Buenas Noches Rose: la historia de un coitus interruptus
Esta es la historia de un grupo que rozó con la punta de los dedos la gloria, la historia de una banda que en una ascensión fugaz quemó rápidamente todos los tópicos del rock ‘n roll para a continuación, con más urgencia si cabe, caer en el olvido y ser hoy en día uno de los nombres de culto de la escena rock nacional. «Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver». Esta es la historia de Buenas Noches Rose, un grupo madrileño que en la segunda mitad de los 90 pareció tener todo lo necesario para ocupar el trono del rocanrol español pero que justo en el momento de dar el paso, se desvaneció. Esta es la historia de cinco chavales a quienes, cuando el casi inalcanzable sueño de vivir de la música se les iba a hacer realidad, se les esfumó ante sus ojos. Contamos la historia rápidamente. Nos encontramos en Alameda de Osuna, un barrio de Madrid en el que durante cierta época se vivió cierto movimiento musical más o menos importante, al menos proporcionalmente a su tamaño. Allí, en 1992, se juntan cinco tipos para dar forma a Buenas Noches Rose (Jordi Skywalker a la voz, Alfa y Rubén Pozo a las guitarras, Juanpa al bajo y Rober a la batería). Rápidamente empiezan a asaltar las salas de conciertos a golpes de versiones hasta que fichan por una pequeña discográfica (Discos Madison) y publican en 1995 su primer trabajo, titulado también «Buenas Noches Rose». Tras un inesperado éxito (7.000 copias vendidas), el camino hasta la grabación del segundo disco, «La danza de araña», con nueva compañía (BMG/Ariola), resulta cuanto menos tortuoso y accidentado, a pesar de contar con bastantes más medios y experiencia. El trabajo vende la mitad que el anterior, la discográfica deja de confiar en la banda y el vocalista abandona la formación. Con el grupo hecho añicos, sin compañía y sin un duro, buscan una última salida autoproduciéndose y autoeditándose «La estación seca», con Alfa tomando las labores de vocalista. El álbum artísticamente cumple, pero comercialmente no es más que la confirmación del final de la carrera de un grupo que explotó antes de tocar su techo.
Tras su disolución, Jordi Skywalker seguía autoexiliado en el campo viviendo de la tierra, con su hijo recién nacido y con su burro, mientras que paradójicamente algunos integrantes de la banda conocieron el éxito en mayor o menor medida con otros proyectos. Así, Rubén Pozo se dio un baño de masas con Pereza, una propuesta que siempre estuvo en entredicho por los «guardianes del rock ‘n roll», y Alfa también obtuvo una repercusión más o menos interesante con Le Punk, una banda en la que el rock se nutría de influencias swing, mediterráneas y balcánicas. En la actualidad, ambos luchan por sacar adelante su aventura en solitario, con bastante menos éxito que en sus anteriores formaciones. Jordi Skywalker, tras su retiro, también probó suerte con un disco de «rock agrícola» que pasó muy desapercibido. Y mientras tanto, la leyenda de Buenas Noches Rose no ha hecho más que crecer y hoy en día gozan de bastante más seguidores que en su momento de más éxito allá por los 90. Por lo tanto, dada la situación de cada uno de sus integrantes y el palpable deseo de su vuelta en sus seguidores, no descartemos un regreso para darle una segunda oportunidad al grupo, y es que hasta el mismo Alfa ha asegurado que «algo tendrá que pasar». Aunque seguramente su momento real quizás fue otro, un breve suspiro en el que dejaron tres álbumes notables, con pasajes sobresalientes, y que a continuación analizamos con más detalle.
Una vez bocetada su historia, adentrémonos en lo realmente importante, sus canciones, muy pocas lamentablemente, pero esa fugacidad hace que ya su debut sea un disco cojonudo que desde sus primeros acordes pone el listón alto. Así, «La leyenda del lobo cantor», tras unos segundos introductorios con ecos, tambores y coros tribales, presenta rápidamente los guitarrazos que no cesarán a lo largo del trabajo y una voz tremendamente personal. La letra está inspirada en un texto de de George Stone, y en ella se plasma una de las inquietudes del grupo: la naturaleza y la relación del hombre con ella. Y a continuación, su auténtica carta de presentación; compartiendo título con el grupo y con el disco, el primer single se revelaba como un descarado pelotazo, una declaración de intenciones fresca y rabiosa, abriéndose con la voz de un niño que canta el estribillo («Sí, sí, meneo mi guitarra, rompo lo que quiero, yo soy el que paga; sí, sí, muevo la baraja, todo pal bolsillo, siempre por la cara!»), para a continuación un «yeah» casi demoniaco empastar con las cuerdas afiladas, y segundos después entrar la voz de un Jordi Skywalker más chulesco que nunca. Aquí están los jodidos Buenas Noches Rose. El ritmo no bajaría con las tres siguientes composiciones, la antisocial «La granja», la nuevamente reivindicativa «Los chicos del coro» y la sexual «Una noche más». A mí a estas alturas ya me tenían rendido. A pesar de que las labores de líder, sin haberles visto en directo, quedaban más que evidentes en la figura de un vocalista con una personalidad arrollante, las guitarras de Alfa y Rubén son la otra parte fundamental, siendo además ellos los compositores de unas canciones que respiran espontaneidad, juventud y carácter, sonando frescas y ligeras, a pesar de la crudeza de ciertas letras. La primera parada llega con «Del mismo modo», una balada en la que juguetean con las palabras y que va ganando intensidad hasta dejarte casi exhausto con un desarrollo más intenso y duro que lo mostrado hasta entonces.
La energía inicial se recupera con «Sentado en el barro», el que fuera segundo single, un temazo de pegadizo estribillo, y se mantiene con «Diez palabras de amor», otra canción directa y efectiva («Y escribí con saliva y carmín en mi voz diez palabras de amor. Las vendí por un poco de alcohol y ahora sé, ahora sí, he perdido el control»). Una de las canciones que más desapercibido pasa quizás sea «Flor de espinas», una letra inocente y simple donde destaca eso sí los cambios de tempo y los desarrollos instrumentales, intuyendo por donde iría la evolución del grupo en su segundo disco. Con «Tiempo perdido» confirman que no son únicamente un grupo de pelotazos rock ‘n roll, acercándose aquí a los Led Zeppelin más acústicos (una versión más eléctrica de este corte se esconde como ghost song al término del álbum). El disco se cierra con una pareja de canciones de nuevo mostrando su vertiente más descarada, tanto musicalmente como temáticamente, en una loa a los «buenos humos» y a las sustancias alucinógenas, las irresistibles «El duende del fuego» y «Hablando con las plantas», tema este del que incrustamos vídeo de una actuación en la Sirico de Madrid y en la que se puede comprobar que ya el escenario se le quedaba pequeño al huracán Jordi Skywalker.
«LA DANZA DE ARAÑA»
(1997)
El disco de debut funcionó muy bien, se les escuchó en las emisoras de radio, dieron muchísimos conciertos, firmaron por una multinacional, tuvieron a su disposición un gran presupuesto para su segundo trabajo, que resultó el alucinante «La danza de araña», y ahí se acabaron las buenas noticias. Pero analizando este álbum, se celebra una apertura de estilos, abrazando el blues en muchos de los temas, cortes que por otro lado son bastante más oscuros, con pasajes muy duros tanto en letras como en arreglos. Unos versos a capela acompañándose de una armónica introducen «La araña», pelotazo rock que se muestra como la perfecta continuación y evolución de lo escuchado hasta entonces. La línea continúa con «Espíritu de la carretera», quizás la canción más acelerada de su discografía. Pronto se confirma que la madurez se ha adueñado tanto del sonido como de las letras, mucho más surrealistas, simbólicas y complicadas. Así «Rosa I» es un canto a ciertas sustancias, casi un canto de amor y dolor, en un cojonudo blues inédito hasta ahora pero en el que se mueven a la perfección. La vena más hard del grupo reaparece en «Madre», con la que desaparece de un plumazo cualquier atisbo de buenrrollismo que pudiera quedar del anterior álbum. Los pasajes blues vuelven a asomarse en «Marrón». Realmente, no es complicado imaginar las caras de los dueños de su nueva compañía al escuchar por primera vez estas canciones, caras de asombro y cabreo seguramente, caras de «¿Qué coño hacemos con esto?».
«Campanilla» fue el tema elegido como single, y realmente es la más parecida al tono del disco de debut, una canción más ligera, con más aire, menos intensa. Sin embargo, ni aun así logró funcionar a nivel radiofónico y popular como se esperaba. Y en contraposición, «No me importaría morir descuartizado entre tus manos estimada hermana (presidenta) (pero)», título imposible que adelanta una canción complicada pero maravillosa, comenzando con unos versos tranquilos con acústica, introduciéndose luego más instrumentos pero siempre en clave folk, para irremediablemente explotar en su tramo final. A continuación llega «Rosa II», la segunda parte de un gran blues desgarrado, de nuevo en alusión a las «amantes prohibidas» («Y me he enganchado al polen, que hay en su saliva, es duro darse cuenta que no te necesitan»). Encarando el tramo final, «Hombre de arena», de nuevo musicalmente más cerca de su ópera prima, aunque con una armónica que sigue dejando aportes sureños. Las dos últimas canciones podrían ser las mal-llamadas más maduras del disco, con desarrollos muy trabajados, con una energía contenida y con unas letras más crípticas que nunca. Así, «La bruja» y, sobre todo, «Dulce roncanrol» dejan el listón bien alto, con las expectativas por las nubes, intuyéndose (erróneamente) un futuro más que prometedor. Como documento gráfico de este momento dejamos una grabación en la madrileña sala Caracol de una intensa «Rosa II».
«LA ESTACIÓN SECA»
(1999)
Pero lamentablemente las cosas no siempre siguen su cauce previsto y, después de una tormentosa grabación de «La danza de araña» y de un frustrante resultado comercial, Jordi Skywalker abandona la formación sorpresivamente y la compañía rescinde unilateralmente el contrato con la banda. En un intento por resucitar de las cenizas, el grupo logra sacar a la luz una tirada de apenas 2.000 ejemplares de su tercer disco, «La estación seca», lo que les sirve para saldar deudas y dar por finalizada la aventura de la forma más decorosa posible. El disco, donde toma la voz Alfa, se presenta con un sonido más clásico, con algunas muy buenas composiciones pero con más canciones medias de lo acostumbrado en los anteriores álbumes, echándose indudablemente en falta la personalísima presencia del antiguo vocalista y una producción más potente. Se abre la colección con «Miss Cafeína» (curiosidad: esta canción dio años después el nombre a un grupo pseudorockero que actualmente tiene más o menos éxito en algunos círculos más o menos indies). Alfa muestra ganas y canta más desgarradoramente que nunca (o más bien, más de lo que en adelante lo hará). La canción es un correcto rock cuyas coordenadas continúan en «La tienda de muñecas», comprobándose que las guitarras han cogido todo el protagonismo, tomando presencia los teclados únicamente en el estribillo. Las buenas y mejores noticias llegan en la tercera canción, «La estación seca», un blues a medio tiempo que es definitivamente el mejor tema del disco, y de las mejores de toda su trayectoria. La letra es un mensaje a Jordi Skywalker y al hueco que dejó en la banda. Con el gran punteo intermedio de Ariel Rot y las notas de piano del final lo imagino como punto final del disco y de su carrera y se me antoja que hubiera resultado un cierre insuperable.
El trabajo continúa sin nada que echar en cara, pero con menos sorpresas y momentos sobresalientes que en las pasadas entregas. Así, son disfrutables, y además de menos a más, «Mujer vudú», «Quien andas buscando» y «Deseando amor» (esta última, con los coros femeninos de Merche Corisco, no hubiera desentonado un ápice en los ahora tan celebrados dos primeros discos de M-Clan). En «Dame más» debuta en la voz principal Rubén Pozo, con Alfa apoyando como segunda voz, y ese juego de voces es lo más destacado del corte. A continuación, «Porcelana» contiene la aportación del legendario Rosendo en el solo. Y luego viene «M», y esta sí es de mis favoritas, a decir verdad de las pocas que podrían lidiar con las mejores canciones de todo su repertorio, recuperando la energía de su primer disco y muchas de sus sonoridades. Merche Corisco vuelve a aportar su voz en la muy sentida «Maquillaje», canción en línea con «La estación seca», un tema que Alfa escribió cuando Jordi anunció su huida («Un tipo al que llamé mi hermano cerró sus ojos a mis ojos, soltó sus manos de mis manos»). Para terminar, «La carretera», corte que podría recordar al anterior disco, concretamente a «Espíritu de la carrera», por la aparición de la armónica y el tempo acelerado, un buen tema que precede a «El último baile», premonitorio título que resulta un correcto rocanrol para cerrar un disco y una historia que duró bastante menos de lo que se presumía y de lo que se merecía.
Ojalá en próximas y cercanas fechas tenga que actualizar este artículo con el anuncio de su regreso, un regreso que, no sé si necesario o justificado, sí lo imagino más que posible. Ahí tenemos el ejemplo de 091, una banda que se convirtió en grupo de culto durante su ausencia y que en su retorno se encontró con audiencias mucho mayores de las que dejaron; o el de Los Enemigos, otros que volvieron «a ver qué pasa» y que sin ningún artificio ni movimiento antinatural siguen dando conciertos y sacando temas nuevos. Sea lo que sea, la historia ya está escrita, la historia de una de las numerosas bandas de rock que luchan por hacerse un (casi imposible) hueco, la historia de una banda que se hizo con esa parcela pero que cuando llegó el momento de vivir en ella, la quemó. Pero las cenizas…
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