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«The Americans»: espías como nosotros

30/04/2015

The Americans_Season3

Si tú, lector habitual de El Cadillac Negro, buscas una serie de TV a la que engancharte, ahora que algunas de las mejores ficciones que nos han acompañado durante años han echado o están echando al cierre, una que ya lleve temporadas suficientes como para garantizar que no se trata de una de esas flores de un día que empezaron siendo prometedoras y fueron desinflándose poco a poco, pero que tampoco sea tan longeva como para que la pereza de enfrentarte de golpe a un considerable puñado de capítulos ponga la empresa demasiado cuesta arriba, quizás deberías darle una oportunidad a “The Americans”. Si, por el contrario, ya la conoces y has seguido su recién concluida tercera temporada ya sabes que estamos ante algo relevante. El programa de FX fue una de las revelaciones de hace un par de años (aquí llegó a entrar en nuestro top de favoritas de 2013) pero, pese a las alabanzas de la crítica, ni el público mayoritario ni los premios televisivos le han hecho demasiado caso a un producto que ha cumplido su mayoría de edad como una de las ficciones más consistentes del panorama actual. No estamos ante una obra maestra pero sí se trata de un entretenimiento inteligente y moralmente ambiguo que difumina la la línea que separa a buenos y malos, y en el que el retrato y desarrollo de los personajes se coloca siempre por encima de unas tramas de espionaje perfumadas con el aroma añejo de los disfraces, los micros ocultos y la tecnología obsoleta de los primeros 80.

Cuando surgió “The Americans” muchos la compararon con la en ese momento incontestable “Homeland”, sobre todo por aquello de compartir el género de espías, pero lo cierto es que la serie de Joe Weisberg y Joel Fields poco tenía que ver entonces con la de Showtime y a estas alturas ya mucho menos, aunque los Jennings, dos agentes de la KGB infiltrados en Washington a finales de la guerra fría fingiendo ser un matrimonio modelo con dos hijos adolescentes integrados felizmente en el modo de vida capitalista, ha sido siempre el motor del show. Las aventuras deudoras de las novelas clásicas de espías de John Le Carré, Graham Greene o el mismo Ian Fleming de James Bond, siempre han convivido con un estudio cada vez más acentuado de los dilemas de sus dos protagonistas, Elizabeth y Philip, tanto en su faceta de matrimonio de conveniencia en aras de un bien mayor que se esfuerza conmovedoramente por sentirse verdadero, como en su vertiente de padres atrapados entre el amor que le deben a una tambaleante madre patria y el que le profesan a unos vástagos ajenos a la peligrosísima realidad en la que se mueven sus progenitores.

“The Americans” equilibra admirablemente la intriga política y las operaciones sobre el terreno (siempre a la antigua usanza de los sobrios thrillers setenteros; casi nunca demasiado efectista ni frenético) con el drama interno de sus personajes, cruza y descruza tramas con pausa y paciencia, confía ciegamente en la labor de un elenco interpretativo que en conjunto no baja del notable y pone mimo y detalle en la recreación de la tensa y gris atmósfera de la América de Reagan en una época inmediatamente anterior el estallido colorista de la MTV. A Weisberg y Fields se les puede reprochar una tendencia quizás demasiado acusada a acumular sub-argumentos que terminan pesando en el global menos de lo que en un principio pudiera parecer; o que resulte poco creíble que los Jennings, por muy super-espías que sean, puedan lidiar con tantísimos frentes abiertos, tanto profesionales como domésticos, a lo largo del día sin que el estrés les termine llevando a las puertas de una casa de reposo; pero eso no debería impedir disfrutar de una de las series que mejor sabe enfrentar a sus protagonistas con conflictos emocionales y decisiones éticas de una intensidad poco frecuente en la TV actual.

The Americans_Philip_Elizabeth

(ALERTA SPOILER: Prohibido leer a partir de aquí sin haber visto hasta “March 8, 1983”, el último capítulo de la tercera temporada)

El show ha sido sólido desde su primera temporada y apenas ha experimentado subidas o bajadas pronunciadas, pero en la tercera tanda es mucho más profundo e interpreta los códigos del thriller psicológico de una forma mucho más delicada, sutil y poderosa. Si la segunda season puso el acento en el instinto protector de los Jennings sobre sus hijos, especialmente sobre una Paige cada vez más alerta ante las extrañas idas y venidas de sus padres, y concluía con un cliffhanger que abría nuevos interrogantes en las conciencias de sus protagonistas –la intención de la KGB de reclutar a la hija mayor para la Causa-, la tercera temporada ha pivotado primero en torno a las tensiones entre Elizabeth y Philip respecto a cómo manejar las presiones de la Central respecto a Paige, y después sobre el terrible descubrimiento de la verdad por parte de ella. Elizabeth siempre ha sido el vértice más duro y leal al régimen soviético, así que no es de extrañar que, pese a su lucha interna, crea que sincerarse ante su hija y posiblemente reclutarla sea el paso correcto, pero Philip antepone su instinto protector y rechaza que su arriesgada vida de agentes dobles sea el futuro que su niña merece. Al fin y al cabo, su compromiso con la patria ya ha flaqueado antes, y siempre ha priorizado la seguridad de su familia por encima de todo.

The Americans-Philip-Paige-Elizabeth

Toda esa tensión entre voluntades encontradas en torno a Paige es administrada con sabiduría por el show hasta que estalla en “Stingers”, el capítulo en el que caen las máscaras de los Jennings en una secuencia brillantemente dirigida y actuada especialmente por la joven Holly Taylor, cuya conmovedora labor es determinante para dar credibilidad al enorme peso con el que debe lidiar una adolescente que de repente descubre que todo lo que creía saber sobre su familia y sobre ella misma es una mentira que además no puede contarle a nadie. Los responsables de la serie juegan modélicamente hasta la season finale con la incertidumbre (de Elizabeth y Philip, pero también del espectador) ante la reacción de Paige tras su descubrimiento de la verdad; la ira, el miedo, la confusión y la desconfianza iniciales, la sensación de sentirse una prisionera en su propia casa, el intento de comprender mejor su pasado con el viaje a Berlín junto a su madre para despedirse de la abuela moribunda, y la asunción final, implícita en su llamada al reverendo Tim, de que aceptar las condiciones de sus padres y de un régimen que les impuso sacrificios tan brutales la convertirían en algo que ella no es y que definitivamente no quiere ser.

Siempre ha existido la sensación de que “The Americans” se construye sobre la premisa de que las identidades secretas de los Jennings deben permanecer así, secretas, y que una vez éstas sean descubiertas por el agente Stan Beeman la serie enfilará su final. Aunque no tiene por qué ser de esta manera (personalmente me gusta imaginarme la posibilidad de ver en algún momento a Philip actuando como agente triple en contra del régimen soviético), tampoco tengo la impresión de que vaya a ser el reverendo Tim quien haga saltar la banca. Más bien espero un negro futuro para él, de consecuencias imprevisibles para el triángulo Philip-Elizabeth-Paige.

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Pero el conflicto con Paige no es el único que apesadumbra a un Philip que está desmoronándose anímicamente, como bien advierte Gabriel, el nuevo enlace entre la pareja de espías y la Central interpretado con gran autoridad moral y calidez por Frank Langella. El cabeza de familia de los Jennings cada vez lleva peor las atrocidades que la fidelidad al régimen les obliga a cometer. Su efectividad como agente de campo sigue estando fuera de toda duda, pero el número de víctimas colaterales empieza a pesar demasiado y cada vez encuentra más difícil encontrar justificaciones para lo que hacen. En esta tanda ha tenido que empaquetar el cuerpo de la camarada Annelise en una maleta –una escena especialmente gráfica e impresionante-, seducir a una adolescente que bien podría haber sido su propia hija y que necesitaba más una figura paterna que un amante madurito, y asesinar a sangre fría a un pobre e inocente informático del FBI, entre otros avatares que incluyen el descubrimiento de un hijo en Afganistán. Como muchas de las grandes series de la Edad Dorada de la TV (desde “Los Soprano” hasta “Breaking Bad”, pasando por “The Wire” o “Mad Men”), “The Americans” pretende que el espectador simpatice, o al menos llegue a comprender, a unos personajes cuyos comportamientos son moralmente censurables, y ciertamente no podemos evitar sentir cierta afinidad con alguien como Philip –asesino, manipulador, mentiroso- porque su dolor y frustración es palpable, y en eso tiene mucho que ver el sensacional trabajo de un Matthew Rhys que de haber justicia ya debería estar optando a los grandes premios. Tampoco desmerece la labor de Keri Russell, pero su Elizabeth esconde mucho más sus emociones y nunca olvida el sentido último de todo lo que hacen.

the-americans-mail robots

En una larga y agónica secuencia de “Do Mail Robots Dream of Electric Sheep?” una entrañable señora mayor se cruza con los Jennings en el lugar y el momento equivocados, y hay un instante en el que todos –ella, Elizabeth y nosotros- sabemos que su suerte está echada. Elizabeth ha tenido tiempo de escuchar a la mujer rememorar la historia de su vida y es palpable que la espía tiene remordimientos por lo que va a hacer, pero eso no será un obstáculo para cumplir su misión. “Do you think doing this to me will make the world a better place?”, pregunta la señora, resignada a su triste destino. Elizabeth contesta “I’m sorry, but it will”. “That’s what evil people tell themselves when they do evil things”, replica finalmente la anciana, pero Elizabeth no reconsiderará su decisión en ningún momento; en sus actuales circunstancias Philip quizá se habría planteado otra solución.

El binomio formado por Rhys y Russell es la mayor fortaleza de la serie, y quizás en esta temporada no haya habido un momento más significativo en ese sentido que la extracción molar de urgencia que Philip le tiene que practicar a Elizabeth, no solo por la angustiosa tensión de la escena, sino por lo mucho que logran transmitir ambos intérpretes con gestos, miradas y gemidos, sin necesidad de pronunciar una sola palabra. El resto de personajes de la serie palidece ante ellos, pero si ha habido uno que esta temporada ha destacado especialmente y ha robado el show casi en cada una de sus intervenciones ha sido Martha Hanson, la secretaria del FBI secretamente casada con Clark, el más memorable de los alter-ego de Philip. El descubrimiento del micrófono oculto en la oficina de Frank Gaad la colocó en una situación complicadísima, de amenaza latente, que aún se incrementó más al revelarse la verdadera identidad de su marido, culminada con esa potentísima secuencia en la que Clark se desvanece para dejar solo a Philip con la que terminaba “I am Abassin Zadran”. Espectacular trabajo durante toda la tanda de Alison Wright, y una lástima que la season finale no resolviese o dejase en el aire una de las subtramas más poderosas del año.

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En realidad, ese quizás sea uno de los flancos débiles de “The Americans”. Hay tantas líneas argumentales superponiéndose, tantas idas y venidas de personajes durante toda la temporada, que a veces no es todo lo efectiva que debería. Por ejemplo, la historia de la joven Kimberly y el dilema que le suponía a Philip tener que seducir a una menor deparó instantes muy sugerentes a mitad de la season, pero terminó abandonada y sin una resolución apropiada. La subtrama de Elizabeth con Lisa, su operativo en Northrop, nunca llegó a tener ni el timing ni el interés adecuado y también quedó sin rematar. Todo lo relativo a la Rezidentura careció en esta ocasión del punch que exhibía cuando Nina Sergeevna actuaba como agente triple, y el mantenimiento de este personaje en la serie solo se justificaría si más adelante volviese a ser una pieza crucial en el tablero Washington. Con Nina tratando de sobrevivir en Moscú, el agente Stan también ha brillado menos en una temporada que se ha pasado lamiéndose las heridas que le ha infligido la pérdida al unísono de su amante y de su familia y formando una curiosa asociación con Oleg Burov que al final tenía truco. En definitiva, el problema de “The Americans” no es tanto un exceso de misiones de los espías (al fin y al cabo son necesarias, este año cubriendo operaciones relativas a Afganistán y Sudáfrica, y aportan un saludable dinamismo que tanto aligeran como potencian la carga emocional de la serie) como un superávit de tramas secundarias y terciarias, en algunos casos mal cerradas, que si fuesen podadas probablemente ayudarían a enfocar mejor las principales y revertería en beneficio del show.

The Americans-Nina

Es de suponer que parte de esas historias inconclusas tendrán continuidad en una cuarta temporada, pero sorprende mucho que en una época en la que la continuidad de una serie depende tanto de sus índices de audiencia Weisberg y Fields se arriesguen a jugar sus cartas tan a largo plazo. “March 8, 1983” habría sido una series finale bastante poco apropiada si FX hubiese decidido cerrar el grifo, y con las cifras en la mano (la serie se mueve en torno a un discreto millón de espectadores) tampoco habría sido de extrañar la cancelación. Por suerte para el show y para sus seguidores, los finales de “Justified” y “Sons of Anarchy” probablemente hayan convencido a la cadena para mantener en antena un producto que le otorga prestigio de marca independientemente de los números. En cualquier caso, las posibilidades argumentales de la serie siguen siendo enormes, incluyendo entre ellas algún giro drástico que pudiera cambiar para siempre el status quo de sus principales personajes. A estas alturas no albergo dudas de que los responsables del show sabrán mantener la línea de insultante regularidad que han llevado hasta ahora. Si además de eso logran pulir algunas de las imperfecciones ya comentadas, “The Americans” podría llegar a subir de notable alto a sobresaliente.

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5 comentarios leave one →
  1. 01/05/2015 1:38

    Me la apunto para cuando acabe de ver la última temporada de Justified

  2. EvaRg permalink
    27/07/2015 23:03

    La serie ess genial, la sigo desde el primer dia. Pero tengo que decir que no estoy para nada de acuerdo contigo, respetuosamente, sobre el exceso de lineas argumentales. Estamos demasiado acostumbrados a la narrativa habitual americana, de normal plana y sosa, con pocos matices y pocas lineas. Las series tienden a ser conservadoras, y para que rizar el rizo si esto me funciona. En este caso arriesgan y la mayoria de las veces ganan. No todas las lineas argumentales tienen el mismo peso, claro esta, pero todas sirven a esa atmosfera enrarecida y aprisionante que te ayuda a entender mejor a los personajes y su kaos mental. Por otro lado, coincido en que es de las pocas series con adolescentes que no odio desde el minuto uno.

  3. JMMNAMOR permalink
    07/12/2015 2:18

    Excelente análisis para una excelente serie. No puedo estar más de acuerdo con lo dicho.

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