«Las chicas del cable»: Netflix cortocircuita con su primera serie española
Por fin, el pasado 28 de abril acontecía lo que muchos estábamos esperando desde aquel día en que Netflix se estableció en España: el estreno de su primera serie española. Para conocer si este hecho ha resultado -o no- un hito histórico en la ficción nacional se sube al Cadillac por primera vez Noelia García, experta en Comunicación y Responsabilidad Social Corporativa, autora del libro «Cuando todos se van, ellos se quedan» y gran conocedora del mundo seriófilo español, para sacarnos de esta incógnita. ¡Que no os coja comunicando!
Al volante: NOELIA GARCÍA
Cuando Netflix anunció que iba a producir su primera serie en España, muchos nos hicimos grandes ilusiones. ¿Por qué no un “The Crown” o un “Narcos” pero con sello español? «Crematorio», ese gran producto que abrió la caja de Pandora en cuanto a series de calidad en nuestro país, podría ser un ejemplo a seguir.
Aquí ya hemos hablado de “7 años”, el primer proyecto de Netflix con el cine español, y acabamos de conocer que la empresa estadounidense acaba de encargar una segunda película, esta vez una comedia, al dúo Borja Cobeaga-Diego San José -responsables, no lo olvidemos, de «Ocho apellidos vascos» y secuela- que llevará por título “Fe de etarras”.
Cuando Netflix anunció que había encargado esta primera serie española a Bambú, a la mayoría seguro que nos vino a la cabeza el título de la última serie icónica de la productora: “Velvet”. ¿Se atrevería Bambú a romper con el estereotipo de serie por el que es conocido, con títulos como, además de “Velvet”, “Gran Hotel” o “Gran reserva”?
Ramón Campos, fundador de la productora, ya nos dio una idea de por dónde irían los tiros de esta nueva serie cuando explicó que, antes de llegar a un acuerdo con Netflix, Bambú les ofreció proyectos de acción o ciencia-ficción, pero que en la plataforma tenían claro el tipo de proyecto que querían y que iba en línea con el tipo de series que Bambú había estado haciendo hasta ahora y que en Netflix funcionan muy bien, sobre todo en el mercado latinoamericano.
Por eso, no ha sido una gran sorpresa cuando, tras visionar los ocho capítulos que componen la primera temporada de “Las chicas del cable”, hemos podido comprobar que la serie guarda grandes similitudes con las otras series de Bambú que ya hemos podido ver anteriormente en televisión. ¿Su gran diferencia con ellas? Que confirma esa gran teoría que tenemos la gran mayoría de telespectadores de series españoles -y también los que no lo son- de que un metraje de 50 minutos es más que suficiente para un capítulo de una serie. Se agradece sobremanera que “Las chicas del cable” no alargue sus capítulos hasta esos tediosos 80 minutos que suelen durar las series españolas.
La poderosa campaña de marketing que Netflix ha llevado a cabo para promocionar “Las chicas del cable” nos ha vendido que el eje transversal sobre el que se iba a sustentar toda la trama iba a ser el empoderamiento -palabra que, he de reconocer, no me gusta nada- de la mujer en unos años 20 en los que su libertad estaba muy condicionada en lo económico, lo social y lo cultural.
Sin embargo, este tema queda muy diluido entre las historias de amor, celos, traiciones y asuntos del pasado, que son el real eje transversal de cada capítulo. Queda claro entonces que la intención de la serie no es retratar una época, ya que estos finales años 20 sólo nos sirven como señuelo temporal en cuanto a ambientación y vestuario, sino crear un melodrama a partir de la vida y las historias de sus protagonistas.
Cuando lo verdaderamente interesante como argumento de esta primera temporada hubiera sido ahondar en los vínculos que unen a la compañía telefónica que sirve de universo a la historia con el gobierno del país a partir de la trama de las escuchas telefónicas o por qué a la compañía no le interesan los avances tecnológicos como la automatización de las llamadas, todo el protagonismo se lo llevan las historias de amor y desamor de sus personajes.
Una amalgama de historias que ya pudimos ver en “Velvet”, serie a la que le unen muchos más puntos en común. ¿O no es verdad que estas cuatro ‘chicas del cable’ nos recuerdan a las cuatro ‘chicas Velvet’? La amistad como punto de unión de cuatro mujeres muy distintas que superan las dificultades de la vida gracias al apoyo mutuo que se prestan unas a otras.
Unos personajes femeninos que asumen el protagonismo de la serie. Unas figuras masculinas no demasiado bien perfiladas que sólo sirven de complemento. Una historia de amor principal en la que dos personas que se enamoraron en la adolescencia vuelven a reencontrarse años después, con el contratiempo de que ahora él está casado con una niña rica psicológicamente no muy estable. ¿Os suena? Efectivamente, esto ya lo hemos visto en “Velvet”.
En este sentido, hay que reconocer que el reparto femenino encaja como un guante con las intenciones de “Las chicas del cable”. Creo que cabría destacar dos interpretaciones, las de Ana Polvorosa y Nadia de Santiago, sobre todo por el contrapunto que suponen sus dos personajes en ese afán por vertebrar la historia en torno al ‘empoderamiento’ femenino.
También es destacable el buen trabajo llevado a cabo en lo que a ambientación de la serie se refiere. Aunque es verdad que el desarrollo de las tramas pasa bastante de puntillas por la época en la que se sitúa, la serie tiene una buena calidad visual en cuanto a decorados y vestuario.
Sin embargo, no podemos obviar uno de los puntos discordantes de la serie -y esto también es algo de lo que pecan la mayoría de las series españolas, algo que se puede ver en la recién estrenada “La casa de papel”-, como es la utilización de la ‘voz en off’ como narradora de la historia. En este caso, es el personaje interpretado por Blanca Suárez el que ejerce este papel, innecesario totalmente, ya que su narración no aporta nada relevante a la historia y está plagada de obviedades y cursilerías.
Algo similar nos sucede con la música elegida para ambientar la serie, ya que en este caso se ha querido seguir el estilo de “Velvet” con el uso de canciones en inglés que, aunque es verdad que terminan introduciéndose en el subconsciente del espectador, no ayudan a situarnos en la época que la serie quiere reflejar.
Es de agradecer el ritmo rápido de la serie, que hace que esta primera temporada se vea rápido y no resulte pesada. El último capítulo de la temporada deja todas las tramas abiertas, lo que hará que sus seguidores tengan la necesidad de reengancharse a la serie cuando dé inicio una segunda temporada ya confirmada.
Hasta entonces, podemos constatar que este primer proyecto de serie española en Netflix ha sido bastante conservador, más dirigido a captar a un tipo de público -mayormente femenino y de mediana edad- y a un ámbito de mercado determinado -principalmente hispanoamericano- que a innovar en un nuevo estilo de serie española. Es una pena, podíamos haber tenido otra serie icónica como en su día lo fue «Crematorio».
Mientras tanto, esperamos la llegada de nuevos proyectos –como “La zona”, con la vuelta de los Sánchez-Cabezudo; “La peste”, dirigida por Alberto Rodríguez; y “Félix”, de Cesc Gay- con las que esperemos que nuestros anhelos de que estas series conjuguen innovación y calidad se vean cumplidos.
Pues no conduces nada mal el Cadillac, Noelia… ;)
Estoy viendo la serie y estoy muy desubicada con la ubicación espacial y temporal de la serie.
Según se dice está enmarcada en España en los años 20 pero toda la ambientanción sonora, fondos de música, fiestas… no se corresponden musicalmente a mi parecer con la música de aquella época.
Les rogaría que hicieran referencia a ello en este post o bien que me sacaran de esta duda.
Un saludo