recurre a la exuberancia y el exceso, como queda bien claro en la larga secuencia inicial en Krypton. El lugar de origen de Superman ya no es ese gélido, parco y desolado planeta que todos recordábamos, sino un cálido paraje heredado de las fantasías digitales de George Lucas y James Cameron. Jor-El, por su parte, está lejos del sobrio científico interpretado por Marlon Brando y ahora es un héroe de acción, que por algo han fichado a Russell Crowe y además le han hecho ponerse en forma (y ya sabemos que al neozelandés eso no le resulta nada fácil). El ejemplo que mejor ilustra esta cuestión es el momento en el que los rebeldes encabezados por el General Zod son condenados a la Zona Fantasma. Hace tres décadas eran absorbidos por una simple lámina de cristal (sí, quizás demasiado cutrón, incluso para la época), ahora son criogenizados, envueltos en unos enormes consoladores gigantes (sí, tal cual, deberían hacérselo mirar) y elevados hacia la nave más retorcida y aparatosa vista en mucho tiempo en una pantalla de cine. Lo dicho, un derroche y un exceso.
La infancia y juventud del superhéroe también se nos cuenta de forma novedosa (al menos no era lo que un servidor esperaba), y en este caso creo que podemos hablar de un gran acierto, a través de una serie de flash backs que van salpicando el largo peregrinaje de un Clark Kent en lo que en principio parece una permanente huída, aunque pronto descubriremos que en realidad estamos ante una exploración y una búsqueda. Y es aquí en donde los Kent, Jonathan y Martha, interpretados por Kevin Costner y Diane Lane, se ganan buena parte del corazón de la película. Y en donde el crecimiento y aprendizaje de ese pobre muchacho de Kansas, dotado con unas habilidades que más bien parecen una maldición, y que muy difícilmente puede controlar, llega a ser mostrado en algunos instantes de forma modélica. Aunque eso de querer dotar a cada postal de Smallville de peso y trascendencia tiene sus peligros, y así nos encontramos con algunas escenas, como la del tornado, que empeñadas en querer ser graves, solemnes y épicas acaban casi bordeando el ridículo.
Dejando a un lado nimiedades como la (acertadísima) decisión de prescindir de su hasta ahora característico calzón rojo, o la ausencia de elementos tan potentes como la kryptonita o la Fortaleza de la Soledad (que tiempo tienen de retomar en el futuro), más cuestionable resulta, y entiendo que vuelve a ser debido a la necesidad de diferenciarse del ‘original’ de Donner, el papel de Lois Lane, encarnada por una preciosa Amy Adams. La forma de introducir su personaje, su desarrollo, su relación con Clark/Superman, la química (o falta de) entre ellos, su prematuro enamoramiento… Tendremos que esperar a las más que probables secuelas para ver cómo evoluciona, y también para ver realmente en movimiento a ese ‘Daily Planet’ dirigido por Perry White (Laurence Fishburne) que aquí apenas nos ha sido mostrado a modo de presentación. De momento, ni rastro de Jimmy Olsen…
Nada que objetar, por mi parte, a la elección del villano. Un General Zod interpretado con una visceralidad arrolladora por un Michael Shannon al que algunos llevamos ya reverenciando muchísimo tiempo, y que está muy bien secundado por la bella y magnética Antje Traue, que se mete en la piel (y en la coraza) de la mortal Faora-Ul. Un ataque de los últimos (y más encabronados) supervivientes de Krypton era precisamente lo que Clark Kent/Kal-El/Superman necesitaba para salir a la superficie, liberarse de sus cadenas, dar un paso al frente, mostrarse al mundo y tomar partido. Otra cosa es cómo acabe resolviéndose ese enfrentamiento. En mi opinión, no de la mejor forma, y sí rozando por momentos el suplicio. Pero ya tendremos tiempo de hablar sobre ello…
…porque llevo más de 1.200 palabras escritas y aún no he mencionado una sola vez a la gran estrella de la función. El señor Henry Cavill. El Hombre de Acero. Superman. El kryptoniano Kal-El. Pero antes de eso, mucho antes, le conocemos como Clark Kent, crecido y criado en Smallville, Kansas. Porque el superhéroe, con toda su imaginería a cuestas, con su capa roja, su traje ajustado azul y la ‘S’ en el pecho, no tiene prisa por aparecer en la pantalla, y no lo hace hasta sobrepasados los 45 minutos de película. Una ‘S’ que, por cierto, ahora resulta que no es una ‘S’, sino que viene a ser algo así como el escudo de la familia y significa ‘esperanza’ (que no deja de ser un lema de más buen rollo que, por ejemplo, ‘Se acerca el invierno’…). Lo cierto es que el actor británico no sólo tiene el porte y la sobriedad (y los músculos) necesarios para meterse dentro de tan icónico traje, sino que también resulta creíble y verosímil dando vida a un retraído, confuso y vulnerable muchachote de 33 años. Es, en cualquier caso, una apuesta radicalmente distinta a la de Reeve y a la de Brandon Routh, que no dejaba de ser una copia imposible del primero, y en este caso creo que la jugada ha salido ganadora. La música de Hans Zimmer también juega ‘a la contra’ y se notan sus esfuerzos por alejarse de la épica e inmortal fanfarria compuesta en su día por John Williams, aunque sí llegue a alcanzar momentos de gran hondura.
Pero, llegados a este punto, vamos a intentar, ya sí, olvidarnos por un momento de Donner, y de Reeve y de Brando, y de Williams, y situarnos en este 2013, avanzada ya la primera mitad de la segunda década del siglo XXI. A estas alturas, hemos visto ya tropecientas adaptaciones de cómics a la gran pantalla, y podríamos afirmar que, actualmente, existirían dos corrientes predominantes: la ‘vía Nolan’ y la ‘vía Marvel’. No hace falta que os explique por dónde tira cada una, si habéis leído hasta aquí es porque os interesa el tema y sabéis más o menos de qué va el asunto. Creo que no me equivoco si digo que, con el propio director de la trilogía de “El Caballero Oscuro” involucradísimo en este “El Hombre de Acero”, las expectativas de muchos eran que acabásemos teniendo, ya de forma oficial, una ‘vía DC’ frente a una ‘vía Marvel’, pero esto ha acabado siendo así a medias. Es cierto que Nolan deja su sello en el film, aunque por suerte ha entendido que el alma y la idiosincrasia de Batman no puede ser extrapolable a la de Superman. El territorio natural del primero son las sombras y la oscuridad es su mejor aliado. El segundo cuando más brilla es precisamente surcando los cielos y cuando se alza en toda su plenitud hacia ese inmenso sol que le ha hecho indestructible. El primero no tiene poderes, más allá de la fuerza que le confieren sus propios dramas y conflictos interiores, y la tecnología que tiene a su alcance, claro. El segundo es un ser sobrehumano. El primero es quien es porque ha elegido serlo, puede dejarlo en cualquier momento y marcharse con viento fresco. El segundo no puede renunciar a su propia naturaleza, es una criatura varada en un lugar que no le corresponde, no tiene ningún otro sitio a donde ir y sólo puede decidir qué hacer con los dones que le han sido concedidos, pero nunca despojarse de ellos.
Y así transita la cinta, con ese superhéroe consciente ya de que siempre ha sido y siempre será el marginado de la clase, el bicho raro del instituto, cuando llega el momento de la gran confrontación. Yo no puedo dejar de imaginarme a Snyder y su equipo terminando el rodaje (vale, en realidad ya estarían en la fase de postproducción y montaje) y acercándose al cine más cercano para ver “Los Vengadores”. Y diciendo «¡qué cojones, eso vamos a superarlo!». Así, el último tramo de la cinta se antoja, verdaderamente, un pique con el gran ‘blockbuster’ de 2012 dirigido por Joss Whedon, un ‘tour de force’ en el que la gran máxima parece ser que no quede un solo edificio de Metropolis en pie, algo así como un 11-S elevado a la máxima potencia (de hecho ya hay quien se ha currado por ahí un balance estimado de víctimas, y teniendo claro que no deja de ser una frikada, es bastante impresionante). Sin olvidarnos de que unos minutos antes ya han dejado medio Smallville hecho trizas. Es cierto que las peleas son espectaculares, que Superman vuela, se mueve y se atiza con sus compatriotas kryptonianos como se supone que debe hacerlo, pero tenemos tan pocos momentos de respiro y, lo peor, resulta todo tan confuso, repetitivo, ruidoso y embarullado, que para cuando llega el obligado y necesario duelo entre el héroe y Zod podemos tener la sensación de que ya no viene a cuento, cuando no es así. Lo que sobran son minutos y minutos previos de acción machacona y muy mal rodada, y lo siento por Snyder, porque si el objetivo era medirse con “Los Vengadores”, al menos en este aspecto el film de Whedon gana por goleada. Y claro, la gente no tarda en hacerte chistes al respecto.
La sensación final, por tanto, es que “El Hombre de Acero” se queda lejos de ser la gran película que podría hacer sido, lastrada sobre todo por un tercio final de metraje que llega a rozar lo catastrófico, pero si la tomamos como el primer capítulo de una probable trilogía, hay motivos más que de sobra para ser optimistas. Despojado ya de algunas incómodas ataduras, a partir de ahora es probable que Superman pueda emprender por fin el vuelo con plenas libertades. Algunos quieren ir más allá y, esperanzados por esos logos de ‘LexCorp’ (en un camión y un edificio) y, sobre todo, ‘Wayne Enterprises’ (en el satélite destruido en la batalla final), sueñan ya con ver reunidos algún día en la pantalla a Superman y Batman liderando a “La Liga de la Justicia”. Pero, para ello, aún habrá que esperar. Ahora es el turno de Marvel para mover ficha. La partida continúa.
Bastante de acuerdo en todo, se puede decir que la película ha sido decepcionante después de todo el bombo que se le ha dado. Muy cierto ese pique con Los Vengadores en la traca final, y también que Joss Whedon (aún sin gustarme su película, hay que reconocerlo) gana por goleada, porque en El Hombre de Acero todo lo que vemos es humo, edificios cayéndose, más humo y Hans Zimmer en su forma más cansina.
En lo que sí que difiero es en que la forma de contarnos la infancia y adolescencia de Clark es correcta. A mí parecer, el montaje de esta película es una chapuza que le quita mucho valor: las escenas del pasado no tienen relación con los hechos del presente, se busca la perfección formal en los planos para que parezcan postales como bien dices pero tampoco cuenta nada interesante o que profundice de verdad en el personaje, y para rematar liquida todavía más la ya de por sí inverosímil relación entre Lois y Clark, saliendo de la nada que de repente son muy amigos y se quieren mucho.
Por sacar cosas positivas, el reparto en general está bien escogido y solvente y el diseño artístico de trajes, naves y demás me pareció muy atractivo. A ver qué nos traen en las secuelas, pero me temo que tendrán que mejorar mucho.
Estoy de acuerdo contigo en prácticamente todo, pero perdona que te corrija en una cosa, si hay rastro de Jimmy Olsen es la becaria que se queda atrapada en los escombros y la tiene que retacar Laurence Fishburne. La actriz es Rebecca Buller.
Lee el pie de foto de este link:
http://www.imdb.com/media/rm234398720/tt0770828
A mí me ha gustado,quizás por que me temía que estuviese peor.Lo que más me ha gustado de la crítica es que digas que está a medio camino entre el «estlo Nolan» y el «estilo Marvel»!……:)
Las partes más intimistas me funcionan funcionan mejor que las puramente de acción, y ciertamente la batalla en dos partes Smallville-Metrópolis se hace larga y pesada,cuando has visto caer 10 edificios ya te da igual ver caer otro más.De todas formas está mejor que la basura de Bryan Singer del 2006 y se agradece que hayan intentado innovar algo,aunque los resultados sean irregulares…
Pésima película. Mucho mejor la versión de Donner. Será más ingenua y sus efectos especaculares habrán envejecido, pero es una película muy superior a este truñaco de Snyder.