No habrá paz para los «Peaky Blinders»
(ALERTA SPOILER: Revela detalles importantes de la trama de la serie, hasta el sexto capítulo de su tercera temporada)
Sin armar mucho ruido y ajena al bombo y platillo mediático que acompaña a otros productos que marcan la temporada televisiva, “Peaky Blinders” nos ha confirmado en su tercer año en antena que sigue siendo una de esas series que no hay que perderse. Al menos lo es en El Cadillac Negro, donde somos conscientes de que el programa de la BBC 2 británica tiene un público fiel y numeroso a pesar de que en muchos medios y blogs especializados siga siendo semi-ignorada. No es casualidad que el post que el amigo Rodrigo le dedicó en su día, “Peaky Blinders: gángsters, cuchillas y rock’n’roll”, sea uno de los más vistos de nuestra historia, principalmente gracias a multitud de lectores que nos llegan buscando información sobre ella. Cuando la serie irrumpió en 2013 lo que más destacaba de ella, más allá de estar inscrita en un género que siempre nos ha dado enormes alegrías a los cinéfilos, era su estética rompedora y tremendamente estilizada, combinada con una anacrónica banda sonora en la que se sucedían sin parar trallazos de rock contemporáneo disparados por Nick Cave y Jack White (grupo de francotiradores al que se añadirían en la segunda temporada Arctic Monkeys, PJ Harvey o The Kills). La Birmingham de los años 20 del siglo pasado lucía como un escenario de pesadilla atravesado por fogonazos de violencia, vicio, pecado y corrupción que nos impedían dejar de mirar la pantalla. Pero afortunadamente “Peaky Blinders” no lo fió todo a la carta de efectismo (aunque es justo reconocer que una parte sí) y supo demostrar en su segundo round que lo suyo no era simplemente el efímero triunfo de la forma sobre el fondo, sino que albergaba un enorme potencial para el largo recorrido. Las comparaciones con ese otro serión de la HBO llamado “Boardwalk Empire” proliferaron desde el primer momento (quizás prematura y equivocadamente), aunque es ahora, vista su tercera temporada, cuando la equiparación resulta más razonable, pues el invento de Steven Knight ha tomado el trazo y el tono de un auténtico clásico moderno sin traicionarse nunca a sí misma y a sus señas de identidad. Ahora, más que nunca, “Peaky Blinders” parece una serie (de las buenas) de la HBO.
La única forma de que un producto como este pueda sobrevivir con éxito al paso de las temporadas es ponerse a prueba a sí misma, aventurarse a salir de su zona de confort y rascar más hondo en los recovecos de sus personajes y las circunstancias político-sociales de la época que retrata. En ese sentido, la tercera temporada, con sus pequeñas imperfecciones, ha sido todo un triunfo y una lección de madurez. Habrá quien haya echado de menos pasar más tiempo en las sucias y mugrientas calles de Small Heath, pero la historia en este punto demandaba ampliar el campo de batalla y el microcosmos de los Shelby, y ese es el cometido en el que han afanado los responsables de la serie.
Tras los sucesos de la segunda temporada (analizados aquí), la acción da un salto de dos años hasta 1924, con la familia disfrutando de un nuevo estatus social y más poder del que nunca habían tenido. Ahora habitan en opulentas mansiones campestres de corte victoriano, se mueven en círculos aristocráticos y bohemios y se empeñan por encajar en la clase respetable, dirigiendo sus esfuerzos hacia la legalidad y la beneficencia. Algunos de sus miembros más destacados parecen haber perdido el colmillo retorcido de antaño. De hecho, toda la temporada gravita en torno a los anhelos y las apariencias, lo que los Peaky Blinders desearían ser y la chusma de los bajos fondos que realmente son (impagables esas reuniones en las cocinas de las mansiones, el único lugar en el que parecen sentirse como en casa), y sobre el coste que implica mantener el poder en ese contexto.
Pero si los Shelby están en la cima del mundo es principalmente porque el pacto al que llegó Thomas con el Gobierno británico lo ha permitido, y la factura sigue pendiente de cobro. Por primera vez en toda la serie, Tommy tiene algo que perder, y no se trata de riquezas o posesiones materiales, sino de su amada Grace Burgess (Annabelle Wallis), a la que toma por esposa en el primer capítulo de la tanda, y su pequeño vástago Charles. Ambos están claramente amenazados por el complejo embrollo a tres bandas al que le fuerza el Gobierno laborista, que implica a los contrarrevolucionarios rusos, los bolcheviques y una sociedad secreta llamada Liga Económica o Sección D que tiene a los grandes poderes británicos en su bolsillo. Incluso en sus momentos más complicados, Tommy siempre ha sido un hombre con un plan, alguien capaz de convertir los obstáculos en oportunidades, pero en esta ocasión siempre va a contrapié, sobrepasado por una densa telaraña que deja patente su insignificancia en el contexto de las grandes esferas políticas y que le costará muy caro, hasta ser literalmente aplastado. Como consecuencia, el Tommy de esta temporada vive en una agobiante soledad y una permanente contradicción, aparentemente tan impasible y distante como siempre, pero irritado e irritable ante la certeza de que carece del control de la situación, y, para colmo, teniendo que lidiar con los conflictos internos derivados de las distintas perspectivas entre los miembros de clan sobre cómo llevar el “negocio” en esta nueva era.
Que Cillian Murphy es el principal motor de la serie es algo que ya sabíamos, pero no deja de ser asombroso cómo se supera temporada a temporada en la piel del líder criminal de la banda. Aunque la serie no dependa sólo de él, lo cierto es que Murphy es el corazón de “Peaky Blinders”, y este año le ha otorgado nuevas capas de vulnerabilidad, desesperación e ira descontrolada a Tommy Shelby, llevándolo a un nivel superior. Aunque sea en perjuicio de su carrera en el cine, hay que celebrar el compromiso de Murphy con un rol que está haciendo méritos de sobra para ingresar en el panteón de los grandes personajes televisivos de todos los tiempos.
Pero, como decíamos, Tommy no tiene que estar constantemente protagonizando el plano porque la serie va bien nutrida de personajes que siguen creciendo con cada temporada, como es el caso de Arthur, ese hermano mayor incapacitado para ejercer de líder pero especialmente dotado para la violencia desatada, que ahora parece estar realmente dispuesto a acallar a sus demonios, reconvertido a la fe de Dios gracias al amor de su nueva esposa, Linda (Kate Phillips), otro hallazgo que es mucho más que la puritana inofensiva que aparenta. Paul Anderson siempre ha sabido darle el punto de humanidad necesario a un personaje tan excesivo y esta temporada también ha ido un paso más allá, protagonizando una lucha interna conmovedora e instantes tan emotivos como su discurso de padrino en la boda de un incómodo Tommy. La fractura entre los dos hermanos es evidente durante toda la tanda, pues Tommy es consciente de que si Arthur es amaestrado ya no podrá seguir siendo su feroz perro de presa.
You’re getting soft and weak, brother. Save the bible for Sundays
Otra que sigue brillando es la tía Polly de la formidable Helen McCrory. Quizás sea su relación con el pintor Ruben Oliver (Alexander Siddig) la que mejor ejemplifica el anhelo del clan Shelby por integrarse en un círculo social refinado y sofisticado y su inseguridad ante la evidencia de que ese no es su lugar. A ello se le suma una necesidad de expiación (recordemos que fue ella quien asesinó al Inspector Campbell) que no parece casar muy bien con su personalidad. Pero siempre es un placer ver a una actriz que sólo con los gestos y la mirada es capaz de trascender con sutileza a las páginas del guión. Y cuando la situación demanda un trabajo más visceral (como cuando se cree traicionada por su amante) McCroy también lo borda. La serie no ha olvidado al resto del elenco femenino y se ha hecho eco de la oleada de incipiente feminismo que empezaba a brotar todavía tímidamente en los años 20 a través de la protesta a la que se suman todas las mujeres de la cuadrilla Shelby por un trato más igualitario. Incluso disfrutan de su propia secuencia en cámara lenta en plan grupo salvaje a ritmo de PJ Harvey.
Why should the men have all the fun?
El hijo de Polly, Michael Gray (Finn Cole), protagoniza otra de las subtramas importantes de la temporada, pues es aquí cuando se produce su bautismo de sangre como un Peaky Blinder de pleno derecho, pese a la frontal oposición de su progenitora, que amenaza con destruir la empresa familiar hasta sus cimientos si su vástago llega a apretar un gatillo. Confinado en su papel de contable y representante de la cara legal de la banda, Michael definitivamente despierta a su lado oscuro (como otro Michael, Corleone, en la saga de “El Padrino”) con su decidida determinación a cruzar esa línea roja para la que no hay vuelta atrás. Quizás en el futuro termine siendo uno de los principales quebraderos de cabeza de Tommy, pero al menos es quien tiene mejores números para ser su sucesor. Sin embargo, el desarrollo de su historia se me antoja uno de los flancos más débiles de la tanda, probablemente debido a los rigores de la limitación de seis capítulos, pues asuntos como su necesidad de venganza o el embarazo de “su chica” se gestionan muy apresuradamente. El otro hermano del clan, John (Joe Cole), sigue siendo el peor tratado por la serie, pero hace una buena pareja de toy soldiers junto a Arthur, y su negativa a acatar una de las órdenes más desalmadas de Tommy, la de asesinar a la mujer del jefe de los Changretta, le dignifica y confirma que es algo más que el cabeza hueca de la primera temporada.
Fuera de juego el Inspector Campbell de Sam Neill, la serie ha tenido que encontrar nuevos antagonistas para los Shelby, y el más inquietante ha sido el Padre Hughes, que como representante de esa críptica y siniestra Sección D y de la propia Iglesia se convierte en la amenaza más peligrosa a la que se ha enfrentado Tommy. De hecho el líder de los Peaky Blinders comete el grave error de subestimarle, con consecuencias fatales para su integridad física y la de sus seres queridos. Paddy Considine compone un villano a la altura de las circunstancias, venenoso, egocéntrico y moralmente deleznable, aunque en realidad su mayor mérito es empujar a Murphy a la excelencia interpretativa. La secuencia en la que humilla a un agonizante Tommy obligándole a pedir disculpas, o esa otra en la que le doblega espiritualmente al confirmarle el secuestro de su hijo poseen una intensidad que difícilmente veremos en cualquier otra serie esta temporada.
También contribuye a internacionalizar el aspecto político del show la llegada del clan de nobles rusos decadentes y despreciables, adictos a todos los placeres terrenales, encabezados por el Gran Duque Leon Petrova (Jan Bijvoet), un personaje estrafalario eclipsado por su dominante esposa Izabella (Dina Korzun) y, especialmente, por su sobrina, la Duquesa Tatiana (Gaite Hansen), una manipuladora y retorcida femme fatale que vuelve del revés el espacio íntimo de Tommy, con su peligrosa atracción por la ruleta rusa, sus agresivas prácticas eróticas y su lealtad tornadiza.
-Just remember, they’re fucking insane, drunk on stuff we’ve never heard of, and they’re worse than us for spirits and ghosts. Today they’re going to test us.
-Fuck’em
Para combatir el frente ruso, o echar más leña al fuego, Tommy trae de nuevo a escena al turbio e impredecible gangster judío Alfie Solomons, uno de los personajes más celebrados de la segunda temporada. Son sólo tres escenas en toda la season (y la primera no llega hasta el quinto episodio), pero le vuelven a servir a Tom Hardy para robar el show, con esa tensión hilarante al filo del exceso en la que se desenvuelve tan bien. Especialmente memorable es la última de ellas, un cara a cara con Tommy en el que le escupe unas cuantas verdades incómodas sobre las reglas del mundo violento en el que ambos conviven. Muy posiblemente el gran momento de la temporada.
How many fathers and sons have you cut, killed and butchered, both innocent and guilty?
Visualmente la serie no ha perdido ni un ápice de su poder de fascinación y expresividad, y a lo largo de sus seis capítulos nos regala varios instantes para el recuerdo. La coreografía que simula una especie de tableau vivant con la que culmina la escena del asesinato de Grace , la violentísima secuencia en la que a Thomas le fracturan el cráneo, el plano secuencia que precede a la desaparición del pequeño George o el impresionante crescendo que intercala en montaje paralelo la incursión de Tommy en el túnel, la explosión de la fábrica y el enfrentamiento final entre Michael y el padre Hughes contrastan con la hermosa quietud bucólica de la secuencia en la que el jefe de familia regresa a Gales en busca de la gitana, o aquella en la que los Shelby rinden peculiar homenaje a su difunto padre cazando un ciervo y comiéndoselo a su salud.
No podemos dejar de hablar de la banda sonora de la temporada, que sigue siendo uno de los atractivos del show aunque lógicamente la jugada ya no sorprenda como antaño. En esta ocasión no hay un par de pesos pesados que carguen con la mayor parte del repertorio y la responsabilidad está más repartida entre viejos conocidos y alguna incorporación de postín. Más allá del “Red Right Hand” que sigue funcionando como cabecera (aunque no en todos los capítulos), Nick Cave & the Bad Seeds aportan la preciosa “Breathless” en la secuencia nupcial del primer capítulo y la tremebunda “Tupelo”, mientras que Alex Turner aparece por partida doble; por un lado con los Arctic Monkeys (“Dangerous Animals”, “Crying Lightning” y “Don’t Sit Down Cause I Moved Your Chair”) y por otro en su proyecto con Miles Kane de The Last Shadow Puppets (“Used To Be My Girl” y “Bad Habits”). PJ Harvey vuelve a aportar dos temas (“Is This Love” y “Meet Ze Monsta”), más su fantasmal versión del “Red Right Hand” que abre el tercer episodio, y también repiten concurso The Kills con “DNA” y “Monkey 23” y Tom Waits (“Soldier’s Things” y “Shiny Things”), aunque los verdaderos platos fuertes de la temporada son la inclusión del “Lazarus” del tristemente desaparecido David Bowie -gran fan del show que al parecer se había ofrecido a contribuir de algún modo-, que encaja como un guante en la escena de sabor onírico que abre el capítulo quinto, y el debut de una institución británica como Radiohead con tres temas de “Amnesiac” en tres momentos álgidos, “You and Whose Army?”, “I Might Be Wrong” y la magistral “Life in a Glasshouse”, que cierra la temporada. El menú se completa con Queens of the Stone Age (“Burn the Witch”), Archie Bronson Outfit (“Cherry Lips”), Queen Kwong (“Baby Did a Bad Bad Thing” ) , Ernesto Deep (“Need”) y un tema todavía inédito del venerable Leonard Cohen. Podéis escuchar estos temas en la playlist de spotify que adjuntamos al final del artículo.
En una época en la que no podemos estar seguros de que nuestra serie favorita vaya a prolongarse en el tiempo (ahí está la decepcionante y dolorosa cancelación de nuestra querida “Vinyl” por parte de la HBO pese a haber anunciado anteriormente su continuidad), es una buenísima noticia que la BBC haya dado luz verde a dos temporadas más, demostrando así su confianza en un producto de calidad y muy exportable a los mercados internacionales (Netflix se encarga de la distribución en EE.UU) al que todavía no se le detectan síntomas de agotamiento. El sorprendente final de la season, con la aparente traición de Tommy a los suyos, deja en el aire el futuro de los Shelby y las verdaderas intenciones del líder del clan, abriendo nuevas posibilidades para el recorrido de esta saga épica. Si la mano de Steven Knight, creador y guionista del show, nos ha traído hasta aquí con paso firme, no hay motivos para dudar de que siga manteniendo el imponente nivel exhibido hasta ahora, aunque para corroborarlo tendremos que esperar probablemente hasta 2017. By order of the Peaky Fuckin’ Blinders!
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