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¡Que veáis ya «¿Qué fue de Jorge Sanz?» y/o «El fin de la comedia», joder!

30/03/2017

(Sin enarbolar ninguna bandera, de las que escapo siempre que las veo amenazantes) tengo que admitir bien alto que en España hay un hueco, pequeño, en el que se hace ficción de calidad; es más, se logra comedia inteligente; y añado, se apuesta por productos arriesgados con resultados sobresalientes. Es bien cierto que el grueso de la producción nacional se mueve en unos parámetros muy encorsetados, a veces con más o menos calidad, pero siempre dentro de lo esperado, series para todos los públicos que en ese intento por abarcar al mayor número posible de espectadores terminan (o empiezan) por arriesgar lo mínimo, sin duda atadas por unos objetivos de audiencias mínimos. Y en el terreno de la comedia el panorama no es más alentador cuando lo que prima, si bien parece que ya la moda se ha ido evaporando un poco, son los monólogos sobre situaciones cotidianas, y si en ellos hay guerra de sexos, mejor. Sin embargo, en los últimos años, gracias quizás al mayor número de ‘pantallas’ en las que poder rascar, sí se pueden disfrutar de propuestas más novedosas y, como en los casos que van a ocupar estas líneas, además con innegable éxito, un éxito de calidad, ya que hablamos de series decididamente minoritarias. Hablo (y voy a hablar) de «¿Qué fue de Jorge Sanz?» y «El fin de la comedia».

Si eres de los que no ha visto alguna de las dos series, puedes/debes seguir leyendo ya que no va a haber ningún tipo de spoiler, más que nada porque no son unas apuestas de las que se pueda frustrar ningún final sorprendente, ya que lo que tratamos además con este texto es de despertaros cierta curiosidad por disfrutar de ellas. Porque qué bien que haríamos si nos quitásemos prejuicios de encima y diésemos a ciertas propuestas nacionales parte del tiempo que dedicamos a devorar cada serie que vemos mínimamente recomendada bajo un título en inglés. Bueno, a decir verdad tampoco es que hiciéramos bien, ni bien ni mal, pero es un rato injusto descartar una obra porque no venga firmada por alguien de nombre complicado de pronunciar, y es que rotundamente el don del talento no lo reparten en función del lugar en el que cada uno haya sido parido. Indudablemente, para que algo funcione entran en juego muchos aspectos más, como el dinero invertido o lo que se pretende con la serie (y ahí es donde entra el problema antes señalado que sufre la televisión española en abierto de querer llegar siempre a públicos mayoritarios), pero el ingenio, la inteligencia y el saber hacer no es patrimonio de ninguna bandera, tampoco de la española, ojo (y aquí ya extrapolo la afirmación a todos los palos de la cultura, y de más allá). Hecha la (im)pertinente reivindicación, la elección de estas dos producciones (ambas disponibles en Movistar+) no es casual, ya que, además de ser ejemplo del antes citado rayo de luz en la ficción española, ambas tienen bastantes cosas en común, siendo la principal un juego entre realidad y ficción, un baile de espejos que puede recordar a aquel legendario «Seinfeld» y más recientemente a «Louie», pero haciendo de ese falso documental el guiño y la gran broma sobre la que articular infinidad de ramificaciones. Además, ambos títulos comparten una importante carga dramática y de denuncia debajo de la indudable y gruesa capa de comedia, cada una en su nivel y cada una enfocando a dianas diferentes, pero sin duda con cierta dosis de profundidad en las dos.

Detrás de «¿Qué fue de Jorge Sanz?» se encuentra el prodigioso y nunca lo suficientemente valorado inmenso talento de David Trueba. El menor (y para mí mejor) de los hermanos Trueba es el ideólogo y creador de un atrevimiento loco por aquel entonces, ya que la primera entrega de esta serie data de 2010, cuando el mínimo riesgo que hay ahora por entonces ni siquiera se intuía. Tras seis entregas en bloque, no hubo más noticias hasta que en 2016 se estrenó el «5 años después» y meses después ha llegado una nueva entrega aprovechando la presencia de Jorge Sanz en el rodaje de «La reina de España» (ya saben, de Fernando Trueba, secuela de «La niña de tus ojos»). La serie presenta a Jorge Sanz interpretándose a sí mismo, o mejor dicho, interpretando al Jorge Sanz que todos tenemos en mente, la imagen que del actor tenemos en la cabeza. Porque a pesar de (hasta esta serie) llevar tiempo en el olvido, todo el mundo conoce a Jorge Sanz y a todo el mundo le viene el mismo pensamiento al referirse a él > aquel tipo que hizo muchas pelis en los 80 al que no se le entendía al hablar, guapete, con cara de niño, que no era buen actor, pero que gracias a su chulería se hizo un hueco importante, y menudo pieza tenía que ser y… a saber dónde está hoy. El guiño de no saber exactamente qué es cierto y qué no, hasta dónde llega la persona y qué es personaje en esta serie es una de sus principales bazas, porque indudablemente hay partes ficticias y anécdotas reales. Incluso en las últimas entregas la propia serie llega ser parte del juego, reconociéndola los propios personajes como uno de los elementos que han hecho llevar a Jorge Sanz de nuevo a los escenarios, a los platós y a los periódicos.

Además del buen hacer de David Trueba, es digno de elogio el atrevimiento de Jorge Sanz, que no duda en reírse de sí mismo, de su fama, de su trayectoria y de su ocaso. Mujeriego, vago, fiestero e  irresponsable son solo algunas de las definiciones que defiende en la serie. Junto a él, casi como una pseudocaricatura de Don Quijote y Sancho Panza, encontramos a su representante, Amadeo, un impagable personaje interpretado por Eduardo Antuña, que es igual de desastroso profesionalmente, pero cuya persona  y personalidad son casi la antítesis de las de su representado. La peculiar camaradería entre ambos y sus rocambolescas peripecias en busca de un trabajo que sirva para mantener la esperanza de poder revivir laureles pasados resultan tremendamente divertidas en su esperpento, repletas de diálogos geniales con espacio para dar punzadas (y a veces hasta puñaladas) a la profesión y ya de paso a toda la sociedad. Sirve para reafirmar la idea de falsa realidad la aparición continua de numerosos cameos, rostros populares que se interpretan a sí mismos y que no temen caricaturizarse, algunos de ellos recurrentes a lo largo de toda la serie, como el tronchante Antonio Resines, y otros de forma más puntual, como la descacharrante sesión ante un psicólogo de actores de Willy Toledo.

Después de todas estas líneas de descarado elogio a la serie, he de reconocer que la última entrega la disfruté algo menos que las anteriores y fue la que más irregular me resultó. No llego a considerarla pinchazo, para nada, pero sí me parece que es la que durante menos tiempo mantiene el elevado nivel de ingenio presente hasta entonces. Nada que temer. Es posible que ya no haya más capítulos (eso sí que es de temer) o que de golpe haya varios seguidos o que no haya nada hasta dentro de cinco años más. Sea como sea, las garantías serán todas.

 

Detrás de «El fin de la comedia» se encuentra el surrealismo cada vez más valorado de Ignatius Farray, quien se pone en las manos de Raúl Navarro y Miguel Esteban, encargados de la dirección. La serie podría ser, a grandes rasgos, un remake ibérico de «Louie», y es que entre ambos títulos hay numerosos puntos en común, ya que ambos cuentan la historia de un humorista-monologuista al que descubrimos mil y un dramas y miserias cuando se baja del escenario, un tipo en ambos casos al que la madurez le ha atropellado y se ha encontrado separado, con descendencia y anclado a un trabajo que le aporta cualquier cosa menos estabilidad. Las diferencias llegan en todo lo demás. La Nueva York de Louie C.K. es sustituida por la Malasaña de Ignatius, y eso es mucho sustituir, eso lo cambia todo. Lógicamente el humor de ambos también está más separado que por el mero Atlántico, siendo el del caso que nos ocupa más surreal, más físico y más cerca del esperpento.

Como ya sucediera en «¿Qué fue de Jorge Sanz?», el hecho de difuminar realidad y ficción resulta fundamental, quizás en esta ocasión con una apariencia más buscada de falso documental casero que aquella. Además, donde la anterior tenía entre ceja y ceja los entresijos del mundo cinematográfico, en esta es el oficio de cómico el que lo abarca casi todo. Pero fuera ya de toda comparación con uno u otro título, lo que queda es un amargo viaje por las alcantarillas sentimentales a golpe de surrealismo a veces, de realista cotidianeidad en otras ocasiones, de un humor sutil y ligero incluso en otros momentos. Porque hay golpes de humor, muchos, pero el regusto a drama no desaparece casi en ningún momento, siendo testigos de unas situaciones a las que, quitándoles todos los brochazos de hilaridad, dejan una denuncia muy seria, una denuncia a la situación de los cómicos, a la fama, a lo efímero, a lo superficial y a la apariencia.

Si de «¿Qué de Jorge Sanz?» decíamos que incluía a la propia serie como elemento de la evolución del personaje central, en «El fin de la comedia» la apuesta va más allá cuando el protagonista comienza a rodar una serie sobre su propia vida. Una metaficción extraordinaria, algo así como unas muñecas Matrioskas de la producción televisiva. Y aquí también abundan los cameos, tanto parodiándose a sí mismos, como Joaquín Reyes o incluso Iñaki Gabilondo, como en delirantes papeles como los de Víctor Clavijo o Javier Botet. Otro de los aspectos en los que busca debate es el de los límites del humor, un tema de lamentable gran actualidad en el que no pasa de puntillas y donde arremete contra lo políticamente correcto, desde la incorrección de la que habitualmente hace gala Ignatius Farray. Y es que no es esta una serie para todos los públicos, ni falta que hace, ya tenemos otros títulos menos incómodos en la parrilla, aquí el humor no es de carcajada fácil, que lo hay, aquí el espectador se incomoda, sufre incluso en algunos pasajes, pero es de verdad, y por eso también duele.

Dicho esto, no pierdan más tiempo y den una oportunidad a alguno de estos dos títulos, no por ser nacionales (igual que no deberían huir de ellos por eso mismo), sino por ser realmente buenos, sin más. Y perdonen la impertinencia del título, joder.

4 comentarios leave one →
  1. Anónimo permalink
    05/04/2017 22:18

    No es lavapies, es malasaña, por lo demás todo fetén :)

    • Sergio Almendros permalink*
      05/04/2017 22:27

      me temo que tienes razón. corrijo. gracias por el apunte !!

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