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«La maldición de Hill House»: un corredor oscuro hacia el duelo

07/11/2018

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Hay productos que se nos venden como huevos de criatura mitológica envueltos en oro y que se nos quedan en el cascarón. Nadie diría que el gran producto de Netflix de este año no iba a ser «Maniac», contando con la maravillosa Emma Stone como protagonista y con el despliegue promocional que llegó a tener. No ha sido así, en cambio. Esta miniserie no ha pasado de ser un entretenimiento retrofuturista que se nos queda a medias y que no explota de la manera adecuada todos los elementos que debería explotar. De cara a la fiesta de Halloween, la plataforma nos presenta esencialmente dos series de terror: «Las escalofriantes aventuras de Sabrina», con un ejercicio de promoción, de nuevo, apabullante, y «La maldición de Hill House», de manera mucho más tímida y comedida.

La primera está bien, presenta una historia de brujas oscura llena de revoluciones para la juventud y visualmente muy trabajada que viene al pelo en estas fechas. Pero no es la serie del año. La serie del año, o una de las mejores que vamos a tener la oportunidad de ver en este 2018, es precisamente la que menos se ha vendido de manera previa. Tanto es así, que yo esperaba un producto entretenido sobre casas encantadas y poco más, algo con lo que pasar el rato en el mes de octubre. Y qué sorpresa nos hemos llevado, señoras y señores. Qué grata sorpresa nos hemos llevado.

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Bajo la dirección de Mike Flanagan, responsable de la adaptación cinematográfica de «El juego de Gerald» y del slasher «Hush» (de las que toma a sus actores y actrices principales), «La maldición de Hill House» se nos presenta como una adaptación bastante libre del clásico homónimo de Shirley Jackson, reina del terror doméstico con tintes góticos. Diez episodios que exploran de manera magistral a sus personajes, tanto que una no da crédito ante tal construcción narrativa en tan corto espacio de tiempo. Es un puzzle de mil piezas que se nos van entregando a deseo del equipo guionista y que hemos de ir colocando con el pasar de sus entregas, un visionado exquisito y que hace gala de un cuidado envidiable en cada uno de los aspectos que lo componen.

Como punto de partida, tenemos a una familia que allá por los noventa tuvo que pasar un verano en una de las casas encantadas más famosas del país y se nos recuerdan sus vivencias desde un tiempo presente, donde cada uno de los implicados trata de lidiar, a su manera, con sus propios fantasmas. Puede que como serie de terror, en sí, ya sea una gozada. Sus elementos son increíblemente efectivos y dignos de salto y al mismo tiempo están bañados de una elegancia y un valor estético increíbles. Aunque esto no sea lo más importante ni lo que acaba por enamorarnos de ella. Los Crain, y no soy la única con estas impresiones, son ese tipo de familia que se mece en un retrato de grietas y escombros vitales. Nos recuerdan a menudo a los Fisher, de «Six Feet Under», a los Pfefferman, en «Transparent», e incluso llegan a darse la mano con algunos de los aspectos más personales de «The Leftovers». Es, en esencia, ese tipo de serie. El retrato familiar de la desgracia y la supervivencia, el tener que vivir fuera de de los límites de lo establecido y con un millón de fantasmas, sólo que en este caso llegan a ser literales. Es tomar el drama familiar de calidad mayúscula que hemos visto en las ocasiones mencionadas y emplazarlo en una mansión encantada donde el frío cala los huesos y los traumas están ligados a un elemento sobrenatural.

(AVISO: Para hablar con más comodidad, a partir de aquí se va a hacer uso de SPOILERS.)

Creo acertado comenzar este análisis hablando de los cinco hermanos Crain, el motor de esta historia de maldiciones y avatares. Casi todas las disertaciones sobre la serie que he podido leer hasta la fecha coinciden en algo muy concreto y con lo que la mayor parte de la audiencia ha estado de acuerdo: estos personajes representan las cinco etapas del duelo, respondiendo esto a un orden de nacimiento e incluso al orden en que se nos presentan a lo largo de los episodios.

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En primer lugar llegaría la negación, encarnada por Steve, el mayor, autor de novelas de terror y adicto a escuchar la miseria ajena, pero que nunca ha visto a un fantasma. Que recuerde. Se nos presenta como un hombre en esencia racional que aparta los problemas como si este acto los desintegrara, se niega a ver. En segundo lugar tendríamos la ira, representada por Shirley, una mujer que necesita tenerlo todo bajo control y ahogarse en una corrección irreal que parece ser su centro de gravedad. Regenta una funeraria y arregla el cadáver de su propia hermana encendida en la culpa. Simbolizando a la negociación nos topamos con Theodora, la hermana Crain que más se agarra a la vida entre mujer y mujer y tragos de alcohol para mitigar tanto el dolor propio como ajeno. Psicóloga y vidente, siempre con sus guantes a modo de profiláctico para el sentir.

La depresión llegaría de la mano de Luke y su adicción por la heroína. Es un personaje roto por el pasado porque, como a Nell, la pesadilla que se llevó a su madre lo arrastró siendo demasiado pequeño. Y la propia Nell, su melliza, con la que tiene una conexión única más allá de todo lo terrenal, sería la personalización de la aceptación. Nellie, que nunca ha dejado de soñar horrores ni se ha librado de unos episodios terribles de parálisis del sueño, que vuelve a casa para terminar muerta, y su muerte es el punto de partida. Nuestra bent-neck lady desafiando al tiempo y a la vida en una habitación roja.

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La propia Hill House funciona como un personaje en sí misma. Una vivienda empapada, como toda la serie, en inspiración del terror gótico donde el frío traspasa la pantalla y lo maldito cobra vida, apoderándose de las personas que la habitan y luchando por convertirse en una tumba llena de historia. Es así como el proyecto de verano de Olivia (maravillosa interpretación la de Carla Gugino) y Hugh termina por convertirse en el último tiempo feliz que tendrá la familia. La casa está viva, sí, con la habitación roja como corazón palpitante y dador de deseos, como centro de los malos sueños que nacieron de ese apoderarse de la psique del que, como espectadores, somos testigos durante sus diez episodios.

Son decenas de elementos acertadísimos los que se dan la mano en un festival de tristeza y poesía. Porque si de algo está cargado este producto, más allá, mucho más allá de sus sobresaltos y sus siniestras apariciones magníficamente recreadas, es de una belleza que conmueve, de una narrativa exquisita y de un buen hacer y un mimo excepcionales. Es un regalo visual donde conviven unos escenarios fantásticos, con planos cuidadísimos y juegos de luces que lo tienen todo que ver con la creación de la atmósfera. Sólo hay que ver ese plano secuencia en el que llega a convertirse el increíble sexto episodio, «Two Storms», lo bien manejada que está la simultaneidad de pasado y presente, cada una de las conexiones.

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Y no quiero cerrar, por supuesto, sin hablar de un desenlace que, no sólo me ha satisfecho, sino que me ha enamorado por ser imposiblemente humano y revelador. Toda la escena de Nell en la habitación roja acompañada de sus cuatro hermanos me llevó a las lágrimas desde el momento mismo en que comienza a hablar. Lo que hacen los guionistas en esos minutos es materializar un puñado de miedos y penas que son de todos nosotros. Cuando Shirley pide perdón a su hermana por no haber contestado a su última llamada y esta le responde que contestó a muchas otras, me vi en la pantalla como pudimos vernos la mayoría. Porque si de algo habla al fin y al cabo «La maldición de Hill House» es de la pérdida, de lo no hablado, de la superación de nuestra propia historia. Cuántas veces tras perder a un ser querido nos hemos martirizado con la idea de no haber respondido a un último abrazo o un último adiós, con la idea de las cosas que no hicimos porque existió una última vez pero no sabíamos que era la última.

Sí, es una gran serie de terror (que deseo con todas mis fuerzas que nadie vuelva a tocar, porque ha quedado redonda), pero estando como está basada en la obra de Shirley Jackson, este género no es más que un envoltorio, una manera de dar vida a una metáfora gigantesca para crear un retrato psicológicamente sobrecogedor y de una melancolía que cala en lo más hondo. No está aquí para hablarnos de los fantasmas que se escondían debajo de nuestra cama, ni los que nos esperaban de noche en el pasillo cuando teníamos sed. Está aquí para recordarnos que una vez fue la última y no lo sabíamos. Que lo que se nos queda dentro se convierte en un monstruo que nos desvela.

 

 

 

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6 comentarios leave one →
  1. Herr Garrote Vil permalink
    09/11/2018 18:58

    Con más fondo que las clásicas series de terror, pero usa las imágenes y la música para sobresaltar al espectador como ha sido tradicional es un «Leftovers» con susto.
    Se echa de menos una mayor explicación sobre los fantasmas de la villa y su historia.-

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