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«Félix» y el ‘síndrome Movistar’

13/05/2018

Ya lo advertimos en el post que dedicamos en su día a «Las chicas del cable» -la primera serie española producida por Netflix- , entre finales de 2017 y esta primera mitad de 2018 íbamos a asistir a una de las mayores revoluciones que ha vivido nunca la ficción televisiva nacional, gracias tanto a la labor de esa plataforma como, sobre todo, a la decidida y ambiciosa apuesta por el producto patrio planteada por Movistar.

Desde este blog hemos abrazado con fuerza esta nueva era y nunca se ha hablado tanto de ficción nacional por aquí como en los últimos meses. Sin embargo, el balance no ha sido tan satisfactorio como llegamos a imaginar. Ya os contamos que «La zona», un proyecto basado en una excelente idea, unos medios desbordantes y un reparto de campanillas, no llegó a ser todo lo que prometía por un guión que, por momentos, pretendía abarcar demasiados frentes. Posteriormente, la también lujosa «La peste», de Alberto Rodríguez, tampoco nos llegó a calar demasiado pese a destacar igualmente por una estupenda dirección artística. El panorama nos lo salvaron, paradójicamente, dos pequeñas producciones que se asomaron casi de puntillas a nuestras pantallas y que han acabado convirtiéndose ya en referencias para la comedia catódica nacional: «Vergüenza» y, sobre todo, esa gran revelación que ha sido «Mira lo que has hecho», el estreno por todo lo alto de Berto Romero en estas lides.

El último aldabonazo en esta fase inicial era la llegada de «Félix», el estreno en la televisión nacional de Cesc Gay, otro director -como lo era Rodríguez- galardonado recientemente con el Goya a la Mejor Película, en este caso por «Truman». La preferencia del barcelonés por el desarrollo de los personajes sin tener necesidad de un gran presupuesto y un valor seguro como Leonardo Sbaraglia asumiendo el protagonismo dejaban a priori poco espacio a una presumible decepción.

Sin embargo, los que esperen encontrarse con una comedia dramática de esas que tanto domina Gay («En la ciudad», «Ficción», «Una pistola en cada mano» o la misma «Truman»), mejor que busquen en otra parte. El director, que parece estar dándose un largo respiro de la gran pantalla (también estrenó en 2015 la obra teatral «Los vecinos de arriba»), ha preferido alejarse completamente de su zona de confort y brindarnos un ‘thriller’, pero no un ‘thriller’ convencional. No esperen ni frenetismo ni un gran suspense, «Félix» es una intriga con un tono muy particular, una desmitificación del género que podría remitir a los hermanos Coen pero que en su hieratismo trae más bien a la memoria el particular universo del finlandés Aki Kaurismaki.

Ambientada en una localización tan poco usual como Andorra, «Félix» se centra casi en exclusiva en su homónimo protagonista, un escritor de poco éxito y profesor de Literatura en un instituto al que, dada con la condescendencia con que le tratan sus amistades, se le adivina un problemático pasado, del que forma parte una exesposa que se ha ido a vivir con uno de sus amigos y un hijo con el que no está muy conectado.

La esperanza que parece albergar con su recién estrenada relación con Julia, una misteriosa mujer de rasgos asiáticos, se va al traste cuando ésta desaparece súbitamente. Pese a que sus amigos le intentan disuadir de profundizar en la búsqueda de lo que ellos creen una vulgar prostituta, Féliz no cejará en sus pesquisas.

El círculo íntimo de Félix y el inicio de la trama son desgranados en el primero de los seis capítulos de la obra, un arranque realmente disuasorio para los espectadores casuales, falto de ritmo y progresión, demasiado extendido con escenas costumbristas que no aportan gran cosa y que dejan al televidente con una absoluta falta de certeza sobre lo que va a presenciar en posteriores episodios, demasiada para ser una serie tan corta.

No obstante, la insistencia tiene premio y «Félix», aún sin generar un gran impacto, va calando poco a poco en su avanzar arrastrado mediante, ahora sí, el convincente despliegue de una trama que se va complicando poco a poco, pasando de un aparente caso individual a todo un asunto de alcance nacional en torno a la mafia china, con las cloacas del Estado funcionando a destajo y el ojo puesto en nuestro protagonista, que recuerda inexorablemente a esos pobres diablos a los que Alfred Hitchcock complicaba tanto la vida al inscribirles, así de repente, en medio de peligrosas disputas internacionales. Aligerando puntualmente la trama con pequeñas chispas de humor soterrado -¡qué poco don de la oportunidad tiene Félix en sus visitas!-, la serie llega al alza al final del cuarto episodio con un desenlace perfectamente asumible y la emoción que provoca el que un pobre soñador llevado por la fuerza del amor pueda ser mucho más eficaz que toda una pléyade de funcionarios actuando desde la más fría razón.

Llegados a este punto sorprende que aún queden dos capítulos más y comprobaremos que no eran realmente indispensables, Es en esta alargada coda cuando Gay parece querer abandonar la sobriedad anterior y empezar a jugar con el espectador, proporcionando, ahora sí, giros inesperados de guión que ponen patas arriba la trama. Lo que sucede es que llegan de una manera un tanto extemporánea y artificial, desligándose demasiado del tono de la propuesta y quedando, finalmente, como un pegote que, argumentalmente tampoco es que acabe siendo de gran importancia. Vale que, por lo menos, nos sirve para deleitarnos con una nueva excelente composición de ese grande que es Pedro Casablanc como un villano de lo más particular, pero lo cierto es que  este díptico acaba por hacer bajar varios enteros el nivel de una propuesta no sobrada de grandes virtudes.

El gran triunfador de «Félix» acaba siendo un Sbaraglia muy contenido, que se echa la serie sobre sus hombros con un personaje muy difícil, con el que es prácticamente imposible lograr la empatía, pero al que consigue dotar de humanidad y hondura. Menos suerte corren secundarios tan sólidos como Ginés García Millán o Pere Arquillué, que acaban acusando -algo muy sorprendente en el caso del director de «En la ciudad»- la unidimensionalidad de unos roles que no logran despegar de su rol funcionarial.

En resumidas cuentas, «Félix» es, sin duda, un buen producto, como ya lo fueron «La zona» y «La peste», pero, al igual que ellas, la serie de Gay se queda por debajo de las expectativas. Si en el caso de la obra de los hermanos Sánchez Cabezudo el problema era más bien de un exceso de ambición, en los de dos cineastas tan consagrados como Rodríguez o Gay la razón de la decepción se antoja muy diferente. Sería una osadía para un servidor erigirme en conocedor de las intenciones de ambos directores, pero la apariencia es que se guardan sus mejores balas para sus proyectos cinematográficos y estas dos incursiones en terreno seriéfilo, más que una necesidad creativa de explorar el pujante género, ha supuesto una inmejorable excusa para dar salida a dos proyectos que llevaban tiempo en el cajón, aprovechando la necesidad de Movistar+ tanto de contenido como de grandes nombres con los que asentar su plataforma. De hecho, convenientemente recortados (algo que no les vendría nada mal, por cierto), podrían perfectamente haber sido estrenadas como películas sin apenas sufrir cambios trascendentes.

No queremos ser cenizos y seguimos muy atentos y expectantes ante lo que nos vaya ofreciendo este valiente y ambicioso proyecto de ficción de Movistar.  Aún hay mucho tiempo y apetecibles series a estrenar próximamente –«Gigantes», de Enrique Urbizu; «El día de mañana», de Mariano Barroso; «Matar al padre», de Mar Coll– como para poder augurar una pronta remontada. Pero, de momento, lo peor para la empresa telefónica es que justamente este año la revolución de la ficción nacional la estén protagonizando «Fariña» y «La casa de papel», dos representantes de la televisión tradicional.  La vida no deja de lanzar paradojas.

 

 

 

 

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