Ray Bradbury y el incendio de la cultura
Hoy se cumplen dos años de la muerte de Ray Bradbury, mago de las letras, contador de cuentos, creador de universos, mente creativa y hombre de imaginación desbordante. Es, sin lugar a dudas, uno de los autores de ciencia ficción más importantes del siglo XX, un escritor soñador e idealista que quiso cambiar algo y que creyó en lo que hacía. Es por eso que desde el Cadillac queremos rendirle un pequeño homenaje, porque todos nos enamoramos la primera vez que una de sus obras cayó en nuestras manos, porque merece permanecer en la memoria colectiva y porque, sobre todo a día de hoy, en la segunda década del siglo XXI, su literatura adquiere una relevancia aún mayor que en el momento en que fue concebida.
A diferencia de otros grandes literatos y al igual que otros muchos, Bradbury no pudo asistir a la universidad y basó toda su formación autodidacta en la literatura. Prácticamente confinado a voluntad en la biblioteca, se dedicó a devorar con avidez a autores como Edgar Allan Poe, E. Rice Burroughs, Julio Verne o Huxley, rindiéndose a las posibilidades maravillosas y en ocasiones estremecedoras que el presente y (especialmente) el futuro podían ofrecer. Esta es la razón principal por la que siempre pensó que la ficción y las páginas escritas cambiarían el mundo. Esta es la razón por la que él fue capaz de cambiarlo a través de sus lectores.
Curiosamente nunca se consideró a sí mismo un autor de ciencia ficción, sino de fantasía, pero si me preguntan siempre contestaré que el autor confeccionó las obras más poéticas y honestas del género. La ciencia ficción de Ray Bradbury dista mucho de los trabajos de Asimov o Arthur C. Clarke, más dedicados a la «hard science fiction», más puros y quizá menos bellos aunque magníficos. Sus libros están cargados de una magia y una sensibilidad que nos llevan a sonreir a pesar del tejido triste que refuerza sus historias. ¿Y por qué hablo de honestidad? Porque el autor no dirigió todo su ímpetu creativo a contarnos lo cruenta y salvaje que es la vida en otros planetas. No dedicó todos y cada uno de sus renglones a hablar de invasión, colonización y destrucción de los humanos por parte de una raza alienígena. Dejó a un lado ese egocentrismo que nos es tan característico e imaginó la posibilidad contraria, mucho más probable.
Podría extenderme hasta el infinito y abarcar todo su trabajo, pero teniendo en cuenta que a lo largo de su vida dejó una vasta bibliografía compuesta por novelas, relatos, poesía, teatro e incluso obras no ficcionales, habría que pasar de puntillas, y ni siquiera creo que sea necesario hacer algo propio de Wikipedia. Considero, sin embargo, que sería interesante centrarse en las que se convirtieron en sus dos obras más representativas, dos obras que a día de hoy reciben el culto que se merecen, que se adaptaron respectivamente a la gran pantalla y a la televisión. Hablo, por supuesto, de Fahrenheit 451 y Crónicas Marcianas.
Crónicas marcianas es una colección de relatos absolutamente maravillosa que nos narra las expediciones a Marte que entre 1999 y 2057 tienen lugar por parte de la raza humana. A lo largo de estas expediciones el planeta va sufriendo una transformación y una desnaturalización por consecuencia de esos visitantes que son en realidad colonizadores. Llega un momento en que el planeta rojo es prácticamente una copia de los Estados Unidos, algo que, teniendo en cuenta la belleza y la pureza con la que nos es descrito, no puede hacer otra cosa que entristecernos. Uno puede imaginar a ese marciano que sólo intenta ganarse la vida sentado en un puesto de salchichas junto a su mujer, esperando a la siguiente expedición que no llega. Ve la noche, las estrellas, casi es capaz de oler el terreno y la carne aceitosa esperando ahogarse en salsas rojas y amarillas, a unirse en matrimonio con la cebolla.
Resulta evidente la intención de Bradbury de mostrarnos que el ser humano tiene unas tendencias destructivas enormes, que pisa y pisa y pisa allá donde va y cree que le corresponde hacerlo. Pero no es éste el único mensaje de todas estas historias, si bien abarca casi toda su totalidad. Hay algo más. Todo está bañado en ese mensaje humanista tan propio del autor, que siempre defendió que las letras, el arte, todo lo que supone un parto de la mente y el corazón, es lo que realmente nos hace humanos (o marcianos, claro). Sin ese arte que muchos se empeñan en patear a un lado probablemente no seríamos nada, más allá de piel y huesos que se mueven de forma automática sin llegar a encontrarle un sentido a absolutamente nada. Narra con tristeza la destrucción de todo lo bello, incluso allí, en Marte, donde se nos recibe mejor de lo que merecemos. En menos de sesenta años un planeta precioso parece un desierto tejano y toda forma de arte ha quedado hecha cenizas.
De toda esta compilación de relatos (veintiocho en total) siempre destacaré «Usher II», que es evidentemente mi favorito. El tema central de este relato es la censura a través de un homenaje formidable a Edgar Allan Poe. Además, y esto es importantísimo, en él se sientan las bases y se presentan la ideas de lo que cuatro años después sería Fahrenheit 451. «Usher II» nos narra la historia de William Stendahl, un amante de los libros que, después de que el gobierno destruya su biblioteca, decide marcharse a Marte y construirse la mansión perfecta, que es, como ya podemos imaginar, una replica de la casa Usher. No quiero entrar en detalles muy específicos por si alguien no ha leído el libro y quiere hacerlo cuando sienta la llamada de las letras, pero podríamos decir que absolutamente todo lo que ocurre y todo lo que se recrea en esas páginas guarda relación con la obra de Poe.
Volvemos a la censura, claro, y a los problemas que puede arrastrar un homenaje literario a tal escala y que voy a guardarme para no alterar futuras experiencias lectoras. Eso sí, para terminar con Crónicas marcianas, voy a permitirme aludir a mi fragmento favorito, que intencionada o inintencionadamente, condensa las ideas de Ray Bradbury previamente mencionadas.
El hombre, decían, ha de afrontar la realidad. ¡Ha de afrontar el aquí y el ahora! Todo lo demás tiene que desaparecer. ¡Las hermosas mentiras literarias, las ilusiones de la fantasía, han de ser derribadas en pleno vuelo! Y las alinearon contra la pared de una biblioteca un domingo por la mañana, hace treinta años. Alinearon a Santa Claus, y al Jinete sin cabeza, y a Blanca Nieves y Pulgarcito, y a Mi madre la oca…. Oh, ¡qué lamentos!, y quemaron los castillos de papel y los sapos encantados y a los viejos reyes, y a todos los que «fueron eternamente felices», pués estaba demostrado que nadie fue eternamente feliz, y el «había una vez» se convirtió en «no hay más». Y las cenizas del fantasma Rickshaw se confundieron con los escombros del país de Oz, e hicieron unos paquetes con los huesos de Ozma y Glinda la Buena, y destrozaron a Polícromo en un espectroscopío y sirvieron a Jack cabeza de calabaza con un poco de merengue en el baile de los biólogos. La Bella Durmiente despertó con el beso de un hombre de ciencia y expiró con el fatal pinchazo de su jeringa. Hicieron que Alicia bebiera algo de una botella que la devolvió a un tamaño donde no podía seguir gritando «más curioso y más curioso» y rompieron el espejo de un martillazo y acabaron con el Rey Rojo y la Ostra.
Las ideas expuestas en Fahrenheit 451 adquieren hoy, como menciono al principio, una relevancia mucho mayor de la que tenían en el momento en que fue escrito. La novela, como la gran mayoría sabe, es una magnífica distopía en la que los bomberos no se encargan de apagar incendios, sino de provocarlos. Su principal cometido en el mundo es quemar libros, los objetos más peligrosos y prohibidos para la sociedad. El gobierno, extremadamente preocupado por la felicidad de sus ciudadanos, considera que vivir alejado de las letras es la única manera de encontrar la plenitud, ya que estas llevan a preguntas y cuestionarlo todo nos vuelve seres tristes e infelices sin remedio.
Por desoladora que suene la premisa, se percibe en esta obra un halo mágico que llega a resultar único. El protagonista es Montag, uno de esos bomberos que pasan el día entre humo y sirenas, vigilado como el resto de ciudadanos. Pero Montag es un hombre con corazón, que cuestiona aunque no lo haga en voz alta, cuya vida cambia al conocer a una joven «antisocial» llamada Clarisse que hace demasiadas preguntas e incluso mantiene conversaciones familiares en sus ratos libres.
¿Qué hay en los libros? ¿Por qué he pasado mi vida destruyéndolos? ¿Cómo puede el papel resultar tan peligroso? ¿Por qué los obligan a morir entre las llamas? Preguntas que llevan a más preguntas, la vida de Montag se complica hasta límites insospechados desde el primer momento en que, arriesgándolo todo, se lleva un libro a casa. ¿Cómo no iba a hacerlo? Al fin y al cabo ha visto demasiado, y según sus propias palabras, «algo tiene que haber en los libros para que una mujer permanezca en una casa que arde».
De nuevo prefiero no revelar el final y obviar detalles importantes por si algún lector no se ha encontrado cara a cara aún con la novela, ya que es una experiencia maravillosa, especialmente para todo aquel que no es capaz de irse a la cama sin un libro, que siempre lleva uno en su bolsa, que tiene que hacerse cargo de sus estanterías combadas por el peso de estos cada dos por tres. Cualquier amante de la literatura (especialmente si siente interés por el género) tiene que recorrer sus párrafos y empaparse de ellos al menos una vez en la vida.
Decía que esta obra ofrece una lectura de rabiosa actualidad, lo cual no deja de resultar sorprendente. Ray Bradbury dijo una vez:
You don’t have to burn books to destroy a culture. Just get people to stop reading them.
(No tienes que quemar libros para destruir una cultura. Sólo haz que la gente deje de leerlos).
Totalmente cierto. No tenemos que quemar libros para destruir la cultura, sólo cobrar una edición digital a diecisiete euros, una novedad en tapa blanda a veinte y cualquier edición en pasta dura a cuarenta. También es verdad que vivimos en un país especialista en tratar la cultura como un lujo y no como una necesidad o un derecho, en otros lugares se encuentran ediciones muy sencillas por muy poco dinero para que las letras puedan estar al alcance de todos. Aunque, bien mirado, entonces seríamos menos felices porque nos haríamos demasiadas preguntas. Tal vez debamos estar agradecidos. Y no nos centremos sólo en los precios, ¿recordáis aquella propuesta que no llegó a nada pero que pretendía cobrar los préstamos en las bibliotecas públicas? Otro lujo que sin duda nos podíamos permitir, por si no era ya lo suficientemente difícil hacer que ciertos sectores se interesen por la literatura y demás artes que se ofrecen en una biblioteca, como el cine y la buena música.
Ray Bradbury sabía que su obra, como ha ido ocurriendo con el género a lo largo de la historia, algún día dejaría de ser ciencia ficción para convertirse en realidad a su modo. Cierto es que la literatura siempre se ha considerado peligrosa (al menos desde que empezó a ser algo más que una herramienta de adoctrinamiento, al igual que el teatro), pero nadie imagina que los humanos cuya existencia se extienda a lo largo del próximo siglo tengan que batallar con los mismos focos de represión con los que batallamos nosotros. Esto nos deja en una situación terrible, tan terrible que la ficción se nos hace imprescindible.
Amigos, el mundo es un lugar más bonito gracias a estas mentes maravillosas y a las plumas afiladas, gracias a los universos inventados y a los personajes imposibles. El mundo es un lugar más bonito porque personas como Ray Bradbury dejaron su huella en él. Recordémosle siempre que la cultura permanezca al borde del incendio, porque sólo nosotros podemos salvarla.
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«…tan terrible que la ficción se nos hace imprescindible».
Excelente Ray Bradbury y excelente artículo Irene. Es un homenaje a la altura de este gran escritor.
De alguna forma, a través de «Fahrenheit 451», Ray Bradbury confirma aquel pensamiento de Nietzsche en el que declaraba al Estado como eterno rival de la Cultura (ambos en mayúsculas), afirmando que todas las grandes épocas que ha vivido la cultura en el pasado, coincidieron con destacadas épocas de decadencia política. (¡Ejem!).
Como bien indicas, las argucias que el aparato político utiliza (sin mirar a ninguno en concreto), en este tiempo que vivimos, son más refinadas que el mero hecho de prender fuego a los libros; pero casi igual de efectivas para sus intereses. Limitar la cultura, el conocimiento, restar argumentos a los que opinan de forma diferente, menos acceso a la cultura, más telebasura.
Totalmente de acuerdo en que Arthur C. Clark, junto con Asimov, Philip K. Dick y (añado) Carl Sagan pertenecen a una vertiente más (tecnológicamente hablando) «purista» en lo científico; mientras que Bradbury compuso relatos en los que predominaba la ficción sobre la ciencia, utilizando como materia prima nuestro lado más oscuro; pero dibujando el camino hacia una pequeña luz de esperanza.
Por último, añado que los derechos para adaptar (nuevamente) «Fahrenheit 451» al cine, están en poder de Mel Gibson. Esperemos que sus fracasos personales no nos priven del interesante punto de vista que este interesante director aportaría sobre esta genial e inmortal obra.
Espectacular homenaje a Bradbury y muestra de amor por la literatura en general, Irene.
¡Olé! Gran artículo.
Genial es poco… gracias por acercarme un poco mas a este genio.
Bradbury era tan genial que cuando tocaba la SF la dulcificaba sin perder ápice de la fantasía y lo sobrenatural del género. Y cuando tocaba la ficción ‘convencional’ (leed ‘El vino del estío’) la nutría de elementos del fantástico y el mágico con su tremendo lirismo.