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«Vergüenza»: llueve sobre empapado

30/11/2017

Realmente la incomodidad que se llega a sentir viendo «Vergüenza», cuando dejas de reír, es por no saber si el tipo este es un denunciable mamarracho o un pobre desgraciado, por no estar seguros de hasta qué punto las situaciones en las que se ve inmerso se las crea él solito porque es un sinvergüenza, o por un afán por provocar como método de subsistencia, o quizás las origina sin maldad y las atrae cual imán sin poder remediarlo. El tipo este es Jesús, un fotógrafo de bodas, bautizos y comuniones con ínfulas de artista de la instantánea, paradigma del cuñadismo más extremo, y pareja de Nuria, quien, casi siempre abnegada, se convierte en los ojos del espectador dentro de la serie, si bien irremediablemente se ve envuelta en todos los desatinos de su partenaire, y ambos son los protagonistas de «Vergüenza», una serie producida y emitida por Movistar. «Vergüenza» es una comedia, además de las de mucha risa, pero no nos relajemos, detrás de toda esa hilaridad en cuanto te tiene con la guardia baja te da un sopapo de realidad, de drama, de salvaje reflejo de la sociedad más desdichada, para luego seguir con lo de los chistes, y es entonces cuando ya no sabes si reír o llorar.

Lo que más continua y sencillamente se ha repetido sobre este título es que es una serie sobre situaciones que dan vergüenza ajena. Bueno, me parece una síntesis demasiado simple, aunque realmente sí se sienta algo de vergüenza (ajena, por supuesto, que nosotros estamos al otro lado de la pantalla), pero puede ser, y es, más que eso. Nos podemos quedar en los numerosos gags desternillantes que se presentan, perfecto. A veces el no mirar más allá o incluso el no mirar el propio ombligo es más sencillo. Pero la serie lanza una serie de dardos y trozos de espejos que buscan hacer daño.

El centro de todo esto es, sin duda, el personaje de Jesús, interpretado sobresalientemente por Javier Gutiérrez, un actor que, con muchos trabajos a sus espaldas, se ha convertido en los últimos años en un valor seguro y en uno de los mejores intérpretes de nuestro país. Y en «Vergüenza» borda un personaje que podría tener el peligro de caer en el arquetipo, en la exageración o en la pantomima. Sin embargo, Javier Gutiérrez le otorga la excentricidad justa, la contención necesaria y el innegable toque cómico que desprende con suma facilidad, para terminar de componer un sujeto con el que pasas de la risa a la incredulidad y a la tristeza en cuestión de minutos. No es fácil que un tipo causante de las fechorías que nos propone, protagonista de las lindezas que suelta por la boca, llegue a enternecer o a dar lástima. No es tarea sencilla que estés deseando que por favor le cambie la suerte y le salgan bien las cosas a un personaje chulo, prepotente, machista y homófobo. Y esto es gracias sobre todo a la inconmensurable labor de Javier Gutiérrez.

Junto a él, o frente a él, se encuentra Nuria, también extraordinariamente interpretada por Malena Alterio, una actriz con potencial para cotas más altas y presencias más habituales a las que nos ha acostumbrado en los últimos años. Nuria se convierte en los ojos del espectador en casa de Jesús. Nuestra incredulidad y desesperación por los actos del fotógrafo los personifica ejemplarmente Nuria, quien además, en una especie de sinergia, ve cómo va atrayendo para sí muchas de las situaciones típicas de su pareja, viéndose envuelta en una catarata de infortunios que, unidos a los terremotos que continúa propiciando Jesús, hace que la risa vaya poco a poco convirtiéndose en lástima.

Junto a ellos, una galería de buenos secundarios, especialmente los padres de ella (con un apabullante Miguel Rellán), necios como ellos solos, que protagonizan un choque de trenes con la pareja, y es cuando está junto a ellos cuando realmente asaltan las dudas de hasta qué punto los despropósitos de Jesús vienen propiciados por la maldad o los provocan sus reflejos irrefrenables e inconscientes. Por otro lado, es una lástima que los padres de Jesús tarden tanto en aparecer, ya que sin duda poseen un potencial para encajar como un guante (de boxeo) en la esperpéntica escena. Además, el progenitor del pieza hace replantearnos la importancia de otro elemento a añadir en la ecuación: los genes. Por último está Óscar, el socio de trabajo de Jesús, que viene a ser su antítesis; donde uno se pasa, el otro no llega.

Los artífices de «Vergüenza», sus directores y guionistas, son Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero. Del primero únicamente conocía su olvidable ópera prima, «El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo», y la muchísimo más defendible y arriesgada «Gente en sitios». En cuanto al segundo, puede considerarse como uno de los grandes de la comedia española de los 90 gracias a su debut con el multipremiado corto «El columpio» y a sus tres primeras películas («Todo es mentira», «Brujas» y «Nada en la nevera»), con las que se convirtió casi en voz de una generación (antes de la pirueta y patinazo -artístico- de «El arte de morir»), para en los últimos años haber encontrado cobijo en las series de la televisión más convencional. Y es de destacar aquí la importancia y riesgo que supone que esta serie se aleje de los parámetros marcados por la televisión en abierto, donde en este momento es totalmente imposible programar una serie de 10 capítulos de 25 minutos de duración. Celebramos el paso adelante dado por Movistar en la producción propia con «Vergüenza», «La zona» y «La peste» como puntas de lanzas, siendo de justicia además destacar que ya Movistar estrenó este año dos de las mejores series españolas de la temporada y dos de las mejores y más arriesgadas comedias nacionales de los últimos años, «¿Qué fue de Jorge Sanz?» y «El fin de la comedia», en su día aplaudidas y diseccionadas aquí.

La serie arranca con  un par de episodios para meterte en situación. Personalmente no me emocionó demasiado su comienzo; algunas de las secuencias las sentí algo forzadas o no tan brillantes o delirantes como aparentaban. Sin embargo, con el paso de los capítulos compruebas que ese inicio es simplemente un esbozo gracias al cual rápidamente, ya con las cartas sobre la mesa, entrarás en un torrente de carcajadas. Hasta que a mitad de temporada los acontecimientos empiezan a dejarse de tanta risa y a tratar temas de mayor envergadura. No desaparece la comedia, pero los gags dejan de usar como pretexto situaciones desenfadadas o mundanas para empezar a hablar de cosas serias, asomando poco a poco el drama que hay tras unos personajes conscientes de su desdicha. La pesadilla de la intrascendencia y la monotonía se convierten en el mayor de los temores de la pareja, en Nuria con plena consciencia, mientras Jesús quizás trata de ocultarlos mediante su torpeza social, decretándose el drama después de haber apartado las capas de comedia a base de carcajadas. Y es entonces cuando te replanteas toda esa vergüenza y si realmente es tan ajena.

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