“The Walking Dead”: la familia que mata unida…
(ALERTA SPOILER: Prohibido leer sin haber visto hasta el decimosexto y último episodio de la quinta temporada de “The Walking Dead”. También hablamos, aunque poco y sin revelar nada importante, de los cómics “Los muertos vivientes” de Robert Kirkman)
Pues sí, a lo tonto llevamos ya cinco temporadas de “The Walking Dead”… aunque a mí a veces me parece que hayan sido diez. Y es que, por mucho que algunos se empeñen en afirmar justo lo contrario, han sucedido muchísimas cosas desde ese 5 de noviembre de 2010, cuando se emitió su piloto “Days Gone Bye”, tanto dentro como fuera de la ficción. Basta con fijarse en cosas fácilmente cuantificables, como los escenarios que ha visitado la serie o los personajes que han pasado por ella, para darnos cuenta de que ese cansino mantra de que «aquí nunca pasa nada» es totalmente erróneo. De hecho, si miramos la evolución de las fotos de familia de sus distintas temporadas, creo que tendríamos que admitir que ningún otro show tiene la osadía (que, en televisión, lo es) de renovar tanto su elenco principal, hasta el punto de que sean más los que se han quedado por el camino que los que actualmente resisten. Ni siquiera “Juego de tronos” lo supera.
En cuanto a su tumultuosa, aunque a la vista de los resultados muy afortunada, producción, tres showrunners en sólo cinco años tampoco es algo que veamos todos los días: Frank Darabont (primera temporada e inicio de la segunda), Glen Mazzara (final de la segunda y tercera) y Scott M. Gimple (cuarta y quinta, y esperemos que algunas más). Sobre el papel demasiados vaivenes, excesivo jaleo en los despachos y en las mesas de los guionistas que, sin embargo, en la práctica ha funcionado tan rematadamente bien que podríamos decir que “TWD” no sólo ha cumplido sus primeros cinco años de vida en su mejor momento en cuanto a audiencia, sino también luciendo, quizás, su mejor estado de forma hasta la fecha. La serie se despidió el pasado domingo en EE.UU con 15,8 millones de espectadores, nuevo récord para una season finale, aunque no llegase a superar los apabullantes 17,29 millones de la premiere del pasado mes de octubre. Unas cifras escandalosas y sin precedentes para un show emitido en una plataforma por cable, y que ya firmaría cualquier programa emitido en las cadenas en abierto norteamericanas. Un auténtico locurón. Y es que, si la serie nunca dejó de crecer cuando despertaba aún más dudas que certezas, tiene sentido que su impacto sea cada vez mayor ahora que nos ha endosado una de sus entregas más sólidas y regulares hasta la fecha. Hablo, concretamente, de los ocho episodios emitidos entre febrero y marzo de este 2015, correspondientes a la segunda parte de esta quinta temporada.
Siempre he pensado que su particular formato de emisión, lejos de beneficiarla, ha terminado la mayoría de las veces resultando contraproducente para la serie estrella de la AMC. Pero la audiencia (y el dinero) manda, así que si a la cadena le funciona, no vamos a esperar a estas alturas que cambie. Exceptuando su breve primera temporada de seis episodios, tanto la segunda (13 capítulos) como las siguientes (16) se han levantado en dos bloques, con un par de meses de hiato entre ambos y en ocasiones muy diferenciados en cuanto a planteamientos, ritmo e, inevitablemente, calidad. 16 episodios aún quedan lejos de los tradicionales 22 de las series en abierto, pero muy por encima de lo que acostumbramos a ver en la televisión por cable, no digamos ya si lo comparamos con el modo de hacer las cosas de los británicos. Pero a mí se me antojan aún excesivos y la causa principal de que “TWD” siempre haya tenido ese punto de inconsistencia e irregularidad que ya destacaba mi compañero Jorge en su post con motivo de la midseason finale del pasado mes de noviembre. Mencionaba él, y lo suscribo, que a “TWD” «siempre le ha costado mantener un gran nivel durante una temporada entera» y la serie sigue «alternando instantes devastadores y escalofriantes, en los que los límites de lo políticamente correcto saltan por los aires, con otros fallidos o intrascendentes». Las ocho primeras entregas de esta quinta season, aun exhibiendo un buen estado de forma y highlights sobresalientes, siguieron cayendo en los mismos pecados de siempre, y en ocasiones no ayudó demasiado, sigo citando a mi compañero, «la estructura fracturada con capítulos enteros dedicados a los distintos grupos de supervivientes», que «ya fue utilizada en la tanda anterior, aunque en esta ocasión se ha antojado más arbitraria». Pues bien, quizás por eso, por haber reunido de nuevo a todos los protagonistas y haber focalizado mucho más la acción en el grupo en la práctica totalidad de los episodios emitidos en estas últimas ocho semanas (exceptuando ese “What Happened And What’s Going On” celebrado en cambio por un servidor por, precisamente, no parecerse en realidad a nada de lo visto hasta la fecha), gran parte de esos problemas se han solventado, y hemos ganado en consistencia, concreción, equilibrio y ritmo, con menos espacio para las divagaciones, las trivialidades y los momentos de vacío. También ha influido, y mucho, que la ‘familia’ liderada por Rick Grimes haya pasado por uno de sus momentos más bajos, presa del total abatimiento y rozando, por momentos, los límites de la resistencia humana. Esto no quita, y es comprensible en una serie con un reparto tan coral como ésta, pese a que su rol principal esté de sobra bien definido, que aun teniendo a todos los personajes reunidos bajo un mismo techo, o ya instalados en su nuevo hogar, algunos hayan tenido más margen de desarrollo y se hayan beneficiado más que otros. Es lo que hay.
Sí, Rick y los suyos las han pasado muy putas en estos últimos episodios, más que nunca, y eso es decir mucho. No obstante, esto les ha fortalecido como equipo, como bloque unitario, y ha reforzado aún más el sentimiento de familia sobre el que ha acabado girando, al final, gran parte de la temporada. Las sentidas muertes de Bob, Tyreese y Beth han dejado una enorme herida por razones obvias en Sasha, Maggie y Daryl, mientras que el horripilante destino que los guionistas le tenían reservado al pobre Noah (¡¡holy shit!!) es lógico que hiciese especial mella en Glenn, desdichado testigo en primerísima persona del brutal espectáculo ofrecido en el difícilmente olvidable “Spend”. Pero también han acabado calando en todo el grupo, avivando aún más si cabe la solidaridad interna y afinando al mismo tiempo la engrasadísima máquina de supervivencia (y de matar, que en el mundo que les ha tocado vivir viene a ser lo mismo) en la que se han convertido. La panda de Rick no se une a nadie, son ellos los que te aceptan, o te dejan por el camino. O estás con ellos, o contra ellos. O abrazas sus normas, o no vivirás para contarlo. Sorprenden los casos de, precisamente, Noah, por lo bien que encajó en el grupo y lo rápido que supo ganarse su cariño, y el despreciable padre Gabriel, por todo lo contrario, pues hace ya tiempo que deberían haberle usado como pasto para los zombis, algo que creo que todos aplaudiríamos. Pero no sorprende, en cambio, que una vez llegados a Alexandria, una comunidad más numerosa y, en apariencia, mejor preparada para la supervivencia a largo plazo, las verdaderas intenciones de Rick y cía no pasen por tratar de integrarse con normalidad entre sus habitantes, sino todo lo contrario: serán sus nuevos vecinos los que deberán esforzarse por intentar encajar en la familia, acatando sus modos y costumbres, pues en caso contrario… Que Rick acabará siendo, más pronto que tarde, el puto amo y señor de Alexandria es algo que sabemos no sólo los que estamos leyendo los cómics de Robert Kirkman, sino cualquiera (y por eso no lo considero un spoiler) que haya seguido con un mínimo de atención la serie hasta la fecha.
La serie llega, por tanto, a su quinto año de existencia con una línea muy clara, y también unos pilares muy sólidos sobre los que se sustenta. Nosotros somos los primeros en devanarnos los sesos y dejarnos los dedos analizando lo que creemos que funciona, lo que no tanto, celebramos lo que nos gusta y señalamos lo que no nos convence, pero está claro que cinco temporadas, además con una coherencia interna muy marcada al menos en las tres últimas, son más que suficientes para que “TWD” haya dejado más que claros su tono, sus formas, su personalidad y sus objetivos. No me entra en la cabeza que aún haya quien le siga demandando según qué cosas que la serie nunca ha insinuado que podría ofrecernos, o espera de ella que transite por donde nunca ha mostrado la más mínima intención de transitar. Si has llegado hasta este punto (67 capítulos, que se dice pronto) y sigues aquí, entiendo que sabes que esto es lo que hay y, en términos generales, disfrutas con ello. Si en cambio aún la sigues viendo y escribes cada semana en los comentarios de la review de tu blog de referencia cosas como «vaya puta mierda de serie» o «esto cada vez va a peor, yo AHORA sí que dejo de ver este coñazo»… es que, con perdón, eres gilipollas. Curiosa raza, la de los haters. No voy a negar que, PARA MÍ, la serie dejó mucho que desear en sus inicios. Lo siento, señor Darabont. Tras dos primeros capítulos excelentes, su primera temporada acabó desinflándose de malísima manera hasta un desenlace muy decepcionante. La segunda llegó a marcar quizás sus momentos más bajos, aunque sí creo que logró enderezarse al final, coincidiendo precisamente con la salida del director de las, por otra parte, magistrales “Cadena perpetua” o “La niebla”. Desde la tercera, ya con Mazzara primero, y Gimple después, la serie ha mantenido una línea ascendente y, aún con todas esas pegas que tanto insistimos en ponerle, con esas temporadas (o medias temporadas) tan desequilibradas, se ha convertido en una de las ficciones más disfrutables para un servidor, una de esas citas que uno ya no puede ni quiere eludir. Pero, si en su momento, la cosa me hubiera parecido un bodrio verdaderamente insufrible, o hubiese tenido la certeza de que seguiría cayendo en picado, no hubiese dudado ni un segundo en mandarla a tomar por saco. Lo he hecho con otras series, más aún en sus inicios. Pues eso.
Este es uno de esos casos en los que, quizás, haya sido necesario armarse con algo de paciencia para obtener más adelante una provechosa recompensa. Así, creo, y más aún tras estos ocho últimos episodios, que cuando “TWD” ha ido sabiendo pulir algunas cosillas por aquí, otras por allá, poco a poco ha logrado ir levantando aún más el vuelo, y se ha hecho más fácil perdonarle sus imperfecciones. Y ha logrado a veces lo que parecía imposible. ¿O acaso nos habríamos creído, hace sólo un par de años, que un personaje tan blandito como Carol lograría no sólo redimirse, sino convertirse en una absoluta joya, uno de los pilares sobre los que se sustenta hoy en día la serie, una memorable badass que hace que el show, con cada minuto suyo en pantalla, suba muchísimos enteros? Siempre le seguiremos achacando, pero a qué serie no, que pululen por ahí algunos personajes más intrascendentes o con un desarrollo más limitado, en difícil convivencia con aquéllos más consolidados, pero oye, el de Carol no es el único caso de redención que hemos presenciado (léase Beth), así que, de nuevo, paciencia. Aunque a algunos ya los demos por perdidos, como esos roles tan insoportables, tan mal escritos y tan peor interpretados, que ya casi da pereza odiarlos, como la infame Lori en su momento o el padre Gabriel en la actualidad (y mira que lo siento por Seth Gilliam).
Con todo esto, “TWD” puede que no sea la serie favorita de El Cadillac Negro, pero sí es de la que más hemos hablado. En parte se debe a que fue la primera serie sobre la que escribimos, incentivados además, todo hay que decirlo, porque nuestras reviews muy pronto tuvieron una grandísima acogida entre nuestros seguidores, y también estimulados, u ‘obligados’, en parte, por su particular ritmo de emisión. Siendo también seguidores del cómic, siempre hemos defendido, y ahí está la ‘hemeroteca’ para demostrarlo, que “TWD” no tenía por qué seguir a pies juntillas la obra original de Kirkman, y de hecho agradecíamos que no fuera así, pero sí que aprovechase sabiamente todo lo bueno, que es muchísimo, que tiene el material de partida. Y lo cierto es que la serie casi siempre ha funcionado razonablemente bien cuando se ha acercado a lo narrado en “Los muertos vivientes”, mientras que cuando ha aportado cosas de su propia invención bien han podido ser un hallazgo, o quedarse en reguleras o revelarse como un completo desastre. En términos generales, “TWD” ha ido transitando por el camino marcado por Kirkman y cumpliendo la hoja de ruta. Pero la serie nunca ha sido tan fiel al cómic, ha seguido tanto su argumento y se ha empapado más de su espíritu como en estos ocho últimos episodios. Es cierto que algunos personajes que murieron tiempo ha en las viñetas siguen vivitos y coleando en la ficción de la AMC, y a la inversa. Y otros que son pura invención de la serie se han ganado con creces su sitio en nuestros corazones, hasta el punto de que casi desearíamos, aunque en verdad no sea viable, que Kirkman los incorporase en su obra. Pero partiendo de ahí, siempre nos queda el recurso de sustituir unos roles por otros (valga como ejemplo Sasha, asumiendo parte de las tramas que originalmente le corresponderían a Andrea o Michonne). ¿Y qué nos importan algunos detalles, como que hayan cambiado de sexo al líder de Alexandria (Douglas por Deanna), si en todo lo demás la fidelidad es casi absoluta? Una fidelidad, a veces de forma literal y otra con simples guiños, que… ¡qué demonios, nos sabe a gloria! ¿O no nos recorrió a todos un escalofrío cuando Rick, por fin, pronunció la más célebre frase del cómic? Poco importa que, en la serie, el mensaje de fondo, el tono o el contexto fuesen en realidad muy diferentes:
Cuando era un niño le pregunté a mi abuelo si alguna vez mató alemanes en la guerra. No me quiso responder. Dijo que eran cosas de mayores, así que le pregunté si los alemanes alguna vez intentaron matarlo. Pero se quedó callado. Dijo que murió en el momento en que pisó territorio enemigo. Cada día se despertaba y se decía: “Descansa en paz. Ahora levántate y ve a la guerra”. Y después de unos años fingiendo estar muerto… consiguió salir con vida. Ese es el truco, creo. Hacemos lo que tenemos que hacer y entonces tenemos que vivir. Pero no importa lo que encontremos en Washington. Sé que estaremos bien. Porque así es como sobrevivimos. Nos decimos a nosotros mismos… que NOSOTROS SOMOS LOS MUERTOS VIVIENTES.
Con esta misma sentencia se cerraba el ya lejano tomo 4 (o el número 24) de “Los muertos vivientes”. Unas páginas que lo cambiaron todo y le dieron un nuevo sentido a la historia. Con mucha mayor vehemencia, y movido por una cadena de acontecimientos radicalmente distinta, el monólogo de Rick se correspondería en la serie más bien con aquella también legendaria «Esta ya no es una democracia» con la que se cerró la finale de la segunda temporada. Sí, es además muuuuucho más extenso en las viñetas, pero vale la pena recordarlo:
Las cosas han cambiado. El mundo ha cambiado. Y vamos a tener que cambiar con él. ¿Entendido? ¿Todavía creéis que os van a rescatar? ¿De veras? ¡No van a venir! ¡Pensadlo! ¡Ya ha pasado casi un año! Estamos solos, nosotros y este sitio. Es lo único que tenemos seguro. Si creéis que las cosas volverán a ser como eran… ¡olvidadlo! Nada volverá a ser como era. ¿Creéis que vais a volver a ver la televisión? ¿A ir al banco? ¿A ir a la compra? ¿A dejar a los niños en la escuela? ¡¿Alguna vez?! ¡Eso no pasará nunca! ¡Será mejor que aceptéis esa triste realidad, u os quedaréis sentados deseando que ocurra! ¡Podéis intentar seguir todas las reglas subnormales que jamás se han inventado para hacernos sentir que no somos animales… y os podéis morir! ¡Cambiaremos! Evolucionaremos. Haremos nuevas reglas. Seguiremos siendo humanos y buenos y nos preocuparemos los unos por los otros. Pero cuando llegue el momento, tendremos que estar preparados para hacer lo que sea necesario para salvarnos. ¡Lo que sea necesario! “Si matas mueres”. Eso probablemente es lo más ingenuo que he dicho nunca. En la mayoría de los casos, ahora, tal y como están las cosas, si matas… vives. Si queremos sobrevivir tenemos que adaptarnos a este mundo. ¿Me he vuelto un poco loco? Tal vez, pero también el mundo. ¿No queréis que sea el líder? Vale, no me importa. Me siento feliz sin la presión. Pero os digo una cosa ahora mismo. Haré lo que tenga que hacer para mantenernos a salvo. Lo que sea… Yo lo haré. Si queréis dejar de daros de cabezazos conmigo, si queréis que estemos todos a una, entended eso. Pero tenéis que dejaros de farsas. Tenéis que dejar de engañaros. Se acabó. Ésta es nuestra vida. No estamos esperando. No estamos aguardando el momento, esperando lo que venga. ¡O esperando que nos rescaten! ¡Esto es lo que tenemos! Lo que tendremos siempre. Si queréis que las cosas sean mejores, haced mejor este sitio. Tenemos que aceptar eso. (…) Ya somos salvajes, Tyreese. ¡Tú especialmente! En el momento en que metemos una bala en la cabeza de uno de esos monstruos no muertos, en el momento en que hundimos un martillo en su cara, o cortamos una cabeza, ¡nos convertimos en lo que somos! Y ya está. De eso se trata. Vosotros no sabéis lo que somos. Estamos rodeados de muertos. Estamos entre ellos… ¡y cuando por fin nos rindamos, nos convertiremos en ellos! Vivimos en tiempo prestado. ¡Cada minuto de nuestra vida es un minuto que les robamos! Míralos ahí fuera. Sabes que cuando morimos, nos convertimos en ellos. ¡Crees que nos escondemos tras los muros para protegernos de los muertos vivientes! ¿No lo entiendes? ¡NOSOTROS SOMOS LOS MUERTOS VIVIENTES!
Reconozco que yo siempre tuve algo de miedo, aunque al final creo que sucedió más tarde de lo debido, a abandonar en la serie el escenario de la cárcel. En el cómic, aunque sigan pasando cada cierto tiempo algunas cosas interesantes, sí hay desde ese punto en concreto una inevitable sensación de desinflamiento, incluso el propio Kirkman parece que va siendo arrastrado poco a poco por la apatía, más aún una vez establecidos en Alexandria… hasta la aparición de Los Salvadores liderados por Negan, ese villano que no sólo resucitará, y de qué manera, el cómic, sino que acabará dejando más huella en el imaginario colectivo que el mismísimo Gobernador. Ahí es nada. De momento, la serie, añadiendo algunas cosas de su cosecha, incorporando otras de las viñetas, ha acabado solventando razonablemente bien el tránsito entre la cárcel y Alexandria, y todo apunta a que la aparición del que sería el segundo gran antagonista de la serie puede estar también muy cerca. Ya hay incluso algunos rumores de casting que, de confirmarse, podrían dinamitar aún más la ficción. ¿Tendrán algo que ver esos Wolves que ya han asomado la patita en la season finale con Los Salvadores, o servirán solamente como un preámbulo? En cuanto a la celebrada aparición de Morgan y su parece que ya definitiva incorporación a la trama principal, yo prefiero ser prudente y confiar en que acabe teniendo más peso y trascendencia de la que, al final, tuvo en el cómic. Ahora tenemos meses y meses para hacer elucubraciones, que además son gratis. Mientras, en veranito, habrá que darle un tiento, por supuesto, a esa “Fear The Walking Dead” a la que uno intentará llegar con la mente despejada, sin demasiados prejuicios ni expectativas.
Recurro de nuevo a mi compañero Jorge, que defendía hace unos meses que «podemos exigirle a Gimple que se mantenga el buen tono exhibido desde que llegó al cargo y, si es posible, aunque a estas alturas quizás sea demasiado pedir, lime un poco más esos detalles, esas bajadas de tensión, esa irregularidad que impide que “TWD” sea siempre tan grande como debería». A mí modo de ver las cosas, la serie sigue sin ser perfecta, pero se ha acercado en los últimos tiempos mucho más a ese ideal. Siempre habrá quien no esté de acuerdo y no sitúe precisamente a esta quinta temporada entre sus favoritas. Y también, seguro, aquéllos que se hayan sentido defraudados por “Conquer”, una season finale más larga de lo normal en la que sin embargo no hubo demasiada pirotecnia, ni una batalla épica, ni hubo que hacer frente a la invasión de un rebaño de zombis, ni tuvimos que llorar la muerte de un personaje importante, ni, en definitiva, saltó todo por los aires. Y sin embargo, estuvo cargada de tensión(es) y sobrada de pistas y simbolismos, fue consecuente con el camino emprendido en este último tramo de temporada, y dejó las cosas muy bien situadas de cara a lo que esté por venir. Tomando la temporada en su conjunto, nunca es un reto fácil lograr el equilibrio a la hora de mostrar el apocalipsis interior y personal de los supervivientes, construir los vínculos que puedan unirles o enfrentarles y, mientras, no descuidarse y seguir lanzando una buena ración semanal de gore para mantener contentos a los paladares más exigentes. Y sin embargo, en bastantes momentos, se ha conseguido. De lo último, del gore, creo que hemos andado sobrados, así que poquitas quejas.
Después de semejante ladrillazo, me apetece cerrar, si me lo permiten, con dos frivolidades. La primera: por mucho que sus productores lo nieguen en redondo, “TWD” nos ha seguido dejando claro que tus posibilidades de sobrevivir al apocalipsis zombi se reducen considerablemente… si eres negro, ya seas una persona o un caballo. Y la segunda es más bien una petición a todos los showrunners y directores de casting del planeta: que Alexandra Breckenridge salga en TODAS las series. Háganme ese favor.
Una maravilla de review. Imposible no estar de acuerdo con todo lo que comentas, empezando por lo último: que Alexandra Breckenridge salga en TODAS las series.
De acuerdo contigo, en todo, esto va a mejorar y con el paso del tiempo ganaremos más audiencia por otra parte, lo de Alexandra lento pero seguro, cada vez me encanta su personaje me recuerda a Carol de las primeras temporadas solo que con un poco de mas carácter y ps se ha ganado al sheriff, pienso que puede darle un mejor papel que en su contraparte cómic, y su fans crecen también. Quiero a Alexandra Beck mas allá de la 6ta,7ma,8va,9no,10mo y más . :)
Chapó