«13 Reasons Why»: retrato de un suicidio adolescente
«Está claro que usted nunca ha sido una chica de trece años», dijo Cecilia en Las vírgenes suicidas al médico de urgencias tras intentar quitarse la vida por primera vez. ¿Qué recordamos de nuestra adolescencia? Lejos de la frívola concepción de fortuna que se tiene de ese período de temprana juventud, la mayoría puede contar los eventos más placenteros de su época teenager con los dedos de una mano. Todo lo demás es confusión, desamor (porque amor, poco), malos entendidos, amistades pasajeras, cambios físicos incómodos, angustia, dudas… un cóctel explosivo que no es fácil digerir.
En comparación a los tiempos actuales en los que se intenta dar más importancia a la representación, podríamos afirmar rotundamente que, al menos en la adolescencia que yo viví, a caballo entre los 90 y los primeros años de la década que empezó en el 2000, no teníamos ninguna. Y cuando digo ninguna, me refiero a ninguna, de manera literal. Vayamos al panorama nacional: Al salir de clase, Compañeros, Un paso adelante… programas insultantemente malos con tramas surrealistas que se movían entre lo telenovelesco y enredos más propios de Los Soprano, cuyos adolescentes eran interpretados por actores de treinta años con los que, evidentemente, nadie consiguió verse reflejado. Y no me hagáis hablar del producto internacional con títulos como Sensación de vivir o Las gemelas de Sweet Valley que directamente tomaban a los pubertarios y, con más frecuencia a las pubertarias, por gilipollas. Qué hubiéramos dado algunos y algunas en aquellos momentos por contar con historias de la talla de las que llegaron después.
En 1999 aparecería en las pantallas estadounidenses (tardaría más en llegar a España) Freaks and Geeks, una serie ambientada en los 80 que, si bien se quedaba muy en la superficie en materia de psicología adolescente y funcionaba más como retrato divisor entre frikis marginadillos y tarugos fiesteros, terminó por convertirse en una serie de culto que, desde luego, respetó muchísimo más a su potencial audiencia. Casi una década después, en 2007, llegaría Skins desde Reino Unido, una serie que no titubeó a la hora de tratar el sexo, la depresión y el drama individual de sus personajes jóvenes, muy cuidada, pero que llegó a perderse demasiado en sus delirios coloristas y en sus orgías de opiáceos y juergas que, seamos honestos, nosotros no pudimos permitirnos con nuestro dinero semanal.
No voy a pasear por todos los productos del género que han visto la luz en los últimos veinte años, pero sí considero conveniente recordar algunos de los más destacables antes de entrar en el terreno pantanoso en el que hemos venido a meternos hoy, y ya que hablamos de producto británico, no podía pasar de largo sin ensalzar las múltiples y honrosas virtudes de My Mad Fat Diary (2013). Maravillosamente ambientada en los 90 y cargada de personajes carismáticos y bien escritos, esta es la historia de Rae Earl, una chica de 16 años con sobrepeso que tras salir del hospital psiquiátrico en el que ha pasado los últimos meses, intenta salir adelante y reconfigurar su vida. Cuando una se sienta a ver sus tres temporadas habiendo cumplido la treintena no puede dejar de pensar en cuánto habría ayudado un programa así en sus años de instituto. Y esa es la razón, precisamente, de que a estas horas de la noche sienta casi una obligación moral de hablar de lo que he venido a hablar aquí: «13 Reasons Why«.
Resultaría increíblemente fácil caer en juicios poco justos y mal formulados al entrar a una plataforma como Netflix y encontrarse con una serie que habla de adolescentes y que para más inri nos lleva a un instituto norteamericano, con sus taquillas, sus animadoras y su equipo de baloncesto de chulos de playa. Por eso no voy a analizar punto por punto lo que nos ha ofrecido su primera temporada, por eso no voy a hacer uso de spoilers en este post. Porque esto, lectores y lectoras del Cadillac, es una recomendación ferviente y encarecida, un llamamiento a darle una oportunidad a uno de los productos más necesarios de los últimos años. «13 Reasons Why» no es una serie para adolescentes en su definición más pura, sino una llamada de socorro para todos: padres, madres, potenciales padres y madres, educadores, maestros, jóvenes. Esto nos concierne al cien por cien, porque podemos haber sufrido la miseria que se encarga de visibilizar a lo largo de sus trece episodios, porque podemos haber contribuido, incluso sin darnos cuenta, a que otros la sufran. Y me siento en la obligación moral de pasar el testigo, como todos aquellos que escucharon el doloroso testimonio de Hannah Baker.
La protagonista de esta historia es una joven de diecisiete años que, antes de suicidarse, deja en varias cintas de cassette trece pistas de sonido dirigidas a trece personas diferentes en las que describe las razones por las que decide rendirse. El encargado de conectarnos a Hannah y pasearnos por todos esos recuerdos malditos que la llevan a su prematura muerte será Clay, coprotagonista de esta entrega y uno de los nombres que aparecen en esas cintas. Cada uno de los episodios que conforman esta primera temporada recientemente estrenada nos irá desvelando, una a una, cada una de esas agujas que se fueron clavando en la existencia de Hannah.
El primer consejo que daría a su potencial audiencia es el de mantener la mente abierta y, sobre todo, cuidar la perspectiva desde la que sentarse a llevar a cabo el visionado. Es esta una serie que, si bien nos habla a todos, pretende llegar con fuerza al público de una edad determinada, y eso implica hacer uso de algunos clichés que, en este caso, están increíblemente bien llevados y posiblemente funcionen de maravilla en su cometido. No obstante, también funciona como un estupendo thriller y es difícil escapar de sus garras una vez empezada, elemento importante a la hora de compensar las dudas acerca de esos primeros juicios. El resto es dejar avanzar ese testimonio desgarrador, porque por mucho baile de instituto que una pueda temer encontrarse, esa voz en off continua de una chica muerta viene acompañada de un in crescendo de escenas durísimas. «13 Reasons Why» puede llegar a ser terriblemente incómoda y real, terriblemente dolorosa. Hay momentos por los que es sencillamente difícil pasar debido a su crudeza, y eso que somos meros espectadores.
La relevancia del producto yace también, en gran medida, en la diversidad (tanto sexual, como racial y de clase social) de la que continuamente hace gala, dando así la oportunidad a una multitud pubescente bastante más amplia de verse representada en distintos personajes y personalidades. Y es que a través de dichos personajes se explorarán temas tan importantes como el más que evidente acoso escolar, las drogas, el alcohol, los roles de género, el duelo, lo efímero de la amistad juvenil, la frustración, la violación, las expectativas de futuro a las que ceñirse según el contexto individual, la violencia, el uso y abuso de las nuevas tecnologías… elementos a los que prestar atención en una sociedad tan falta de piedad y empatía.
Pero si este show se adentra con maestría en un terreno, ese es el de la adolescencia femenina y sus arenas movedizas. Hace tan sólo un par de días leí una crítica moderadamente negativa hacia la serie basada por completo en lo siguiente: » no es creíble que alguien tan guapa haya sufrido acoso ni nada que se le parezca». Es ese el momento en que nos damos cuenta de que productos como este hacen falta por esa clase de mierdas. Porque cualquier suceso o encuentro en la vida de alguien con una cara bonita otorgada por la genética ha de ser un halago. Un contacto físico forzado porque eres bonita para todos será un halago. Una puntuación de tu escote que todos se han visto con derecho a valorar será un halago. Serás fea o guapa, blanco o negro, nada de grises. Estrecha o puta. Te irá demasiado la marcha o serás un puto muermo con un libro en las manos. Te lo habrás buscado tú. Aquí, esos extremos y etiquetas son explorados a la perfección y son una continua evocación a episodios vividos día a día, una evocación a todo lo que en otro tiempo llegamos a interiorizar.
Poco más quedaría por divagar si no pretendo extenderme en sus detalles ni desentrañar toda esta trama. Cabría señalar las virtudes de un reparto bien escogido, las delicias de su banda sonora cargada de grandes temas que tampoco olvida clásicos ochenteros de la talla de «The Cure» o «Joy Division» y el recurso nostálgico que nace de esos cassettes. Tal vez sea esta una guia para aprender a escuchar las llamadas de socorro silenciosas, ved «13 Reasons Why» y pasad el testigo como los compañeros de Hannah pasaron su testimonio.
Hola chicos y chicas. Soy Hannah Baker. En directo y en estéreo. No habrá un concierto de regreso, no habrá bises, y esta vez nada de peticiones. Espero que estés listo, porque estoy a punto de contarte la historia de mi vida. Más específicamente, por qué terminó. Y si estás escuchando estas cintas, tú eres una de las razones.
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