«One Day at a Time»: la sitcom que necesitaba el siglo XXI
En un presente en que las series de televisión ocupan un alto porcentaje de nuestro tiempo de ocio, el concepto de comedia ha ido transformándose lentamente, con un mayor énfasis en la última década. Hasta hace unos años, el género se encontraba estrechamente ligado a las risas enlatadas, los escenarios reducidos, los personajes que representaban estereotipos y los gags repetitivos. Es decir, concebíamos comedia como comedia de situación. Cuando como consumidores buscábamos referentes de esos episodios de veinte minutos fáciles de ver e ideales para la evasión, se nos venían a la cabeza títulos como «Seinfeld», «Friends», «Cheers», «El príncipe de Bel-Air», «Cómo conocí a vuestra madre» o un centenar de títulos más, de todos los tiempos, que solían acompañarnos en la sobremesa y en los que podíamos encontrar un abanico amplio de calidades.
El concepto de comedia, como decía, ha sufrido una metamorfosis en la última década, impulsada sin lugar a dudas por la gran oferta de productos televisivos (y a estas alturas, más que de televisión, hablamos de streaming) y el lujo de poder cribar para quedarnos con lo que más nos convence. Hoy hablamos de comedia y el término nos evoca series de autor como «Girls», «Fleabag», «Master of None» o «Better Things» y sátiras vitales como «Bojack Horseman» o políticas como «Parks and Recreation». Hay una predilección por una mirada más indie del género, con un mayor gusto por lo europeo y, sobre todo, una tendencia a darle un uso más brillante y dramático. Se persigue más el relato de un contexto que el chiste sobre el mismo. Y no es que el gran público no necesite de las risas y la dispersión en 2019, es que da la sensación de que los distintos canales disponibles se empecinan en tener como máximos exponentes a programas con un discurso que a todas luces no se ha actualizado. No quiero levantar ampollas, pero que algo como «The Big Bang Theory», abiertamente sexista, clasista y otros -istas, sea producto estrella, explica gran parte de este cambio.
Me gusta la comedia. Es posible que la consuma en un grado menor a lo que consumo otros géneros, pero entre mis series predilectas, además de las mencionadas en el párrafo anterior, se encuentran «The League of Gentlemen», «The IT Crowd», «The Young Ones» o «Black Books», contando todas estas con su buena dosis de risas enlatadas y gags recurrentes. Es por eso que llevaba tiempo necesitando encontrar LA SITCOM, esa de la que poder reírme al salir de trabajar o mientras ceno, esa sin demasiadas pretensiones, pero que no me produzca un ardor de sangre automático al ver a mi género convertido en un chiste de uñas rotas y estupidez, ni considere risibles a los hombres que muestran un mínimo de sensibilidad, que vea en la diversidad algo positivo. Así que «One Day at a Time», la razón por la que escribo hoy, cae a mi pantalla como lluvia en primavera y después de llevar un par de años leyendo sus alabanzas en las distintas redes sociales que frecuento.
Son diversas las razones por las que este producto de Netflix, remake bastante libre de la serie homónima de 1975, consiguió ganarme desde el principio aunque llegara un poco tarde a su visionado, y una de ellas es lo orgullosamente y sin pudor que se abraza a su condición de comedia de situación, despojándose de cualquier tipo de complejo y aprovechando lo que es. Sabe que tiene treinta minutos por episodio para hacerte reír, llorar y cuestionarte distintas parcelas de la realidad, y lo hace con una frescura y un humor tan orgánico y puro que sorprende la seriedad de sus diferentes discursos.
Bajo la dirección de Gloria Calderón Kellet y contando con un equipo guionista en el que hay una fuerte presencia femenina, «ODAAT» nos cuenta las peripecias de los Álvarez, una familia americano-cubana a la que es harto complicado no tomar cariño. Tenemos a Penélope, una mujer que estuvo en el ejército, que lidia con dos hijos y un sueldo de enfermera ajustado y su cubanísima madre. Dicha madre, interpretada por la gran Rita Moreno, es uno de los puntos más fuertes de esta comedia, con una historia de inmigración durísima y un enorme arraigo por su cultura. No menos importantes son Elena, la hija mayor, lesbiana, feminista, activista y perpetuamente preocupada por el mundo; Alex, hedonista redomado y ojito derecho de su abuela; y Schneider, su casero, de corazón grande y billetera gigante. Los personajes están muy bien escritos y, dentro de responder a unos estereotipos que requiere el género, cuentan con los matices suficientes y la profundidad necesaria para formar un conjunto maravilloso y representativo.
Aunque sin lugar a dudas, su mayor virtud es la maestría y sensibilidad con la que se tratan temas increíblemente serios y relevantes en la sociedad actual. No se olvida de la depresión, dedica por entero una entrega a la ansiedad, habla de las adicciones, de la enfermedad, del choque cultural, la brecha salarial, el consentimiento, el movimiento #metoo, la orientación sexual, el rechazo, las relaciones, la clase social, las creencias religiosas, la identidad, la educación, la América de Trump, la inmigración, los roles de género, el acoso, y un sinfín cuestiones necesarias de abordar cuando se tiene un altavoz. Todo ello sin perder el sentido del humor pero haciendo gala de un respeto del que, en ocasiones, en este ámbito se carece.
Es una lástima que su propia productora sea consciente de lo que tiene entre manos pero haya empleado tan pocos recursos en venderlo, ya que, tras la emisión de su tercera temporada y por segundo año consecutivo, vuelve a hacerse eco la necesidad de más espectadores antes de una posible renovación. Pero se produzca o no ésta, si, como yo, andáis en la búsqueda de algo que ver cuando el día se torna más denso de la cuenta y os agotan las bromas de patán de tasca donde el objeto es siempre el mismo, en «One Day at a Time» tenéis la aliada perfecta. Una serie donde la representación importa, donde la diverdidad no necesita excusas porque la realidad es diversa, donde lo tabú no es tabú.
La verdad es que los personajes son bastante entrañables y un par de episodios te dejan buen sabor de boca pero hay que matizar varias cosas, 1) la estructura que siguen todos los episodios es empalagosa….. por sobredramatizar cualquier cosa. Y es que los episodios estiran hasta la náusea el sentimentalismo empalagoso de cualquier situación. Todos los episodios siguen el mismo patrón, buenrollito hasta que hay un malentendido que finaliza en un gran clímax de reconciliación o entendimiento post llanto «we are the world we are the children». Esto e así, al menos, en la primera temporada. Se le quiere dar demasiada intensidad a los asuntos tratados y acaba siendo contraproducente.
Por otro lado, 2) yo le incluyo algunos istas que no están en tu lista, y es que políticamente, sigue un discurso neofascista de lo más yankeemolón. Y es que en Cuba la gente muere de gripe porque no tienen medicinas…. si no supiéramos la verdad…… porque tienen el mejor sistema sanitario de norteamérica, y el tercero mejor de todo el mundo, y que los americanos van a Cuba a comprar medicamentos que no pueden permitirse en EEUU…. land of the free.
Pero claro, son yankees y cuentan las cosas como quieren y pagan millonadas en publicidad para que se hable bien de la serie.
3) No hace más que propagar los estereotipos latinos en EEUU….. la abuela con las castañuelas, con el maquillaje, desayunando bailando salsa…. estereotipo tras estereotipo pretenden reirse de ellos pero no hacen más que perpetuarlos.
Vamos, que al final, no era tan buena como la pintaban… por no mencionar a la Estefan con el autotune.