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«You Want It Darker»: ¿el último vals de Leonard Cohen?

24/10/2016

Leonard Cohen_You want it darker

Un anciano de 82 años elegantemente vestido de oscuro con chaqueta, sombrero y gafas de sol ahumadas se asoma a una ventana, quizás en la Torre de la Canción, y echa un último y sereno vistazo a todo aquello que deja atrás, antes de adentrarse en la blancura infinita del interior. Un grueso marco en negro comprime y estrecha la viñeta. Es la fotografía de una despedida, pero hay un detalle que nos confirma que no se trata de un adiós trágico o melodramático: el viejo Leonard, ese perezoso bastardo que vive en un traje, sujeta satisfecho un cigarrillo entre los dedos de la mano que despreocupadamente se apoya en el borde del recuadro. Sí, hacía años que había dejado de fumar, pero no dejemos que lo inevitable nos impida disfrutar por última vez de nuestros placeres más queridos, parece decirnos el bardo canadiense. Ese estado de estoica y sosegada abdicación de alguien dispuesto y preparado para partir es el que domina las nueve canciones y 36 minutos que dan forma al decimocuarto disco de estudio de Leonard Cohen, “You Want It Darker”, recibido instantáneamente como el testamento de uno de los más grandes compositores de nuestro tiempo.

El extenso (y muy recomendable) artículo de David Remnick para ‘The New Yorker’ en el que se declaraba “preparado para morir” disparó todas las alarmas, quizás más por la crudeza de ver esas palabras escritas en un titular que por la inevitable certeza que acecha en mayor o menor medida a cualquiera que sea ya un octogenario. Días después trató de recular aclarando socarronamente que su intención es vivir para siempre, pero su última obra es la prueba de que en aquel artículo hablaba en serio, lo cual no es una sorpresa porque al menos desde “Old Ideas” (2012) Cohen viene despidiéndose. Tanto aquel fantástico disco como su no menos fantástico sucesor, “Popular Problems” (2014), habrían funcionado como perfectos broches de oro a una trayectoria, aunque esa etiqueta le corresponde ahora provisionalmente a “You Want It Darker”, que cualitativamente no baja en absoluto el listón de su obra post-Lynch (no David, sino Kelly, la traidora manager que le desplumó a sus espaldas) e incluso supone un cierre más redondo. Pero si el ciclo del crepúsculo se queda en trilogía o todavía albergará más capítulos es algo que probablemente ni el propio Cohen sepa, o tal vez sí.

“You Want It Darker” incide en el sonido orgánico de su producción reciente, lejos ya del maquillaje pop-rock de los 80 y 90, e incluso los coros femeninos marca de la casa quedan en esta ocasión en un discreto segundo plano para ceder mayor presencia a la voz de Cohen, más maltrecha, grave y cavernosa que nunca, pero cuyas grietas y arrugas le otorgan una expresividad verdaderamente emotiva. En realidad Cohen ya no canta; susurra, gruñe, suspira y acaricia las palabras como si brotasen del fondo de un pozo profundo y llegaran a la superficie impregnadas de una sepulcral y genuina musicalidad. Su hijo Adam, que se encarga por primera vez de la producción, diseña una atmósfera cálida, cercana y adecuada a esa voz, partiendo casi siempre de estructuras del blues y abrazando el folk y el gospel, vistiendo las melodías esencialmente con pianos, órganos y cuerdas comedidas.

Leonard Cohen "You Want It Darker" Los Angeles Event

Temáticamente, Lenny se muestra de vuelta de todo, exhausto y hastiado, pero también lúcido, inevitablemente romántico, flemático y en paz, tanto con antiguas amantes como consigo mismo, aunque quizás no tanto con un Creador al que, después de todo lo vivido, nunca ha llegado a comprender. El diálogo con ese Dios críptico y omnipotente que siempre ha alimentado su obra llega a su último acto en este disco, sin que finalmente se llegue a un acuerdo entre ambos. Quizás por eso las canciones en las que se refiere a Él de forma más directa son las más sombrías del lote. El tema homónimo es tanto un reproche (“I didn’t know I had permission to murder and to maim / You want it darker, We kill the flame”) como una aceptación (“Hineni, Hineni –‘Aquí estoy’, en hebreo- I’m ready, my Lord”). La minimalista instrumentación compuesta por un sencillo beat, una hipnótica línea de bajo y un órgano litúrgico establece el clima místico y fúnebre de la pieza, acentuado por  el ceremonioso coro de  una sinagoga de Montreal que vuelve a inundarlo todo de negro en “It Seemed the Better Way”,  tema aún más escéptico (“Seemed the better way when first I heard him speak/ But now it’s much too late to turn the other cheek/ Sounded like the truth but it’s not the truth today”), de melodía mínima y acompañamiento austero solo quebrado por el lamento de un violín suplicante.

 

El resto de “You Want It Darker” no es tan solemne y se abre a otros tonos, como en “Treaty”, hermosa tonada mecida por piano y cuerdas sintéticas en la que Cohen vuelve a fundir lo divino y lo humano,  como ya hiciera en la eterna “Hallelujah”, pues bien puede interpretarse como la búsqueda del perdón de una amante perdida  (“I’m sorry for the ghost I made you be/ only one of us was real and that was me”) como de otro ajuste de cuentas con el Señor (“I’ve seen you change the water into wine/ I’ve seen you change it back to water, too/ I sit at your table every night/ I try but I just don’t get high with you”). Sea como sea, se trata de una de las piezas importantes del álbum –y la encargada de cerrarlo en una segunda versión semi-instrumental cargada de violines subyugantes- , aunque si buscamos una favorita personal yo la encuentro en “On the Level”, una canción maravillosa en la que, aquí sí, los deliciosos coros femeninos escoltan con sensualidad a un Lenny travieso que casi vuelve a probarse el traje de seductor incorregible entre órganos y una guitarra rítmica casi rock (I’m old and I’ve had to settle on a different point of view/ I was fighting with temptation but I didn’t want to win/ A man like me don’t like to see temptation caving in).

“Leaving the table” es como un último vals en el que Cohen se desprende con plácida resignación de todo aquello que ya no necesitará, mientras que la dulce “If I didn’t have your love” es una de las más conmovedoras declaraciones de amor que hemos escuchado en mucho tiempo. Pese a su discreta belleza quizás no tan apreciable en una primera escucha, ambas me terminan calando más que “Traveling Light”, la pieza más ambiciosa musicalmente del disco, en la que confluyen blues, efluvios mediterráneos, un buzuki griego, mandolinas, una base programada y unos coros femeninos afrancesados que recuerdan al clásico “Dance me to the end of love”. El de Montreal parece tener en mente a su querida compañera Marianne Ihlen, musa de las emblemáticas “Bird on the Wire”, “So Long, Marianne” o “Hey, That’s not Way to Say Goodbye” con la que convivió en la isla griega de Hidra en los años 60 y que dejó este mundo el pasado mes de julio. Sin embargo, la canción no es tan emotiva como las líneas que le envió el viejo Leonard cuando supo que su antigua amada, ya muy enferma, estaba a punto de expirar y que me permito reproducir aquí:

Well Marianne, it’s come to this time when we are really so old and our bodies are falling apart and I think I will follow you very soon. Know that I am so close behind you that if you stretch out your hand, I think you can reach mine. And you know that I’ve always loved you for your beauty and your wisdom, but I don’t need to say anything more about that because you know all about that. But now, I just want to wish you a very good journey. Goodbye old friend. Endless love, see you down the road.

Casi al final nos encontramos otra de las cumbres del album, “Steer Your Way”, una pieza muy Cohen que musicalmente no habría desentonado en “The Future” (1992), quizás la mejor arreglada del lote.  Una melodía cautivadora y absorbente puntuada por un bellísimo violín y los coros delicados de Alison Krauss y Dana Glover a través de la cual se materializa uno de sus textos más inspirados y clarividentes, publicado como poema hace unos meses en ‘The New Yorker’. “Steer your way past the ruins of the Altar and the Mall/ Steer your way through the fables of Creation and the Fall/  Steer your way past the Palaces that rise above the rot/ Year by year, month by month, day by day, thought by thought”.

Ahora que todo el mundo está pendiente de lo que tenga que decir Bob Dylan después de ganar el Nobel de Literatura (y de la estéril polémica que se generó todo lo que diré aquí es que cualquier premio que le concedan al viejo Bob, especialmente si es por sus letras, debería dignificar al premio más que al contrario), me permito rescatar las palabras del Duluth a propósito de Cohen, extraídas del mencionado artículo de Remnick: “Me gustan todas las canciones de Leonard, antiguas o nuevas. “Going Home”, “Show me the Place”, “Darkness”. Todas son grandes canciones. Profundas y honestas como nunca, y multidimensionales, sorprendentemente melódicas, y te hacen pensar y sentir. Me gustan algunas de las últimas tanto como las antiguas”. Ignoro si Dylan habrá escuchado ya el nuevo material del canadiense, aunque supongo que tardará en hacerlo, pero estoy seguro de que cuando ocurra seguirá pensando lo mismo, que el de Montreal es el único de lo que quedan vivos al que podría considerar como un igual (Cohen cuenta que una vez Bob le espetó en un viaje en coche: “Leonard, tú eres el Número 1; yo soy el Número 0”), el único con el que compartiría alquiler diario en la Torre de la Canción.

 

 

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