«Toni Erdmann»: el (sin)sentido de la vida
Si en algo han de estar de acuerdo todos los consumidores asiduos de cine del globo terráqueo es en que los trailers son algo problemático. Llenan de expectativas utilizando las cuatro o cinco escenas interesantes de un montón de películas mediocres, destripan enteros filmes de verdadero interés e incluso en casos como el que hoy nos trae aquí tratan de vender la moto al expectador con un género que no le corresponde, a veces con un resultado bien dañino para el producto. «Toni Erdmann» ha sido promocionada desde el principio como una comedia al uso, con escenas sacadas de contexto y unos cuantos planos de dientes ridículamente grandes. Eso, precisamente, ha provocado una ola importante de decepciones y manidos «no es para tanto» o «no tiene gracia» que a día de hoy vienen a no decirnos nada. Voy a dar un adelanto de mis impresiones: la última cinta de la directora Maren Ade me ha parecido una obra maestra.
Nominada al Oscar a mejor película de habla no inglesa y ganadora del premio Fipresci en el Festival de Cannes, esta producción alemana llega para hablarnos de la felicidad y pedir auxilio en voz baja. Si nadie se ha reído a lo largo de sus casi tres horas de exquisito metraje es precisamente porque resulta la intención última del guión. La historia de Ìnes (Sandra Hüller) y Winfried (Peter Simonischek) Conradi es un drama que no puede resultar ajeno porque es muy de todos. El drama de cuando se está tan ocupado que ya no queda tiempo para reír.
Ìnes trabaja en Bucarest para una gran empresa alemana, el teléfono móvil es una extensión de su cuerpo, su vida gira completamente alrededor de los negocios y ha desarrollado una capacidad por encima de lo humano para apartar cualquier atisbo de empatía de su rutina. «¿Eres feliz?», cuestiona Winfried, su padre, quien nunca disfruta de su compañía y que lleva una existencia mundana, con un trabajo que simplemente le da de comer y más solo de la cuenta. La diferencia atroz entre una existencia elitista y de éxito y una vulgar y evidentemente triste viene a ser simple y llanamente un escaparate. La diferencia yace en la capacidad de colocarse una dentadura estúpida para ridiculizar tus propias lágrimas ante una pérdida frente a la capacidad de colocarse, a secas.
Casi como un voyeur benévolo, queriendo ser testigo del camino que ha tomado su hija y que a todas luces la está rompiendo, Winfried se sacará de los bolsillos a Toni Erdmann, un personaje absúrdamente interesante y desastroso, un coach sin complejos que se colará en esas cabernas de alta costura y cifras desorbitadas por las que se mueve la que un día fue su niña, presenciando momentos que ningún padre querría presenciar, bien por voluntad propia, bien porque Ìnes lo arrastra a ellos gritando en silencio. Y resulta desgarrador a ratos. Araña, conmueve, provoca un malestar ajeno similar a esa vergüenza de la que tanto hablamos.
Es una película brillante y embarazosa, conmovedora e incómoda, humana, real, que nos lleva lejos de las risas esperadas para acercarnos al nudo. Es una contraposición de personajes donde con la mejor de las intenciones reina una falta de entendimiento y perspectiva. La perspectiva de una hija que no entiende que su padre sufre en sus propias circunstancias pero decide llamar humor al autoengaño. La perspectiva de un padre que no llega a comprender que la vida profesional de su hija exige unos sacrificios para el dios moderno.
«Toni Erdmann» es un proceso exquisitamente lento que no tiene prisa por llegar a donde quiere llegar, pero hemos llegado antes de darnos cuenta. Un proceso que resulta paradójicamente íntimo en un filme que sin embargo tiene clara la posición externa del expectador. Y en esas pretendidas lecciones del personaje creado por un hombre común no nace ninguna revelación extraordinaria, sino un muestrario de fortalezas en el sinsentido de la vida.
¿Qué es la felicidad? ¿Es una meta inalcanzable que buscamos hasta las últimas consecuencias? ¿Un estado permanente que sólo se deja ver en la biografía de unos cuantos privilegiados? ¿Una cuestión de momentos y de saber mantener el equilibrio en un terreno pantanoso? ¿De qué nos habla el Señor Erdmann, cuyo alter ego tampoco es feliz en su día a día? Nos habla de la necesidad de reirnos de lo asquerosamente vulgar que es todo, de un trabajo rutinario entre la muerte y la pizza congelada, de ir por la vida con una nariz de payaso (o una dentadura más propia de un asno) después de llorar por el fracaso y el estancamiento. Habla de ser puñeteramente conscientes del drama y aún así no perder el sentido del humor, porque qué más da, si ya estamos jodidos. Y al parecer, la vida es eso que pasa mientras no paramos de hacer cosas, pero tampoco sabemos disfrutarla ni podemos vivirla sin hacerlas porque siempre nos faltará algo.
Voy a terminar este discurso de la peor de las maneras, anunciando un remake que la industria yanqui se empeña en colar con calzador en las taquillas dentro de un año aunque no tenga el más mínimo sentido. Ya sea Jack Nicholson saliendo del letargo o un actor de la mansión del terror de un parque de atracciones, resulta insultante tener que anunciar la versión americana de un producto magistral que apenas lleva un mes estrenado. En el Cadillac, mientras tanto, nos quedamos con la original versión alemana y con su clamor silencioso. Cuestión de dientes.
Que mal debe estar el cine para que llames a «eso» obra maestra,no me fui de la,sala,por respeto a mis acompañantes,cosa que otros si hicieron( al final solo me compensó la,cancion final,de The Cure),quizas el doblaje solo lo empeoró,(creo q se hablaba en 3 idiomas, y eso parece ser q hacia cierta gracia)pero de verdad,de que va esta historia!? ni comedia,ni pie
s ni cabeza,unos escenas fuera de todo sentido, y no quiero nombrar aquí cuales,para no destripar…esta sobrevalorada peli, si gana algo en jolivu,me tragaré estas palabras,igual la version yanki andará mas afinada.
Quizá el problema esté menos en las historias que nos cuentan y más en cómo las recibimos. Quizá. Quizá nos habríamos convencido con unos argumentos que no fueran llamar «eso» a un filme ni declarar abiertamente no saber de qué está hablando pero defender a capa y capa y espada que es una mediocridad hasta el punto saber ya que la yanqui acertará.
Es una buena película, incluso muy buena… pero llamarla obra maestra me parece too much. En sus intenciones quizás lo es! Porque la idea es brillante, sin embargo una cosa es lo que una película pretende y otra lo que logra.
Durante su primera mitad la película cansa, y cansa muchísimo. La cantidad de escenas y diálogos intrascendentes sobrepasan lo tolerable por lo que uno llega muy cansado a esa recta final que, ahí si que si, logra todo lo que se propone. Desde el momento maravilloso en que Whitney Houston entra en escena (para no hacer spoiler digo) es que el asunto se va por un tubo, pero antes….uffff, difícil.
El mundo no es blanco y negro, las películas no son arte puro o mierda hollywoodense. Puedes encontrar en ambos lados grandes logros y también producciones que fallan. Toni Erdmann me ha parecido muy buena, con momentos brillantes pero que tropieza consigo misma durante mucho rato. Casi tres horas para está película es una locura…
Saludos!
Esteban
http://politocine.blogspot.com
A mí esas escenas más intrascendentes me parecen en su correcto lugar porque creo que al fin y al cabo se habla de lo ordinario y poner un poco de humor en todo ello. Para nada el cine americano es mierda, me encanta una buena parte de ese cine, la queja va orientada al hecho de americanizar una película que lleva estrenada dos meses, lo cual me parece completamente innecesario. Y muy de acuerdo con ese ascenso final. ¡Gracias por pasarte!