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«Toro», Luis Tosar y el gran momento del ‘thriller’ español

05/05/2016

 

toro Luis Tosar Mario Casas

Ya hablamos hace dos años, cuando comentábamos la infame «La ignorancia de la sangre» como una excepción a la saludable regla, que el ‘thriller’ se había convertido, como lo fue el cine de terror en pasadas temporadas, en la gran tabla de salvación de la industria del cine español. Comentábamos entonces el emocionante duelo vivido entre «La isla mínima» y «El niño». Bien, pues no estábamos equivocados. La tendencia ha continuado y se ha expandido con éxito en la temporada 2015/2016. La reciente «Toro» ha seguido la estela dejada semanas antes por «Cien años de perdón» y que comenzó el pasado septiembre «El desconocido», tres lanzamientos que han logrado recibir -con sus correspondientes matices- parabienes tanto de crítica como de público y que pasamos a analizar a continuación.

Pese a sus notables diferencias, este trío ganador tienen indudables puntos en común que constituyen la columna vertebral de este auge de un género que nunca ha dejado de ser bien recibido por el público. El más esencial: las tres están apoyadas por las dos grandes potencias audiovisuales patrias: Mediaset («Cien años de perdón») y Atresmedia («Toro» y «El desconocido»). La inmejorable plataforma promocional de la que disponen ambos grupos a través de sus canales hace primero que -y esto no es nada baladí tratándose de cine español- el espectador conozca de la existencia de la película en cuestión y después -expuesto a repetidas recomendaciones- que al menos albergue una cierta curiosidad por el producto. Asimismo, su apoyo económico permite que los cineastas tengan un presupuesto cuanto menos digno -y esto tampoco es nada baladí en la cinematografía nacional- para que el resultado luzca, sea atractivo y desaparezca ese sempiterno agravio comparativo con la espectacularidad hollywoodiense. Este mismo dinero permite la contratación de un sólido grupo actoral que genera un doble beneficio: el que logra la propia producción mediante la credibilidad o la popularidad, o ambas cosas a la vez, que los intérpretes aportan y el que consiguen los propios actores, ya sean consagrados o aspirantes a serlo, al tener una exposición al gran público que apenas obtendrían en otras circunstancias. Estos recientes éxitos están reformulando un actual ‘star system’ nacional en el que destacan nombres como los de Mario Casas, Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez, José Coronado o Jesús Castro pero en el que el indiscutible rey es Luis Tosar, ahora mismo, y ante la ‘excedencia’ que parece haberse tomado Javier Bardem, el mejor actor español. Tosar aparece en los tres filmes -ya sea como protagonista absoluto o como ilustre secundario- y en su carisma y respetabilidad basan éstos buena parte de sus virtudes. Asimismo, por muy internacional que sea su factura, ninguna de estas producciones son ajenas a la realidad más cercana. Lejos del escapismo al que muchas veces tiende este género, la crisis económica española y sus devastadores efectos en la sociedad son parte integrante, de forma muy clara o veladamente dependiendo del caso, de unas tramas que logran reforzar en el espectador el principal punto fuerte diferencial que puede tener la industria española: el de la identificación. Por último, todas ellas huyen del ‘centralismo’ que supone la dictadura ejercida por grandes urbes como Madrid y Barcelona a la hora de servir de escenarios y se decantan por zonas importantes pero menos habituales como la Costa del Sol, Valencia o A Coruña.

Comencemos el repaso por la más descollante de este terceto: la flamante «Toro». Largo tiempo hemos esperado los admiradores de «Eva» (2011) -uno de los mejores y más sugerentes filmes del reciente cine español- el regreso de Kike Maíllo. Un servidor enseguida relacionó al autor de esa excelente ‘ópera prima’ con ilustres precedentes como Alejandro Amenábar o Juan Antonio Bayona y esperaba que continuara sus pasos como nuevo ‘niño prodigio’ para el gran público. Y Maíllo ha decidido huir de la previsibilidad en su segundo filme y se ha colocado mucho más cerca, para entendernos, del «Abre los ojos» amenabariano que de «Lo imposible». De repente, el barcelonés ha virado de la ciencia ficción humanista de su debut hasta caer en los brazos del ‘thriller’ más moderno, sofisticado e irreverente del panorama internacional en «Toro», una obra absolutamente única en el panorama español. Huyendo de la comercialidad más evidente y de las pretensiones veristas, su nuevo proyecto aúna influencias tarantinianas con el Michael Mann más estilizado (el de «Collateral», por ejemplo), el Andrew Dominik de «Mátalos suavemente», los hermanos Coen de «No es país para viejos» y, sobre todas las cosas, del Nicolas Winding Refn de «Drive», situándose así mucho más cerca de la irrealidad y aire mítico del cómic que del naturalismo que pretenden otras obras nacionales.

Toro Mario Casas

Como ha venido haciendo Pedro Almodóvar desde sus inicios, Maíllo logra aportar un sello distintivo al mezclar ese ‘look’ de rabiosa actualidad internacional con los elementos más reconocibles de la España más prototípica y racial (los toros, la Semana Santa, las imágenes religiosas y ese nada velado homenaje a «Jamón, jamón» ), configurando un fascinante imaginario visual que brilla por todo lo alto en ese auténtico ‘tour de force’ que supone la hipnótica secuencia final en un complejo hotelero, en la que es palmaria la influencia del cineasta danés.

Sin embargo, todas estas virtudes acaban chocando con lo esencial. El gran éxito de «Drive» fue que, además de deleitarnos con una propuesta estética fascinante, seguíamos con el corazón en un puño el devenir de unos personajes carismáticos y con gran hondura psicológica. Sin embargo, «Toro» gasta seguramente demasiada energía en deslumbrar a nuestros ojos y demasiado poca en potenciar una trama absolutamente clásica de redención y determinismo sobre un estrecho colaborador de un ‘capo’ del crimen organizado que busca salir de ese tortuoso mundo para poder llevar una vida convencional con su amada. Mario Casas, pese a dar perfectamente el tipo físicamente y su innegable esfuerzo, es incapaz de brillar ante un personaje excesivamente plano, al igual que un Tosar que, pese a disfrazarse del duro Nick Cave, cuenta con un rol más cercano en esencia al de aquel ‘beautiful loser’ Fredo de «El Padrino», aunque a años luz de su magia. Sí que descolla un perfecto José Sacristán, comodísimo como Romano, una entrañable mezcla entre la clase de un Vito Corleone y el surrealismo cañí de Justino, aquel asesino de la tercera edad. Ese insatisfactorio desarrollo de personajes y trama desdibuja aportes tan interesantes como ese metafórico contrapunto que aportan los noticiarios que retumban contando las tragedias de la crisis económica en un entorno meramente fantástico y hace que «Toro» no llegue a ser esa película de referencia a la que apuntaba para quedarse en un muy digno intento. Tiempo tiene Maíllo para desquitarse.

toro-jose-sacristan-pelicula

Jorge Guerricaechevarría es el gran protagonista de la ambiciosa y clásica «Cien años de perdón». El guionista avilesino, compañero imprescindible de fatigas de Alex de la Iglesia, se ha convertido, sin duda, en uno de los ‘grandes’ del cine español y una figura clave en su renovación desde los años noventa, con una filmografía repleta de éxitos. Sin embargo, todo maestro es capaz de hacer un borrón. Ya en la vibrante «Celda 211» un gratuito e improbable gesto del personaje encarnado por Antonio Resines, metido con calzador para poder justificar la parte final de la trama, hacía tambalear la credibilidad de un filme más que notable. En «Cien años de perdón», lujosa coproducción hispano-argentina, es la inclusión de un personaje poco adecuado lo que hace zozobrar el rumbo del filme. Aportando un tono cómico que desentona con la pétrea sobriedad de la propuesta, sólo existe para realizar una acción tan poco creíble como clave para que el argumento se complique y adquiera nuevos alicientes en su segunda parte. Un daño colateral quizás demasiado gravoso. Una lástima, porque el resto del trabajo de Guerricaehevarría en la cinta es, sencillamente, monumental. El filme comienza como un representante más de ese subgénero tan clásico y poco utilizado últimamente como es el de los atracos de bancos (ahora es el banco el que atraca…), un representante que utiliza sabiamente sus códigos, logra verosimilitud con sus impecables diálogos, aprovecha admirablemente situaciones como una pertinaz tormenta -fundamental tanto en el desarrollo del argumento como en la oscura ambientación- y hace vibrar con un ritmo siempre sostenido y en aumento. Pero el libreto no se conforma con quedarse ahí; a partir de un determinado momento la trama extiende sus alas para tocar las más altas esferas políticas y condensar en uno muchos de los casos de corrupción que nos hemos acostumbrado a ver diariamente en los informativos. Su gran, inmensa virtud es que este incremento de las ramificaciones consigue aumentar notablemente el interés y la tensión sin que por ello se complique innecesariamente ni el espectador pierda el hilo, gracias a un equilibrio de orfebre y a una fluidez de maestro.

Cien_anos_de_perdon-Luis_Tosar

Daniel Calparsoro, una de esas grandes promesas autorales de los años 90 que han tenido que hacer virar su trayectoria hacia terrenos más comerciales, no hace más que sumar con su fuerza visual y su experiencia a una película que descansa sobre un extenso reparto digno de ‘All Star’. Esta vez Tosar, espléndido en su contención, mantiene un vibrante duelo con esa fuerza de la naturaleza que es Rodrigo de la Serna, mientras que grandes nombres como José Coronado, Raúl Arévalo, Luis Callejo y Patricia Vico mantienen muy alto el nivel con unos roles secundarios pero vitales; estando un poco más apagada la siempre reivindicable Marian Álvarez, que parece mucho más a gusto en personajes de largo recorrido. Vibrante, profunda, excelentemente realizada, si no fuera por el inconveniente antes descrito «Cien años de perdón» sería uno de los mejores ‘thrillers’ jamás hechos en este país. Aún con él, será uno de los grandes filmes españoles del año y seguramente el mejor representante de su subgénero desde aquel «Plan oculto» de Spike Lee.

Mas modesta en sus intenciones era «El desconocido», que comenzó allá por las postrimerías del pasado verano esta nueva oleada del género. Enmarcada en esa ramificación ‘one man show’ que ejemplificaron perfectamente la reciente «Locke» -analizada aquí por mi compañero José Manuel- , «Última llamada» o la clásica «El diablo sobre ruedas», la ‘ópera prima’ del muy prometedor Daniel de la Torre no deja salir de su coche a Carlos, un ejecutivo de banca, y a sus dos hijos ante la amenaza de un ‘desconocido’ de que si el progenitor se levanta de su asiento hará explosión un artefacto colocado debajo. Este es el eficaz, aunque no muy original, pretexto que utiliza De la Torre paga coger la vida de su protagonista, ponerla patas arriba en poco más de hora y media y, de paso, denunciar unos cuantos de los muchos males de esta frenética sociedad que habitamos.

El desconocido Luis Tosar

Absorto en su ‘misión’ de hacer más y más ricos a sus jefes, aún a costa de hacer más y más pobres a sus clientes, Carlos es forzado a despertar durante su involuntario encierro, dándose cuenta primero de que, entregado a la esclavitud de las rutinas diarias, apenas ya conoce a su familia, a la que ha descuidado, y, segundo, de que sus dudosos actos laborales -disfrazados en forma de estrategia comercial agresiva- tienen sus inevitables consecuencias. El cineasta nos embarca así en un doble viaje -frenético el exterior al que está obligado el coche, intenso el que se desarrolla en la mente del protagonista-  en el que, además, tiene tiempo de exponer su cabreo con un asunto tan actual como es la estafa de las acciones preferentes con la misma visceralidad que la de la argentina «Relatos salvajes», aunque con bastante menos de su gracia. El gran oficio de De la Torre, la mano experta en el guión de Alberto Marini y un excelente montaje, galardonado con un Goya, serían factores irrelevantes si no descansaran sobre los poderosos hombros de un Tosar, esta vez absolutamente protagónico, inmenso. Los mismos límites que se autoimpone «El desconocido» hacen que tenga que tomarse unas cuantas licencias bastante improbables para intentar dar nuevos alicientes a su trama y alcanzar un metraje convencional -cuando su duración ideal no debiera sobrepasar la hora-  , Sin embargo, su agradecida falta de pretenciosidad hace que la perdonemos. A diferencia de sus dos compañeras de post, «El desconocido» sólo busca ser un entretenimiento -concienciado pero entretenimiento al fin y al cabo- y eso lo consigue con creces.

Como hemos podido comprobar, esta cosecha no se ha visto coronada con una maravilla como «La isla mínima» como ocurriera hace dos años, pero este trío de referencias conforma un conjunto muy sabroso y variado que sigue mostrando el camino para el cine español: queda claro que el público no tiene olvidada a su cinematografía, cuando el buen hacer industrial se une a la calidad artística es muy extraño no desembocar en el éxito.

 

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