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«La favorita»: cuando la realeza se revuelca en el barro

24/01/2019

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Cuántas de estas entradillas habré dedicado a los estragos causados ante las expectativas de un producto. Y sin embargo aquí estamos, cayendo en la misma broma una y otra vez aunque una intente ir con pies de plomo. Hablar de cine puede ser la tarea más sencilla y catártica o convertirse en un auténtico quebradero de cabeza, especialmente cuando quieres que tus cineastas predilectos y predilectas lo claven y no tienes tan claro si lo han clavado. Tenía muchas ganas de lo nuevo de Lanthimos, unas ganas motivadas por mi historial con el director y por la elección de un reparto que brilla con la luz propia de una corona, vaya por delante la figura retórica facilona.

Hubo un tiempo en que «Canino» podría haberse escondido en mi saco de películas favoritas, allá por aquellos años en que nos dio por ser un poquito «edgy» pensando que nos salíamos del mainstream. Si un día nos da por redactar un post «behind the keyboards» en el Cadillac, el caso «Miss Violence», de Alexandros Avranas, daría mucho que hablar. La cuestión es que «Canino» es una gran película, como lo son «Langosta» o «El sacrificio de un ciervo sagrado», aunque en mi visión actual caen demasiado en una suerte de exhibicionismo moral o de pornografía hierática de lo trágico que son evidentes, lo cual no resta en sus méritos y su contenido. Hay un «cómo» más fuerte que un «qué» y es una elección artística tan válida como cualquier otra en la construcción de un sello propio. Un sello que se mantiene en «La favorita», aunque haya algo distinto a lo habitual en la mano de su creador, y que acaba por convertirla en un visionado esencial de cara a los últimos estrenos cinematográficos. Tal vez, incluso la acogida ambigua, sea parte de ese sello.

Yorgos Lanthimos reinterpreta, a su histriónica manera y, como he leído por ahí, con mucho punk, la historia de la reina Anne (Ana Estuardo) de Inglaterra. Una reina perpetuamente convaleciente, mentalmente moldeable y que cumple la función de títere de Sarah, la verdadera gobernanta, no tan a la sombra y a luz del candil en la alcoba. A este extravagante dueto de poderes se añade Abigail, que llega a palacio como sirvienta, despojada del estatus que un día tuvo y dispuesta a pagar cualquier precio por ascender en la escala social. Poniendo rostro a estos tres personajes femeninos rabiosamente bien configurados tenemos a Olivia Colman, Rachel Weisz y Emma Stone en lo que sin lugar a dudas es un duelo de diosas interpretativo. Terminado el visionado, no sabemos con quién quedarnos. Y es este, desde luego, el eslabón más fuerte dentro de la cadena de virtudes que se ha visto colmada de premios y nominaciones.

Que nadie me malinterprete, si hablo de un bache perceptivo impulsado por las expectativas, no me estoy refiriendo a una visión negativa de la cinta, ni a una decepción de la que hablar con propiedad, ni pretendo pasar por alto el buen hacer del que puede presumir. Mis expectativas estaban un poco por encima de lo humano, pero no pueden perjudicar a lo que la he disfrutado, ni desvirtuar a un trabajo cinematográfico que merece todas las menciones y críticas positivas que está coleccionando. «La favorita» es una película extraordinaria con muchas capas de lectura que vive en un guión brillante, en unos planos y un uso de la luz cuidadísimos, llena de humor negro y momentos tragicómicos. Hay un paso del llanto al ridículo mientras los instrumentos de cuerda se pelean a cuchillo por resaltar. Retorcidísimo. Y eso nos encanta.

Cuenta, además, con una serie de elementos que parecen querer funcionar como intrusos dentro de un drama de época, elementos que acentúan el carácter misántropo de las obras del cineasta desde un prisma que a veces no es más que los ojos de la propia ridiculez. Sin olvidar que entre toda esta maraña de enredos entre reinar y no reinar, aparecen unos retratos femeninos cargados de intenciones, mujeres que en las posiciones de poder se corrompen tanto como los hombres, que nunca han querido ser seda mientras se enfrentan a señores de peluquín bufonesco. Y no menos importante es la crítica a que el único medio de subir desde el peldaño más bajo en la escala social, para ellas, sea el sexo. Un tema recurrente en la cinta que aparece y se manifiesta en determinados puntos de esa escala. Pretende reivindicar algo clarísimo y a buenos entendedores y entendedoras, pocas palabras bastan. Sin embargo, creo que hay algo en ese «cómo» del que hablaba al principio, que mancha ligeramente el mensaje o da lugar a una ambigüedad analítica que no necesariamente ha de ser positiva. Pero esto, faltaría más, sujeto a visiones queda.

Lo cierto es que, cuanto más lo pienso, más poderoso me resulta este conjunto de carreras de patos, baños de barro, servidumbre, relaciones lésbicas, astucia y reinados de cartón. Hay algo dantesco en este retrato tan sucio y desmedido de la realeza, y eso, por mucho que hoy día sea un deporte de riesgo el reconocerlo, nos llena de un gozo infinito. «La favorita» es un baile anacrónico al que han cargado de pólvora.

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