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«Mad Men»: a su manera

28/05/2014

Mad Men Season 7 Poster

(ALERTA SPOILER:  Revela detalles de la trama de la serie, hasta «Waterloo», el séptimo capítulo de la séptima temporada)

En una época en la que cada vez son más las cadenas de TV que buscan la nueva gallina de los huevos de oro con la que dar la campanada y seducir a crítica y público, y en la que los seriéfilos se afanan cada temporada en encontrar savia fresca que prorrogue esta denominada Edad de Oro de la TV, “Mad Men” sigue siendo “Mad Men”. Poco importa que ya haya pasado el tiempo en el que era intocable en los Emmy, que su share haya conocido tiempos mejores, que ya no marque tendencia como hace unos cuantos años o que algunos porfíen en asegurar que ya no es lo que era, la serie de Matt Weiner es uno de los pocos Grandes Clásicos televisivos que aún siguen ahí, y aunque la despedida final esté a la vuelta de la esquina, en esta primera mitad de su séptima temporada ha vuelto a demostrar que cuando raya a su altura máxima simplemente es inalcanzable, se coloca a otro nivel. Por supuesto que hay otras series de calidad enorme e incuestionable en antena y que tarde o temprano reclamarán, si no lo están haciendo ya, un puesto de honor en las cacareadas listas de las mejores de la historia. Eso es cierto, sí, pero no es menos indiscutible que no se atisba en el horizonte un relevo real para la forma de hacer y entender la televisión de “Mad Men” (bueno, quizás “Masters of Sex” pueda ser lo más parecido). Porque no hay en antena otra serie con tal precisión, elegancia y agudeza narrativa, que fluya con esa cadencia jazzística, maravillosamente clásica y libre, que se preocupe tanto por mimar cada detalle, que anteponga siempre la sutileza de miradas, gestos, silencios y palabras al subrayado obvio y a la letra en negrita, que confíe tanto en el espectador para que este pueda interpretar los versos libres de esos microrelatos “carverianos” que defienden ciegamente la máxima del menos es más. A falta de solo siete horas para su definitiva conclusión, “Mad Men” sigue haciendo las cosas a su manera. No es de extrañar, pues, que en el momento álgido de esta tanda suene de fondo el “My Way” de Frank Sinatra, quien allá por 1969 –el año en el que se ubica esta mini-temporada- ya era un clásico vivo aunque inevitablemente pasado de moda y sobrepasado por tendencias más novedosas y excitantes (en estos capítulos  han sonado Jimi Hendrix, Blood, Sweat and Tears, The Hollies o Spencer Davis Group), pero que precisamente en ese momento se descolgó publicando la que a la postre sería su canción más emblemática. Quien tuvo retuvo, y es que, amigo, la clase es algo intangible que nunca se pierde, y en eso “Ol’ Blue Eyes”, como la serie de Weiner, no tenía rival.

Existían ciertas dudas razonables sobre cómo se adaptaría la serie al formato elegido por AMC para emitir esta última temporada (siete capítulos en 2014; los siete restantes en 2015, a la manera de “Breaking Bad”), y es que “Mad Men” siempre se ha caracterizado por ser un corredor de fondo, lejos de los rigores del sprint rápido y corto, una obra que reparte sus cartas con mucha pausa y que se toma su tiempo para desvelar toda su perfecta estrategia. Y sin embargo, Weiner ha salido triunfante del envite, ajustando su narrativa y confiando en sus protagonistas para llevar el peso de la historia, hasta el punto de que “Waterloo” funciona no solo como una inapelable season finale, sino como una más que posible series finale, de no ser porque se intuye que esa luminosa conclusión debe distar mucho de lo que el principal responsable de la serie tiene pensado para sus criaturas.

Mad Men_A Day's Work

Si la sexta temporada de “Mad Men” fue la del descenso abrupto y sin red de Don Draper a los abismos de su infierno personal, esta séptima campaña ha pivotado sobre la capacidad de supervivencia del antaño implacable depredador sexual e infalible vendedor de sueños, pero no por la habitual vía del escapismo que siempre, al fin y al cabo, terminaba por colocarle en la casilla de salida, sino por la de la redención. Don, esta vez sí, ha tenido que afrontar una reinvención personal mayor incluso que la que transformó a Dick Whitman en el misterioso y adorado triunfador de Madison Avenue. El Don a caballo entre Manhattan y Los Angeles, provisionalmente sin empleo, desorientado, confuso y asustado que vimos en “Time Zones” -el primer episodio de la tanda-, ha emprendido un viaje homérico, plagado de pruebas, obstáculos, degradaciones, humillaciones y luchas contra sus propios demonios (el alcohol, la arrogancia, el adulterio, las mentiras), cuya verdadera razón de ser era demostrarse a sí mismo que ha aprendido de sus muchos errores del pasado. Y, ciertamente, es un via crucis autoimpuesto porque en realidad Don podría haber ido a otra agencia, podría haberse olvidado de Megan en cuanto ella se fue a Los Angeles y haberse entregado a la promiscuidad recalcitrante de tiempos pretéritos, pero elige el camino difícil. Habrá este año en TV pocos momentos más gloriosos que el simple, resignado y absolutamente inesperado “OK” con el que acepta las draconianas condiciones que el resto de socios de Stering, Cooper & Partners le imponen para volver a la actividad, perfecto broche dorado a ese prodigio de timing narrativo que es la tensa espera en las oficinas de la agencia que alimenta la segunda mitad de “Field Trip”, una de las cumbres de la temporada.

En este periplo vital Don ha descubierto algo que empezó a comprender al final de “In care of”, cuando llevó a sus hijos a la casa en la que creció, y es que más vale dejar de mentir a los seres queridos y despojarse de la pesada coraza del cinismo que casi se había convertido en una segunda piel. Así, mediante un acto tan sencillo pero valiente como es contarle a su hija la verdad sobre su incierta situación laboral, es como logra reconstruir la complicidad con su ojito derecho, su querida y ya muy crecidita Sally, en un imprevisto encuentro de San Valentín. Y también es de esa manera, dejando caer las máscaras y descubriendo sus entrañas (“I never did anything, I don’t have anyone”) en la intimidad de un despacho como consigue reencontrarse con Peggy Olson, la que en realidad es su alma gemela en la serie aunque ellos no terminen de darse cuenta, tras una etapa de tensiones, egos heridos y situaciones incómodas creadas por el nuevo orden jerárquico en SC&P. Su baile lento en la oscuridad al son de “My Way”, dos corazones solitarios, recipientes inagotables de insatisfacciones, equivocaciones y deseos frustrados que se encuentran en un mágico instante de consuelo, es uno de los momentos más emocionantes de la serie y colocan a “The Strategy” en ese Olimpo particular en el que habita “The Suitcase”, también, cómo no, con los mismos protagonistas.

Mad Men_The Strategy1

Y pese a todo, si Don termina surgiendo triunfante de su “Waterloo” profesional no es por uno de sus desarmantes speeches capaces de conmover a cualquier audiencia, ni por ninguna brillante jugada orquestada por él mismo (su all in en el asunto de Philip Morris casi termina estallándole en la cara), sino por una de esos giros sobre sí misma que la serie ya ha ejecutado con éxito en el pasado y que demuestra su talento para regenerarse aprovechando su propia mitología. La absorción de McCann en el último momento y sobre la bocina no es sino un reflejo de la fundación de SCD&P de hace varias campañas, o de la fusión del año pasado que dio origen a SC&P..

Donde Don no ha podido salir vencedor, sin embargo, es en su relación con Megan, muy tocada tras el final de la sexta temporada e imposible de recomponer en el “coast to coast” de estos siete capítulos. Ambos se han esforzado, han tratado de salvar su matrimonio a su manera, pero ni Don encajaba en la soleada California, cuna del hippismo y del amor libre, ni Megan se sentía ya cómoda en el viejo orden de los altos rascacielos de Manhattan. Y la posibilidad de una isla en la que poder alejarse de todos y de todo se antojaba un sueño demasiado engañoso. La reaparición de Stephanie, la sobrina de Ann Draper, no hizo sino acrecentar los celos de Megan, que trató de contrarrestar, sin éxito, con un imprevisible trío sexual la fuerte ascendencia de la chica sobre Don, uno de sus últimos y más preciados vínculos con su antiguo yo. La secuencia de la escenificación de la ruptura definitiva, a través de una llamada telefónica en la season finale, es otra prueba del talento de “Mad Men” para contar mucho con muy poco. Donde otros habrían colocado una explosión de vehemencia y melodrama, Weiner y su equipo imparten otra lección de sutileza y minimalismo emocional que no está al alcance de cualquiera. El solar en el que ahora mismo se ha convertido la vida sentimental de Don quizás sea uno de los hilos de los que tire Weiner en el tramo final de la serie, ahora que la profesional parece provisionalmente re-encauzada. Por cierto, este sería un momento tan bueno como cualquier otro para reconocer a Jon Hamm, perfecto en su caracterización de un Don alejado de su zona de confort, con el tantas veces negado Emmy al mejor actor, una de las más vergonzosas manchas en la historia de estos galardones.

Mad Men Waterloo3

Pero “Mad Men” no es, nunca lo ha sido, solo la serie de Don Draper. También es la de Peggy Olson, un personaje que, ya lo hemos dicho otras veces, se proyecta como una versión alternativa del propio Don y cuya trayectoria en la serie ha corrido paralela a la suya. Esta parecía otra temporada de desilusiones y chascos para ella, porque la marcha temporal del creativo estrella, lejos de engrandecer su rol en la agencia, le había llevado a otro callejón sin salida. Menospreciada primero por su nuevo jefe, Lou Avery -conservador, cobardica, inseguro y profundamente acomplejado por la sombra de su antecesor- y obligada después a hacer el trabajo sucio de mantener a raya a Don a su regreso a la agencia, Peggy no ha tenido una temporada plácida, y tampoco ha ayudado su penosa, o más bien inexistente, vida sentimental (la herida que dejó Ted Chaugh fue demasiado profunda), aliviada solo por la compañía ocasional de un vecinito de diez años. Pero también ella ha completado su propio viaje, equidistante al de Don. Y es que hay una distancia apreciable desde la Peggy irritada y humillada por el malentendido con unas flores de San Valentín de “A Day’s Work” a la Peggy que pronuncia ante los responsables de Burger Chef uno de los mejores (probablemente el mejor) discursos que ha dado en toda la serie. Y esa travesía hacia la luz tiene mucho que ver con la del propio Don. La mirada de profundo agradecimiento, de complicidad inquebrantable, que le dedica ella en medio de su presentación es sencillamente impagable. Como decíamos más arriba, almas gemelas. Y ovación cerrada, como siempre, para Elisabeth Moss.

Mad Men_A Day's Work2

Por otro lado, ha sido muy satisfactorio comprobar que en una temporada (creo que podemos llamarla así) más corta de lo habitual, en la que había que tirar de los pesos pesados del vestuario, el impagable Roger Sterling de John Slattery ha recobrado gran parte del protagonismo perdido en los últimos años. Roger también ha completado su propio peregrinaje en estos siete capítulos. Comenzó repantingado entre cuerpos desnudos en su lujoso apartamento neoyorquino, entregado al nihilismo de una contracultura que quizás le pilla ya demasiado mayor, y distanciado de la actividad diaria de la agencia, pero terminó implicándose en el intrincado juego de poder y rivalidades creado entre los socios de SC&P apostando sin medias tintas por su camarada, y ejerciendo, por primera vez en mucho tiempo, el rol de líder que el viejo Bertrand Cooper le reprochó ser incapaz de desempeñar en su última conversación antes de morir éste. (Por cierto, Bert se despidió con honores, con un entrañable número musical que jamás habríamos ubicado en una serie como ésta pero que, milagrosamente, funcionó emocionalmente). Corre a cuenta de Roger la jugada maestra con McCann que permite salvar a Don ,y suyos fueron –como de costumbre- los diálogos más afilados y punzantes de la temporada. Sin embargo, Roger no pudo evitar, tras años de absentismo familiar e hipocresía, que su hija Margaret terminara abandonando a su familia para vivir en una comuna hippy.

A juzgar por su bronceado, su aspecto apijado y la barbie rubia con la que está liado, a Pete Campbell le habían ido muy bien las cosas en California, aunque en cuanto rascamos un poco sobre la superficie nos damos cuenta de que sigue descontento y frustrado en el trabajo, y un viaje de fin de semana a Manhattan basta para comprobar que ya es un extraño para su propia hija, que siente unos celos enfermizos por su todavía esposa Trudy y que ya no forma parte de esa familia. Quizás porque su verdadera familia, disfuncional y atípica, con sus tiras y aflojas, en realidad son Don y Peggy, como parece querer decirnos esa escena de los tres en una mesa del Burger al final de “The Strategy”.

Mad Men_The Strategy2

Por su parte, el cínico y posibilista Jim Cutler ha asumido un rol de “semi-villano” con su obsesión por “cargarse” a Draper, y creo que todos los seguidores de la serie hemos disfrutado de su inapelable derrota en la finale y su desopilante cambio de bando final, “It’s a lot of money!”. Sin embargo, quizás no terminamos de comprender la inquina que Joan Harris, nuestra querida Joan, le ha cogido a Don, como si hubiera olvidado por completo las tiernas confidencias que ambos compartieron en aquel “Christmas Waltz” de la quinta temporada. Al menos Joan, que no ha tenido en esta tanda demasiado que hacer, se redimió con su negativa a la oferta ¿tentadora? del fugaz Bob Benson. Su “I want love, and I’d rather die hoping that happens that make some arrengament” no solo la descubre como una romántica empedernida, sino que la absuelve de la venta de su alma al Diablo en aquel viejo asunto de Jaguar. Mientras, Ted Chaugh ha permanecido semi-ausente prácticamente durante toda la tanda, hasta el punto de que la propia serie casi bromea con ello cuando Peggy no advierte que está al otro lado de la línea en una de esas desastrosas conferencias telefónicas con la costa Oeste, aunque al final ha jugado, sin pretenderlo, un papel de importancia en la partida por el control de SC&P, en tanto que el desgraciado de Harry Crane ha terminado como el gran perdedor (memorable la forma de Roger de echarle de la sala de juntas).

Aún más desdibujada ha sido la presencia de una Betty Francis que parece continuar en la serie solo porque sería un pecado desaprovechar la deslumbrante fotogenia de January Jones. En realidad, Betty es un personaje muy amortizado ya, especialmente desde que se alejó de la órbita de Don , estancada en el papel de ama de casa aburrida y esposa florero, y cada vez más frustrada en su rol de madre. Además, las historias en las que la involucran los guionistas se perciben como las menos elaboradas y más rutinarias de la serie. Espero y confío en que Weiner encuentre un buen motivo en la tanda final para justificar su permanencia en el elenco.

Mad Men_Waterloo1

En una temporada en la que se ha dedicado menos tiempo que en otras ocasiones a la crónica político-social de la época (hemos oído algo de Vietnam de refilón, amor libre, ciertos brotes de racismo en la oficina), lo más destacado ha sido la llegada de la era de la Informática a SC&P en forma de superordenador-monolito al que adorar o temer, con varias referencias a “2001: una odisea del espacio” (1968) –y que empujó hacia la psicosis más demencial al desaprovechado (y despezonado) Michael Ginsberg-, y especialmente la legendaria llegada de los astronautas del «Apolo XI» a la Luna el 20 de julio de 1969, aquel pequeño paso para el hombre pero grande para la humanidad, acontecimiento sobre el que gravitó con gran acierto la season finale y que contribuyó a su tono optimista y esperanzador.

Pero, como ya hemos dicho antes, no creemos que el final de “Mad Men” vaya a ser precisamente optimista y esperanzador, aunque con esta serie nunca se sabe. Es posible que “Waterloo” fuese solo el canto del cisne y Don Draper termine como el mismo Napoleón, vencido y desterrado en su propia Santa Elena, porque, al fin y al cabo, los emblemáticos opening credits siempre nos han arrojado la silueta de un hombre cayendo al vacío. Quedan siete capítulos, sólo siete, para concluir la Gran Novela Americana de nuestro tiempo en formato televisivo, y no albergamos ninguna duda sobre si la espera hasta 2015 merecerá la pena.

 

8 comentarios leave one →
  1. GabSMarT PH permalink
    28/05/2014 4:03

    ¡Siempre leo tan acertados comentarios en este blog!
    Realmente disfruto mucho esta serie. Veremos qué nos espera en estos próximos siete capítulos.

  2. Lambda permalink
    28/05/2014 4:54

    Excelente artículo como siempre. Felicitaciones.

    Sobre Joan: Recordemos que su enojo proviene de la decisión totalmente abrupta e inesperada (no lo consultó con nadie, para variar) por parte de Don de despedir a Jaguar. Cuenta por la que Joan había «vendido su alma» al postituírse para lograr conseguirla.

    Si me preguntan a mi, es entendible su odio. Me acuerdo que en la temporada 6 le dice a Don «Honestamente Don, si yo pude lidiar con él, tu podías también», en referencia a Herb, con lágrimas en los ojos.

    Sobre el final de temporada: Es increíble como, aunque pareciera no haber forma ni tiempo, esta serie se las arregla para dejarte con un nudo en la garganta de un momento a otro. A mi, por lo menos, me emocionó mucho la «despedida» de Bert (personaje muy importante para Don en las primeras tres temporadas sobre todo). Su frase (de la canción en realidad) «Las mejores cosas de la vida son gratis» es algo a lo que Don le ha dado muchas vueltas. Un fantasma que lo persigue ya desde los inicios de la serie. No es casualidad que salga a flote luego de que decidiera firmar un contrato por cinco años.

    En la primera temporada, McCann intentó contratar a Don. Él decide quedarse en la por entonces Sterling Cooper, mejorando sus ganancias, pero a cambio de no estar ligado a un contrato:

    «Si algún día me marcho de aquí, no será para seguir en publicidad», le dice Don. «¿Qué más hay?», pregunta Roger.

    «No lo sé, una vida que vivir. Me gustaría dejar de hablar de ella y recuperarla».

    Y de este tipo de material hay mucho repartido por toda la serie.

    Saludos.

  3. paco permalink
    28/05/2014 11:09

    Bravo ! Grandisima serie , y fabulosa review….Gracias! tampoco es tan mala vida y si han hecho cosas en su carrera tanto Don como Peggy, y sobre todo en esos años donde la Publicidad era tan novedosa e influyente… A sus pies sr.Mathew Weiner

  4. 28/05/2014 14:01

    Fantástico.

  5. Cristian permalink
    28/05/2014 23:06

    Creo que la serie ha dejado un par de momentos realmente grandilocuentes, que dejan en claro que cuando Weiner se inspira, hace que Mad Men roce la perfección absoluta demostrando por es una de las mejores series de nuestros tiempos. Respecto a lo que espera para el final, creo y espero que sea un final equilibrado que deje una sensación de relativa paz para Don, algo que no sea perfecto y alegre ni tampoco triste y pesimista, aunque Weiner ha declarado que invento el final cuando estaba escribiendo la 4 temporada, así que tengo confianza que sea algo a lo que nos tiene acostumbrado la serie, con esa sutileza y agudeza narrativa que Mad Men sabe llevar.

  6. Anónimo permalink
    27/06/2014 5:58

    ¿Que pasó con el hijo de Peggy?, nunca aparece…..creo q nunca debió estar en el guión.

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